sábado, 30 de enero de 2016

LOS CAPRICHOS DE LA SUERTE

He terminado de leer esta última novela de Pío Baroja. Acaba de ver la luz por primera vez. Los caprichos de la suerte pertenece a la trilogía Las saturnales, pero Baroja sólo publicó Miserias de la guerra y El cantor vagabundo. Quizás no pudo publicar este título debido a que murió en 1956, o puede que no quedara satisfecho. No lo sé; en cualquier caso asumí con gusto la lectura y debo confesar que mi opinión sobre ella no se ha formado hasta que la he vuelto a leer para analizarla; de hecho dudo de si encuadrarla en el género novelesco pues, aunque tiene características de novela, no contiene acción y el argumento se queda en los hechos pero no desarrolla el texto; a veces podemos incluso encontrar un capítulo sin resolver. El protagonista, Luis Goyena y Elorrio, natural de un pueblo de Guipúzcoa, se traslada a Madrid al comenzar la guerra civil para ejercer de periodista. Cuando parecía que la contienda iba a terminar y, por miedo a posibles delaciones, decidió salir de la capital, así que, gracias a un amigo militar se hizo con un documento falso que le permitió llegar a París y de allí a Buenos Aires.

Ya está, no tiene ninguna peripecia, no hay antagonistas que dificulten sus propósitos, ningún acontecimiento complica su actividad. Sólo sus opiniones, a través del narrador, y diálogos con otros personajes nos informan del ambiente general de la guerra española. De hecho, son estos diálogos los que impiden incluir el libro en una crónica de la época.

La novela está estructurada en seis partes, cada una de ellas dividida a su vez en capítulos. El narrador, en tercera persona, externo al relato, va contando lo que le sucede a Elorrio, cómo el destino le va siendo favorable en todo momento, de ahí que no haya conflicto en el relato. El narrador describe lugares y personajes que Elorrio se encuentra desde Madrid hasta Valencia, y después, una vez llega a París, halla la excusa perfecta para contraponer costumbres entre los dos países, pues Elorrio va encontrando a distintas personas que vienen de España o tienen noticias recientes, eventos que le permiten exponer diferentes reflexiones filosóficas mediante las que el lector asiste a su evolución existencial.

Lo que más llama la atención es la cantidad de cancioncillas tradicionales que aparecen, tanto españolas como francesas; algo que nos lleva a aquel periodo, pues a principios del XX eran usuales entre el pueblo las burlas hacia personajes conocidos, cantadas una y otra vez hasta que formaban parte de la cultura popular «Por todas partes se oía este canto con un ritmo pesado y triste:
A las puertas de Madrid,
lo primero que se ve
son milicianos de pega
sentados en el café»

El disfraz, un tanto ingenuo, también formó parte de la época para todos aquellos que, en algún momento, quisieron salir o entrar de donde el destino los había enclavado al empezar esta revolución «…no sólo se cortó el pelo, sino que se lo tiñó de negro y disimuló sus ojos poniéndose gafas de cristales obscuros […] en ese tiempo la población madrileña sufrió de repente una epidemia de oftalmias y conjuntivitis…». Por supuesto, este disfraz iba amparado, además, en la noche: «El tiempo no era bueno para la fuga […] pero ya entonces todo iba tomando una obscuridad protectora».

Mientras huye de Madrid, Elorrio siempre va con algún acompañante que, bien encuentra por el camino, bien coincide con él en pensiones de los lugares por donde va pasando. Esto permite ir elaborando una descripción detallada de la naturaleza española, fauna, flora, costumbres, sobre todo del campo, y, por supuesto, posibilita un vocabulario lleno de tecnicismos, relacionados en su mayoría con el campo y la cotidianeidad del momento, por lo que, a veces, nos encontramos con términos que presentan alguna dificultad de comprensión: tomizas, lacértido, correo neumático o con otros ya en desuso: aguardillado, nerviosidad, lagoterías.

Asimismo llama la atención la diferencia entre la sintaxis de la época con la actual, ya que en algunos momentos tenemos la impresión de estar ante incorrecciones: «El médico recordaba de una señora que…» «estos gerifaltes comunistas se ponen contra mí…» «Corrían una porción de rumores…».

Curiosos también determinados significantes empleados entonces que ahora estarían mal vistos, como llamar a los hombres homosexuales «invertidos» mientras que las mujeres eran «lesbianas».

Sin embargo en otras ocasiones el encuentro con alguien es motivo simplemente para comentar algún dicho, o para contar algún suceso de la guerra que, por supuesto, podría haber ocurrido realmente, pero que no aporta nada al argumento «corrían una porción de rumores alicortos. Se decía que no se podían tomar productos medicinales del calcio porque estaban envenenados. No se comprendía para qué».

En París, Elorrio se encuentra con Gloria, una mujer joven, casada, que estaba allí sin su marido. Gloria es uno de los pocos personajes que se mantiene hasta el final de la novela aunque su papel en ella sea sólo para hablar a veces con el protagonista, quien termina pidiéndole matrimonio; sin embargo ella no acepta, así que cada uno resuelve su vida en una parte distinta del mundo.

En realidad, creo que todo el libro es una reflexión del autor sobre la guerra, las brutalidades que se comente en ella y sus consecuencias como el egoísmo, la falta de humanidad, el endurecimiento de las personas y la soledad.

Además Pío Baroja, no podía ser de otra manera, aventura una curiosa teoría de por qué en esa primera mitad del siglo XX no habías buenas novelas (¡Qué diría Cela si pudiera!), llegando a la conclusión de que el ambiente externo, el que rodea al escritor es fundamental.

«—¿Pero es que los autores modernos son medianos o es que el público no los quiere porque no los necesita? —preguntó Evans. —Yo creo que es por las dos cosas. La novela necesita misterio. No hay misterio.»

Los caprichos de la suerte es una singular reflexión sobre el destino del hombre y su realización plena que, por supuesto, siempre estará lejos de la barbarie; no importa dónde haya nacido nadie, importa la ilusión que tenga.


