sábado, 27 de junio de 2015

EL BALCÓN EN INVIERNO

Sensación agridulce, como todas las que conllevan nostalgia, la que permanece tras la lectura de El balcón en invierno.

Un verdadero placer recorrer estas páginas pues la narración, amena, fluida, intimista, se erige como una de las mejores prosas poéticas del momento por su estilo ágil de frases más bien cortas, construidas con palabras en desuso, términos arcaicos y localismos que aparecen junto a metáforas embellecedoras y religiosas, confirmando así la armonía de la existencia y el carácter sagrado de la lengua “…la mayoría [hablaba] en una síntesis babélica donde una lengua ponía la letra y la otra la música”.

Me gusta la prosa poética porque ensalza aún más, si cabe, el género narrativo, porque la literatura proclama entonces a voz en grito su condición de ARTE, porque es muy difícil ahondar en los sentimientos más íntimos sin caer en tópicos o en ñoñerías, porque, no lo puedo remediar, hace que desee ser mejor persona, porque, en definitiva, me devuelve la fe en el ser humano.

La última novela de Luis Landero intercala, en una narración no lineal, recuerdos de su infancia y adolescencia enmarcados en el presente.

El primer capítulo constituye toda una declaración de intenciones, el proceso de la escritura, en qué consiste la literatura, cuáles han sido sus consecuencias, cuál puede ser su destino, la unión de la literatura y la vida o dónde está la verdad ¿en el sueño o la realidad? En esta eterna pregunta introduce al tiempo digresiones y metáforas que, con un delicado sentido del humor, van anunciando lo que será el cuerpo de la narración.

El último capítulo sirve de recordatorio de la finalidad del libro: agradecer a un familiar, su primo Paco, “el artista”, que le hiciera soñar en la austeridad del campo, agradecer a la literatura que dé sentido a la vida y agradecer a la vida que “en cada pequeño acontecer, lo trivial y lo misterioso van a partes iguales”.

Entre ellos, dieciséis capítulos poblados de expresiones poéticas entremezcladas con otras más prosaicas, según si las acciones van dirigidas a buenos recuerdos o no tanto; descripciones minuciosas que certifican la grandeza y el poder del campo, un lugar por el que apenas pasa el tiempo porque mantiene, ante todo, la esencia de lo que es, para alejarse de cambios o modas diferentes. Al mismo tiempo, la narración hace gala de un humor blanco, ese con el que se puede describir sin ofender a gente desconfiada, rencorosa, supersticiosa, miedosa de lo desconocido que, por el analfabetismo, constituía casi todo lo que no formaba parte de la cotidianeidad. Campesinos de la España profunda y dura, resignados a depender del arbitrio de la naturaleza y, probablemente por ello, ejemplos de carácter austero, atormentado e inocente.

Dieciséis capítulos llenos de recuerdos y connotaciones sensoriales: el ruido de la garrota de su padre al dejarla en la percha, que anunciaba el final del bullicio en la casa y la propia amargura de un hombre que no había conseguido sus ideales, un hombre que como tantos otros había puesto sus esperanzas en el hijo, sin tener en cuenta sus intereses o sus propios sueños. La intensa relación con el padre queda marcada perfectamente en una narración que mezcla la 1ª y la 2ª personas como intentando formar una sola mediante el monólogo interior. El narrador une en la imaginación lo que no pudo acercarse en la realidad.

Asimismo, en su afán por ensamblar tiempos, espacios y realidades, los vocablos técnicos conviven con otros cultos, con coloquialismos en desuso, arcaísmos o guiños literarios, con metáforas e imágenes sinestésicas, de forma que Landero consigue una obra atemporal enmarcada en un género universal “queda tan solo una sensación casi inefable… hecha ya sentimiento. Y los sonidos, cómo no, la banda sonora de la memoria… estos párrafos de sabor proustsiano, es algo que… lo veo con una claridad nueva”.

Todo se asocia en la mente de Landero; el estilo indirecto libre hermana personajes “y sin saber el nombre o el color era imposible seguir adelante con la historia, a ver si entre todos logramos acordarnos…”

El humor se encarga de incorporar la lógica a la incultura “Mi tío Ignacio era muy lacónico y hablaba en sentencias. Una vez visitó unas famosas ruinas romanas… Cuando le preguntaron al llegar, y ya para siempre, tras mucho meditar dijo una sola frase: Aquello es un desastre”.

De la misma forma las supersticiones se funden perfectamente en la tradición, en una tradición tan remota que, a veces, llega hasta la mitología “Y el que planta un laurel, muere joven, eso también está demostrado desde antiguo”

Esta fusión de conocimientos, doctrinas y costumbres hacen del campo un entorno misterioso y de los campesinos personajes sacados del realismo mágico “…se levantó una nube de pequeñas mariposas blancas, y la amiga dijo muy contenta: Voy a recibir carta de mi novio… recibió la carta… donde le comunicaba oficialmente la muerte de su novio”. Sin embargo, estos personajes son en realidad personas que luchan a diario con y contra la naturaleza, que no la contemplan “sino que viven revueltos, confundidos con ella”.

Asimismo, en el fluir de las páginas los recuerdos se acumulan con rapidez, agolpados en la mente gracias a descripciones polisindéticas que no dan tregua a las sensaciones “y allí comenzaba otro mundo… los olores y los sonidos… emociones y asombros… el verde de los naranjos y palmeras… y fresca geometría de azulejos y su fila de aspidistras…”.

Otras veces aparece la nostalgia de lugares íntimos, propios para el refugio, propios para soñar, para dejar volar la imaginación con tranquilidad, recorriendo mentalmente a través del asíndeton aquello que nos era tan familiar, “…sobre el suelo se conservaban calabazas, melones, camuesas, membrillos, de modo que aquellos lugares…”

Y así la narración, como la vida, conduce a las personas, guía al lector para que encuentre su refugio en este libro. Porque, ¿qué es la ficción sino una realidad aligerada de tedio, reducida armónicamente a un argumento?

