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domingo, 9 de septiembre de 2018

UNA MADRE



He de reconocer que en casa me encontré de pronto con este libro que no recordaba tener, es de esos que compras porque al autor le han dado un premio, forma parte de una trilogía y dices, pues voy a por la primera. Y así es como Una madre descansaba en un estante durante mucho tiempo, hasta que me di cuenta de que no lo había leído. Al principio me gustó, la lectura es rápida, ágil y salpicada de humor irónico «—Hay que ver, desde que sabes que solo tienes un sesenta y cuatro por ciento de discapacidad (visual) te has vuelto muy observadora, mamá». Pero de pronto, se descontrola y me desconcierta; no sé si Amalia, la madre de Emma, Silvia y Fernando, con 65 años está enferma, con demencia senil, o tiene un coeficiente intelectual muy bajo. No encontraba normal que todo fueran risitas «ji ji ji», que cada vez que intentase llevar a cabo una acción deshiciese el conjunto de lo que tenía a su alrededor y que no afrontase con seriedad los problemas, graves problemas, por los que estaban pasando sus hijos.

Hasta que en el libro tercero, Alejandro Palomas divide la novela en cuatro libros y estos a su vez en capítulos, me di cuenta de que Amalia no padecía ninguno de dichos contratiempos, al menos no tan serios como yo creí reconocer en un principio (exceptuando su deficiencia visual, claro). Amalia es una mujer que tuvo la mala suerte, como muchas de su edad, de topar con un marido autoritario, egoísta, de los que se querían sólo a sí mismos y que les hizo la vida imposible a ella y a sus tres hijos hasta que los dejó, como cualquier parásito, llenos de deudas y sin dinero. Uno de tantos machos que proliferaban en la España de mediados del XX y a los que su familia no podía replicar; como Amalia no trabajaba fuera de casa, se acostumbró a darle la razón en todo para después, sin apenas ser vista, intentar colmar a sus hijos con el amor que les faltaba de su padre. Paradójicamente cuando él se va de casa, Amalia empieza a vivir, a salir adelante con lo poco que le ha quedado y a intentar seguir protegiendo a sus hijos, quienes, por otro lado, al vivir una infancia y juventud con miedo, se resquebrajan al menor contratiempo.

Amalia estará ahí con ellos y, aunque parezca que son los hijos los padres de Amalia, el día de Noche Vieja consigue reunir a toda la familia que le queda y la ayuda a hablar, arreglando a su manera, peculiar, los obstáculos que a todos les impiden llevar una vida normal. Y digo a su manera, porque es difícil deshacerse de trastornos mentales, de golpes que te va dando la vida

—Sí mamá –dice Silvia con voz triste–. De oírte tantas burradas y tener que estar vigilándote continuamente, siempre detrás de ti para que no hagas alguna de las tuyas, como si nosotros fuéramos la madre y tú la hija […] Agota ¿sabes? Te juro que agota

La familia, de clase media, queda en la ruina al desaparecer el padre con lo que hay en el banco y conseguir que su mujer firme el divorcio con unas condiciones de absoluta indefensión para ella; pero Amalia subsistirá en un piso diminuto. Y no sólo ella, su hijo Fernando aparecerá por allí un día, con su gran danés, Max, para quedarse al no poder soportar la soledad cuando su novio lo abandona

…desde que las cosas —las mías— se torcieron y la música empezó a sonar mal, fuera de tono, fuera de todo. Desde que, en mi deseo de enderezarme, me adentré por un camino que tomé por un atajo y que al poco se reveló un callejón sin salida.

Por otro lado, Emma, a pesar de mantener una relación fantástica con Olga, su pareja, no consigue olvidar a Sara, «La herida de Emma se llama Sara», aquella que la dejó el día en que iban a comprar un piso para empezar una nueva vida; y Silvia, la mayor, aparentemente una mujer casada y con éxito laboral, se queda sin trabajo, pues la echan —la crisis, ya se sabe—, y sin marido, pues se va a su país de origen.

Por si no constituyeran ya la familia más infortunada del mundo aparece el tío Eduardo, otro acomplejado por la soledad que arrastra toda su vida y que intenta subsanar con jovencitas, cual típico donjuán español desde tiempos inmemoriales, un donjuán de bastante edad, penoso, que sólo consigue chicas de lo más extraño socialmente, chicas de bajos fondos cuya única intención es divertirse con él hasta cansarse, cuando se presente otro en mejores condiciones.

Pues sí, no encuentro una familia en peores circunstancias. Por primera vez, desde que Amalia se divorció, dos años antes, todos se reúnen en la minicasa, los cinco, más otra silla reservada para aquellos fantasmas que ya no están presentes pero inciden en sus vidas y los dos perros, el de Fernando, enorme y el de Amalia, pequeñito. ¿Cómo caben? pues apretados. Lo que está claro es que ya el espacio deja poco lugar a la acción, por lo que la novela es un diálogo entre ellos, la mayoría de veces para “enfadarse” con la madre que dice un sinsentido tras otro, en ocasiones con expresiones realmente humorísticas «llevo días con la sensación de que esta noche vamos a tener más de una sorpresa […] Es como una vibración…mmm… holística, hijo ¿Tú no la notas? “Ho…lística” He podido contener una carcajada pero no he conseguido morderme a tiempo la lengua.».

