domingo, 9 de septiembre de 2018

UNA MADRE



He de reconocer que en casa me encontré de pronto con este libro que no recordaba tener, es de esos que compras porque al autor le han dado un premio, forma parte de una trilogía y dices, pues voy a por la primera. Y así es como Una madre descansaba en un estante durante mucho tiempo, hasta que me di cuenta de que no lo había leído. Al principio me gustó, la lectura es rápida, ágil y salpicada de humor irónico «—Hay que ver, desde que sabes que solo tienes un sesenta y cuatro por ciento de discapacidad (visual) te has vuelto muy observadora, mamá». Pero de pronto, se descontrola y me desconcierta; no sé si Amalia, la madre de Emma, Silvia y Fernando, con 65 años está enferma, con demencia senil, o tiene un coeficiente intelectual muy bajo. No encontraba normal que todo fueran risitas «ji ji ji», que cada vez que intentase llevar a cabo una acción deshiciese el conjunto de lo que tenía a su alrededor y que no afrontase con seriedad los problemas, graves problemas, por los que estaban pasando sus hijos.

Hasta que en el libro tercero, Alejandro Palomas divide la novela en cuatro libros y estos a su vez en capítulos, me di cuenta de que Amalia no padecía ninguno de dichos contratiempos, al menos no tan serios como yo creí reconocer en un principio (exceptuando su deficiencia visual, claro). Amalia es una mujer que tuvo la mala suerte, como muchas de su edad, de topar con un marido autoritario, egoísta, de los que se querían sólo a sí mismos y que les hizo la vida imposible a ella y a sus tres hijos hasta que los dejó, como cualquier parásito, llenos de deudas y sin dinero. Uno de tantos machos que proliferaban en la España de mediados del XX y a los que su familia no podía replicar; como Amalia no trabajaba fuera de casa, se acostumbró a darle la razón en todo para después, sin apenas ser vista, intentar colmar a sus hijos con el amor que les faltaba de su padre. Paradójicamente cuando él se va de casa, Amalia empieza a vivir, a salir adelante con lo poco que le ha quedado y a intentar seguir protegiendo a sus hijos, quienes, por otro lado, al vivir una infancia y juventud con miedo, se resquebrajan al menor contratiempo.

Amalia estará ahí con ellos y, aunque parezca que son los hijos los padres de Amalia, el día de Noche Vieja consigue reunir a toda la familia que le queda y la ayuda a hablar, arreglando a su manera, peculiar, los obstáculos que a todos les impiden llevar una vida normal. Y digo a su manera, porque es difícil deshacerse de trastornos mentales, de golpes que te va dando la vida

—Sí mamá –dice Silvia con voz triste–. De oírte tantas burradas y tener que estar vigilándote continuamente, siempre detrás de ti para que no hagas alguna de las tuyas, como si nosotros fuéramos la madre y tú la hija […] Agota ¿sabes? Te juro que agota

La familia, de clase media, queda en la ruina al desaparecer el padre con lo que hay en el banco y conseguir que su mujer firme el divorcio con unas condiciones de absoluta indefensión para ella; pero Amalia subsistirá en un piso diminuto. Y no sólo ella, su hijo Fernando aparecerá por allí un día, con su gran danés, Max, para quedarse al no poder soportar la soledad cuando su novio lo abandona

…desde que las cosas —las mías— se torcieron y la música empezó a sonar mal, fuera de tono, fuera de todo. Desde que, en mi deseo de enderezarme, me adentré por un camino que tomé por un atajo y que al poco se reveló un callejón sin salida.

Por otro lado, Emma, a pesar de mantener una relación fantástica con Olga, su pareja, no consigue olvidar a Sara, «La herida de Emma se llama Sara», aquella que la dejó el día en que iban a comprar un piso para empezar una nueva vida; y Silvia, la mayor, aparentemente una mujer casada y con éxito laboral, se queda sin trabajo, pues la echan —la crisis, ya se sabe—, y sin marido, pues se va a su país de origen.

Por si no constituyeran ya la familia más infortunada del mundo aparece el tío Eduardo, otro acomplejado por la soledad que arrastra toda su vida y que intenta subsanar con jovencitas, cual típico donjuán español desde tiempos inmemoriales, un donjuán de bastante edad, penoso, que sólo consigue chicas de lo más extraño socialmente, chicas de bajos fondos cuya única intención es divertirse con él hasta cansarse, cuando se presente otro en mejores condiciones.

Pues sí, no encuentro una familia en peores circunstancias. Por primera vez, desde que Amalia se divorció, dos años antes, todos se reúnen en la minicasa, los cinco, más otra silla reservada para aquellos fantasmas que ya no están presentes pero inciden en sus vidas y los dos perros, el de Fernando, enorme y el de Amalia, pequeñito. ¿Cómo caben? pues apretados. Lo que está claro es que ya el espacio deja poco lugar a la acción, por lo que la novela es un diálogo entre ellos, la mayoría de veces para “enfadarse” con la madre que dice un sinsentido tras otro, en ocasiones con expresiones realmente humorísticas «llevo días con la sensación de que esta noche vamos a tener más de una sorpresa […] Es como una vibración…mmm… holística, hijo ¿Tú no la notas? “Ho…lística” He podido contener una carcajada pero no he conseguido morderme a tiempo la lengua.».