¿Podríamos afirmar entonces que la realidad no es sino la conservación de imágenes mentales que con el tiempo se convertirán en ficción argumental? Estoy convencida de ello; sólo así relacionamos el soneto de Quevedo “Miré los muros de la patria mía” con la descripción del paisaje en el que Luis Landero pasó su infancia y que años después visita “…allí estaban las casas, ya muy estropeadas, sin hojas ni marcos en las ventanas y en las puertas, los muros agrietados, los tejados rotos y vencidos…”


Llegados a este punto cuesta trabajo establecer si El balcón en invierno es una poesía novelada o una novela en la que se funde el sueño con la realidad, sin establecer dónde empieza lo uno y termina lo otro; porque así somos, unas veces tenemos la impresión de vivir un sueño “…de nuevo en camino hacia la gran ciudad… donde los sueños pueden hacerse realidad”, y otras intuimos que ese sueño fue real “época febril que recuerdo como un sueño lleno de humo y de un soniquete que aún sigue invicto en la memoria”

lunes, 15 de junio de 2015

EL PESO DEL CORAZÓN

No he leído Lágrimas en la lluvia, la primera novela de Bruna Husky, pero El peso del corazón tiene el sello de Rosa Montero. La escritura fluida, la prosa sencilla, ágil, directa va desvelando a un tiempo el argumento y las pasiones de la autora. La trama contiene todo aquello que la caracteriza, el amor a la naturaleza, la ternura que despiertan los niños, la independencia del ser humano, la necesidad del otro en medio de la soledad como condición de la persona, la denuncia de la corrupción política, de la desigualdad social o de la falta de libertad, el verdadero heroísmo de los que parecen débiles en un principio y, por supuesto, la pasión por la vida.

El peso del corazón es una novela multidisciplinar pues contiene trazos de la épica, de hecho la protagonista es una heroína que lucha, fiel a su señor, por una causa justa; las aventuras llenan pues, las páginas del libro, consiguiendo despertar emociones en el lector; al mismo tiempo estamos ante una novela de ciencia-ficción, todo se desarrolla en el futuro, en un futuro tan creíble que a veces tenemos la impresión de estar leyendo novela histórica; he encontrado grandes similitudes entre Bruna y otra heroína de la autora, Leola, la niña que, en la Edad Media, se viste de soldado para luchar contra el fanatismo en La historia del rey transparente. Leola, como la memoria de Bruna, crea un mundo ideal en el que todos pueden aportar un complemento a los demás para estar completos, para ser felices; la imagen del enano a hombros del gigante es de ambos mundos, el real de Leola y el imaginario de Bruna. ¿Dónde empieza lo imaginado y termina lo real? Es la eterna pregunta.

Cuando leí La Historia del rey transparente me impactó esa niña que en medio de un campo de batalla, de la muerte y la desolación, recoge armaduras y vestimentas de los muertos para sobrevivir, buscar a su familia y ser feliz; me impactó después esa mujer que lo consigue en algunos momentos, es cierto, pero ante todo cuando encuentra a su gigante León; de apariencia casi monstruosa y personalidad bondadosa con quien comparte sus últimos momentos. Y aquí aparece la otra eterna pregunta, ¿Qué es la felicidad? ¿Somos felices?

Al leer El peso del corazón me ha conmovido igualmente el personaje de Gabi, la niña torturada, violada, ultrajada, que encuentra a su gigante, a Bruna, para recibir la ayuda necesaria para vivir. Por eso, cuando la replicante Bruna Husky se inventa para Gabi una historia de un mundo feliz formado por seres únicos compuestos de gigantes que portan enanos sobre sus hombros, aparece la metáfora de lo que es la vida para Rosa Montero: la ayuda, el trabajo común, la solidaridad. Es curioso que esta imagen del gigante y el enano unidos aparezca en dos novelas tan distantes en el tiempo de los hechos. Es curioso que la muerte aceche en las dos historias y, sin embargo, sean ambas un canto a la vida… O no es curioso sino un hecho, la vida es sufrimiento, es muerte, pero continúa y debemos vivirla luchando por lo que consideramos importante, como ese gigante que renace y navega con la niña por el río de sangre. Puede que cada vez que consigamos una victoria encontremos la felicidad, aunque sea por momentos. Puede que, entonces dé igual si es real o ficción lo vivido, es nuestra utopía y, por instantes, la hemos logrado.

Que la vida es muerte es la constante de la novela. Bruna Husky, una tecnohumana o replicante, concebida en un laboratorio para llevar a cabo operaciones de riesgo durante 10 años lo recuerda en todo momento. Tres años, diez meses y veintiún días son los que aún tiene por delante, hasta que la mate un TTT, cuando empieza la novela, y tres años ocho meses y treintas días los que le faltan para morir una vez que ha solucionado el caso de los escapes radiactivos que podían destruir la Tierra para salvar el Reino de Labari. Bruna Husky recuerda con ansiedad, cada día, el tiempo que le queda para sufrir el Tumor Total con el que los Tecnohumanos mueren al cumplir los 10 años para los que han sido programados. Este sinsentido, vivir esperando la muerte, la tiene sumida en una angustia perpetua hasta que encuentra a Gabi, una niña afectada por la radiactividad, que consigue sacar su parte más humana, que consigue hacerla feliz porque hace que pueda inventar una historia, crear un mundo que le gusta y que termina instalándose no sólo en su mente sino a su alrededor, un mundo en el que ella es fundamental para Gabi porque le da seguridad, pero a su vez la recibe de Lizard, el policía humano que la quiere y la protege, de Yiannis, el viejo archivero depresivo que la instruye, y de Bartolo, el bubi tragón, su mascota extraterrestre que llegará a salvarle la vida.

Cuando Bruna acepta lo que es, es capaz de ser feliz, pero hasta entonces supone un sufrimiento porque ella es una androide que ha sido configurada desde el punto de vista humano, con la pena, el horror que conlleva tener una memoria falsa formada por imágenes y sensaciones que en realidad no le pertenecen.

El lector se identifica pronto con el desamparo de esa replicante, con su rencor hacia los humanos; Bruna siempre tiene presente su condición rep “A veces se olvidaba de que era un monstruo” en un mundo que pretende ser perfecto pero que, al estar construido por el hombre no lo es, sigue habiendo censuras, sigue habiendo desigualdades entre sus habitantes ya sean humanos, tecnos, mutantes o alienígenas, de manera que deja de ser el lugar idílico pretendido “…justamente en Onkalo… Tal vez sea de verdad la entrada del infierno, como aseguran”.

