30 Maneras de quitarse el sombrero son historias de diferentes mujeres en las que
aparece el amor y la admiración que Elvira Lindo siente por ellas. No falta el
humor, ni por supuesto la ternura, aunque la voz firme sobresale para incitar
al lector a que se dé cuenta de la valía de la mujer en general y de algunas en
particular, que incluso sólo son famosas porque conocemos sus nombres aunque
los libros no lleguen a contar del todo el porqué de su renombre.
El
estilo, fiel a la autora, es totalmente expresivo y afectuoso, en el que
predomina un registro coloquial informal. Las palabras fluyen de forma natural
aportando, en ocasiones, pequeñas dosis de humor o ironía; lo justo para que
prevalezca en los relatos la alegría, que no la hilaridad «En cuanto a la gordura, de la que la pintura ha dejado tan espléndidas
muestras, ha sido la consecuencia más de la mala alimentación que de la
estética». El tema de todos los artículos, así podríamos calificarlos, es
el reconocimiento hacia miles de mujeres que, siguiendo el camino de las
treinta elegidas (podrían haber sido otras treinta diferentes), no desfallecen
ante la sociedad que les niega su valía.
Elvira
Lindo atrapa al lector desde el primer momento puesto que empieza narrando, de
todas ellas, una determinada (o varias) hazaña de su vida. No son pues
biografías, pero es tan sólido lo que relata que el receptor se siente próximo
tanto a la narradora como al personaje del que nos cuenta algo. Entendemos a
estas treinta mujeres (incluida ella), su sufrimiento, más o menos escondido,
para conseguir ser reconocidas; entendemos sus debilidades, sus traumas, fruto
de una sociedad injusta cuya forma de evaluar es diferente para el hombre o
para la mujer; y entendemos su capacidad para poder romper con todo y mostrarse
como son porque la autora las presenta de una manera totalmente cercana. La
función fática es importante, por eso no duda en comenzar los relatos in medias res, para ir directamente a lo
que quiere resaltar de ellas. No interesa, a veces, la fecha de nacimiento, el
lugar, la infancia… aunque se deduzca conforme vayamos leyendo sobre la homenajeada.
Otro recurso, que Elvira Lindo utiliza con gran maestría, es comentar algo de
su propia vida, de su experiencia, que se aviene o contrasta con lo ocurrido a
la protagonista del relato; es una técnica con la que consigue conectar con el
lector, y al mismo tiempo humanizar a estas mujeres insignes, pues si bien es
cierto que algunas, incluso, han quedado deificadas por la historia, como el
caso de Ana Frank o Patricia Highsmith, todas han debido luchar con los
demonios que ocuparon sus mentes o sus cuerpos durante bastante tiempo.
Al
comenzar a leer un relato, el lector no sabe muy bien por dónde continuará la
historia; por eso mismo el interés no cesa hasta que se ha terminado. Ayuda,
por supuesto, a este interés el uso de la primera persona plural, ese
“nosotros” en el que la autora se introduce y nos inmiscuye consiguiendo una
socialización de su texto y una identificación o rechazo del lector hacia el
personaje «por qué a estas mujeres
cosmopolitas y cultas […] no se las conoce más a fondo en este presente en el
que tanto hablamos de la memoria».
No
debemos olvidar la utilización, en tercera persona, de un narrador deficiente,
esto es, no sabe a ciencia cierta lo que piensa el personaje, pero lo imagina
según oídas sin fundamento. Este uso es ideal para poner en marcha la ironía
mediante la que, sin pretendida malicia, consigue retratar con humor lo
contrario de lo que está afirmando «Ay,
pobrecillos los maridos de las mujeres que se expresan libremente, lo que deben
de sufrir». Esta figura literaria, esta lítote, queda reforzada con el
diminutivo y la ausencia de signos de admiración, lo que resta aún más la
credibilidad de lo declarado.
La
conexión con el espectador es constante, fruto de su narrativa casi
conversacional donde encontramos ejemplificaciones, que ayudan a entender lo
escrito, o apóstrofes lo suficientemente explicativos como para aludir a la
intención de la autora «cuando ella y sus
hermanas irrumpían en aquella habitación su madre retiraba el cuaderno a un
lado, como si quisiera dar a entender que estaba haciendo algo tan prosaico como
la lista de la compra» «… Estados Unidos, el elefante que duerme al otro lado
de la frontera…».