Pues sí, estoy de acuerdo con el autor.

domingo, 17 de enero de 2016

EL MISTERIO DE LA CRIPTA EMBRUJADA


Acabo de leer la primera novela de la saga protagonizada por el detective más estrambótico de la literatura española. No hace mucho comenté aquí la última, (esperemos que por ahora) El secreto de la modelo extraviada, por lo que no me voy a extender en rasgos estilísticos de Eduardo Mendoza, ya que son de sobra conocidos y además los destaqué en otros momentos. Pero El misterio de la cripta embrujada no la tenía; mi hermana se acordó y me la ha prestado. Así pues, he leído al final la que fue escrita para inaugurar la serie. Lo he pasado igual de bien que con el resto; además me ha hecho reflexionar sobre una serie de rasgos del protagonista que, con el paso de las aventuras, se han convertido en definitivos y definidores de su personalidad:

1º No tiene nombre. Esta falta de identidad, reforzada por el doctor Sugrañes o el comisario Flores que se refieren a él como el susodicho, esta perla, el interfecto, este personaje, el ejemplar o, ya la vino sufriendo, por su madre, desde el momento en que nació «El día de mi bautizo, e ignorante como era, se empeñó a media ceremonia en que yo tenía que llamarme Loquelvientosellevó […] La discusión degeneró en trifulca […] Pero esto es ya otra historia…» Frente a él, la identidad del resto de personajes va marcada, casi en su totalidad, de forma irónica, por el nombre: su hermana prostituta Cándida, el comisario Flores, el jardinero Cagomelo Purga, el dentista Sobobo Cuadrado…

2º La relación distante que tiene con su hermana no impide que la quiera, tal y como demuestra en sus descripciones, que van desde el ridículo hasta la pena más honda «Hola Cándida […] Tenía, por el contrario, la frente convexa y abollada, los ojos muy chicos, con tendencia al estrabismo […] De su cuerpo ni que hablar tiene: siempre se había resentido de un parto, el que la trajo al mundo, precipitado y chapucero, acaecido en la trastienda de la ferretería donde mi madre trataba desesperadamente de abortarla y de resultas del cual le había salido el cuerpo trapezoidal…»

3º Utiliza el disfraz a menudo, pero siempre hecho con lo que encuentra a mano por muy absurdo que sea, lo que le confiere una imagen grotesca que, habitualmente complementa con un nombre falso «hube de conformarme con unas hilas de algodón en rama no demasiado sucias, con las que y mediante un cordelito compuse una barba larga y patriarcal que no sólo dificultaba mi identificación, sino que me confería un aspecto respetable y aun imponente»

4º Otras veces la técnica que usa para conseguir lo que quiere es tan disparatada que recuerda a los detectives del tebeo; de hecho, las situaciones penosas por las que atraviesa no podrían suceder en la realidad; al menos no nos enteraríamos de ellas con una sonrisa o una carcajada «—Pues voy a hacer con él croquetas Findus— se jactó el perdonavidas. Y cogiendo por el gollete una botella de vino vacía, la estrelló contra el mostrador de mármol, clavándose en la mano los cristales y sangrando con profusión.
     —¡Mierda! –exclamó–. En las películas siempre sale bien…»

5º El vocabulario empleado por nuestro protagonista es variadísimo; de hecho da muestras de ser una persona culta pues cambia de registro según con quién esté, así se mueve con total normalidad bien con un léxico vulgar, bien con uno culto y preciso, usando a veces palabras anticuadas o en desuso: convoluto, jamba, oblongo, afeites, alcorques, traje talar… Esto le confiere un punto aún más desequilibrado, pues, como él mismo confiesa, nunca ha estudiado.

6º Empieza su aventura en unas condiciones malísimas que se van volviendo pésimas porque no llega a superarlas, sino que empeoran paso a paso «Emprendieron la marcha sin darme ocasión a ducharme»

7º Las circunstancias por las que pasa van desde lo desagradable a lo repulsivo y, sin embargo, en ningún momento le obstaculizan seguir con su propósito «…estaba algo agrio de sabor y baboso de textura»

8º Asimismo, siempre sale del manicomio para ayudar, supuestamente, a la policía y, supuestamente, con la aprobación del doctor Sugrañes, pero termina enredándose en diferentes altercados que hacen de él otro perseguido por las autoridades «No tiene nada que temer de mí. Soy un exdelincuente, libre sólo desde ayer. Me busca la policía para encerrarme otra vez en el manicomio…»

Me atrevería a afirmar que El misterio de la cripta embrujada inauguró, en 1979, un subgénero narrativo sin parangón: novela humorística, por supuesto, tal como ha quedado probado en los ejemplos arriba mencionados; novela negra, ya que el crimen y las pesquisas para descubrirlo son el eje de la historia, aunque los métodos no sean del todo ortodoxos y, en ocasiones, nos recuerden a los usados en cómics infantiles, como he dicho antes; no hemos de pasar por alto la picaresca, ya que el protagonista, residente de un psiquiátrico, tiene puntos en común con aquellos que poblaron la literatura aurisecular; todos ellos sirven a varios amos, en este caso al comisario Flores, que lo saca del manicomio para que resuelva un caso ante el que él se siente impotente; el policía actúa con mayor despotismo del que, en su día, tuvo el ciego hacia Lázaro, pues Flores no le ofrece a cambio de sus servicios ni comida, ni techo, ni nada. El otro amo a quien debe obedecer si no quiere sufrir las consecuencias en su encierro psiquiátrico es el doctor Sugrañes, un moderno dómine Cabra dispuesto a descargar su odio sobre aquellos inadaptados que, como nuestro protagonista, pertenecen a la clase social más baja, la de quienes no tienen nada, ni oficio, ni nombre, ni posesiones, ni vida propia, aquellos que deben usar el ingenio para sobrevivir pues la sociedad les ha negado todo lo necesario para sentirse personas; los utiliza cuando conviene y los retira si molestan. Nuestro lazarillo debe, asimismo, obedecer a la Iglesia, aquí encarnada en las madres Lazaristas –nombre irónico, por cierto–, que calla y consiente todos los desmanes siempre que ella salga beneficiada.