Es curioso que nos empeñemos en localizar el infierno; Dante lo situó en las entrañas de La Tierra, probablemente dejándose llevar por la Biblia; Óscar Esquivias lo implantó aquí mismo, en la corteza terrestre de Viene la noche; Rosa Montero lo traslada al agujero negro de Onkalo, pero en realidad, los mismos escritores nos dan la clave, el infierno lo llevamos dentro, cada uno de nosotros lo sufre, seas de la condición que seas “La familia humana era una maldita fuerza de la naturaleza… En cambio los rep estaban solos…”, “… la vida real del memorista había sido aún peor. El maltrato en el orfanato… los abusos del hermano de su padre, que lo adoptó…”

La insensibilidad del hombre es la causante de que el mundo sea un lugar en el que lo imaginado o lo virtual aparezca más bello que lo real “…se colocó el casco virtual… Era una antigua selva tropical… hacía casi un siglo que se habían extinguido todos los grandes simios…”

Y el fanatismo del hombre es el causante de la destrucción. Bruna Husky es la encargada de ir al reino de Labari, un anillo estratosférico que se rige por las ideas fundamentales del cristianismo y del islamismo, para descubrir unos asesinatos que al parecer están relacionados con casos de radiactividad en habitantes de La Tierra, como el sucedido a Gabi. En Labari las mujeres no tienen derechos, sometidas a la voluntad del hombre son felices en su condición de esclavas, por eso Bruna irá disfrazada de jugadora de baloncesto con Daniel Deuil, un táctil que recomiendan a la protagonista para que se relaje y quien con el poder de su mente logra que Bruna lo desee y le diga “te quiero”, pese a que éste sea para ella un sentimiento imposible. Husky no puede pasar sin el sobón aunque recele de él “Había algo demasiado esotérico, demasiado místico en el sobón”.

Una vez en Labari la aventura se complica y ya nada será lo que parecía en un principio. Pero Bruna irá encontrando personas y replicantes diferentes que la ayudarán en su encargo. Replicantes como Carnal o Clara Husky que morirán durante la misión, personas como Mikael, el matemático inteligente que ha decidido vegetar por los efectos de las drogas para evadirse de la basura que le rodea, o como Lizard, el policía que va a buscarla para salvarle la vida.

Entre todos consiguen tapar Onkalo, la cueva llena de residuos radiactivos con los que Labari podía subsistir; para ello matarán a la Viuda Negra, que quería negociar con la venta de material radiactivo, y a Daniel Deuil que resulta ser un labárico infiltrado en la Tierra para obtener el desactivador de la radiación.


Novela entretenida, bien escrita y reivindicativa, como Rosa Montero, de un mundo democrático en el que podamos convivir respetando, sobre todo, el entorno natural que tanto bien nos hace.

sábado, 9 de mayo de 2015

MÚSICA PARA FEOS

¿Por qué Música para feos es para feos? Los protagonistas de la última novela de Lorenzo Silva no lo son. Es cierto que físicamente no están descritos con minuciosidad, pero de lo que leemos se deduce que, como poco, son normalitos. Psicológicamente tampoco son feos, al contrario, tienen cualidades destacables como el sentido del deber, él, o de la amistad, ambos, y una elevada concepción de la moral que les permite comportarse de manera intachable.

Creo que éste es un fallo, y que conste que no me gusta juzgar de forma negativa a quien ha demostrado su valía. Echo en falta algo de vidilla en los personajes. Su comportamiento es tan correcto que no despiertan simpatía. No se puede hacer una novela con personajes casi planos porque caemos en el aburrimiento del lector, de hecho, en ningún momento me he llevado sorpresa alguna; incluso el desenlace, pospuesto hasta casi la última página, es, de puro ficticio, predecible e increíble. Mónica es puesta a prueba por Ramón durante su relación desde que se conocen en el bar. Ella ha bebido dos o tres copas; descubre a Ramón, le gusta y, de momento, sólo desea pasarlo bien, puede que algo de sexo y poco más, pero él decide que lo tendrán con la cabeza despejada… Esta postura, que encuentro fantástica en el caso de adolescentes, resulta algo desmedida para dos adultos, porque, si hay algo infantil, o posesivo, es la actitud que adopta Ramón una semana después, cuando por fin han quedado, sobrios y dispuestos a acostarse. El supuesto enamorado aún tiene la mente tan fría que resuelve ocultarse para ver la reacción de su pareja al creer que no va a acudir a la cita… La excusa es que desea a alguien maduro y, sin embargo, él se ha permitido reservar una habitación de hotel (por si acaso). En fin, como mujer, me siento si no ofendida, sí molesta. Mónica es un títere al son de Ramón, su actitud parece la de una niña a la que tienen que guiar constantemente y desvelarle la realidad poco a poco, no sea que se asuste, que se lleve una impresión equivocada o, lo que es peor, no sea que Ramón dé un paso en falso, que se comprometa antes de tiempo, que comience una relación con alguien que no está a su altura. A cambio ella, desde el principio, lo encumbra en lo más alto; y ahí va a quedar pase lo que pase. Nuestra protagonista no tiene ideas sólidas por lo que, como una mujer decimonónica, se deja llevar.

Él decide cuándo y cómo le dirá a su pareja lo que le tiene que decir, que por otro lado no es nada del otro mundo, sino lo más normal entre dos personas que se conocen y quieren empezar una relación  —Hola, me llamo tal y trabajo en tal sitio. Pues esta obviedad no lo es para Ramón, de forma que Mónica se pasa más de media novela intentando averiguar a qué se dedica el que, según ella y tras dos citas, es el hombre de su vida.