Y en otras ocasiones para echarse en cara aquello que llevan dentro durante tiempo sin dejarlo salir «—Y de tus locuras –vuelve a la carga Silvia– De que nunca hagas caso de nada y de tener que correr luego a solucionarte las papeletas…»

Estos diálogos van salpicados con analepsis, mediante las que nos enteramos, por un narrador en primera persona, normalmente Fernando, de todo aquello que las conversaciones dejan a medias, porque todas están expresadas en lenguaje oral-coloquial, en el que tienen cabida frases inacabadas que se dan por sabidas entre ellos, o palabras que aluden a hechos pretéritos, por lo mismo.

Así pues las analepsis se agradecen a pesar de que en la mayoría de casos no son imprescindibles; el lector es capaz de entenderlo por el contexto. Este es el mayor problema, si se le puede llamar así, que le veo a la novela; no hay sorpresas. A pesar de los saltos en el tiempo el argumento es bastante lineal, sencillo… Los personajes son algo tópicos, la trabajadora incansable, responsable, dura, que todo se lo echa a la espalda hasta que no puede más, y los traumatizados por diferentes ausencias de sus parejas. Y como tópico mayor, una madre que, simplemente hablando –en una o dos ocasiones con sentido– es capaz de hacerles ver a todos que en la vida hay que tener esperanza y alegría.

No sé, algo rechina en todo esto que no me resulta creíble, quedan asuntos por resolver. ¿Por qué Emma es quien deja su trabajo para dedicarse a la granja? ¿No le gustaba la enseñanza? ¿Decide escapar del mundo?

—Alquilaremos habitaciones y yo me encargaré del mantenimiento de la casa –dijo.
Mamá parpadeó y frunció el ceño.
—¿Y qué pasa con el instituto, hija? –preguntó– ¿Vas a pedir traslado o […]
—No –la interrumpió, sin dejar de sonreír. Y luego–: He pedido una excedencia…

¿Por qué Amalia necesita tener a su madre a su lado para que solucione sus angustias, y sus hijos aceptan este remedio para ellos mismos como algo posible? ¿Por qué esos hijos no están pendientes de su madre, casi ciega y con la mentalidad de una niña, y la dejan vivir sola?

“—Hay una rumana con tres dientes de oro y una BlackBerry con cristales de Swarovsky limpiando en casa de mamá. No sé si llamar a la policía o a un psiquiatra de urgencias para que venga y la electrocute de una vez” […] nos dio mucho que pensar, más que temer […]
—Ah, pues qué raro –dijo Eugenia–. Es que como hay un camión delante del portal y están sacando todos tus muebles por la ventana…

Es cierto que todos los personajes sufren y se guardan ese sufrimiento para ellos, es cierto que deberían haberlo hablado en su momento, pero precisamente por estar tan enquistado el dolor, veo un desenlace demasiado simple e irreal… claro que es ficción y, sin embargo, el autor pretende exponer una situación real. Puede que lo sea, que yo esté equivocada, pero normalmente en la realidad las cosas acabarían de otra forma.

…en silencio, con mamá abrazada a Silvia por detrás mientras al otro lado de la mesa, junto a la Silla de los Ausentes, Emma acaricia distraídamente el brazo de Olga […] Max deja escapar un suspiro de sueño que se expande por el salón como una ola pequeña.

La estructura es de novela psicológica, aunque profundice poco en la mente de los personajes; podría ser llevada al teatro con absoluta precisión cambiando algún diálogo en el que se expusiera la analepsis correspondiente con algo más de claridad en las réplicas. Sin dificultad. Porque hemos de reconocer que los detalles abundan, son exhaustivos, no dejamos de enterarnos de nada de las causas por las que llegan a ese estado; las consecuencias son algo más irreales, a no ser que la intención de Alejandro Palomas no fuera ésta, exponer las consecuencias de una vida traumática, sino conseguir emociones en el lector, risas, llantos, alegrías y esperanza, aunque sea a costa de que queden instaladas en la superficie. Creo que la novela, algo moralista, es más adecuada para un público joven, más dado a soñar con imposibles y a empaparse de buenos valores. Por mi parte, mi subconsciente se rebela ante determinadas circunstancias porque me doy cuenta de que si algo se enquista en una persona no desaparecerá sólo con una conversación, puede servir de bálsamo momentáneo pero la solución, si llega, es con otros medios; tanta ternura, tanto histrionismo no sirven como único remedio para unos personajes apaleados por la vida hasta dejarlos casi en la insolvencia.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

EL SÉPTIMO CÍRCULO DEL INFIERNO


La última novela de Santiago Posteguillo, si es que podemos considerarla novela, es apasionante, aunque ciertamente su encuadramiento en un género literario sea difícil —esta sociedad nuestra que ha conseguido tenerlo todo estructurado, incluso nuestra mente—.