Por todo ello podemos afirmar que nos encontramos ante una novela satírica. Eduardo Mendoza clava dardos certeros a todas las instituciones que, a pesar de tener que velar por los ciudadanos, utilizan sus medios y su influencia para beneficiarse personal o profesionalmente.

Una vez que el protagonista sale del centro y, como los pícaros, debe vagar por las calles de la ciudad para solventar el caso sin dañar su propia integridad, el autor aprovecha para describir la realidad de una ciudad esplendorosa, grande, Barcelona, que sin embargo esconde en sus barrios deprimidos suciedad, dolor, miseria y fraudes. Asimismo, con una visión de futuro certera o una pasmosa lucidez, previó el golpe de estado que casi dos años después tuvo lugar en España: «No creo, por lo demás, que los cambios que recientemente han sobrevenido a nuestra sociedad  sean duraderos. Tarde o temprano, los militares harán que todo vuelva a la normalidad.»

El punto de vista de la narración es único, el del protagonista principal que, bajo su desequilibrio mental esconde la lucidez suficiente para darse cuenta de que las propias familias de las niñas desaparecidas estaban implicadas en el caso. Curiosamente es quien percibe que las alumnas han debido desaparecer sin salir del colegio; y curiosamente, el narrador realiza casi todos sus movimientos amparado en la noche, que potencia el aspecto lúgubre de la situación pues, según órdenes policiales, debe resolver unas misteriosas desapariciones del internado de las hermanas lazaristas, ocurridas con seis años de diferencia, pero no dispondrá de credencial alguna ni ayuda de nadie; sólo obtendrá la libertad del sanatorio en el que está recluido.

Al enterarse su hermana Cándida le razona que no debe implicarse en nada pues, dada su situación negligente, es en el Centro donde únicamente puede disponer de ciertas comodidades «Vuelve al manicomio: techo, cama y tres comidas diarias, ¿qué más quieres?» Triste consejo, y premonitorio, ya que cuando, pese a haber resuelto los casos de corrupción, le niegan la independencia, acepta la decisión médica y policial casi aliviado al pensar que «podría darme una ducha y, ¿quién sabe?, tomarme una Pepsi-Cola si el doctor Sugrañes no estaba enojado conmigo por haberle metido en la aventura del funicular…»


Sátira social para denunciar el determinismo feroz que planea sobre algunos ciudadanos. ¡Fantástica!


viernes, 8 de enero de 2016

HOMBRES DESNUDOS

El premio Planeta 2015 no decepciona. Aunque creo que no pasará a la historia como una de las obras cumbre de la Literatura se lee con facilidad; esto es lo que tiene nuestra sociedad capitalista, que algunos artistas logran el enganche inmediato del público y viven gracias a su arte, en determinados casos hasta muy bien, y otros que, por circunstancias diversas, malviven a pesar de su obra. No quiero que se malinterprete mi intención, que no es otra que dejar constancia del mal reparto de premios, pero el arte, aunque tiene unas normas, es en gran medida subjetivo, por eso los resultados no contentan a todos por igual. He empezado con esta pequeña digresión porque conforme leía la novela pensaba que la vida es injusta, no nos trata con el mismo rasero a todos, a veces he llegado a vislumbrar cierto determinismo y otras un existencialismo; y es que en el fondo creo que es una novela filosófica: «Todo acto tiene consecuencias, y esas consecuencias generan nuevas consecuencias. Si optas por no actuar da lo mismo, las omisiones también generan consecuencias. Y así hasta que te mueres. El primer error que comete el ser humano es no suicidarse en cuanto alcanza un mínimo uso de razón.»

Hombres desnudos es una novela actual y, sin embargo contiene temas atemporales como la lucha de clases, el sexo o el amor, temas que enganchan a la mayoría. Si a esto unimos el lenguaje algo canallesco, de barrio, el éxito está garantizado. Esta fórmula no falla, de hecho en 1609, Lope de Vega la defendió ante la Academia:

«…y cuando he de escribir una comedia,
encierro los preceptos con seis llaves,
saco a Terencio y a Plauto de mi estudio
para que no me den voces, […]
y escribo por el arte que inventaron
los que el vulgar aplauso pretendieron
porque como las paga el vulgo, es justo
hablarle en necio para darle gusto.»

Esto es lo que ha hecho, y bastante bien, Alicia Giménez Bartlett, escribir para el pueblo, y al pueblo le ha gustado, porque, si es cierto que el protagonista es un perdedor, que el coprotagonista es otro perdedor que además pertenece al lumpen, también lo es que son portadores de unos valores de los que carecen las antagonistas de la clase alta, quienes, por lo tanto, terminan peor. El lector experimenta una catarsis que lo deja en paz consigo mismo. No importa el trágico final, la empatía es tal que aun segregamos jugos gástricos al leer el suculento desayuno del que los protagonistas disfrutan. Incluso la nota periodística es irrelevante, a no ser para dejar patente de forma sarcástica, el fatalismo que envuelve a la sociedad y al ser humano.

Y ya en la trama, será el filósofo del grupo, Iván, el único que se da cuenta de que para subsistir en condiciones hay que tener contento al que paga. Todo se reduce a eso; sólo así, sin más implicaciones, podrá vivir bien. Pero Javier quiere más, aspira a que, en un momento determinado, la barrera existente entre los privilegiados y los pelagatos se rompa y de los escombros surja un locus amoenus en el que todos vivan en armonía; no se da cuenta de que es imposible que se rocen siquiera ambas clases. Eso pertenece al mundo de los sueños.

Trasfondo duro, como todo el que rodea a la crisis de un país, pues a las desgracias usuales de una persona hay que añadir la humillación de sentirse inútil, el desasosiego al no poder hacer frente a los gastos primordiales y el desconsuelo de no importarle a nadie, de ser un parásito molesto del que todos se quieren librar.

Hombres desnudos es la historia de cuatro personajes de distinto origen y condición social que tienen como punto en común la soledad. Vidas en principio totalmente distintas que, por circunstancias casuales, se entrecruzan hasta que casi se confunden, momento en el que habrá que retomar posiciones y volver cada uno a su lugar.