Hay
algo que los treinta relatos tienen en común, es que todos, incluso o
especialmente el dedicado a la autora, parten de la niñez de las protagonistas
porque, efectivamente, la niñez es una etapa en la que, a veces sin darnos
cuenta, sin ser conscientes siquiera al llegar a la madurez, se fragua el
carácter de las personas y ya se sabe, las mujeres lo hemos tenido normalmente
más difícil. Sobre todo éstas, nacidas la mayoría en el siglo XX, época en la que
a las niñas se les enseñaba labores del hogar y se las preparaba sobre todo
para ser sumisas, agradables, educadas, es decir para ajustarse fielmente a las
normas impuestas por los hombres que regían el mundo. «Que la homosexualidad se cura es algo que hoy sólo creen algunos
fanáticos religiosos que mandan a sus hijos a terapia. Pero en los años
cuarenta, aquellos tratamientos psiquiátricos gozaban de cierto prestigio…».
Por eso se eleva la voz de Carson McCullers quien intuyó que, no sólo los
hombres, todos tenemos necesidad de ser oídos y entendidos, desde el homosexual
hasta el negro o la mujer, de ahí «los
discursos enardecidos de sus personajes, discursos porque en ocasiones hablan
como si estuvieran ante un público que no ven».
Entre
las mujeres homenajeadas está Alice Munro quien, en los años 60, obtuvo un
lugar destacado entre los escritores canadienses; curiosamente, mientras otros
titulares anunciaban a sus compatriotas, el que encabezaba un reportaje sobre
ella «delataba una clara condescendencia:
“Ama de casa encuentra tiempo para escribir relatos”». Pero no había
problema, de niña había sido educada en un ambiente fanático religioso en el
que se la preparó convenientemente para la invisibilidad. Por fortuna, mujeres
como ella reaccionaron y se obligaron a escribir una realidad dura, la de la
vida que les tocó en suerte. Una vida que las juzgó (¿nos juzga?) por su
aspecto físico antes que por su mente, hasta el punto de insultar, ofender,
denigrar a todas aquellas que como Mary Beard, a pesar de ser una prestigiosa
investigadora del mundo clásico, a pesar de que «A ella le importa un pimiento no ser bella» los críticos
televisivos se dedicaron a «describir la
vestimenta poco cool de la sabia
dama» y tuvo que soportar comentarios en twitter tipo «Puta apestosa.
Seguro que tu vagina da asco». Pues gracias a esta poco “agraciada” señora
conocemos todo lo relativo a la Antigua Roma aunque “eso” en esta sociedad
hipócrita, superficial y machista no sea primordial.
El
consuelo es que Beard «decidió investigar
sobre la naturaleza de quien insulta». Esos pensamientos, esos análisis
también valdría la pena leerlos.
Caso
contrario es el de Lucia Berlin, bellísima alaskeña que escribió a pesar de su
alcoholismo, heredado de su madre, de sus diferentes compañeros y de sus cuatro
hijos a los que nunca abandonó «cuándo
escribió Lucia Berlin, cuándo tuvo tiempo esta mujer que sobrevivió a una
aventura iniciada desde su nacimiento».
Sally
Mann tampoco fue una madre al uso pues se enfrentó, desde Virginia, a todos los
EE.UU. al fotografiar desnudos a sus propios hijos. «La tacharon de mala madre» aunque sus fotos, «Sus imágenes captan lo local, lo doméstico, y lo elevan a la obra de
arte».
Otra
manera de quitarse el sombrero, de no ajustarse a las normas sociales, es
celebrar el dolor; es lo que viene haciendo Marjorie Eliot desde hace veinte
años, cuando murió su hijo un domingo; esta pianista decidió abrir las puertas de
su casa todos los últimos días de la semana a las cuatro de la tarde para tocar
por su hijo y dejar paso a quienes quisieran unirse; es «el dolor transformado en música. La música como tratamiento paliativo
contra la pena».