¿Por qué, entonces, El séptimo círculo del infierno la he incluido como tal? Puede que porque consta de una serie de personajes ficticios, u obras literarias que conviven con sus autores en cada capítulo y que, aunque no tengan una trama en común los veintinueve capítulos que la componen, sí estén regidos por un mismo tema, todos son personajes malditos pues la sociedad los ha incluido en ese círculo dantesco al que iban los criminales o los blasfemos. Y sin embargo, Santiago Posteguillo encierra en este séptimo círculo del infierno de la Divina Comedia, el río Flegetonte, de sangre hirviente, guardado por el Minotauro y centauros, en el que las harpías y perras famélicas devoran o lanzan piedras a quienes quieran abandonarlo, a todos los perseguidores de la literatura, sacando a la luz, como si de un Orfeo se tratase, a esos libros que nunca han debido estar prohibidos por ser considerados pecado.

El autor califica al libro de «viaje literario» por el que la Historia pasa, y en la que los autores deben sortear «persecuciones, enfermedades, pérdidas de seres queridos, prisiones, intolerancia, campos de exterminio, servicios secretos, dictadores y hasta corruptos». Realmente es un infierno, y lo más grave es que no ha terminado. En pleno siglo XXI y en plena democracia sigue estableciéndose una censura sutil, por eso Posteguillo critica abiertamente los libros catalogados, en la web de la librería del Museo del Prado, desde LA1, moralmente aceptables, hasta LC3, censurables del todo por sexo o cuestiones religiosas; lista a la que le gustaría pertenecer pues están, entre otros «Goytisolo, Benedetti, John Irving, José Luis Sampedro […] por mencionar algunos autores inmortales y perversos. Un dulce infierno». Asimismo, Posteguillo, ataca la reducción  de «las asignaturas de humanidades. Eliminan horas de historia, arte, latín, griego, literatura, filosofía y tantas otras materias claves en la evolución del pensamiento humano». Está claro que el gobierno tiene miedo, como lo han tenido los gobernantes de todos los tiempos, de que llegue un momento en el que aparezca la revolución más temida «la de la inteligencia». Gracias Santiago por ser tan directo, gracias por apoyar, de manera indirecta —o directísima— a tantos profesores que, consternados, ven impotentes cómo no pueden educar a sus alumnos por el simple hecho de que no hay horas disponibles.

Pero no es momento ahora de analizar la buena, mala o pésima situación educativa por la que atraviesa nuestro país, sino de profundizar en esos autores que este escritor ha rescatado del olvido e insta a que los leamos, que reflexionemos sobre lo que ellos ya hicieron tiempo atrás.

En el siglo VIII a.C., Safo queda unida, mediante la escritura, a la actualidad, en este capítulo aparece el padecimiento que, al separarse de su adorada Atis, dejó escrito en un poema. Para insistir en su dolor pero también en sus ganas de luchar por los derechos de la mujer, no me cansaré de recomendar Atardecer en Mitilene, obra teatral de Andrés Pociña.

Es curioso cómo Horacio, tan conocido por sus odas, en el año 42 a.C. dejó por escrito el miedo que sintió en la batalla de Filipos y su huida

Contigo compartí el desastre de Filipos y una huida poco honorable, abandonando mi escudo de forma innoble…

Y es curioso porque, a pesar de su vergüenza, si no lo hubiese hecho probablemente no habríamos podido leer los mejores versos de la poesía latina.

Otro dato extraordinario de este “viaje” es el del escritor Rustichello da Pisa quien, en el siglo XIII, conoció a Marco Polo en la misma celda y redactó sus viajes, asombrado de que hubiese visitado Asia, porque Marco Polo no sabía escribir y, curiosamente fue Rustichello quien lo dio a conocer a la posteridad, aunque él, que «ya tenía algunos romances en lengua provenzal sobre los caballeros del rey Arturo […] fue un escritor tan genial como invisible».

Si hablamos de escritores invisibles no debemos olvidar a Cristina de Pizán quien, muertos su padre y su esposo, siguió adelante, sola, escribiendo, y en el siglo XIV fue capaz de entregar todo un manifiesto en favor del reconocimiento de los derechos de la mujer «germen de ideas feministas» La ciudad de las damas, leída o conocida por muy pocos en el siglo XXI.

Creo que a estas alturas queda clara mi admiración por el Siglo de Oro, por eso me ha encantado recordar ese Hombres necios con el que sor Juana Inés de la Cruz burló a la censura de la Inquisición, la misma que le prohibió ir a la universidad sólo `por ser mujer «siempre tan necios andáis / que, con desigual nivel, / a una culpáis por cruel / y a otra por fácil culpáis».

En el siglo XIX, nuestro donjuán por excelencia, José Zorrilla, intentó enamorar a Emilia Serrano a golpe de verso y, una vez que lo consiguió se zafó de ella como si fuese el propio Tenorio. Pero Emilia no quedó maltrecha, llegó a ser baronesa de Wilson y escribió numerosos artículos, obras literarias y el primer libro de viajes sobre el continente americano que existe, aun así todos recordamos los versos ripiosos y machistas de Zorrilla y pocos se acuerdan de la baronesa.