Javier es un idealista de clase media, profesor de literatura, de buenas intenciones pero poco combativo; aspira a ser feliz y para ello se contenta con poco, tener tiempo para leer y estar junto a Sandra, su novia, quien lo acepta hasta que Javier se queda en paro. La necesidad de dinero hace que Sandra inste a Javier a buscar cualquier cosa, pero en el fondo, cualquier cosa no vale, así que lo deja; sólo se preocupará de él Iván, un estríper perteneciente al sector social más deprimido, abandonado y maltratado por unos padres drogadictos, criado por su abuela hasta que decide vivir bien sin importarle nada más, esto lo consigue porque nunca se olvida de que pertenece al estrato más débil, por lo que se protege constantemente bajo una apariencia dura, grosera, insensible, que esconde, en el fondo, un gran sentido de la amistad y la honestidad.

Genoveva es una mujer madura, irresponsable, sin ningún valor moral y para encubrir esa forma de ser vacía se viste con un escudo feminista que no es más que eso, pura fachada, pues en ningún momento piensa trabajar o renunciar a la sustanciosa pensión de un exmarido que le permite llevar un ritmo de vida desmedido.

Irene es una reprimida, sin personalidad, que siempre ha acatado las órdenes de su padre hasta que descubre el placer de ser ella quien ordene y los demás obedezcan al momento; se siente pletórica, cómoda; sin embargo llega demasiado lejos y no sabe cómo canalizar todo el rencor acumulado.

La narración es fluida, las expresiones son coloquiales, pertenecen al lenguaje oral, lo que facilita ir uniendo, sin interrupción, los diálogos con monólogos interiores y autorreflexiones; esto permite que el lector sea consciente de las incongruencias de los personajes que no son otras que las propias del ser humano: «Tengo amigos en el mariconeo y son la hostia de graciosos y de buena gente. Pero si el show fuera para maricas, por mucho que me pagaran el oro y el moro, no saldría en él».

Todo se interpone en la narración, el humor en las situaciones graves «¿Que no tiene gracia para bailar?; ahora soy yo el que se queda flipado […] ¿se cree que tiene que actuar en un ballet o algo así? […] El tema es que muevas la polla adelante y atrás»; los sentimientos de Javier en boca de Iván «Es como si todo el mundo te dijera en la cara que eres una puta mierda sin tener tú la culpa de nada. Es como si te dijeran que te aprovechas de los demás […] porque al final te entra el complejo de mantenido»; el propio sentir de Iván en el pensamiento de Javier «Cuidado con lo que digo […] Tampoco puedo decirle que sus compañeros danzantes, esos del buen rollo, me ponen los pelos de punta sólo con verlos y que me cambiaría de asiento en un autobús con tal de no tenerlos al lado»; y el pensamiento de Sandra en el de Javier «Desea con fervor que me den ese trabajo porque lo habría obtenido gracias a su mediación y eso le daría cierto poder sobre mí.» De hecho Sandra, a pesar de ser un personaje secundario es portadora de los prejuicios típicos de un gran sector social, por eso, cuando Javier decide actuar como estríper, vaticina la ruptura de su relación «Estarás fuera de tu ambiente, de la vida que viven las personas normales.»

La historia que se plantea en Hombres desnudos es una sátira de la realidad, los personajes son absolutamente creíbles, verosímiles, por lo que incluyen a esta novela dentro del Realismo crítico. En sus reflexiones podemos analizar el sufrimiento de las personas, la ironía al vislumbrar una falsa libertad, y llegar a la conclusión de que el título no se refiere sólo a los hombres, tal como pretende Irene, sino que expone el plural generalizador de un ser humano exento de voluntad: «¡Pobres hombres desnudos de voluntad propia! siempre embarcados en las gestas que el mundo ha creado para ellos […] soy muy feliz. Cuando algo me atormenta tomo una raya de cocaína. No dependo de nadie. Todo está en mis manos. Tengo poder». Pero es una novela, pertenece a la ficción, por eso lo que le da fuerza, lo que consigue enganchar al lector, es la relación tópica entre Iván y Javier, dos personajes de mundos diferentes pero con iguales sentimientos; dos piezas que luchan por encajar en el puzle social ocasionando situaciones entrañables o humorísticas dentro de unas condiciones duras, deprimentes «…si llegamos a tener una conversación larga de sobremesa me habría martirizado “¡Yo un prostituto, qué horror, que inmoralidad!” […] mientras íbamos a la fiesta me dio un coñazo salvaje “—¡Ostras, Iván, creo que no voy a ser capaz!” […] Yo, ni puto caso; a lo mío […] Ahí me planté […] paré el coche delante de una casa muy grande con jardín donde había un perro que se puso a ladrar a tope […] Le pasé una rayita de farlopa […] Yo me casqué otra, y porque el material vale tan caro, si no, de buena gana […] le habría soplado un poco de nieve al hijoputa del perro en los mismo morros, a ver si se quedaba flipando y dejaba de tocar los cojones, el gilipollas».

Dos personajes que triunfan en el sueño pero que, en la realidad sólo les queda una opción «¡Pues aguantar, tío, aguantar y seguir adelante como todo el mundo!»

jueves, 31 de diciembre de 2015

FELIZ AÑO

2016 será Cervantino y, por tanto, AURISECULAR por excelencia. Queremos unirnos a la celebración y por ello exhibiremos el logo del 4º Centenario de la muerte de Cervantes todo este año.