Y en otras ocasiones para echarse en cara aquello que llevan dentro durante tiempo sin dejarlo salir «—Y de tus locuras –vuelve a la carga Silvia– De que nunca hagas caso de nada y de tener que correr luego a solucionarte las papeletas…»

Estos diálogos van salpicados con analepsis, mediante las que nos enteramos, por un narrador en primera persona, normalmente Fernando, de todo aquello que las conversaciones dejan a medias, porque todas están expresadas en lenguaje oral-coloquial, en el que tienen cabida frases inacabadas que se dan por sabidas entre ellos, o palabras que aluden a hechos pretéritos, por lo mismo.

Así pues las analepsis se agradecen a pesar de que en la mayoría de casos no son imprescindibles; el lector es capaz de entenderlo por el contexto. Este es el mayor problema, si se le puede llamar así, que le veo a la novela; no hay sorpresas. A pesar de los saltos en el tiempo el argumento es bastante lineal, sencillo… Los personajes son algo tópicos, la trabajadora incansable, responsable, dura, que todo se lo echa a la espalda hasta que no puede más, y los traumatizados por diferentes ausencias de sus parejas. Y como tópico mayor, una madre que, simplemente hablando –en una o dos ocasiones con sentido– es capaz de hacerles ver a todos que en la vida hay que tener esperanza y alegría.

No sé, algo rechina en todo esto que no me resulta creíble, quedan asuntos por resolver. ¿Por qué Emma es quien deja su trabajo para dedicarse a la granja? ¿No le gustaba la enseñanza? ¿Decide escapar del mundo?

—Alquilaremos habitaciones y yo me encargaré del mantenimiento de la casa –dijo.
Mamá parpadeó y frunció el ceño.
—¿Y qué pasa con el instituto, hija? –preguntó– ¿Vas a pedir traslado o […]
—No –la interrumpió, sin dejar de sonreír. Y luego–: He pedido una excedencia…

¿Por qué Amalia necesita tener a su madre a su lado para que solucione sus angustias, y sus hijos aceptan este remedio para ellos mismos como algo posible? ¿Por qué esos hijos no están pendientes de su madre, casi ciega y con la mentalidad de una niña, y la dejan vivir sola?

“—Hay una rumana con tres dientes de oro y una BlackBerry con cristales de Swarovsky limpiando en casa de mamá. No sé si llamar a la policía o a un psiquiatra de urgencias para que venga y la electrocute de una vez” […] nos dio mucho que pensar, más que temer […]
—Ah, pues qué raro –dijo Eugenia–. Es que como hay un camión delante del portal y están sacando todos tus muebles por la ventana…

Es cierto que todos los personajes sufren y se guardan ese sufrimiento para ellos, es cierto que deberían haberlo hablado en su momento, pero precisamente por estar tan enquistado el dolor, veo un desenlace demasiado simple e irreal… claro que es ficción y, sin embargo, el autor pretende exponer una situación real. Puede que lo sea, que yo esté equivocada, pero normalmente en la realidad las cosas acabarían de otra forma.

…en silencio, con mamá abrazada a Silvia por detrás mientras al otro lado de la mesa, junto a la Silla de los Ausentes, Emma acaricia distraídamente el brazo de Olga […] Max deja escapar un suspiro de sueño que se expande por el salón como una ola pequeña.

La estructura es de novela psicológica, aunque profundice poco en la mente de los personajes; podría ser llevada al teatro con absoluta precisión cambiando algún diálogo en el que se expusiera la analepsis correspondiente con algo más de claridad en las réplicas. Sin dificultad. Porque hemos de reconocer que los detalles abundan, son exhaustivos, no dejamos de enterarnos de nada de las causas por las que llegan a ese estado; las consecuencias son algo más irreales, a no ser que la intención de Alejandro Palomas no fuera ésta, exponer las consecuencias de una vida traumática, sino conseguir emociones en el lector, risas, llantos, alegrías y esperanza, aunque sea a costa de que queden instaladas en la superficie. Creo que la novela, algo moralista, es más adecuada para un público joven, más dado a soñar con imposibles y a empaparse de buenos valores. Por mi parte, mi subconsciente se rebela ante determinadas circunstancias porque me doy cuenta de que si algo se enquista en una persona no desaparecerá sólo con una conversación, puede servir de bálsamo momentáneo pero la solución, si llega, es con otros medios; tanta ternura, tanto histrionismo no sirven como único remedio para unos personajes apaleados por la vida hasta dejarlos casi en la insolvencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario