domingo, 24 de marzo de 2019

30 MANERAS DE QUITARSE EL SOMBRERO



30 Maneras de quitarse el sombrero son historias de diferentes mujeres en las que aparece el amor y la admiración que Elvira Lindo siente por ellas. No falta el humor, ni por supuesto la ternura, aunque la voz firme sobresale para incitar al lector a que se dé cuenta de la valía de la mujer en general y de algunas en particular, que incluso sólo son famosas porque conocemos sus nombres aunque los libros no lleguen a contar del todo el porqué de su renombre.

El estilo, fiel a la autora, es totalmente expresivo y afectuoso, en el que predomina un registro coloquial informal. Las palabras fluyen de forma natural aportando, en ocasiones, pequeñas dosis de humor o ironía; lo justo para que prevalezca en los relatos la alegría, que no la hilaridad «En cuanto a la gordura, de la que la pintura ha dejado tan espléndidas muestras, ha sido la consecuencia más de la mala alimentación que de la estética». El tema de todos los artículos, así podríamos calificarlos, es el reconocimiento hacia miles de mujeres que, siguiendo el camino de las treinta elegidas (podrían haber sido otras treinta diferentes), no desfallecen ante la sociedad que les niega su valía.

Elvira Lindo atrapa al lector desde el primer momento puesto que empieza narrando, de todas ellas, una determinada (o varias) hazaña de su vida. No son pues biografías, pero es tan sólido lo que relata que el receptor se siente próximo tanto a la narradora como al personaje del que nos cuenta algo. Entendemos a estas treinta mujeres (incluida ella), su sufrimiento, más o menos escondido, para conseguir ser reconocidas; entendemos sus debilidades, sus traumas, fruto de una sociedad injusta cuya forma de evaluar es diferente para el hombre o para la mujer; y entendemos su capacidad para poder romper con todo y mostrarse como son porque la autora las presenta de una manera totalmente cercana. La función fática es importante, por eso no duda en comenzar los relatos in medias res, para ir directamente a lo que quiere resaltar de ellas. No interesa, a veces, la fecha de nacimiento, el lugar, la infancia… aunque se deduzca conforme vayamos leyendo sobre la homenajeada. Otro recurso, que Elvira Lindo utiliza con gran maestría, es comentar algo de su propia vida, de su experiencia, que se aviene o contrasta con lo ocurrido a la protagonista del relato; es una técnica con la que consigue conectar con el lector, y al mismo tiempo humanizar a estas mujeres insignes, pues si bien es cierto que algunas, incluso, han quedado deificadas por la historia, como el caso de Ana Frank o Patricia Highsmith, todas han debido luchar con los demonios que ocuparon sus mentes o sus cuerpos durante bastante tiempo.

Al comenzar a leer un relato, el lector no sabe muy bien por dónde continuará la historia; por eso mismo el interés no cesa hasta que se ha terminado. Ayuda, por supuesto, a este interés el uso de la primera persona plural, ese “nosotros” en el que la autora se introduce y nos inmiscuye consiguiendo una socialización de su texto y una identificación o rechazo del lector hacia el personaje «por qué a estas mujeres cosmopolitas y cultas […] no se las conoce más a fondo en este presente en el que tanto hablamos de la memoria».

No debemos olvidar la utilización, en tercera persona, de un narrador deficiente, esto es, no sabe a ciencia cierta lo que piensa el personaje, pero lo imagina según oídas sin fundamento. Este uso es ideal para poner en marcha la ironía mediante la que, sin pretendida malicia, consigue retratar con humor lo contrario de lo que está afirmando «Ay, pobrecillos los maridos de las mujeres que se expresan libremente, lo que deben de sufrir». Esta figura literaria, esta lítote, queda reforzada con el diminutivo y la ausencia de signos de admiración, lo que resta aún más la credibilidad de lo declarado.

La conexión con el espectador es constante, fruto de su narrativa casi conversacional donde encontramos ejemplificaciones, que ayudan a entender lo escrito, o apóstrofes lo suficientemente explicativos como para aludir a la intención de la autora «cuando ella y sus hermanas irrumpían en aquella habitación su madre retiraba el cuaderno a un lado, como si quisiera dar a entender que estaba haciendo algo tan prosaico como la lista de la compra» «… Estados Unidos, el elefante que duerme al otro lado de la frontera…».