Hacemos nuestras las palabras de Vargas Llosa cuando afirmaba que «El Quijote, más allá de ser un clásico de la literatura española, es una historia inmensamente entretenida que define la condición del ser humano que, como El Quijote, tiene la necesidad de cambiar la realidad para que se parezca a sus sueños. Esa voluntad es lo que ha permitido al ser humano pasar de las cavernas y llegar a la era moderna para tocar las estrellas. Por ello debe empujarse a los jóvenes a leer el Quijote, pues además de vivir una aventura extraordinaria, uno descubre el poder extraordinario de la imaginación como motor de cambio del mundo en el que vivimos»


Deseo que tengamos un año pleno de libros y, por tanto, de paz ¡Sigamos leyendo!

lunes, 28 de diciembre de 2015

EN EL CIELO NO HAY CERVEZA

No conocía a Carlos Salem, no había leído nada de él, pero en principio En el cielo no hay cerveza me atrajo por el título, y porque es novela negra, por supuesto. Una vez terminada puedo saborearla mejor; al contrario que otras novelas que voy aprovechando cada momento, en ésta disfrutaba una vez que había dejado de leer, cuando pensaba en lo ocurrido; y es que durante la lectura me venían a la mente diferentes interferencias que impedían la concentración total ¿cómo será el autor? ¿qué edad tendrá? ¿a quién representa  en la realidad Jorge Tardío? ¿o Jessica Vanessa? No conozco a todo el elenco de la prensa rosa; y los personajes que aluden a otros tantos del evangelio también han conseguido que deje la lectura e investigue sobre ellos porque no recordaba bien a algunos, es verdad que los nombres me sonaban, los Zebedeo por ejemplo, pero no les asignaba un papel en el Nuevo Testamento. Asimismo el vocabulario empleado es algo desquiciante, todos hablan igual, con una especie de jerga urbana que hace imposible distinguir a Diosito del policía El Perro, del periodista, de la escritora travesti-mental Queca Osman, del pescadero Peter Simón, o de la madre de Diosito, Mariah.

Y ha sido en este ejercicio de localización cuando he entendido, creo, mejor la novela. La mezcla de nombres reales entre los personajes y la uniformidad de expresión consigue igualar a toda una sociedad. La irreverencia con la que son tratados todos aquellos representantes de la historia sagrada evidencia la poca credibilidad de una serie de acontecimientos que las sociedades han dado por ciertos, llevando al ser humano a niveles de ingenuidad impropios de un ser racional.

Me he reído a veces; creo que George S. Atan, nuevo marido de Mariah, padrastro de Diosito por tanto, tiene un papel entrañable en la historia. Con Mariah también he disfrutado, es esa madre coraje que no está dispuesta a que toquen un solo pelo de su segundo hijo. Y Diosito es inigualable, un personaje de apariencia inclasificable, entre simpática y repulsiva, un personaje al que sus actos acercan a todos los dioses que han poblado los diferentes cielos, juguetón según las oportunidades, caprichoso, malcriado, bondadoso a veces, a veces malvado.

En otros momentos he pensado que Poe debería haber dejado de beber cerveza. Es realmente angustiante leer escenas en las que la cerveza no se acaba nunca.

El protagonista, sin embargo, no ha conseguido que me identifique con él, no sé muy bien por qué, pero una vez leídas alguna que otra entrevista que le hicieron a Carlos Salem y ver su foto, quedó irremediablemente unida a El Poe y no he podido quitármelo de la cabeza en todo el relato. Puede que por eso me haya gustado menos. Creo que El Poe, más que protagonista, es un director de orquesta encargado de ir presentando a los personajes que realmente son los protagonistas, todos ellos, a su vez, miembros del ser global que hemos conformado y nos hemos conformado con el resultado: una sociedad desquiciada y desquiciante que consigue anular a la persona como tal para hacerla parte de una bufonada, un espectáculo en el que si no bailas al son del que lo dirige estás perdido, antes o después y, de una manera u otra, desaparecerás.

El argumento es una alegoría bastante original, el segundo hijo de Dios baja a la Tierra para reclamar su momento de gloria, tal como lo tuvo su “hermanísimo”. A partir de ahí ocurre todo lo contrario que leímos en el evangelio, es decir, son masacrados todos aquellos que se burlan de Diosito o no creen en él. El protagonista, Poe, deberá descubrir al asesino pues teme que detengan a Diosito, ya que la sociedad piensa que es una venganza de ese loco con aires de grandeza. Poe va hilando los hechos perfectamente hasta llegar a tres sospechosos que nos sorprenden en todo momento, pues los giros que van danto a la trama hacen que el lector cambie su punto de vista y su conclusión al menos tres veces. Al mismo tiempo, el protagonista se encarga de escribir la vida del hijo pequeño de Dios como si de un evangelio se tratara; cómo formó un grupo-secta con el que pretendía atraer a las masas para que lo siguieran, y así ridiculizar y desacreditar  al dios vigente, cómo se consagró, cómo quedó en entredicho y fue humillado delante de todos, y cómo se puso en peligro al no hacer caso a su madre que, por mucho que lo intentó, no pudo protegerlo.

De forma paralela hay dos historias de amor que, al igual que la sociedad en la que se desarrollan, están tildadas de engaño, la suya con Angélica, periodista cuyo fin inmediato es descubrir a Queca Osman Dendeiro, la escritora oculta de novela rosa-porno de gran éxito, y la del policía El Gato con Flor, recluida en un sanatorio mental desde que su novio, el hermano del Gato, la abandonó para casarse con otra.

Esta novela es indiscutiblemente negra, el ambiente sórdido de la telebasura por donde psicópatas, mafiosos, ladrones, prostitutas, criminales y policías se mueven de forma natural; los asesinatos pensados por la mente más retorcida (menos mal que no profundiza en las torturas, porque son espantosas), así como la trama que nos va descubriendo al asesino hasta llegar casi a la última página, la enclavan en este género policíaco. Estoy de acuerdo con el autor, al menos en parte, en que es de humor, podríamos decir que humor negro «Mientras me tomen en serio mis lectores, mientras lloren en una parada de metro con un capítulo y se descojonen de risa con otro dos paradas más tarde, lo demás me da igual» (Culturamas, 15-06-2015). Tiene además alusiones al cómic detectivesco, Magdalena recuerda a un personaje de Miller, endurecida por las circunstancias en las que la vida la ha envuelto, decadente, cínica y violenta podría pasear perfectamente por Sin City. En otro extremo, el inspector Arregui recuerda en varias ocasiones al número uno de los detectives que utilizan el disfraz para resolver sus casos, Mortadelo. Sin embargo no creo que Diosito difiera tanto de Jesús. Salem afirma en la misma entrevista que «Esta novela nace de dos supuestos y uno de ellos es que si hoy Jesús bajara a la Tierra, nadie le haría el menor caso…». Diosito tiene su público al principio, sobre todo cuando empieza dando a la gente lo que quiere, y algo así sucedió con Jesús quien también tuvo que realizar milagros para que lo tomaran en serio.

