Los
tiempos están cambiando, afortunadamente, aunque es cierto que para las mujeres
aún deben dar un giro definitivo. Esto es algo que observando el día a día
tenía claro pero, gracias a Babelio y su última Masa Crítica, al leer el ensayo
de Alicia Pérez Gil, me he dado
cuenta de que en televisión, al menos, y en ciertas obras literarias, el papel
de la mujer pide a gritos un cambio.
He
de confesar que, al pedir el libro, me equivoqué; leí “es una recopilación de
relatos” cuando en realidad ponía “retratos”. Pero no me ha decepcionado, al
contrario, ha entrado en mi mente como una corriente que espolea para que sea
consciente de algo en lo que no me había fijado. En ¡Madre mía! Las madres en la
ficción, se incide en la uniformidad con que somos tratadas las mujeres
una vez convertidas en madres; el papel cambia sustancialmente, no así el del
padre, que puede mantener su rol infantil, el mismo que sus hijos, o
despreocupado porque hay cosas que indiscutiblemente las sigue haciendo la
madre, «Esos reflejos dejaban muy claro
que todas las mujeres son madres y que, de alguna manera, ser mujer-madre
elimina la posibilidad de ser mujer-persona […] Las mujeres de ficción solo son
personas cuando eligen de manera activa no ser madres».
La
madre real educa, organiza el hogar e incluso trabaja fuera de casa… Y tiene
dudas sobre si se está equivocando. Si esto es así, mejor que no vea la
televisión porque las madres de ficción son abnegadas, completamente dedicadas
en cuerpo y alma a sus hijos, o son malísimas, en el caso de que hayan
mantenido una actitud egoísta al seguir pensando en ellas; conducta con la que
han traumatizado a sus hijos llevándolos a convertirse en psicópatas o asesinos
de mujeres, fruto del odio hacia ellas por el maltrato o el abandono recibidos.
En
cualquier caso, la madre real se desmoronará al ver el papel que la ficción le
ha otorgado en las series, películas o novelas, tanto si refleja una sumisión
completa a las necesidades infantiles, que dista mucho de su comportamiento,
como si refleja un empoderamiento que luego redundará en la felicidad de su
progenie y de sus desdichas. Siempre será ella la culpable.
Como
bien señala Alicia Pérez Gil, esto ha sido así desde siempre porque se trata de
una cuestión cultural. No cabe duda de que a la mujer, a lo largo de la
historia, se le han negado oportunidades, espacios o incluso la identidad, sin
tener en cuenta su papel creador, protector y transmisor de cultura. Porque a
la mujer se la ha relegado a una cultura popular, tradicional, en la que ella
era cuidadora de aquellos a los que había dado a luz o de quienes la habían
traído al mundo y ya no podían valerse por sí mismos. La mujer pues, ha tenido
un papel primordial en el hogar y, le gustase o no, era lo que tocaba.
Romances, leyendas, cuentos, mitos, refranes conforman nuestra cultura, nuestra
estructura de pensamiento y sentimiento. Esta es la cuestión cultural, «Pertenecer a la misma cultura significa que
una persona es capaz de expresarse mediante un corpus determinado de palabras
de manera que otras puedan comprenderla […] Sin lenguaje no habría madres, ni
mujeres ni hombres». Pérez Gil viene a decir que nuestra lengua lo ha
determinado todo, sin ella no existirían los conceptos, los conceptos que
regulan nuestra mente.
Pues
por eso, precisamente, creo que cuesta tanto despojarse de estos papeles,
asumidos, que tiene la sociedad de la mujer y del hombre.
Sin
género de duda, a esa tradición debemos la cultura de la mujer relacionada con
la naturaleza, que ha supuesto avances en medicina, farmacia, botánica o
jardinería. Creo que este ensayo reclama esa parte como importante en la
ficción.
Aunque
en la realidad se hayan dado pasos para conseguir avanzar y que la mujer logre
beneficiarse de mejoras en materia laboral y cultural, la ficción parece
estancada en clichés que ni siquiera están basados en la realidad, sino que
parten de la imaginación de hombres, probablemente por miedo a quedarse sin la protección,
la sumisión y la libertad que la mujer les brinda al quedarse en casa.
En
la ficción, las mujeres trabajan fuera de casa, son abogadas, juezas, médicas…
y llegan a tener éxitos comparables a los de los hombres. Pero en el momento en
que son madres se transforman.