En fin, El séptimo círculo del infierno está plagado de sorpresas, la mayoría de ellas referidas a mujeres que han debido luchar contra el intrusismo, la ignorancia o el olvido, como Concha Espina que no llegó a conseguir el Nobel por un voto, y que a pesar de ser feminista, liberal y católica en el siglo XX, pocos han leído su novela El metal de los muertos, sobre los mineros en Córdoba, donde fue y convivió un tiempo para escribir con plena conciencia y denunciar las condiciones en las que trabajaban.

Sin embargo a Pearl S. Buck sí le concedieron el Nobel de literatura y, aun así estuvo proscrita en China desde que llegó el comunismo por haber tomado «una actitud distorsionada y vil hacia la gente de la nueva China y sus líderes», a pesar de haber luchado por la discriminación de los chinos en EE.UU. y haber constituido una agencia de adopción para niños mestizos que nadie quería.

Otra que fue vetada por el Comité de Actividades Antiamericanas, por haber simpatizado en algún momento de su vida con los comunistas, fue Vera Castany quien, a pesar de que sus novelas adaptadas al cine supusieron verdaderos éxitos de taquilla, no pudo escribir durante 10 años.

Son mujeres que han combatido el horror, que han superado su miedo al maltrato, la tortura, y se han impuesto sobre todos aquellos que sí han caído en el olvido como el marido de Buchi Emecheta, nigeriana que hubo de separarse para poder escribir, al tiempo que trabajaba, sacaba a sus hijos adelante y recibía el premio de la Orden del Imperio Británico. Premios que, a veces y a pesar de ser siempre justos y merecidos, no trascienden lo que debieran. En ocasiones, alguna famosa y aceptada, como Doris Lessing, llegó a utilizar un pseudónimo, a modo de experimento, sin obtener reconocimiento; de hecho al firmar como Jane Somers en obras similares a las que tuvieron éxito, éstas fueron catalogadas como «un precioso suéter tejido por una mujer con artritis», mientras que utilizando su nombre real consiguió el Nobel de 2007.

Todos conocemos, o al menos hemos oído hablar del spanglish pero pocos saben que este idioma puede que se deba a Dolores Prida, cubana que tuvo que exiliarse a Nueva York donde escribió su teatro de esa forma. Probablemente la cátedra de spanglish de la universidad de N. Y. se formó gracias a ella.

Merece la pena leer El séptimo círculo porque no sólo expone anécdotas o sucesos de otros tiempos sino otros totalmente actuales que todos deberíamos conocer, como que en 2004 se estrenó en Londres Romeo y Julieta en O.P. “original pronuntiation” y resultó que, teniendo en cuenta los cambios fonéticos surgidos desde hace años, los chistes del genio universal sonaban mejor y eran más atrevidos, pues al pronunciar como se hacía en el barroco, no se traducía «De hora en hora, maduramos y maduramos, / de hora en hora, nos pudrimos y nos pudrimos» sino «De puta en puta, maduramos y maduramos, / De puta en puta, nos pudrimos y nos pudrimos». No cabe duda de que este verso haría reír mucho más a un público ávido de morbo en los juegos de palabras y que hoy podemos recuperar en el Teatro Globe.


Y merece la pena llegar al final del viaje para ser testigos de la feroz crítica que Posteguillo hace no sólo a estos culpables del abandono de la cultura humanística; también arremete contra los gobernantes que, incultos e incapaces de pensar en algo que no sean ellos mismos y su bienestar, realizan experimentos con seres vivos sin saber nada de ciencia o de otra cosa que no sea corrupción, como el caso de Ana Mato que decidió matar a Excalibur, el perro de una enfermera contagiada de ébola, por si su animal de compañía lo transmitía al resto de la sociedad, en vez de preocuparse, como han hecho en otros países, de promover laboratorios y científicos en condiciones que puedan resolver estos problemas. Ya ha pasado un tiempo, y España sigue a la cola de la ciencia, así pues, nuestro autor nos ofrece una lista de perros que, a través de la literatura, lo han dado todo por sus dueños: Pilot, en Jean Eyre, Argos y Ulises, Buck, en La llamada de la selva, Crab, de Los caballeros de Verona, Laska, de Ana Karenina, Fang, de Harry Potter… o Cujo, el perro con rabia de Stephen King, que le regalaría a la ex ministra, Ana Mato.

jueves, 15 de junio de 2017

LAS BARBAS DEL PROFETA



Libro basado en una de las materias, ya eliminadas tan injustamente del currículo de Educación, como otras que forman parte de las Humanidades. La Historia Sagrada era una asignatura que, si bien en algunos momentos hacía temer por nuestro final tras la muerte, en muchos era fuente de placer y para despertar la curiosidad, la imaginación y el gusto por la literatura. Indudablemente había pasajes incomprensibles, no entendíamos cómo de una pareja nada más se pobló la tierra, más aún cuando Adán y Eva tuvieron 2 hijos, Caín y Abel, pero ya se sabe, lo inexplicable era alegórico, metafórico o parabólico. Pero por mucho que nos recordasen que no había que tomar las cosas al pie de la letra, he de reconocer que, en momentos difíciles de mi infancia, odiaba profundamente a Adán y Eva pues yo me imaginaba que, de no haber sido por su pecado tonto, podría haber vivido en ese paraíso, sin preocuparme de los estudios o carencias infantiles.