Lo siento, pero creo que no juegan en igualdad de condiciones. Él, seguro de sí mismo, de sus actos, de sus sentimientos, de lo que busca, de lo que quiere… Ella no tanto. No quiero desvelar el final de la novela; sí podemos comentar que Ramón es un soldado de Infantería. Llama la atención que aun después de decirle a su futura esposa que pertenecía al Ejército de Tierra, no le dijera su graduación o cuál era su cometido exactamente y Mónica, sin la menor curiosidad, tampoco insiste en saberlo. No es que esto sea fundamental, pero ayuda bastante en una unión sentimental. En fin, hay lagunas, o yo las encuentro, entre la relación real de ambos y la que Mónica se crea en su mente. Y llegados a este punto no puedo dejar de comparar a Mónica con otra protagonista de Lorenzo Silva, la, desde La estrategia del agua, Sargento Chamorro, de la Guardia Civil. Creo que el autor puso todo su empeño en limpiar la imagen que de este cuerpo tenía nuestro país al llegar la democracia, y lo consiguió. Rubén Bevilacqua y Virginia Chamorro se encargaron de mostrarnos una Guardia Civil honrada, justa y con ganas de ayudar al ciudadano. Las peripecias de esta pareja son verosímiles y los personajes están perfectamente construidos. Con Música para feos, Lorenzo Silva corrobora su admiración por los militares, pero en este caso parece una excusa para hacer un panegírico castrense.

“Jaime era un tipo más bien contenido, como lo eran por cierto todos los que había visto por la mañana. Nada que ver con el estereotipo de Rambo impulsivo que tanta gente tenía en la mente cuando se hablaba de militares,…”

Deben quedar pocos, o eso quiero creer, con ideas fijas sobre los militares o sobre cualquier otro colectivo.

Si algo caracteriza a este género literario es su carácter abierto, o no tanto si nos encontramos ante la novela de tesis y no creo que el autor haya tenido intención de escribirla, pero da la impresión de estar ante la defensa de sus ideas; para ello ha movido los personajes de forma que puedan llegar a un final coherente con la doctrina pretendida.

“Nuestro estilo no es alardear de muertos. No es para eso para lo que estamos. ¿Y para qué estáis?... Para proteger a los nuestros…”

Está bien que se quiera ensalzar al ejército, a los soldados, pero no dando la imagen de que todos actúan al unísono y de la misma manera, porque son personas y, como en todos sitios, presentan diferentes cualidades; no hace falta buscar demasiado en las noticias para darnos cuenta de la condición del ser humano; no se puede ser condescendiente sobre todo a base de razonamientos pueriles o idílicos,

“Nosotros no disparamos contra niños, aunque sean tan hijos de puta como lo era aquél. Lo que quiero decirte es que estando allí te das cuenta de que tratas con gente que no tiene compasión, y que no se hace tantas preguntas como nosotros”.

En algunas circunstancias, estas afirmaciones tan generales pueden ser la base de conceptos equivocados o pensamientos xenófobos; y es probable que precisamente por eso tengamos impresiones erróneas de las personas. Somos humanos; no hay sólo mujeres hipersensibles (porque pueden dar vida –sin el hombre no hay nada que hacer–), no sólo hay soldados valientes y esforzados –existen civiles mucho más heroicos, no sólo afganos irracionales –porque encontramos españoles mucho más irrazonables –.

Somos individuos, por eso mismo, ante el dolor no somos iguales. Cuando leo

“Besé a aquel niño y dejé que aquellas mujeres (su madre y sus hermanas) se apoyaran en mí. La muerte nos había hecho iguales, tan iguales como nadie… podría serlo nunca”

no puedo dejar de pensar en la muerte y en que lo único que consigue es igualar las condiciones de quienes la sufren, los muertos. Pero los que sobreviven no son iguales en ningún momento. El dolor es horroroso siempre pero nunca podrá ser igual perder a un padre, un hermano, un amigo, un hijo…

En fin, no quiero extenderme demasiado en esto, sólo he pretendido razonar el por qué creo que ésta es una novela “menor” de Lorenzo Silva. Está hecha de tópicos y por eso mismo el vocabulario es infantil a veces “No soy un malote”; los diálogos están desprovistos de misterio, la mayoría de ocasiones; los chistes que aparecen son fáciles y previsibles “¿tú has pensado en ir al médico? —Jamás. Quiero morirme sana; y las metáforas son típicas, teniendo en cuenta quién las utiliza: “El sábado que viene los dos estaremos en condiciones de disparar… podré dispararte… —¿Me dispararás? murmuré…”


Pues sí, espero impaciente otra entrega de Vila y Chamorro.

martes, 21 de abril de 2015

MISTERIOSO ASESINATO EN CASA DE CERVANTES

Para resolver un asesinato ocurrido en la puerta de la casa de Cervantes llega a Valladolid don Teodoro de Anuso. Desde la primera página de la novela vemos que no es un caballero al uso, pues entona un villancico, tiene los pies blancos y delicados, no toma aguardiente y en su aposento aparecen dos arcones roperos, uno con vestidos de mujer y el otro con trajes de hombre. De esta forma, mediante un recurso usual en el siglo xvii, al menos en la literatura, el travestismo, y dependiendo de a quién tenga que entrevistar, unas veces irá don Teodoro de Anuso y otras, en un cambio ingenioso de nombre, se presentará doña Dorotea de Osuna.

La justicia ha culpado a don Miguel de Cervantes de dicho asesinato por lo que él y su hermana, sobrina e hija, como cómplices, se encuentran encarcelados. La primera misión de “los dos” detectives será sacarlos de la cárcel con la inestimable ayuda de la duquesa de Arjona.

Así comienza Misterioso asesinato en casa de Cervantes y, de la mano de Teodoro y Dorotea iremos adentrándonos en una España en decadencia, llena de miserias para el pueblo y de falsa gloria para sus gobernantes.

Merece la pena leer este libro sólo por la cantidad de curiosidades costumbristas que pueblan sus páginas. El retrato cosificado de la beata no tiene desperdicio «halló el bulto de una mujer sobradamente gorda… echada en las losas… y aunque de lejos parecía que oraba, de cerca se descubría que se había traspuesto»Puede que hoy no se dé de manera tan exagerada pero a veces, el retrato de Isabel de Ayala, “la desuellahonras”, recuerda a los beatos contemporáneos, más interesados en que a otros les vaya mal que en que a ellos les vaya bien «Ellas van y vienen por las casas… y con el pretexto de ayudar al prójimo deshonrarían a la casta Susana si se lo propusieran».