Novela negra que mantiene la atención del lector, que mantiene la intriga hasta que llegamos al final y el autor descubre la verdad y el lector se descubre ante el autor por la originalidad de la que ha hecho gala.

He tenido que terminar la novela y pensarla para llegar a la conclusión de que me ha gustado, pero, de señalar algo, me quedo con el tipo de mujer que atrae al Poe, puede que porque a mí también me gustaría ser así:


«Mujeres testarudas, firmes y un poco cabezotas, que a fuerza de darse de cara contra los muros, optan por hacerlo con los ojos bien abiertos y por eso adquieren esa expresión de perplejidad avisada […] Mujeres dueñas de una inteligencia tan aguda que acaba pinchando donde más suele doler, que poseen la suficiente lucidez para presentir sus propios errores y la necesaria generosidad como para celebrar, en honor a esos mismos errores, cuando llegan, una fiesta de bienvenida»

martes, 22 de diciembre de 2015

LA INCREÍBLE Y TRISTE HISTORIA DE LA CÁNDIDA ERÉNDIRA Y DE SU ABUELA DESALMADA

De nuevo he pasado un fin de semana fantástico gracias a los alumnos. En esta ocasión, mi amigo invisible, aunque no tanto, porque terminé descubriéndolo, se acordaba de una conversación que tuvimos y ha estado buscando el libro perfecto ¡Gracias Nico!

A un agradecimiento por ser un alumno excelente, tengo que añadir este regalo excelente. Porque Gabriel García Márquez lo es. Descubrí a Gabo con Cien años de soledad y me cautivó; creo que fue el libro que, si no cambió mi vida, sí cambió la manera de enfrentarme a la literatura. Y con el respeto absoluto que se merece, este fin de semana he vuelto a descubrir una prosa enérgica, oraciones que inundan las páginas formando un caudal de gran vitalidad. He vuelto a distinguir una realidad legendaria, mítica, en la que los milagros y la brujería se insertan en la vida diaria como otra cotidianeidad. He vuelto a explorar lo grandioso del mundo, lo épico, hasta convencerme de que no hay nada magnífico en él que no vaya acompañado de lo insignificante.

Y he descubierto a la minúscula Eréndira capaz, desde su soledad más absoluta, de llevar a cabo una gesta imponente; es cierto que en la atmósfera fantasmal en la que se mueve, no puede combatir sola el odio del que es víctima, por eso necesita otro sentimiento poseedor de la misma fuerza, el amor; por eso emerge Ulises, quien despliega en ella todo su amor divino hasta conseguir liberarla del monstruo hiperbólico que la domina.

La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada es una historia triste, una historia dura, como tantas otras cuyos protagonistas forman parte de un entorno implacable, una historia misteriosa como todas aquellas en las que la magia y el espanto van de la mano, una historia seductora, como el conjunto de las obras de García Márquez, donde las palabras brillan con luz propia y se combinan para conseguir que el interés por la lectura crezca progresivamente y la fascinación permanezca intacta hasta la última línea. Gabriel García Márquez, uno de los padres del Realismo Mágico, es un hechicero de la literatura. Podemos leer un argumento despiadado y, a veces incluso, sonreír. Como todos los grandes, Shakespeare, Cervantes, Kafka… Márquez puede mezclar en su trama un vocabulario culto con términos soeces, palabras cariñosas en situaciones humillantes, insultos con chistes, amor y dolor, pena y odio, porque, al fin, lo que interesa no es la historia sino el alma de los personajes. «La abuela contemplaba con un abatimiento impenetrable los residuos de su fortuna […] Mi pobre niña —suspiró— No te alcanzará la vida para pagarme este percance.»

A través del Realismo Mágico, el autor profundiza en las protagonistas hasta que ellas mismas exteriorizan su alma, hasta que son las representantes de un sentimiento. Son dos protagonistas antagónicas, y mediante antónimos vamos descubriendo en el ser humano la maldad y la inocencia, la tiranía y la humillación.

La primera confrontación aparece, evidentemente, en el título; la abuela desalmada frente a la cándida nieta. El espacio real en el que se desarrolla la historia es el desierto, sin embargo el mar domina todos los sueños y, a veces, se convierte en presagio metafórico «…se oían gritos lejanos, aullidos de animales remotos, voces de naufragio.» Sueño y realidad cabalgarán de la mano para interponerse constantemente «…él le respondió con una bofetada solemne […] la hizo flotar […] con el largo cabello de medusa ondulando en el vacío […] sucumbió entonces al terror, perdió el sentido, y se quedó como fascinada con las franjas de luna de un pescado que pasó navegando en el aire de la tormenta.»

La belleza de Eréndira contrasta con la fealdad del entorno donde se mueve, un entorno implacable, cruel que, actuando como una premonición, es capaz de personificarse para hacerle el mismo daño que pueden ocasionar los que la rodean «el viento de su desgracia» «el día que empezó su desgracia» «tuvo que contrariar el coraje del viento» «aquél fuera el viento de su desgracia» «mientras el viento daba vueltas alrededor de la casa buscando un hueco para meterse» «el viento de su desgracia se metió en el dormitorio como una manada de perros».

La alegría que causa la protagonista está envuelta en un halo de tristeza permanente, tristeza que se pretende imaginada a pesar de que en la realidad el fotógrafo la plasme una y otra vez hasta que desaparezca como vino, casi sin sentirlo, para dejar paso, esta vez sin testigos, al nuevo mundo íntimo de Eréndira «…vinieron hombres desde muy lejos a conocer la novedad de Eréndira […] mesas de lotería y puestos de comida, y detrás de todos vino un fotógrafo en bicicleta que instaló frente al campamento una cámara de caballete con manga de luto, y un telón de fondo con un lago de cisnes inválidos».

En constante oposición a la cruda realidad de la tierra desértica donde se desarrolla la acción, se sitúa el mar como espejo del cielo, como espacio inalcanzable que pertenece a los sueños «…vio una mantarraya luminosa navegando por el aire».

