sábado, 21 de enero de 2023

LOS DOS REYES

El conflicto del Sáhara Occidental continúa tras más de 40 años: Benjamín Prado introduce al profesor y detective Juan Urbano en una búsqueda imposible de llevar a cabo si pretende ser fiel a la historia, pero construye una novela densa, repleta de misterios, negocios lucrativos y sorpresas finales donde, como en la propia historia, pocas cosas son lo que parecen.

Juan Urbano pretende viajar con su novia, Isabel Escandón, a los campamentos de refugiados de Tinduf e inspirarse allí para su próxima novela, sin embargo habrá de dejarlo para la siguiente entrega, porque alguien poderoso le encarga buscar a los soldados que recibieron la orden de matar a Hassán II y el documento en el que el rey firmó su abdicación a cambio de que le perdonasen la vida.

Así que en Los dos reyes, Juan Urbano investiga sobre Fahim Jamal, Haidor Rachidi y Nassim el-Mansouri para encontrar el documento y, sobre todo, las causas que les llevaron a perdonar la vida del monarca.

Benjamín Prado construye una historia sobre los sucesos en que, en el último cuarto del siglo XX se vieron implicados Marruecos, España y, por supuesto las grandes potencias; la decisión de los reyes y gobernantes cuya mayor pretensión era seguir ostentando el poder sin tener en cuenta a los habitantes de esos países: engaños, amenazas, asesinatos, torturas… todo valía con tal de que el poder y el dinero siguieran en manos de los poderosos. Negocios turbios que destrozaron el medio ambiente para engrandecer a quienes los llevaron a cabo. En este cronotopo real, Prado escribe su propia realidad ficticia, en la que Juan Urbano e Isabel Escandón son los protagonistas que, casi sin pretenderlo, viven una trama detectivesca.

El punto de vista narrativo fluctúa entre Juan e Isabel; ambos son narradores protagonistas, pero en la voz de Juan se observa, implícita, la del propio autor, tanto cuando expone sus sentimientos más íntimos hacia la mujer que ama, como cuando pretende analizar lo ocurrido para dejar claro que la memoria está dotada de cierta capacidad reparadora «Hassan II fue un genio que además tuvo suerte […] le perseguía su fama de codicioso, débil y hortera […] usa los atentados contra él para imponerse un aura de mártir […] se viste de libertador, lanza la Marcha Verde […] y gracias al Sáhara multiplica, ni se sabe por cuánto, su fortuna».

El narrador Juan Urbano posee conciencia autorial, este profesor sigue una pauta investigadora, ayudado por su novia, en la que se señala un misterio por resolver en la trama «Haidar Rachidi […] Fahim Jamal […] los dos dieron muestras de estar huyendo de algo y de sentirse en peligro». Pero Urbano se desenvuelve en un juego de espejos entre la historia novelesca y la Historia, por lo que el crítico Prado deja su denuncia social en manos del profesor. Hay mucho de uno en el otro: la búsqueda de la verdad «los abandonó todo el mundo: nosotros, Mauritania y […] la comunidad internacional que nunca ha existido». Ambos declaran con firmeza su repulsa al poder a cualquier precio, a ambos los mueve el amor por la literatura, por la escritura y los dos se sienten impulsados por el Amor y así nos lo hacen llegar, «hagan todo lo que sea preciso e incluso lo imposible, hasta conseguir encontrar a su Isabel Escandón. Y, si ya la tienen, no la cambien por nada del mundo».

Urbano se deja llevar por el entusiasmo del conocimiento, la acumulación de saber. Ahí se diferencia de cualquier otro detective que vaya movido por el deber, el miedo, la venganza o el dinero, «A cambio, le devolveré el dinero que nos ha adelantado». De hecho, Urbano, impregnado del culturalismo de Benjamín Prado, se permite alguna que otra broma alusiva al lenguaje excesivamente fácil y popular de las novelas policíacas «Aquel individuo era más sospechoso que un walkie-talkie en la mesa de una vidente —dijo, remedando, para divertirme, el estilo de las novelas policiacas».

El narrador protagonista sabe, como si se tratase del propio autor, que, en todo momento, está refiriendo una historia a un lector; de hecho, dentro de su discurso a veces cuestiona la capacidad de la lengua para reproducir la historia, por lo que incorpora a esta novela reflexiones de tipo metaliterario, «llamamos a la única neuróloga que ambos conocíamos […] una antigua relación mía, conocida suya y que tal vez recordarán aquellos de ustedes que hayan leído mi novela Ajuste de cuentas».

Asimismo aparecen personajes que estuvieron en otras entregas de la saga; no solo Natalia Escartín, también Martín Duque, antiguo jefe de Isabel o el propio comisario Sansegundo y el profesor José Antonio Alarcón, ambos invitados ya para la boda «que formará parte de nuestra próxima aventura». Está claro que bien por parte del autor o del protagonista, los lectores estamos constantemente presentes, técnica con la que pretende ofrecer un aire de realidad a la novela. Incluso cuando la narradora es Isabel, los lectores nos enteramos antes, en la linealidad de la escritura, que el propio Juan Urbano, de esta forma condiciona el texto y nuestra impresión, pues sentimos que estamos leyendo algo no ficcional cuando en realidad esas aventuras pertenecen a la invención de la novela.

Antes he comentado que Los dos reyes es una novela densa, a mí al menos me lo pareció, por la carga histórica que lleva, por la cantidad de personajes reales, por los abundantes datos culturalistas que aparecen como el fallido golpe de estado de Mohammed Madbuh contra Hassan II en 1971, la toma de Sjirat, la Marcha Verde, los negocios con la arena del Sáhara, las empresas de fosfatos… datos que se adentran en una parte de la Historia que apenas conozco. Pero conforme me sumergía en las páginas he visto al verdadero Benjamín Prado y su estilo plagado de referencias culturales mediante las que se revela contra el intimismo moral «alardeó, por ejemplo, de que su relación con el futuro Comendador de los Creyentes era tan íntima que “ella le quería a él como a un hijo y él a ella más que a su madre”».

He observado la rebeldía del autor contra los valores sin referentes culturales, por eso su obra está repleta de citas intertextuales alusivas a los clásicos del Siglo de Oro, de las que se vale para recordar lo que dijeron en sus versos Quevedo, Góngora o Shakespeare sobre la ocultación, la violencia del dinero o las consecuencias de las ansias ilimitadas de poder.

Benjamín Prado se distancia de lo narrado para ubicarse en la posición de testigos, protagonistas indirectos de sucesos relacionados con el rey y que si primero fueron apoyados luego serían perseguidos, porque la envidia y los enredos de estado no tienen límite. Este distanciamiento de los hechos sirve para tomar una posición tranquila que evidencia la capacidad reparadora de la memoria. ¡Y qué pronto lo olvidamos!

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