Otras costumbres que el narrador recuerda con agrado nos advierten de la incultura general del país: las mesas de los amanuenses en las calles para redactar cartas o cédulas a la muchedumbre, o el vaciado de orinales por las ventanas al grito de ¡Agua va!». Y aparecen acciones que, aunque no eran usuales, se convertirían en ello con el paso del tiempo «Había un carromato con un alambique de cobre donde la gente abrevaba de ese brebaje que llaman cerveza»

Asimismo resulta curioso constatar que la Iglesia y la religión no sólo formaba parte de la vida de los españoles sino que su importancia se impuso en la cotidianeidad, hasta el punto de que aún hoy el paso del tiempo se sigue contando por oraciones; los juramentos, admiraciones o expresiones rutinarias continúan, como entonces, siendo comparadas con asuntos religiosos: «…el hombre que me dijiste… entró y estaría dentro el espacio de como un padrenuestro. …y allá estuvo algo más, como tres o cuatro credos» «…a estas horas andaríais en el requiescatinpace.» «Ya nos estás trayendo una jarra de vino pagano, sin bautizar» «¡Por las entrañas de Judas rehogadas en los menudillos del Anticristo!» «Ese joyel… es tan verdadero como la religión de Mahoma» «Pasado el espacio de dos credos salieron las muchachas de la antesala».

Otras expresiones forman parte, tal cual o modificadas, de nuestra tradición y refranero «Si viene la ronda… nos das agua con ese canto», «Los que más hombrean cojean de ese pie», «Encontrar la horma de su zapato», «Cornudo y apaleado», «¡Acuéstese de día quien no tenga con qué alumbrarse!».

Personalmente considero sin embargo que lo que ha hecho de Juan Eslava Galán el maestro de la novela histórica es su capacidad para narrar la historia con ingenio. El punto de vista irónico, sarcástico a veces, hace que entendamos mucho mejor a este país, algo incomprensible, y a sus habitantes «Sin nosotros (los matones a sueldo) no comerían corchetes ni alguaciles ni tendrían sus granjerías y acomodos jueces ni procuradores, ni triunfarían las leyes del rey en el escarmiento y sujeción de los reinos». Creo que el autor tiene, entre otras, la virtud del buen humor, virtud que traslada a su narrativa para conseguir una novela no al uso, plagada de datos reales y rebosante de agudeza, pues sabe sacarle la chispa a cualquier circunstancia. Así, el alguacil Carranza, cuando llega el embajador inglés siente que «Valladolid se llenó de herejes…» Pues con dos intervenciones más, conocemos al dicho alguacil; no hacen falta explicaciones descriptivas por parte del narrador, simplemente conforma un personaje tipo que nos lleva a la España de 1600 para mostrarnos un funcionariado al que le falta profesionalidad y le sobra incultura «Es mi costumbre con los borradores (llevarlos encima). Para servirme de ellos cuando visite el excusado a fin de exonerar el vientre» «No hace falta ser Casandra para montar la guerra de Troya».

El estilo es fluido, plagado de locuciones chocantes que permiten imágenes ingeniosas, a veces tanto que son capaces de arrancarnos la carcajada. Los juegos de palabras «para acomodar a la casta sin castas» conviven con ideogramas «Nunca vi pobres tan tenaces», con derivaciones «era un asunto de cuernos, que por algo estaban en el Rastro de los Carneros», con latinismos «Aquí es donde aparecen las Cervantas… ¿Putas habemus?», o con comparaciones hiperbólicas que el pueblo sabe percibir incluso en situaciones de desgracia, como cuando suben al moribundo Ezpeleta a la habitación de doña Luisa de Montoya para que lo asista el médico y «La casa y la escalera eran un jubileo de gentes.. no faltaba sino sacar un hachón a la calle para que pareciera velatorio… si se pusiera una buñolería en la puerta, parecería la fiesta del Corpus».

Que las crónicas y sucesos de nuestro pasado vayan de la mano de la ocurrencia es normal en Eslava Galán; así lo vimos en La primera guerra mundial contada para escépticos o Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie. También los datos literarios se acumulan en las páginas componiendo una serie de guiños a otras obras del Siglo de Oro como Rinconete y Cortadillo «¿Cómo te llamas? —Pedro del Rincón, señor», El Lazarillo «…echó la llave con muchas vueltas, como si en la casa quedara algo que guardar, y metiéndola en la faltriquera vacía…», El Quijote «el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.» El juez de los divorcios «En los reinos y en las repúblicas bien ordenadas había de ser limitado el tiempo de los matrimonios…»; o a escritores actuales como Arturo Pérez Reverte «…¡pardiez!, pudiera ser don Muzio Malatesta, el maestro de esgrima…».

La mujer, como era usual en el xvii, no sale bien parada. Numerosas expresiones retratan la concepción que se tenía de ella, «más putas encubiertas que mosquitos en el Esgueva», «No es como para matar por ella», «De natura no son despiertas», «Es una menor perpetua», y que no son sino reflejo de la cultura que recibía «…debe estar en casa, pariendo hijos, limpiando culos, lavando pañales, haciendo coladas… sin meterse en más bachillerías ni enseñanzas que las que dan los púlpitos de nuestra Santa Iglesia». La mujer debía fingirse boba para conseguir lo que quería. Por eso Dorotea de Osuna, al resolver el caso, es la bandera que Eslava Galán porta como defensor de la inteligencia femenina, de la misma forma que erige a Cervantes como uno de los pioneros en defender a la mujer, su inteligencia y su necesidad de recibir cultura «… os diré que las Cervantas, siendo mujeres de poco asiento, saben todas leer y escribir desde chicas como si ya desde que salieron de las mantillas estuviesen predestinadas al puterío.»

Y es que, prácticamente, Misterioso asesinato en casa de Cervantes es un homenaje al primer escritor universal. A lo largo de las páginas de la novela surge el profundo cariño que Eslava Galán siente hacia don Miguel, por eso, quizás, al igual que «hay cuatro autores» del Quijote, aparecen «los cronistas de esta verdadera historia», «punto sobre el que difieren los graves autores consultados».