Hay algo que los treinta relatos tienen en común, es que todos, incluso o especialmente el dedicado a la autora, parten de la niñez de las protagonistas porque, efectivamente, la niñez es una etapa en la que, a veces sin darnos cuenta, sin ser conscientes siquiera al llegar a la madurez, se fragua el carácter de las personas y ya se sabe, las mujeres lo hemos tenido normalmente más difícil. Sobre todo éstas, nacidas la mayoría en el siglo XX, época en la que a las niñas se les enseñaba labores del hogar y se las preparaba sobre todo para ser sumisas, agradables, educadas, es decir para ajustarse fielmente a las normas impuestas por los hombres que regían el mundo. «Que la homosexualidad se cura es algo que hoy sólo creen algunos fanáticos religiosos que mandan a sus hijos a terapia. Pero en los años cuarenta, aquellos tratamientos psiquiátricos gozaban de cierto prestigio…». Por eso se eleva la voz de Carson McCullers quien intuyó que, no sólo los hombres, todos tenemos necesidad de ser oídos y entendidos, desde el homosexual hasta el negro o la mujer, de ahí «los discursos enardecidos de sus personajes, discursos porque en ocasiones hablan como si estuvieran ante un público que no ven».

Entre las mujeres homenajeadas está Alice Munro quien, en los años 60, obtuvo un lugar destacado entre los escritores canadienses; curiosamente, mientras otros titulares anunciaban a sus compatriotas, el que encabezaba un reportaje sobre ella «delataba una clara condescendencia: “Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”». Pero no había problema, de niña había sido educada en un ambiente fanático religioso en el que se la preparó convenientemente para la invisibilidad. Por fortuna, mujeres como ella reaccionaron y se obligaron a escribir una realidad dura, la de la vida que les tocó en suerte. Una vida que las juzgó (¿nos juzga?) por su aspecto físico antes que por su mente, hasta el punto de insultar, ofender, denigrar a todas aquellas que como Mary Beard, a pesar de ser una prestigiosa investigadora del mundo clásico, a pesar de que «A ella le importa un pimiento no ser bella» los críticos televisivos se dedicaron a «describir la vestimenta poco cool de la sabia dama» y tuvo que soportar comentarios en twitter tipo «Puta apestosa. Seguro que tu vagina da asco». Pues gracias a esta poco “agraciada” señora conocemos todo lo relativo a la Antigua Roma aunque “eso” en esta sociedad hipócrita, superficial y machista no sea primordial.

El consuelo es que Beard «decidió investigar sobre la naturaleza de quien insulta». Esos pensamientos, esos análisis también valdría la pena leerlos.

Caso contrario es el de Lucia Berlin, bellísima alaskeña que escribió a pesar de su alcoholismo, heredado de su madre, de sus diferentes compañeros y de sus cuatro hijos a los que nunca abandonó «cuándo escribió Lucia Berlin, cuándo tuvo tiempo esta mujer que sobrevivió a una aventura iniciada desde su nacimiento».

Sally Mann tampoco fue una madre al uso pues se enfrentó, desde Virginia, a todos los EE.UU. al fotografiar desnudos a sus propios hijos. «La tacharon de mala madre» aunque sus fotos, «Sus imágenes captan lo local, lo doméstico, y lo elevan a la obra de arte».

Otra manera de quitarse el sombrero, de no ajustarse a las normas sociales, es celebrar el dolor; es lo que viene haciendo Marjorie Eliot desde hace veinte años, cuando murió su hijo un domingo; esta pianista decidió abrir las puertas de su casa todos los últimos días de la semana a las cuatro de la tarde para tocar por su hijo y dejar paso a quienes quisieran unirse; es «el dolor transformado en música. La música como tratamiento paliativo contra la pena».