El caso es que ha ocurrido así en todas las religiones, y en todos los mitos, y estaba bien que los niños, aunque no leyeran la Biblia, supieran quién era Job, o Abraham o lo más elemental de una religión a la que, eso sí, pertenecía todo el mundo y sin embargo muy pocos lo hacían por convicción, de hecho si realizásemos, ahora o antes, encuestas para saber quiénes son los lectores de la Biblia, probablemente no llegásemos al 25% de los llamados católicos. Esto, que no admite discusión en otros aspectos de la vida, nadie que no tenga el título correspondiente puede ser médico, o fontanero, en la religión se relaja de forma alarmante puesto que el estudio de la Biblia no es obligatorio para formar parte de la comunidad cristiana. Debe haber otros intereses por parte de la iglesia, si no no se explica que tampoco haya subsistido la Historia Sagrada, materia que, según quién la redactara, informaba de algunos aspectos bíblicos con mayor o menor profundidad. Yo la cursé; era entretenida y me sirvió para ampliar mi cultura. Más tarde, cuando me introduje algo más en la religión griega, latina o egipcia, me di cuenta de que muchos de los pasajes de la Biblia tuvieron su fuente en diferentes mitologías y religiones. Así que sí servía la Historia Sagrada para ayudar a las cabecitas que la estudiaban a ser críticos y razonadores en un futuro, aunque en la infancia no entendiésemos cómo pudo parir María y seguir siendo virgen (imagino que los niños griegos tampoco entenderían cómo Zeus en forma de lluvia de oro logró fecundar a Dánae y que ésta pariese a Perseo nueve meses después). Lo que es innegable es que cuando consigues realizar tus propias interpretaciones, cuando logras cuestionar diferentes escritos, sean bíblicos o no, empiezas a formar tu identidad y, lo más importante, empiezas a valorar los libros en general y la literatura en particular.

Pues Las barbas del profeta es un libro para todos, para quienes no hayan estudiado Historia Sagrada, porque van a aprender algo de ella y de paso de su cultura, y para los que sí la cursamos, porque pasaremos un rato súper divertido, agradable y reflexivo, como siempre que leemos algo de Eduardo Mendoza. «El segundo mandamiento que Jehová dio a Moisés en el monte Sinaí dice: No te harás imagen ni ninguna semejanza de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra» ¿Por qué la religión católica ha sido entonces tan explícita con sus imágenes, tanto pictóricas como escultóricas? ¿Para que sus seguidores no diesen rienda suelta a la imaginación? ¿Para infundir temor entre los fieles? Es cierto que hay imágenes que asustan, pero otras no lo han conseguido «La figura patriarcal de Dios padre sale más favorecida. En cambio el Espíritu Santo no tiene arreglo».

No debemos  perder de vista a nuestros mitos originales, puesto que en ellos está la base de lo que somos y la base de nuestro pensamiento; al conocerlos podremos recapacitar, en este caso con Mendoza, sobre lo que se considera ético, o moral, o simplemente fe ciega o creencia.

Y como todo lo que escribe este autor, nos ayuda a reflexionar en profundidad y con una sonrisa constante derivada de la amenidad e ironía de su estilo. «Pero seamos sinceros: Jesucristo no nos caía simpático. El mensaje de amor y perdón poco tenía que ver con nuestras circunstancias, y por el contrario, la insistencia en la renuncia, en el sacrificio y la penitencia no encajaban en la cabeza de unos niños que sólo querían jugar y ser felices» (Seguro que ha debido ser por esto, o algo parecido, por lo que ya no se estudia Historia Sagrada, ni mitología, y seguro que, por algo similar tratamos de evitar a las nuevas generaciones todo lo que suponga memoria histórica).

Las barbas del profeta es un libro que pide a gritos la concordia, que medita sobre la importancia de la convivencia, que refleja, por supuesto, la personalidad de este último y merecidísimo Premio Cervantes, hombre de paz y de gran sentido del humor, cualidades que se ven en su obra y que, en la que nos ocupa, aporta asimismo el sello de identidad sobre el autor «Entre los ángeles hay un grupo muy numeroso que es el de los ángeles de la guardia. Es un concepto más próximo al mundo de las hadas y los enanitos. Los adultos pocas veces piensan que un ser invisible está siempre a su lado, velando por su pupilo y anotando cuidadosamente sus buenas y malas obras».


martes, 27 de diciembre de 2016

LA HABITACIÓN DE NONA

La cita de Einstein, que abre el libro de relatos por el que se ha otorgado a su autora, Cristina Fernández Cubas, el Premio Nacional de Narrativa, condensa en pocas palabras el contenido de los mismos: «La realidad es simplemente una ilusión, aunque muy persistente».

