Crímenes es un libro de relatos que se desvía
de los relatos al uso, porque están basados en casos reales de procedimientos
penales. El título es mostrativo de lo que vamos a encontrar, sin embargo al
leerlos nos damos cuenta de que lo que interesa, más que el asesinato en sí o
en cómo se llevó a cabo, es por qué el ser humano tiende a un determinado
comportamiento, qué ocurre para que un hombre tome decisiones que pueden
cambiar el rumbo de su vida y, con seguridad, el de otros.
Ferdinand
Von Schirach se desvía, asimismo, de los autores al uso, pues es el abogado que
en uno u otro momento tuvo que defender a los imputados que conforman este
libro. No encontraremos los pasos que dio hasta conocer plenamente a sus
defendidos; eso no interesa. Lo llamativo, para Schirach, es analizar las
circunstancias en las que se desenvolvían dichas personas y las posibles causas
de actuación
...obtuvo
el título de secundaria por los pelos. Nadie en su familia había llegado tan
lejos. Pidió prestados a Walid 8.000 euros [...] Karim, que conocía muy bien la
Bolsa por haberla estudiado a conciencia, invirtió en el mercado de divisas por
internet. En el trascurso de un año ganó cerca de 700.000 euros.
El
autor se sumerge en la historia como narrador protagonista, por lo que relata
en primera persona, aunque es normal encontrarlo como externo, en tercera
persona, hasta que se convierte en omnisciente. Con estos cambios de
focalización, que se dan incluso en un mismo relato consigue dotar de un punto
literario a la narración:
El
hombre estaba tumbado boca abajo; el policía le había hincado la rodilla en la
espalda y le apretaba la cara contra el césped. La tierra estaba caliente.
Efectivamente,
en El etíope, relato al que pertenece
el párrafo anterior, es donde mejor podemos observar la función poética y la
expresiva. El narrador-autor deja en Michalka, su protagonista, toda la
admiración y cariño que siente hacia él.
No
siempre el malo es el que ha cometido el delito, o al menos el lector empatiza
tanto con él que lo entiende, lo disculpa o incluso lo aplaude, como en el caso
de Fanher, pero una vez que razonamos la situación observamos que normalmente
es precisamente la falta de raciocinio lo que lleva a estos hombres a actuar de
forma desmedida, pues se encuentran en situaciones en las que actúan como
verdugos aunque antes han sido las propias víctimas.
Encontramos
personajes buenos que pueden llegar a cometer locuras tras pasar años
presionados, manipulados, o incluso torturados psicológicamente por alguien
cercano. Encontramos criminales que extorsionan hasta que se encuentran con
otro aún más cruel, más frío, más sádico. Y personas que han sufrido tanto
durante toda su vida que cualquier evento considerado como horroroso por la
mayoría de mortales es para ellas un obstáculo más del que hay que salir como
sea. Son perdedores, modelados por la vida cruel que no sabemos por qué se ceba
en unos y pasa por al lado de otros sin inmutarse.
Fanher
podía haber resuelto su situación fácilmente mucho tiempo atrás, pero por un
falso sentido del honor es capaz de sacrificarse durante toda una vida; y eso
es malo; los sentimientos hay que dejarlos aflorar porque lo que se queda
dentro se va enquistando, hasta que un día se decide cortar sin pensar en las
consecuencias. Entonces, al mirar atrás, todo se ve triste, como el propio
Fanher.
Acarició
con el pulgar el rostro de Ingrid. Hacía mucho tiempo que la capa de barniz se
había desprendido de la foto, la cara de Ingrid estaba casi blanca.
En
general no son asesinatos al uso, al menos no con las características que
suelen tener los asesinatos, no hay un culpable claro aunque sí exista un
ejecutor. Posiblemente Tackler, de El
violonchelo, así lo entienda y por eso decide terminar con la historia que
él mismo empezó años atrás.
Los
relatos cuentan historias amargas. Aunque el protagonista tenga, en algunos, el
final feliz que se merece, el lector queda salpicado por una pesadumbre
infinita al darse cuenta de lo inhumano que puede ser el ser humano. Son casos
que destrozan con una dureza ostensible el honor y la moral de los hombres.