Estamos
cansados de ver cómo los estereotipos que «han
llegado a las pantallas y a las estanterías contribuyen a generar, establecer,
mantener y justificar el patriarcado».
Hoy,
en la sociedad actual, muchas mujeres deciden no ser madres, sin embargo «En la ficción todas las mujeres son madres:
madres futuras, madres sin hijos, madres buenas, malas madres».
Está
claro que la ficción se deja llevar por esa cultura popular creada, a través
del lenguaje, por el hombre; por eso se espera que su fin sea la maternidad.
Apenas sabemos de los trabajos de la mujer en la prehistoria exceptuando el
papel de creadora y cuidadora de sus hijos pequeños, en el cine de temática
prehistórica «aparecen gran cantidad de
personajes masculinos y muy pocos femeninos»; esto ha afectado a la
brutalidad con la que se ha tratado a la mujer en películas, chistes, cuentos
que «reproducen una imagen archiconocida:
la del hombre que arrastra por el pelo a una mujer».
El
concepto de fuerza y determinación en el espacio exterior ha calado en la
concepción de supremacía masculina en las diferentes sociedades. Y es muy
curioso, incluso gracioso, que las mujeres, ficticias, que aparecen adopten un
papel erótico antes de ser madres (Raquel Welch en Hace un millón de años), sumiso siempre y violento solo cuando han
de defender a sus hijos (Parque Jurásico).
Con
el paso del tiempo, en la Edad Antigua o Media, la mujer seguía cuidando a los
niños pequeños pero los varones, sobre todo los de buenas familias, eran
separados de sus madres a una edad temprana para ser educados por hombres
competentes. Las niñas podían quedarse en casa con ellas. Puede que, como
consecuencia de esto, los mitos de Grecia, Egipto, Roma escritos
—supuestamente— por hombres, hayan dejado un poso de culpabilidad en la mujer, «Pandora, la primera mujer humana, es
creación de los dioses y tiene un único propósito: castigar a los hombres por
haber robado el fuego».
También
los cristianos tienen a Eva, condenando a Adán a sufrir y trabajar y a ella
misma a parir con dolor. En fin, estereotipos interpretados por hombres que nos
dejan pocas opciones o una: atraer a los hombres sexualmente para ser
castigadas.
Ya
advirtieron los grandes filósofos, como Aristóteles o Jenofonte, que la mujer
estaba “hecha” para procrear. ¿Es por
eso que ha calado tan hondo?, ¿por lo que en la ficción, la mujer que no tiene hijos «se amarga y se vuelve loca»? La pregunta queda ahí, para que
reflexionemos sobre por qué tantas mujeres en el cine han sido causantes de
raptos, asesinatos o maltratos cuando se les prohibía tener hijos. Por qué
tantas otras se han visto sobrepasadas física o mentalmente al intentar
compaginar trabajo fuera y dentro del hogar, pensemos en Glenn Close en Atracción fatal, Rebeca de Mornay en La mano que mece la cuna, Charlize
Theron en Blancanieves y la leyenda del
cazador o «Blonde (2022), el
pretendido biopic sobre Marilyn Monroe en el que se hace hincapié, de forma
brutal y en absoluto piadosa, sobre los abortos espontáneos que sufrió y cómo
eso afectó a su estabilidad mental».
Y ya
puestos, podemos razonar por qué las que exclusivamente son amas de casa
mantienen un equilibrio perfecto y cuidan de sus hijos sanos y perfectos «Los ejemplos en los que la relación entre
marido y mujer se basa en los sacrificios de ella para que él esté satisfecho,
son incontables». Y eso se lo debemos a la Iglesia; los Padres de la
Iglesia trasladaron la sumisión de María a Dios a la sumisión de la mujer al
hombre. Y ahí se mantienen, afianzando los papeles de mujer-madre sumisa,
hombre-dios poderoso.
En fin, Alicia Pérez recuerda que entre todos, con el lenguaje, podemos cambiar la cultura y la tradición, y es necesario. No debemos, ni podemos eliminar lo andado hasta hoy, ni en la realidad ni en la ficción, pero sí podemos transformarlo. Hemos evolucionado y hoy podemos ver y leer historias ficticias de familias monoparentales, con dos madres, con dos padres, «con mujeres trans en el papel de madres con ambiciones, con relaciones adultas, con conflictos ajenos a los que se derivan del cuidado de los hijos». Así que la autora nos pide que leamos, veamos y, sobre todo, pensemos cuándo esos retratos están basados en la actualidad y cuándo representan un sesgo para las mujeres.
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