El tema sueño-realidad ha sido motivo de preocupación desde siempre. Shakespeare lo llevó constantemente al teatro, aunque probablemente fuese Hamlet quien se erigiera como máximo representante de las consecuencias que acarrea la confusión entre verdad-ficción; lo pensado y lo vivido pueden jugar malas pasadas si nos ofuscamos con el poder de la mente, si nos centramos en el deseo y no percibimos lo que realmente tenemos para poder valorarlo en su justa medida, para cambiar lo que no nos convence con mucha fuerza de voluntad. Si no conseguimos separar «lo que me gustaría» de «lo que es» podemos vivir en la melancolía de «que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son», de Calderón, o torturarnos constantemente con el «ser o no ser» shakesperiano.

Otro tópico literario que aparece en los cuentos nos retrotrae a los clásicos grecolatinos. A través del espejo la ficción se funde con la realidad idealizada para confundirnos. Desde el mito de Narciso, el hombre ha sentido la necesidad de traspasar el espejo y vivir en lo ansiado, en la armonía sugerida de la imagen estática, pero, como en las aventuras de Alicia, el equilibrio se puede convertir en inseguridad, en caos, en desengaño: «la luna del espejo le devolvió su imagen y ahí se quedó. Atónita. Inmóvil. Fascinada. Porque era ella. Quién sabe cuántos años atrás, pero ella».

Está claro que para llegar a estos extremos hemos de tener una mente distorsionadora, que siempre o a intervalos sea capaz de fabricar una realidad a nuestro gusto; lo malo es que esta realidad no nos envuelve de forma constante sino a ratos para, con despótica crueldad, presentarnos en ocasiones aquello que odiamos e intentamos evitar. Creo que esto podría resumir el libro de relatos La habitación de Nona. El título apunta al primer cuento y consigue erigirse como título general porque los cuentos están relacionados; aunque no tengan nada que ver unos con otros, la autora establece algún guiño que los conecta, pero lo fundamental es que todos están construidos desde ese espacio cerrado que supone la mente y por donde nos movemos con total naturalidad. Nona es, asimismo, la protagonista del primer cuento y se va convirtiendo en la metáfora del resto de protagonistas, todas femeninas, todas, probablemente, alter ego de Cristina Fernández. La narradora, en primera persona, va pues intercalando espacios abiertos que aluden a la realidad, con otros cerrados que invocan a la mente, al pensamiento, para adentrarse en el sueño y vivirlo feliz, mucho más feliz que cuando debe afrontar lo tangible, hasta que consigue olvidar el no ser y utilizar la imaginación como arma para poder enfrentarse a la vida.

De esta forma, el pesimismo, la crueldad, la angustia que va quedando como poso de las lecturas se transforma en optimismo al final, con los Wasi-Wano, aun a costa de que sea el cuento menos impactante o inquietante de los seis.

Los personajes femeninos están en continuo enfrentamiento para conseguir un efecto turbador en el lector.

En La habitación de Nona, sobrecoge la relación entre Nona y su hermana.

La vejez frente a la juventud se convierte en algo amenazante en Hablar con viejas. El problema de Interno con figura está en el enfrentamiento de la autora, que aparece como protagonista ahora, ya de forma evidente, con ella misma al observar el cuadro Interno con figura, que alude asimismo a Nona.

El desafío de El final de Barbro supone la competición entre esposa-hija por conseguir que el hombre se quede con ellas. Con este deseo, las hijas creerán ver al padre ausente en otros.

La colisión de La nueva vida se da entre la propia autora en el tiempo actual y ella misma en su juventud; la protagonista desea volver a un pasado feliz en el que aún estaba junto a su marido.

Asimismo la anciana de Días entre los Wasi-Wano recuerda cómo un hombre —su tío— le dio la clave para controlar su mente y ser feliz.

En esta dualidad mente-existencia juega un importante papel el paso del tiempo, todo es relativo según la propia experiencia, el poder de sugestión consigue reordenar nuestros recuerdos hasta modelarnos de nuevo. Sólo así la ternura y la crueldad se dan la mano en los actos que llevamos a cabo con los demás y con nosotros mismos «Y enseguida, después de la natural sorpresa, comprendí que Nona era, además de lista, mala. Muy mala».

En ese momento, la línea que separa lo moral de lo amoral se desdibuja, se va convirtiendo en invisible a nuestros ojos hasta que somos incapaces de percibir sus límites, sólo intuimos el temor que se ha instalado y que martillea sin cesar hasta dejar al pensamiento sumido en una profunda oscuridad que lucha por ver la luz. Pero a veces el azar es caprichoso. «No quiso ver más. Cerró los ojos. Sintió un aliento fétido muy cerca de su boca y deseó morir. Pero ya el hombretón la había alzado en el aire y la mecía».

El interés del lector se mantiene constante porque la narradora va generando suspense mediante frases lapidarias, de doble sentido, perfectas para despertar la curiosidad «Después de todo, tú eres la responsable de su existencia». Asimismo mediante la repetición, dirige la atención del lector hacia donde le interesa para que la sorpresa sea más impactante «Nooonaaa, Nooonaaa, Nooonaaaa... Siempre el mismo. Nona».