Las
narraciones están bien construidas. A veces obtenemos al principio algún
pormenor sobre el protagonista principal, pero nunca lo conocemos hasta que no
llegamos al final, cuando la prosopografía inicial se ha ido llenando de
etopeyas, de actos, para ofrecer un retrato perfecto;
El
hombre pálido estaba sentado en medio del césped. Tenía un rostro singularmente
asimétrico, orejas de soplillo y cabello pelirrojo. Tenía las piernas
estiradas, las manos en el regazo agarrando un fajo de billetes. Miraba
fijamente una manzana que se estaba pudriendo a su lado.
La
extensión del argumento no es muy larga, tampoco lo son las oraciones que lo
forman; el tiempo juega un importante papel en estos relatos, los tiempos
verbales fluctúan entre el aspecto perfectivo para que las acciones se vayan
encadenando conforme van acabando y el imperfectivo, de forma que los hechos
puedan desarrollarse con detalle; el estilo de Von Schirach se caracteriza por
la agilidad en la narración, con lo que consigue que tardemos poco tiempo en
leer cada episodio, sin embargo la lectura permanece en la mente intentando
aclarar preguntas suscitadas, realmente puede que necesitemos meditar bastante
antes de pasar al siguiente informe. El desenlace a veces no lo es, aunque
normalmente tienen un final cerrado, como corresponde a los casos que se llevan
a juicio. En Crímenes, como en la
realidad, nunca mejor dicho, no siempre culmina la trama, así ocurre en La espina, relato que adopta más la
categoría de cuento de Allan Poe, que el de testimonio basado en una
experiencia judicial, pues aunque es cierto que a veces la realidad supera a la
ficción, lo normal es que lo corriente sea menos sensacionalista.
Llevaba
una lupa en el bolsillo. Poco menos que se precipitó en su sala y, con la lupa,
examinó la estatua milímetro a milímetro. No encontró ninguna espina [...] Se
deslizó de rodillas en torno a la estatua y rebuscó por el suelo. Luego se
sintió indispuesto y fue a vomitar al baño.
Aun
así, aunque es literatura no deja de aparecer inquietante el concepto de verdad
y, sobre todo el de castigo, término que encierra las peores connotaciones en
la mente.
Y
nuestros protagonistas son seres atormentados; se han visto abocados a llevar
dos vidas, una exterior cuya impresión que dan a los demás es de calma, de
despreocupación, de normalidad y otra interior, la que los atormenta
continuamente, la que martillea sin cesar sus débiles juicios hasta destruirlos.
Son personas que se debaten entre la fuerza que muestran a la sociedad, el
éxito incluso, y el abatimiento angustioso que los va ahogando desde dentro
hasta que sale afuera con consecuencias irremediables, espantosas.
En Amor, la personalidad psicótica del
protagonista hace que cuestionemos la actuación de los abogados; el asunto del
secreto profesional no se sostiene, o al menos no debería hacerlo en aquellos
casos en los que, con certeza, corre peligro un ser humano. Debería existir
alguna cláusula que permita a los profesionales usar sus informaciones para
evitar desgracias mayores.
—Los
abogados tenemos el deber de mantener el secreto profesional –dije–. Todo lo
que me digas quedará entre nosotros. Sólo tú decides si puedo contarlo a
alguien. Tampoco tus padres sabrán nada de esta conversación.
Pero
así es la vida y con esta crudeza la relata Von Schirach. Asusta pensar en el
ser humano como un no-humano, como alguien regido por instintos, incapaz no ya
de razonar sino de hacerlo de manera distorsionada. ¿Cuándo se enciende ese
interruptor en el cerebro capaz de deformar la percepción de los hechos? ¿A
quién le ocurre? ¿Por qué sucede? son preguntas inquietantes que van surgiendo
con la lectura de los relatos
No
sabía de donde venía la pregunta; sencillamente estaba allí y no conseguía
quitársela de la cabeza.
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