Son
diferentes formas de no hundirnos en el dolor; todas pasan por sacarlo a la
luz, por hacerlo partícipe a los demás para que puedan sentirse identificados,
para, de manera catártica, sentirse arropados, unidos a los otros. Es lo que
puso en marcha Olivia Laing al escribir «con
valentía y desgarro cómo experimentó el mordisco rabioso de la soledad». Al
contar nuestra invisibilidad por escrito dejamos de ser invisibles, que es en
resumidas cuentas lo que se ha pedido a la mujer desde siempre. Por eso, creo,
nos gustan las historias en las que el personaje femenino rompe con lo
establecido y decide hacer o decir lo que piensa, aun siendo castigada por un
final didáctico o moralizador. El final es lo de menos, lo importante son los
hechos que lleva a cabo esa mujer y que le estaban vetados como Madame Bovary quien no duda en quitarse
la vida, dejando a una hija y a un marido —buenísimo— porque no es esa la que
ella anhelaba vivir. Este mito feminista no está en el libro de Elvira Lindo,
pero sí aparece Pippi Calzaslargas, un ejemplo de todo lo que una niña no debía
hacer, rechazar las normas, vivir en libertad, amar la naturaleza, preocuparse
por los demás y no por ella misma. Puede que sea antipedagógica pero «Qué alivio a veces huir del ruido de lo
real para refugiarse en un lugar familiar y querido de nuestra imaginación
infantil».
Otro
mito de la literatura es Tristana,
qué duda cabe. Un afamado crítico cinematográfico (Alberto Sáez) ya vio en la Tristana de Buñuel al personaje
feminista, Elvira Lindo también encuentra en la de Galdós a una mujer «inquieta que no hallando satisfacción en la
relación amorosa busca refugio en una parte recóndita de su corazón […] No hay
hombre a la altura de Tristana, y tampoco hay cárcel que la encierre».
Tanto
Pippi como Tristana son personajes literarios pero, dejando a un lado que podrían
ser reales, también es de agradecer que bien mujeres u hombres nos recuerden
que el sexo femenino puede, y debe, reivindicar su posición en la sociedad. Por
eso me han impactado especialmente dos historias, por motivos distintos, una la
de Joyce Maynard quien, a sus dieciocho años, en 1972, recibe cartas de J.D.
Salinger, de cincuenta y tres, proponiéndole, debido a su buena escritura, una
vida juntos, llena de éxitos e hijos. Cuando «el escritor vio saciado su capricho y hubo vulnerado la inocencia de
la joven admiradora […] la mandó de vuelta a casa, no sin antes reprocharle no
haber estado a la altura de sus expectativas y de hacerle prometer que jamás
revelaría la experiencia». Hasta 1998, Maynard no se atrevió a confesar su
historia y, sorprendentemente, fue criticada y humillada por críticos, tanto
masculinos como femeninos. Hoy han salido nuevos casos de mujeres que tuvieron
la misma experiencia que ella con Salinger. Ya es hora de desmontar mitos.
El
otro caso que me ha impactado es el de María Guerrero, mujer luchadora,
dedicada toda su vida al teatro, en la escena o como empresaria, que triunfó en
España e Hispanoamérica aun a costa de hacer renunciar a su hijo a un
matrimonio que no estaría del todo a la altura de la nobleza con quien ella
trataba. De esta forma, Fernando Fernán-Gómez, otro de los grandes de España de
todos los tiempos, creció ignorado por su padre y su abuela paterna. Es una
pena que María Guerrero no llegara a ver hasta dónde llegó ese nieto que no
quiso.
Por
último, la propia recopiladora de estas historias y escritora del libro, Elvira
Lindo, lamenta la falta de sentido del humor de un país, el nuestro, que la
tachó de frívola por sus escritos de Tinto
de verano, en donde ella aparece como irreflexiva y su marido como
inocentón; y sin embargo es gracias a personas con humor que la vida se hace
más llevadera, así que aunque Elvira Lindo opine que «soy una mujer inconveniente, incorrecta, insumisa», sabe a ciencia
cierta que «los que me quieren me quieren
precisamente por eso».
Sigamos
el ejemplo de estas treinta mujeres, y tantas otras y, aunque duela, ejerzamos
por el bien de todos nuestro derecho a la libertad.
Una reseña, como siempre, magnífica. Todos deberíamos quitarnos el sombrero ante Aurisecular. El capítulo de Sally Mann me parece especialmente interesante.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir!
Siempre gracias a los que leéis. ¡Y a los buenos críticos!
ResponderEliminar¡Gracias!