Cuando
nos disponemos a leer El diluvio anónimo tenemos la
sensación de habernos retrotraído a comienzos del siglo XX, tal es la
contemporaneidad que se deja ver en sus páginas. La novela comienza con un
capítulo que es en realidad el Libro Primero –Infancia de Si tanto me amas. En
este libro conocemos pues, la infancia de Zora Nerva. Su fatídico nacimiento,
durante el que muere su madre, presenta una situación habitual en la que
podemos distinguir el entorno económico, político y social de los protagonistas.
Son el testimonio de una época, relativamente objetivo, pues el punto de vista
de la narradora protagonista refleja su posición individual burguesa, «recordé que Lina, durante la merienda-cena,
había estado lamentándose del deterioro del orden público de Barcelona, de los
disturbios que estaban ocasionando los catalanistas radicales y del enrarecido
clima social que se vivía en la ciudad».
No
cabe duda de que la mujer es la protagonista de El diluvio anónimo; no solo porque comienza por el relato de la
infancia de Zora, también porque desde el principio intuimos que los personajes
que la rodean serán fundamentales para que lleguemos a conocerla. Aunque el
estilo narrativo y las expresiones empleadas, en este primer capítulo, sean
propios del Realismo, sabemos que no será una novela decimonónica al uso, «Estaban levantando La Valenciana, empresa
de condimentos alimentarios y embutidos que hoy, cien años después, todavía me
reporta beneficios». Este empleo del presente inquieta o, al menos,
confunde; y sin embargo es normal; P. L. Salvador no iba a escribir simplemente una historia a modo del XIX, por eso
anuncia El enigma de la casa Munther, un libro escrito por un psiquiatra y
publicado póstumamente. Este será El libro Segundo de nuestra novela.
A
partir de aquí, Salvador va intercalando entre la adolescencia, la juventud y
la madurez de Zora, el libro escrito por el psiquiatra Ralf Heller, donde
relata cómo encontró a Robert Munther cuando era un niño, cómo lo ocultó de la
marabunta que lo buscaba para matarlo y cómo dedicó su vida a estudiar las
peculiaridades que este chico presentaba. Como otro capítulo-libro, P. L.
también inserta la autobiografía novelada de Emilio Nerva, padre de Zora; al
leerla, somos testigos del empeño de Emilio por ascender socialmente solo para
estar a la altura de Celia Tumbler y ser merecedor de ella a ojos de sus padres
que, como pertenecientes a una de las casas más reputadas de Valencia, no
aprobaban la relación de su hija con un simple carnicero. Una verdadera
historia de amor que revelará más de una sorpresa al lector y a través de la
que podremos entender aún más la actitud de Zora y su condición.
Otro
libro intercalado es el de Robert Munther. El tiempo va pasando en El diluvio anónimo, pero ahora volvemos
a comienzos del XX, cuando una nave de los Laskloítas aterriza en Dehián, así
bautizaron en su día a La Tierra, «idéntico
en todos los aspectos a Laskloi». Nos enteramos entonces de cómo viven los
laskloítas, de dónde vienen y cuáles son sus características actuales, «intercambio de energía […] esta facultad solo
funciona al cien por cien entre ellos, siendo perjudicial para el resto de las
especies conocidas».
La
circunstancia de que Laskloi y La Tierra se parezcan es la que aprovecha
Salvador para reflexionar sobre hacia dónde nos dirigimos, «tiempos de miserias e injusticias». Los laskloítas estudian mediante
una tecnología avanzada, el comportamiento de los humanos en Washington,
Curitibia, Traunstein, Segorbe y Shangái, y llegan a la conclusión de que en
general falta espiritualidad, sobra egoísmo, miseria, violencia, soberbia e
ignorancia, por lo que están seguros de que La Tierra va camino de una
destrucción, tal y como ocurrió con su planeta en tiempos de sus antepasados.
Como intuyen que hay gente buena, deciden dotar con sus poderes a unos pocos, nueve,
que serán los encargados de ir trasladando los genes de manera exponencial. De
esta forma nacen el mismo día de 1915, el barón Robert Munther y Zora Nerva,
niños que dejan viudos a sus padres cuando tanto Anja Munther como Julia
Tumbler mueren en el parto.
Zora
Nerva y Robert Munther, a pesar de ser felices, no encuentran sentido a sus
vidas. Están contentos por las familias numerosas que han conseguido pero se
sienten tristes. Zora es consciente de lo que le falta. Robert no lo sabe.