Y por eso, quizás, la vida de Cervantes sirve para denunciar las tropelías de la Iglesia, del Estado, y de todos aquellos que las permiten, «por eso esta España que las consiente nunca levanta cabeza…» ¿Nos está  llamando al orden? Imagino que sí; quiero pensarlo, pues Eslava Galán, como Cervantes, utiliza su pluma para, con ironía, denunciar todo aquello que nos afea. Una vez más lo consigue, enseñarnos historia, hacernos reír y, sobre todo, obligarnos a pensar. Otro grande.

sábado, 21 de marzo de 2015

CABARET BIARRITZ

Se mire por donde se mire, esta novela es una genialidad. Creo que, si me lo propusiera, podría elaborar otro libro comentando éste de José C. Vales, porque todas las páginas contienen algo digno de mención: De entrada es un magnífico ejemplo de perspectivismo múltiple que George Miet transcribe con el objeto de escribir una novela, por encargo del editor de La Fortune, Philippe Fourac, sobre los dramáticos sucesos ocurridos en Biarritz en 1925.

Esta polifonía no implica un narrador que recoja las múltiples visiones de un mismo hecho porque en Cabaret Biarritz las interpretaciones de lo sucedido, las vivencias o recuerdos de los residentes se transcriben fielmente sin que aparezca la voz del entrevistador. Se da el caso, además, que Miet murió sin editar dichas conversaciones, por lo que en ningún momento ejerce de cronista que reconstruya los hechos que le van contando… No existe el narrador. Y nos enteramos de los acontecimientos en el orden en que el editor ha querido publicar las entrevistas que Gerard Miet realizó durante seis años (1938-1944).

Este perspectivismo múltiple aparece como un puzle gigantesco formado por 33 piezas que, en un principio no tienen nada que ver; así pues empezamos a leer la novela sin saber muy bien a dónde nos llevará, pero una vez “reconstruido” el rompecabezas podemos percatarnos de su perfección. Efectivamente, llega un momento en el que, donde parecía que leíamos retazos sueltos, percibimos colores que casan, formas que se ajustan a las que las rodean y, de pronto, cobran sentido pensamientos aislados y expresiones dispersas como pistas que favorecen el descubrimiento de la trama. El puzle aparece ante nosotros reconstruido, con una claridad total.

Pero la novela es algo más que la resolución de un enigma. Llama la atención el vocabulario caracterizador de personajes, a través del cual el autor retrata una determinada sociedad; los diminutivos despectivos conviven con el tono engolado de los mediocres “en cuanto terminen el poemita”, “mi novísimo teléfono de mesa, aún brillante y lustroso, con sus broncíneos remates…”; los tecnicismos apuntan a los renovadores y audaces de principios del xx “el enorme balón de hidrógeno comenzó a balancearse perezosamente…”; los coloquialismos y vulgarismos se centran en un nivel social bajo “… y yo le digo que a una servidora no le gusta hablar… si es para hablar bien más virtud que pecado será… El caso: que yo entré en casa de…”, mientras que expresiones paternalistas y falsas quedan en boca de la alta sociedad “Decían que aquella mujer había perdido el juicio porque un amante que tuvo la abandonó por su hermana. Eso decían, que yo no lo sé”.

Además la novela es un homenaje a la cultura en general y en particular a las vanguardias
literarias. No extraña, pues, encontrar guiños a Berceo y los Milagros, más concretamente El clérigo y la flor: “¿Por qué cree que los santos huelen a flores cuando se mueren?... han tenido que abrir las fosas de los santos varones… se han constatado vaharadas de… rosas y jazmines…”.

Alusiones a Dante “Siempre pensé que en aquella relación (entre Vilko y Beatrix) había algo dantesco…, perdone la broma”.

Referencias a Julio Verne “El Victoire era un precioso globo de hidrógeno”.

Mención a los clásicos “… si compusieron esos libros fue porque habían leído y estudiado a Homero, a Cicerón, a Séneca, a Tito Livio, a Horacio, a Virgilio…”

Indicaciones sobre el cubismo “Ese amigo tuyo, Picardo o Picasso o como se llame, se volvería loco si tuviera que dibujar con líneas rectas a Beatrix”.

Y, por supuesto, alusiones a la mitología. No sólo se especifica el mito de Hero y Leandro “… la librera enamorada se arroja a los acantilados pensando en convertir su aventura en una renovada versión del mito de Hero y Leandro”, sino que podemos considerar la novela como una moderna versión del mito de Pandora.

El mito de Pandora representa el sufrimiento que debe pasar la humanidad por causa de la curiosidad de la mujer… En fin, siempre a vueltas con lo mismo. Este mito se forma durante la creación del mundo; Prometeo y Epimeteo eran titanes que debían crear a los hombres y animales y dotarlos con algún don especial, pero cuando Prometeo modeló al hombre, Epimeteo ya había gastado todos los dones en los animales, así que robó el fuego a los dioses y el hombre pudo cazar, alimentarse y sobrevivir; pero Zeus montó en cólera y como castigo mandó crear a Pandora, la “omnidotada”, la primera mujer, modelada por Hefesto (dios del fuego) a semejanza de los inmortales. Cada uno de los dioses le otorgó una cualidad: belleza, gracia, sensualidad, persuasión… Finalmente Zeus le entregó una caja para que se la diese a Epimeteo al casarse con él; por supuesto no podía abrir la caja y por supuesto la abrió, de manera que todos los males encerrados salieron inundando a la humanidad. Cuando se dio cuenta del error cerró la caja dejando dentro la esperanza.

En Cabaret Biarritz, Beatrix es la omnidotada: bella, inteligente, divertida, sensual, deportista, alegre, rica, noble… y como Pandora, curiosa. Prácticamente es la que abre las investigaciones de los hechos ocurridos en 1925. El mal queda encerrado en la novela, subtitulada Los pecados estivales. De esta forma, al abrirla, como si de una caja de Pandora se tratase, van saliendo todos los males de la sociedad:

La curiosidad malsana que algunos periodistas, como Montagnard, manifiestan; las orgías y bacanales celebradas en locales con ínfulas, como Villa Belza; los rumores y maledicencias que algunas criadas, como Martine, difunden de sus señores; el placer del voyeurismo, aparece con el fotógrafo Marcel Galet; la incultura y superstición vienen de la mano del noble Gedeón Wilcox; la homosexualidad de Gina-Jane sale unida a la decrepitud social; el sadomasoquismo lo trae Lili; la deshumanización de los burócratas se ve reflejada en el secretario judicial; el robo y la extorsión aparecen con Gastón el enterrador; la usura con el joyero; la pintora Sara Chambers nos acerca a la amoralidad social, el juego y el nazismo; los chismorreos tienen su fuente en la cocinera Matilde Prie; la pornografía se cobija en el empresario cultural GG; la xenofobia aparece con Fevert y las estafas de la iglesia con Margulee Du Pont; los males alcanzan a los niños, el abandono infantil, la humillación y el maltrato traumático vienen con Olivia Czewolski y Pascaline; la explotación de trabajadoras se manifiesta en Honorine Pel; la incompetencia policial o la negligencia de los funcionarios; el rechazo a lo nuevo de los mandatarios culturales ; Khalil Kimal es representante de la corrupción policial y el cohecho; el juez Du Pont refleja el encubrimiento de delitos por parte del Consejo Superior de la Magistratura; con Pauline Bellay, femme distinguée, sale la envidia… ¿Y la esperanza?

Las “entrevistas a-la-Miet” desparraman los males por la sociedad de Biarritz, y el periodista se queda con la esperanza, don que toma Beatrix para partir a Nueva York con Vilko.

Y, aunque parezca increíble, todo lo anterior no constituye lo más apasionante del relato. ¿Cómo es posible que en una novela sobre asesinatos y corrupción destaque sobre todo el Humor? Pues lo es; el humor aparece en todas sus modalidades:

Humor absurdo, puede que con alguna influencia de Eduardo Mendoza “Se ignora por completo dónde se alojó en Burdeos, —probablemente en la estación de ferrocarril—“.

Humor en la enumeración de sinónimos contextuales “Se habían perdido, o se habían extraviado, o se los habían comido los gusanos o las polillas, o se encontraban en tan lamentables…”.

Humor en la elección de insultos “llamándolos cariñosamente escoria de pollos muertos”.

Humor derivado de lo que Miet pretende y la realidad circundante (Miet pretende que Fourac le publique su libro y Fourac) “había estado publicando panfletos para las SS… el cadáver ahorcado de Fourac estuvo colgado en la fachada de La Fortune durante tres días…”

Humor en las entrevistas transcritas literalmente pero sólo lo que dice el entrevistado “Bueno, si no le interesa… ¿y qué le interesa entonces? Ah, sí… eso. Ya. Hum…” El lector deduce la pregunta por lo que continúa contestando el interpelado.

Humor en las descripciones morosas de elementos imposibles de percibir “… entre el numeroso público… dos señoras aferradas a sendas porciones monumentales de tarta de nata y bizcocho con fresas, frambuesas, grosellas y arándanos…”.

Humor en la transcripción de recetas de cocina, con imágenes y comparaciones del lenguaje coloquial “…lonchas arrodilladas (pasadas por el rodillo) de carne de buey, que se enrollan con el menudillo dentro y una vez atadas como criminales se doran bien…”.

Humor en la descripción de actos para enterarse de conversaciones “Bueno, señor, a mí no me parecía formal que se pusieran a hablar de cuentos infantiles… así que conseguí que aquel ataque lumbálgico se me pasara de inmediato, cogí la cucharilla, bajé a la cocina y eso fue todo”.

Humor irónico en la religión "Margulée Du Pont ya no existe… Yo ocupo su nauseabundo cuerpo, pero otro espíritu habita su alma”, que llega a veces al sarcasmo “cuando crucé ese sagrado portalón de ancianísimas y venerables maderas, me juré no volver la mirada a las podredumbres del mundo…”.

Sarcasmo que deviene en humor grotesco cuando aparece la hipérbole “Todo se lo contaré… no utilice mis palabras, ni cite mi apellido, ni… este monasterio, ni la orden a la que pertenezco… o rogaré al Dios del cielo que descargue contra su malhadada cabeza toda la furia del Todopoderoso…”.

Humor en el equívoco “Que Dios lo perdone (a mi padre, digo; al secretario Judicial no se le podrá perdonar)”.

Humor en expresiones populares “Creo que fue mi propia madre la que…consiguió difundir aquellos rumores contra mi padre… hacían bromas soeces «el señor juez ha perdido el juicio por una vieja que ha perdido la cabeza»”.

Humor en la pedantería “Venit honos auro… Y si lo decía Ovidio ¿lo vamos a negar nosotros?”.

Humor en obviedades “… aparte de las dificultades que se me platean a la hora de detener a un ahogado como sospechoso…”.

Humor, en fin, para todo, incluso en las notas a pie de página, en las que continúa la narración tal y como la dejó en el argumento. El humor, el mito, el perspectivismo, el puzle, consiguen que Cabaret Biarritz sea una novela redonda, de las que empiezas, además, leyendo con una sonrisa y terminas de la misma manera.


Puede que me haya extendido algo más de lo habitual, pero no hace mucho hablaba con una compañera, creo que amiga, del mito de Pandora. Y de pronto aparece esta novela, así que, sin dudarlo, Patro, te la recomiendo porque sé que vas a pasar un rato fantástico leyéndola. Por supuesto la buena literatura la recomiendo a todos.

lunes, 23 de febrero de 2015

NO LLAMES A CASA

Nada puede salir bien en la miseria. Nada bueno de ella.

No llames a casa se desarrolla durante cuatro días, pero mediante flashback, recuerdos, analepsis y prolepsis penetramos en la vida de tres protagonistas.

CarlosZanón despliega todo un arsenal de recursos, a veces rozan en lo poético, para introducirnos en la destrucción del ser humano. Encontramos anáforas paralelísticas que ponen de manifiesto la paradoja de los protagonistas, “Recordará cuando la droga fluía…Recordará cuando la luna se quedaba…”. Las frases nominales quitan importancia a las acciones. Los epítetos épicos, “La de las calles mojadas… La eterna derrotada…” se muestran despiadados con los espacios en los que transcurre la historia.

Encontramos guiños a canciones y grupos de la movida barcelonesa de finales del xx, “Hola mi amor, yo soy tu lobo… Le hemos reventado la vida a ese tío… Pero si necesitas que lo rematemos, sigo siendo tu hombre”.