Contribuye también el ritmo rápido, fruto del uso de la oración corta, para que el interés por la lectura no decaiga «Y aquí está, claro y nítido. El camino. Lo demás no nos importa. ¿Qué pasa con los cadáveres que nadie ha identificado? ¿Van a la fosa común?». La función fática, habitual en estos cuentos, consigue que el lector participe de la narración, se implique, por lo que su interés va creciendo con el paso de los hechos.

El estilo directo y el uso del condicional marcan el ahora y van poniendo en situación al lector que, en ocasiones, se entera de lo que va a ocurrir antes de que suceda, pero sobre todo, describen el pensamiento caótico de la protagonista cuando los diálogos tienen lugar en su mente, que se desdobla en dos personalidades «¿y me lo sueltas así, de un día para otro, después de dos años sin vernos? ella, enseguida le tendería papel y pluma. “Es sólo un préstamo”». El estilo indirecto libre contribuye, por supuesto con el monólogo interior, a retratar a la protagonista. «Mañana, antes de que la sacaran de casa, ella pagaría. Y no se trataría de un robo. Sólo de un préstamo».

Las metáforas animalizadoras ayudan a idealizar la realidad «Tenía un cuello de toro, que curiosamente arqueaba como un flexo». La función expresiva es evidente, sobre todo, en los retratos de los personajes, detallados en extremo pero con expresiones valorativas que los colocan en el plano literario, aunque pretenda una verosimilitud mediante la metaliteratura «Es más, probablemente está tan asustada, que sin dejar de sujetar con fuerza el fardo, ha cerrado los ojos [...] Me recuerda a un personaje de cuento que escribí hace poco y al que llamé Nona».

Nunca tenemos la certeza absoluta de estar frente a la realidad o la ficción. La mezcla de espacios consigue que las mismas palabras adquieran diferentes sentidos; el poder de la palabra en la situación comunicativa es evidente y el poder del silencio en el acto de la comunicación, totalmente relevante «No necesitamos de las palabras para saber que esta vez Barbro (le pertenezca o no el cuerpo que nos aguarda) no va a salirse con la suya».


Al terminar La habitación de Nona he llegado a la conclusión de que, cada vez más, me apasiona el cuento. Con éstos no sólo he disfrutado con su lectura sino que he profundizado, releído, investigado sobre hechos o datos que me parecían inquietantes; en definitiva, he aprovechado la sorpresa que supone ir sorprendiéndome a cada página.

viernes, 23 de diciembre de 2016

CRÍMENES

Crímenes es un libro de relatos que se desvía de los relatos al uso, porque están basados en casos reales de procedimientos penales. El título es mostrativo de lo que vamos a encontrar, sin embargo al leerlos nos damos cuenta de que lo que interesa, más que el asesinato en sí o en cómo se llevó a cabo, es por qué el ser humano tiende a un determinado comportamiento, qué ocurre para que un hombre tome decisiones que pueden cambiar el rumbo de su vida y, con seguridad, el de otros.

Ferdinand Von Schirach se desvía, asimismo, de los autores al uso, pues es el abogado que en uno u otro momento tuvo que defender a los imputados que conforman este libro. No encontraremos los pasos que dio hasta conocer plenamente a sus defendidos; eso no interesa. Lo llamativo, para Schirach, es analizar las circunstancias en las que se desenvolvían dichas personas y las posibles causas de actuación

...obtuvo el título de secundaria por los pelos. Nadie en su familia había llegado tan lejos. Pidió prestados a Walid 8.000 euros [...] Karim, que conocía muy bien la Bolsa por haberla estudiado a conciencia, invirtió en el mercado de divisas por internet. En el trascurso de un año ganó cerca de 700.000 euros.

El autor se sumerge en la historia como narrador protagonista, por lo que relata en primera persona, aunque es normal encontrarlo como externo, en tercera persona, hasta que se convierte en omnisciente. Con estos cambios de focalización, que se dan incluso en un mismo relato consigue dotar de un punto literario a la narración:

El hombre estaba tumbado boca abajo; el policía le había hincado la rodilla en la espalda y le apretaba la cara contra el césped. La tierra estaba caliente.

Efectivamente, en El etíope, relato al que pertenece el párrafo anterior, es donde mejor podemos observar la función poética y la expresiva. El narrador-autor deja en Michalka, su protagonista, toda la admiración y cariño que siente hacia él.

No siempre el malo es el que ha cometido el delito, o al menos el lector empatiza tanto con él que lo entiende, lo disculpa o incluso lo aplaude, como en el caso de Fanher, pero una vez que razonamos la situación observamos que normalmente es precisamente la falta de raciocinio lo que lleva a estos hombres a actuar de forma desmedida, pues se encuentran en situaciones en las que actúan como verdugos aunque antes han sido las propias víctimas.

Encontramos personajes buenos que pueden llegar a cometer locuras tras pasar años presionados, manipulados, o incluso torturados psicológicamente por alguien cercano. Encontramos criminales que extorsionan hasta que se encuentran con otro aún más cruel, más frío, más sádico. Y personas que han sufrido tanto durante toda su vida que cualquier evento considerado como horroroso por la mayoría de mortales es para ellas un obstáculo más del que hay que salir como sea. Son perdedores, modelados por la vida cruel que no sabemos por qué se ceba en unos y pasa por al lado de otros sin inmutarse.

Fanher podía haber resuelto su situación fácilmente mucho tiempo atrás, pero por un falso sentido del honor es capaz de sacrificarse durante toda una vida; y eso es malo; los sentimientos hay que dejarlos aflorar porque lo que se queda dentro se va enquistando, hasta que un día se decide cortar sin pensar en las consecuencias. Entonces, al mirar atrás, todo se ve triste, como el propio Fanher.

Acarició con el pulgar el rostro de Ingrid. Hacía mucho tiempo que la capa de barniz se había desprendido de la foto, la cara de Ingrid estaba casi blanca.

En general no son asesinatos al uso, al menos no con las características que suelen tener los asesinatos, no hay un culpable claro aunque sí exista un ejecutor. Posiblemente Tackler, de El violonchelo, así lo entienda y por eso decide terminar con la historia que él mismo empezó años atrás.

Los relatos cuentan historias amargas. Aunque el protagonista tenga, en algunos, el final feliz que se merece, el lector queda salpicado por una pesadumbre infinita al darse cuenta de lo inhumano que puede ser el ser humano. Son casos que destrozan con una dureza ostensible el honor y la moral de los hombres.

Las narraciones están bien construidas. A veces obtenemos al principio algún pormenor sobre el protagonista principal, pero nunca lo conocemos hasta que no llegamos al final, cuando la prosopografía inicial se ha ido llenando de etopeyas, de actos, para ofrecer un retrato perfecto;

El hombre pálido estaba sentado en medio del césped. Tenía un rostro singularmente asimétrico, orejas de soplillo y cabello pelirrojo. Tenía las piernas estiradas, las manos en el regazo agarrando un fajo de billetes. Miraba fijamente una manzana que se estaba pudriendo a su lado.

La extensión del argumento no es muy larga, tampoco lo son las oraciones que lo forman; el tiempo juega un importante papel en estos relatos, los tiempos verbales fluctúan entre el aspecto perfectivo para que las acciones se vayan encadenando conforme van acabando y el imperfectivo, de forma que los hechos puedan desarrollarse con detalle; el estilo de Von Schirach se caracteriza por la agilidad en la narración, con lo que consigue que tardemos poco tiempo en leer cada episodio, sin embargo la lectura permanece en la mente intentando aclarar preguntas suscitadas, realmente puede que necesitemos meditar bastante antes de pasar al siguiente informe. El desenlace a veces no lo es, aunque normalmente tienen un final cerrado, como corresponde a los casos que se llevan a juicio. En Crímenes, como en la realidad, nunca mejor dicho, no siempre culmina la trama, así ocurre en La espina, relato que adopta más la categoría de cuento de Allan Poe, que el de testimonio basado en una experiencia judicial, pues aunque es cierto que a veces la realidad supera a la ficción, lo normal es que lo corriente sea menos sensacionalista.

Llevaba una lupa en el bolsillo. Poco menos que se precipitó en su sala y, con la lupa, examinó la estatua milímetro a milímetro. No encontró ninguna espina [...] Se deslizó de rodillas en torno a la estatua y rebuscó por el suelo. Luego se sintió indispuesto y fue a vomitar al baño.

Aun así, aunque es literatura no deja de aparecer inquietante el concepto de verdad y, sobre todo el de castigo, término que encierra las peores connotaciones en la mente.

Y nuestros protagonistas son seres atormentados; se han visto abocados a llevar dos vidas, una exterior cuya impresión que dan a los demás es de calma, de despreocupación, de normalidad y otra interior, la que los atormenta continuamente, la que martillea sin cesar sus débiles juicios hasta destruirlos. Son personas que se debaten entre la fuerza que muestran a la sociedad, el éxito incluso, y el abatimiento angustioso que los va ahogando desde dentro hasta que sale afuera con consecuencias irremediables, espantosas.

En Amor, la personalidad psicótica del protagonista hace que cuestionemos la actuación de los abogados; el asunto del secreto profesional no se sostiene, o al menos no debería hacerlo en aquellos casos en los que, con certeza, corre peligro un ser humano. Debería existir alguna cláusula que permita a los profesionales usar sus informaciones para evitar desgracias mayores.

—Los abogados tenemos el deber de mantener el secreto profesional –dije–. Todo lo que me digas quedará entre nosotros. Sólo tú decides si puedo contarlo a alguien. Tampoco tus padres sabrán nada de esta conversación.

Pero así es la vida y con esta crudeza la relata Von Schirach. Asusta pensar en el ser humano como un no-humano, como alguien regido por instintos, incapaz no ya de razonar sino de hacerlo de manera distorsionada. ¿Cuándo se enciende ese interruptor en el cerebro capaz de deformar la percepción de los hechos? ¿A quién le ocurre? ¿Por qué sucede? son preguntas inquietantes que van surgiendo con la lectura de los relatos

No sabía de donde venía la pregunta; sencillamente estaba allí y no conseguía quitársela de la cabeza.