Todos, los protagonistas y los lectores, tendremos que llegar al último libro
de El diluvio anónimo, Cien años,
para estar seguros del destino de los personajes y de la única salida para el
ser humano.
¿Es
posible cuadrar en una historia romántica la ciencia ficción? ¿Es que en la
actualidad hablar de amor es sinónimo de fantasía? ¿Se presta la literatura
decimonónica a plantear un mundo imaginario? Esta novela contiene todas las
respuestas, aunque en El diluvio anónimo no llueve, mucho menos diluvia pero,
de forma anónima, va calando en los lectores, en todos; en ocho capítulos y
algo más de cien años, tres historias se unifican; P. L. Salvador se consagra
como uno de los mejores escritores actuales con una creación novedosa, aunque sin
dejar de ser fiel a sus constantes: historias paralelas que confluyen al final (Neel Ram); la independencia forzada de los protagonistas con la consecuente búsqueda
incansable de una familia verdadera, pues en las relaciones de consanguinidad
predomina el amor-odio «Flora […] era a
todos los efectos mi madre adoptiva. A mi madre biológica no la vi en todo el
año. Y a mi padre y a mi hermano Eloy, tampoco»; el protagonista escritor (La prodigiosa fuga de Cesia); el problema editorial… Todas las
características figuran en la novela en la que, en esta ocasión sin embargo,
Salvador no aparece de manera evidente sino que se oculta tras los personajes.
El diluvio anónimo es una obra cuya adaptación al cine
es perfectamente plausible. Extraterrestres, terrícolas de diferentes épocas y
lugares encajan en un mundo cinematográfico donde los diálogos dejan a la vista
las preocupaciones del creador, sobre todo, el dolor por la pérdida de los
seres queridos y la revalorización del amor —en todas sus manifestaciones— como
el único sentimiento capaz de mantener al hombre como ser humano a pesar de las
transformaciones que sufra con el paso del tiempo.
Al
analizar Nocturno de Calpe confesé conocer a Salvador a través de su
obra literaria. Tras leer El diluvio
anónimo una inmensa paz me ha inundado. No me cabe la menor duda de que un
escritor que deja una estela de optimismo, alegría, felicidad, aun tras el
dolor, el sufrimiento y la muerte, es una buena persona; alguien que para ser
feliz solo exige (¡nada menos!) trabajar en lo que a uno le gusta y amar «¿Qué van a hacer una campesina y un hombre
de letras? Y yo le replicaba: Amarse».
P.
L. Salvador es un hombre de bien que se ha ido retratando en su obra con las
pequeñas transformaciones que el paso del tiempo hace inevitables. En su última
novela no aparece nominalmente como autor, como sucedía en Neel Ram pero su esencia está ahí, fuertemente anclada. El amor por
la música de Celia, Zora y Robert es la pasión que Salvador demuestra con
Prolýmbux. La búsqueda incansable del amor, de Zora, es la misma que ha llevado
a cabo nuestro autor. La reflexión y la demanda de la justicia de Emilio son
herencia de Salvador. La sencillez del mundo ficticio de El diluvio anónimo es una traslación del deseo de realidad de P.
L., tomado a su vez del Libro Cuarto, Robert Munther, «viven en una zona llana, seca, poco poblada […] Les hemos habilitado
un trozo de tierra colindante con el campo para que no se echen de menos […] Lo
he construido tomando como patrón el hogar de los invitados».
Y,
por supuesto, las ginoides de 2222 quedan reflejadas en los
laskloítas, «Es una ginoide ataviada al
estilo de Adela […] tan humana como la que más», para reivindicar una ética
que el ser humano olvida constantemente.
Personalmente,
como lectora, agradezco que existan editoriales independientes como Última
línea, sin ellas sería muy difícil encontrar nuevos buenos escritores.
No entiendo sin embargo, cómo las consideradas “mejores editoriales” rechazan
buenas novelas y prefieren publicar otras de dudosa calidad solo porque sus
autores ya están consagrados o simplemente son personajes conocidos. Yo no lo
entiendo ni lo apoyo. Tampoco P. L. Salvador quien, una vez más, lo denuncia en
su obra, «La novela no encajaba en su
línea editorial».
Así pues, agradezco a Última línea que apueste por nuevas narrativas y agradezco a Salvador, al que considero un amigo por lo que descubro en sus novelas, que escriba.
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