En los personajes destaca la ausencia de valores, la caída absoluta, la condición determinista del ser humano, por eso las descripciones son feas, ya sea en prosopografías, “es una desgarbada y delgada mujer de metro setenta que nunca lleva sujetador y, a juicio de Bruno, necesitaría usarlo, porque sus pechos caen como odres, y se estiran y siguen cayendo como suicidas contra el elástico de camisetas…”; en etopeyas “…tiene muchos defectos y algunas virtudes. Entre estas últimas está la deportividad con la que afronta las mil desgracias que siempre padece, derivadas de su buen tino para elegir a los hombres…”; o en retratos “«Las hembras se tranquilizan si te las follas bien» le decía Llort una noche dentro del auto, en penumbra, con aquellos ojos cirróticos de hombre vencido por la nostalgia de demasiadas mujeres perdidas”.

Todo es feo y sórdido en la novela, el amor no es amor sino posesión, las palabras son insultos, los gestos intentan demostrar quién controla la relación, degradan. La amistad no existe, sólo desconfianza. Entre los tres protagonistas, Cristian, Bruno y Raquel no hay nada de valor que merezca ser atesorado. El futuro es algo lejano que los empequeñece, el pasado queda difuminado entre drogas y alcohol y el presente se convierte en pasado antes de vivirlo. No es extraño que abunden comparaciones animalizadoras “y en la barbilla, una empalizada de pelos irritados, como púas de jabalí”; metáforas empequeñecedoras “con la cabellera bamboleándose como un elefante borracho” o expresiones que consiguen hacer más miserable a la gente “A esas horas, palomas y borrachos están ajenos a todo”. De la misma manera, las descripciones, en ese presente mordaz, de frases breves, se van acortando hasta quedar en palabras sueltas que conectan con pensamientos divididos, escuetos, inconexos.

Gracias al estilo indirecto libre llegamos a conocer a la perfección a todos los protagonistas; ellos también se conocen y, a pesar de eso no se separan pues han entrado en un laberinto del que no pueden escapar. Aunque las acciones pretenden una dirección lineal hacia el futuro, sus pensamientos van retrasando ese momento con paradas, vueltas, o frases inacabadas, al tiempo que los diálogos, con expresiones del lenguaje oral, realizan el presente… Todo queda embrollado, confundido; las metáforas igualan tiempo y espacio, las personas narrativas mezclan, hasta equiparar, al narrador omnisciente con el monólogo interior, técnica que el autor utiliza para que afloren los pensamientos más ocultos, aquéllos que formaban parte del subconsciente y que, ahora, a modo de burla, acuden para recordarles que son marionetas, que no pueden elegir el papel representado. Por eso Max es, desde el principio, la imagen de la soledad y el rencor, esto lo lleva a tomar decisiones penosas y abominables. Ya en el capítulo 3 aparece como una patética condición de ser humano, constantemente se lamenta al tiempo que pretende justificar sus errores. Regatea situaciones como si fuera un adolescente egoísta. Max es inmaduro, busca una relación estable, adulta, pero sus actos insensatos impedirán todo lo que implique un sacrificio por la otra persona, por eso mismo no acepta que el amor de Merche haya desaparecido. Max es la decadencia, cada paso que da es más cruel que el anterior pues lo va haciendo desaparecer. A fuerza de fingir va desvaneciéndose el ser humano.

Merche, la amante de Max, tampoco ha madurado, es insegura, lo que tiene claro es que no quiere abandonar las comodidades ganadas por derecho propio. No actúa limpiamente. No quiere a su marido, tampoco a Max, quiere mantener intactos sus intereses. Es indecisa, le teme al cambio y, por eso, cambia constantemente de opinión y sentimientos.

La pareja se ve envuelta, desde el principio, en una sucia situación que funciona como aviso aunque no se percaten de ello ninguno de los dos. Más tarde, las frases nominales acentuarán el ritmo rápido y poco elaborado de sus encuentros, ofreciendo una relación antitética de la belleza.

El autor no desaprovecha ni una ocasión para sacar lo feo del ser humano, con expresiones duras que, a veces, se convierten en vulgares. Las frases cortas sin grandes descripciones se ajustan al recuerdo doloroso que se trunca de repente y renace para terminar de nuevo, sin dar tiempo a saborear lo bueno.

Los personajes son animales enjaulados en su propia vida; no pueden huir de lo que los acorrala para destrozarlos poco a poco, por eso caen, a veces tan bajo que utilizan incluso los malos tratos para sacar provecho de las situaciones. Max, Bruno y Cristian se van introduciendo de forma rápida en una espiral de chantajes que los oprime y asfixia. Son perdedores, amenazados incluso por quienes amenazan. Todo se mezcla en No llames a casa, hasta la estructura es confusa. Normalmente en la novela negra hay un asesinato y el argumento es la resolución por parte de detectives o de policías o de jueces o de todos, pero aquí el asesinato ocurre al finalizar la narración; nadie investiga nada porque el inframundo no existe. El lector conoce las causas de ese asesinato porque ha ido leyendo un argumento que pretendía ser lineal y resulta anafórico.

Las secuencias narradas oscilan; la vida de estos antihéroes del inframundo queda expuesta sin pudor hasta que parece que ya no importa la caída en picado, entonces cobra fuerza el desheredado social, aquél a quien nada le importa porque nada le han dejado, éste destruirá por rencor y justificará sus actos con el estilo indirecto libre o con la segunda persona. De nuevo la forma del texto en perfecta armonía con el contenido, de hecho es lo único armónico de la novela.

Y cuando estamos preparados para asistir a la caída de este desheredado retomamos la de aquél que nunca tuvo nada. Así pues las acciones cambian, los personajes también, el espacio y el tiempo se muestran de manera caprichosa, pero en la mente del lector aparece una tensión al comienzo de la novela que permanece, implacable, con el transcurso de la trama. A veces hay que dejar de leer para tomar aire porque mientras lees no quieres si quiera respirar, todo rezuma olor a podrido.


Novela de difícil definición. Una vez leída todo cobra sentido; el final conecta a la perfección con el principio, es un relato redondo y, sin embargo, es de final abierto. La mente del lector se ha estado asomando a ese abismo por el que circulan los personajes, a ese pozo sin fondo, hediondo, por el que los ha visto caer sin posibilidad de salvación. El final abierto queda pues, totalmente cerrado.