El mar supondrá para Eréndira la liberación absoluta, de ahí que sólo Ulises, con «un aura irreal» pueda salvarla de la ominosa condición que sufre.


La increíble y triste historia de la cándida Eréndira está considerada como una novela corta. Es cierto que no alcanza las 40.000 palabras que, como mínimo, debe tener una novela; es cierto que no se ha publicado sola sino con seis relatos más; es cierto que sus personajes son pocos; es cierto que el conflicto puede ser único: la desgraciada historia de Eréndira, pero en el Realismo Mágico puede suceder cualquier cosa y, desde la desgracia de Eréndira, el autor critica la avaricia de la abuela, la deshumanización de los hombres, la corrupción militar y gubernamental en torno a los personajes; esto y el carácter abierto permiten que la obra alcance la complejidad de novela. Una novela dura, es cierto, pero que conserva como toda la obra de García Márquez, como todas las obras de arte, una belleza absoluta.

domingo, 22 de noviembre de 2015

EL SECRETO DE LA MODELO EXTRAVIADA

En poco más de un día, nuestro detective favorito resuelve un caso sucedido años atrás y, casi como Leopoldo Bloom, en ese tiempo da un repaso a su existencia. El protagonista de El secreto de la modelo extraviada ha crecido, el tiempo ha pasado y ahora “en el ocaso” de su vida recuerda cómo, una vez más, en los años ochenta fue sacado del sanatorio en el que se encontraba para ser, nuevamente, el culpable de una fechoría que a la policía, concretamente al inspector Flores, no le interesaba investigar de verdad. «Te declararé culpable y yo me voy a mi tertulia machista, xenófoba y extraparlamentaria.
—¿Culpable de qué, señor comisario?
—¿De qué va a ser, idiota? –dijo el comisario–: de asesinato
[…]
—Con el debido respeto, señor comisario, no sé a qué se refiere»
[…]
—¡Ay mísero de mí, joder, ay infelice! –exclamó haciendo gala de su proverbial erudición–. Los Cohibas decomisados no tiran y los criminales se han vuelto respondones. ¡Esto no pasaba en los buenos tiempos!»

El protagonista innominado muestra a la perfección el aspecto anodino de la vida, los personajes con los que se relaciona representan el fracaso de los que se desenvuelven en una sociedad que se desintegra, de ahí que a pesar de tener rasgos de novela negra (corrupción, asesinato, mafias) apenas encontremos intriga. No hay grandes héroes, sólo hombres vulgares aparecen en esta pintura realista de la vida cotidiana. Y aquí está la genialidad, conseguir que la autenticidad brote de la parodia, de la ironía, del esperpento. «…ostentaba un poblado bigote que descendía por ambos lados de la boca y su mirada habría sido incisiva si unas gafas oscuras no la hubieran velado».

Es cierto que ahora, en el siglo XXI, ya no es ese personaje que corre, literal y metafóricamente, durante días, en calzoncillos para que parezca estar haciendo footing, mientras intenta encontrar al asesino de Olga Baxter y poder salir indemne de la acusación. «Las zapatillas de fieltro se habían resentido de la fricción y los dedos de los pies asomaban impertinentes por las rasgaduras, y la goma de los calzoncillos se había dado y me veía obligado a correr sujetándolos con una mano». Tras más de veinte años decide resolver, aunque sea para él mismo, dicho asesinato, pues en su momento llegó hasta un punto en el que no cuadraba la solución que dieron las autoridades.

En la actualidad no corre; probablemente la edad no se lo permita. Ahora trabaja en el restaurante chino de los que en su día, y en La aventura del tocador de señoras fueron sus vecinos. Sin carné ni vehículo, y a su edad, es repartidor, por lo que lleva los pedidos a domicilio en autobús. Allí se dirigía, a la parada, cuando un perro le mordió en la pantorrilla causando la caída del pedido al suelo, el recogido del mismo y el rellenado de los envases. Esto ya me puso nerviosa. Así que cuando, entre unas cosas y otras, entre unas entrevistas y otras, tras llenar varias veces los recipientes con viandas de origen dudoso, consigue llegar al domicilio y obligar al dueño a levantarse de la cama, de madrugada, para que le firme una entrega de sólo dos cajas mugrientas, mis nervios estaban totalmente relajados de reír. 

Creo que únicamente Eduardo Mendoza es capaz de conseguir que del planteamiento de una situación totalmente absurda se consiga un desenlace de lo más coherente. Es inimitable. No me canso de leer las aventuras, o desventuras, de este histriónico personaje que, como los grandes de la literatura, es menos loco de lo que parece, de hecho, desde sus excentricidades plantea una sociedad desquiciante, porque si él es estrafalario, algunos de los que nos representan rozan el ridículo, de ahí que sus actos sólo quepa exponerlos mediante el desequilibrio. En El secreto de la modelo extraviada no se libra nada ni nadie de los dardos, humorísticos aunque certeros e hirientes, de Mendoza:

« Al empezar las obras para convertir las celdas de clausura en pistas de squash y el refectorio en lo que ahora es la piscina cubierta, encontramos dieciséis momias de antiguas abadesas […] ni el obispado se quiso hacer cargo del hallazgo, ni los servicios funerarios del Ayuntamiento, ni el Museo Arqueológico, ni el Museo de Zoología… ¡nadie!.
Así que voy y el día de la inauguración del club, con todas las autoridades y toda la pesca, puse a las dieciséis momias en un palco con un letrero que decía: SOCIAS DE HONOR. Ya se puede figurar la que se armó.»