Son diferentes formas de no hundirnos en el dolor; todas pasan por sacarlo a la luz, por hacerlo partícipe a los demás para que puedan sentirse identificados, para, de manera catártica, sentirse arropados, unidos a los otros. Es lo que puso en marcha Olivia Laing al escribir «con valentía y desgarro cómo experimentó el mordisco rabioso de la soledad». Al contar nuestra invisibilidad por escrito dejamos de ser invisibles, que es en resumidas cuentas lo que se ha pedido a la mujer desde siempre. Por eso, creo, nos gustan las historias en las que el personaje femenino rompe con lo establecido y decide hacer o decir lo que piensa, aun siendo castigada por un final didáctico o moralizador. El final es lo de menos, lo importante son los hechos que lleva a cabo esa mujer y que le estaban vetados como Madame Bovary quien no duda en quitarse la vida, dejando a una hija y a un marido —buenísimo— porque no es esa la que ella anhelaba vivir. Este mito feminista no está en el libro de Elvira Lindo, pero sí aparece Pippi Calzaslargas, un ejemplo de todo lo que una niña no debía hacer, rechazar las normas, vivir en libertad, amar la naturaleza, preocuparse por los demás y no por ella misma. Puede que sea antipedagógica pero «Qué alivio a veces huir del ruido de lo real para refugiarse en un lugar familiar y querido de nuestra imaginación infantil».

Otro mito de la literatura es Tristana, qué duda cabe. Un afamado crítico cinematográfico (Alberto Sáez) ya vio en la Tristana de Buñuel al personaje feminista, Elvira Lindo también encuentra en la de Galdós a una mujer «inquieta que no hallando satisfacción en la relación amorosa busca refugio en una parte recóndita de su corazón […] No hay hombre a la altura de Tristana, y tampoco hay cárcel que la encierre».

Tanto Pippi como Tristana son personajes literarios pero, dejando a un lado que podrían ser reales, también es de agradecer que bien mujeres u hombres nos recuerden que el sexo femenino puede, y debe, reivindicar su posición en la sociedad. Por eso me han impactado especialmente dos historias, por motivos distintos, una la de Joyce Maynard quien, a sus dieciocho años, en 1972, recibe cartas de J.D. Salinger, de cincuenta y tres, proponiéndole, debido a su buena escritura, una vida juntos, llena de éxitos e hijos. Cuando «el escritor vio saciado su capricho y hubo vulnerado la inocencia de la joven admiradora […] la mandó de vuelta a casa, no sin antes reprocharle no haber estado a la altura de sus expectativas y de hacerle prometer que jamás revelaría la experiencia». Hasta 1998, Maynard no se atrevió a confesar su historia y, sorprendentemente, fue criticada y humillada por críticos, tanto masculinos como femeninos. Hoy han salido nuevos casos de mujeres que tuvieron la misma experiencia que ella con Salinger. Ya es hora de desmontar mitos.

El otro caso que me ha impactado es el de María Guerrero, mujer luchadora, dedicada toda su vida al teatro, en la escena o como empresaria, que triunfó en España e Hispanoamérica aun a costa de hacer renunciar a su hijo a un matrimonio que no estaría del todo a la altura de la nobleza con quien ella trataba. De esta forma, Fernando Fernán-Gómez, otro de los grandes de España de todos los tiempos, creció ignorado por su padre y su abuela paterna. Es una pena que María Guerrero no llegara a ver hasta dónde llegó ese nieto que no quiso.

Por último, la propia recopiladora de estas historias y escritora del libro, Elvira Lindo, lamenta la falta de sentido del humor de un país, el nuestro, que la tachó de frívola por sus escritos de Tinto de verano, en donde ella aparece como irreflexiva y su marido como inocentón; y sin embargo es gracias a personas con humor que la vida se hace más llevadera, así que aunque Elvira Lindo opine que «soy una mujer inconveniente, incorrecta, insumisa», sabe a ciencia cierta que «los que me quieren me quieren precisamente por eso».

Sigamos el ejemplo de estas treinta mujeres, y tantas otras y, aunque duela, ejerzamos por el bien de todos nuestro derecho a la libertad.

2 comentarios:

  1. Una reseña, como siempre, magnífica. Todos deberíamos quitarnos el sombrero ante Aurisecular. El capítulo de Sally Mann me parece especialmente interesante.
    Muchas gracias por compartir!

    ResponderEliminar
  2. Siempre gracias a los que leéis. ¡Y a los buenos críticos!
    ¡Gracias!

    ResponderEliminar