Cuando
lo que rodea es un ambiente de pobreza absoluta, económica y moral; cuando el
acceso a la educación está restringido; cuando la falta de higiene es lo
habitual, los habitantes expresan diferentes deseos de escapar de ahí. O
escapan de diferentes formas: Hay quienes deben ir al sur de la isla para
trabajar, lo que implica no estar con la familia sino sacarla adelante como
sea. Hay quienes huyen de la isla dejando a la familia desamparada. Y hay
quienes deciden abandonar este mundo que les ha tocado en suerte porque no lo
soportan más. El desaliento se ha apoderado de ellos.
Andrea Abreu escribe Panza de burro para denunciar esta situación.
Pocos
libros habrá más implacables que esta novela. Y no es que en sus páginas haya un
maltrato específico, bueno, lo hay, pero su autora no se ensaña; no le hace
falta; la imaginación casi siempre es más poderosa que la certeza y está claro
que cuando un niño no cumple las expectativas que sus mayores tienen puestas en
él, como el macho que es, va a sufrir psicológica y físicamente no solo por
causa de sus compañeros sino por la de sus propios progenitores «Era el abuelo de Juanito, que llevaba el
cinturón en la mano […] Del miedo que me dio me entraron unas ganas de mear muy
fuertes […] Nos soltamos. Los gritos de Juanito resonaban hasta más allá del
cruce». Juanito, un amigo de la protagonista de Panza de burro, es maltratado por su abuelo por ser homosexual. Es
una niña en el cuerpo de un niño y eso no se lo va a perdonar nadie de su entorno.
La narradora protagonista lo sabe, por eso siente pena por él, incluso sabe que
nada cambiará en el futuro, «De repente
lo vi en mi cabeza ya de grande, trabajando en el Sur, en una cooperativa de
tomates […] entristecido en medio de un montón de hombres riéndose de él y él
[…] como una viejita de ochenta años, como una mujer vieja».
Andrea
Abreu nos recuerda a través de Juanito, de Juanita Banana, que el maltrato
tiene consecuencias graves a largo plazo, y a corto; el ambiente en el que se
mueven las protagonistas, Isora y la narradora sin nombre, no es el adecuado
para unas niñas de diez años. No sabemos el nombre de esta niña, nadie la llama
por él, solo su amiga Isora la denomina “Shit” y así se siente ella y así,
descorazonados, nos sentimos los lectores al enterarnos. Lo tiene asumido. No
es nadie sin Isora, más desarrollada físicamente y con problemas de autoestima
que resuelve con ataques de bulimia y de autolesión.
Viven
en el norte de Tenerife, un pueblo de montaña donde priman las desigualdades
sociales y las situaciones de penuria «ni
las casas rurales ni los hoteles en costrusión podían salvar a abuela de todas
las deudas que le dejó abuelo antes de irse».
La
familia de Shit es pobre, ella se cría con la abuela, porque sus padres
trabajan de sol a sol para pagar las deudas que dejó el abuelo cuando las
abandonó. No tienen oportunidades. Tampoco Juanito. Ni Isora, una niña criada
también por su abuela y su tía desde que su madre se suicidó. Isora quisiera
ser como su madre y, sobre todo, quisiera tenerla a su lado.
Los
niños son pocos en el pueblo y van todos a una escuela unitaria. Hay pocas
distracciones, por lo que los juegos sexuales comienzan pronto. Los niños casi
viven en la calle, en pleno contacto con una naturaleza limitada que también
les limita la infancia. Son niños acostumbrados a vivir entre los chismes y
habladurías de una población envejecida, supersticiosa, machista y sin
recursos. Viven en una realidad exótica para los turistas y dura con sus
habitantes. Una naturaleza que, cuando se enfada, puede dejarlos, de nuevo, sin
nada.
No
hay expectativas de cambio, ni para los niños ni para los adultos,
desfavorecidos y olvidados, sumisos y depresivos ante la situación que les ha
tocado en suerte «Se me ocurrió que la
tristeza de la gente del barrio eran las nubes, las nubes clavadas en la punta
del cogote, en la parte más alta de la columna vertebral, a la hora de la
novela».
A
pesar de todo, es bueno leer esta novela. Andrea no solo nos despierta y nos
muestra una realidad, que existe aún, en algunos casos para nuestra vergüenza
como seres humanos; también nos regala un libro donde encontrar una serie de
canarismos, algunos en desuso por su carácter vulgar, que son una joya,
testimonio de tradición y cultura.
Predominan
en los diálogos, las frases cortas, con muletillas, «Doña Carmen, usté hace sopa magi, la de sobre? […] No, miniña, por
qué? Dice mi abuela que la sopa magi es sopa de putas. Ah miniña, pues no sé.
Yo la sopa que hago la hago de las gallinas que yo tengo».
El
vocabulario que emplean los personajes es reducido, con repeticiones y alteraciones
en el orden sintáctico, colocando el tema al principio para destacar de qué se
va a hablar, «De que no tuviera madre, de
eso no tenía envidia, la verdad. De que no tuviera madre y de que la cuidaran
la tía y la abuela no tenía envidia, la verdad».
Predomina
el uso de refranes y frases populares en la conversación habitual «Cuando abuela veía un bebé […] Dios lo
guarde y lo bendiga de los pies a la barriga».
Es
usual la formación de palabras por contaminación, «planchas de duralita» o por medio de acronimia, «cintasiva».
Común
el empleo de vocablos por asociación, «fogatera»,
«humasera» y de expresiones formadas
por asimilación de términos «pa cas
abuela».
Asimismo
las vocales se debilitan por comodidad en el habla «la tualla»
Es
fácil encontrar casos de prótesis, «emprestó»
o epéntesis, «amarisconado», «cirgüela».
También
encontramos plurales vulgares mediante paragoge «no se mueve nadien» o metátesis «a mí ni me pernuncien».
En
fin, los vulgarismos y canarismos son abundantes y extremos sin embargo la
novela se entiende; los lectores participamos de las penalidades que a estos
niños les brindan las familias, los vecinos, las redes sociales «isoritatuputita: Si K calor como el K tengo
yo en el xoxito» e incluso la naturaleza. Todo se funde para ofrecerles una
vida dolorosa y desesperanzada «…todo el
mundo sabía que detrás de las nubes vivía un gigante de 3718 metros que podía
pegarnos fuego si quería».
Una novela diferente, casi experimental, para meternos de lleno en la piel de los desfavorecidos.
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