Y en esta última aventura más que en ninguna otra esa sociedad, que ya apuntaba trastornada, es exactamente la que tenemos. «Linier y otros prohombres de Barcelona se metieron en una operación de movimiento y blanqueo de capitales para invertir en el futuro de la ciudad. Como visión de futuro no estuvo mal, pero actuaron de una manera tortuosa y chapucera y se acabó enterando todo el mundo.» Mendoza retrata a la Barcelona de los años ochenta, pero es perfectamente extensible al resto del país. Y esto es lo triste, que después de casi treinta años, no hayamos sido capaces de levantar nuestra sociedad sino todo lo contrario. ¿Dónde están, para la gran mayoría, todas las expectativas de un futuro próspero y mejor? ¿Dónde ha quedado el esfuerzo de muchos para disfrutar de lo que les correspondería por derecho? No se sabe aunque sea vox populi, así, medio en broma y muy en serio, nuestro autor lo denuncia: «…al final Linier entró en la cárcel […] Un amigo ministro o presidente de autonomía te puede proporcionar bicocas, pero si te trincan, ni el mismísimo presidente del Gobierno moverá un dedo por ti. En la democracia, otras cosas no digo, pero el encubrimiento está mal visto […] Linier no debió de pasar mucho tiempo entre rejas y al salir, como no había devuelto un céntimo de lo que había chorizado ni nadie se lo reclamó, siguió viviendo con holgura.»

Si analizamos la novela desde los temas propuestos, encontramos que el contenido es demoledor: la corrupción gubernamental consigue, por el poder que le ha sido concedido, que aquéllos que nada tienen, los parias de la sociedad, carguen con las infracciones de quienes se ven arropados e inmunes. Así mismo la estulticia no es óbice, sino todo lo contrario, para ostentar cargos relevantes enfocados a dirigir los distintos estamentos que enmarcan la sociedad.

Pero afortunadamente el autor es Eduardo Mendoza, por eso es capaz de mostrarnos un asunto desolador mediante una serie de recursos literarios enfocados a hacernos reír. El humor derivado de la incompetencia de los jefes y la sabiduría de los subordinados es inigualable. El humor blanco, que recuerda a la infancia y dota al personaje de una inocencia maravillosa, utiliza como fuente expresiones populares, para crear ostras dispuestas a alegrar nuestro pensamiento y nuestro rostro «Eché a andar hasta la parada de autobuses, y una vez en ella, al no disponer de dinero, seguí hacia el centro de la ciudad haciendo footing.»

Las paradojas de una sociedad que nos hace sufrir para mejorar, dibujan una sonrisa en el lector que, de alguna manera, se siente identificado «Como no sabía lo que me aguardaba dentro (en la sauna), de poco me caigo. Miré a mis compañeros y al no advertir alarma por su parte, me repuse y sonreí fingiendo dar por bueno aquel horno malsano». El humor metonímico de las descripciones marca, de manera sagaz, la diferencia entre el continente y el contenido, que no hace sino aniquilar la personalidad del personaje, al igual que la sociedad actual intenta aniquilar la personalidad de sus habitantes: «El recepcionista era un muchacho atlético embutido en una camiseta roja con el logo del club y un distintivo de plástico con su nombre escrito: Mingo».

Y si a veces aniquila la personalidad de algún personaje, otras, las más, dota a otros de un temperamento múltiple, o al menos dual, como es el caso de la señorita Westinghouse que, no sólo cambia de sexo y pensamiento según le interese sino que a veces utiliza un lenguaje filosófico, otras científico, notarial, y hasta vulgar, lo que hace que el lector se mantenga extrañado –según un punto de vista literario– ante la galería de personajes que pueblan las páginas de la novela «¡Chicas, chicas, a callar y a estarsus quietas! ¡Y nada de manosear este importante affidávit!»

Al variar expresiones hechas consigue, si no quitar importancia a los hechos, sí trivializarlos; de nuevo una técnica de extrañamiento mediante la que el lector reflexiona desde la ironía que propone el autor: «Cuando empezó el bum-bum de la construcción vendió las tierras a una inmobiliaria por una fortuna, pero nunca llegó a ver un real». Otras veces el humor viene de sustituir un término de expresiones mitológicas con significado concreto por otro de sentido actual, que anula el de la expresión «ha renacido de sus cimientos, como el ave Phoenix».

Y si nos reímos de la alimentación de una parte de esta sociedad avanzada «De camino a la salida prodigué caricias a unos cuantos niños […] En un banco del parque desayuné un bollicao, dos donuts y un kínder sorpresa», nos reímos de la alimentación de otra parte de esta misma sociedad «Al cruzar la plaza de Cataluña estaba tan desfallecido que una paloma me derribó al rozarme con el ala».

Eduardo Mendoza es capaz de reírse de todo y de todos sin que a nadie le siente mal porque aquéllos que se sientan ofendidos serán incapaces de decirlo temiendo el ridículo social que causarían. Nuestro autor lo sabe, por eso califica de absurdas las reuniones de los dirigentes de grandes empresas, las votaciones que no sirven para nada, la manera de prosperar mediante la cosificación de los empleados, la falta de ganas y empeño de la policía para resolver problemas de gente anónima, la tarea inútil de los que no tienen dinero por tener unas condiciones de vida acordes con la época «…mi estado de salud empeoraba [...] Pensé en ir al médico, pero no soy de ninguna mutua».

El absurdo de esta última novela de Mendoza tiene menos de esperpento y más del teatro del absurdo de los comienzos de Mihura, el de Jardiel, aquél que marcaba una sonrisa y ésta a su vez, a veces, se convertía en una mueca de tristeza «Nuestro hijo vive en Australia […] allí hay un montón de oportunidades para la gente joven […] antes teníamos una estufa eléctrica. Hará cosa de un lustro se averió […] De todas formas, confío en solucionar pronto el problema, porque mi hijo vendrá a visitarnos dentro de un año o dos y ya verá como lo primero que hará, en cuanto llegue, será comprar una estufa nueva».

Creo que al desvelar El secreto de la modelo extraviada, Mendoza nos ha desvelado a todos lo que muchos pensamos pero pocos dicen: el mal funcionamiento de las ciudades, la desidia de algunas multinacionales, el pésimo ejercicio penal que permite a los asesinos incumplir las condenas, la corrupción en todos los niveles del funcionariado, no son más que el fruto de lo que hemos ido cosechando: «…un programa de televisión […] lo lleva un exmilitar que despotrica sin razón de todo y de todos. Es un cabrón y un majadero, no lo niego, pero difícilmente podría ser de otro modo: cada país tiene los políticos que se merece y lo mismo sucede con los críticos».

Si ya tenía en lo más alto a Eduardo Mendoza, después de esto propongo formar el clan Mendocista.