He
de agradecer de nuevo a Babelia, y su última edición de Masa Crítica, que me
haya dado la oportunidad de reflexionar sobre la sociedad actual y los valores
que la distinguen, así como qué virtudes son aplaudidas por los ciudadanos.
Cuando
elegí leer Aquiles en TikTok pensaba que su autor analizaría las
cualidades de este héroe griego e imaginaría su comportamiento en las redes
sociales. Pero esto, en realidad, sería imposible porque el concepto de
“ciudadano” ha cambiado completamente desde la Grecia Clásica hasta nuestros
días. Eduardo Infante lo sabe, por
eso nos recuerda que aunque se cuenten como ciudadanos los que viven en una
ciudad, en realidad hay que aprender a serlo, «Nadie nace con las habilidades para ser ciudadano, eso es algo que se
aprende con esfuerzo y ejercicio. Nadie delibera, discierne, juzga, dialoga,
negocia, consensúa y argumenta de forma espontánea […] ¿Alguien imagina poder tocar
el piano aprendiendo únicamente a identificar las partes del instrumento o su
historia?».
Mientras
leía este ensayo recapacitaba sobre
cómo funcionan nuestras ciudades y sus habitantes. A poco que ahondemos da
miedo pensar que muchos de aquellos que aspiran a representarnos no sólo no han
aprendido a argumentar siquiera sino que se niegan a prepararse. ¿Cómo van a
luchar por conseguir derechos elementales para todos, los que están dominados
por el odio? ¿Los que se dejan llevar por el ansia de poder?
El
autor llega a la conclusión de que vivimos en una sociedad infeliz porque no
trabajamos para la común unidad sino para uno mismo, porque no buscamos asentar
unos valores sino que priman los de usar y tirar. Hoy lo que se hizo o dijo
ayer pertenece al pasado, hay que superarlo.
Los
niños y adolescentes se dejan llevar por la notoriedad del momento; lo ven habitualmente
en las redes y piensan que siguen a un vencedor y que haciendo lo mismo que él
tendrán éxito. Es curioso, pero casi todos los que cuentan con más seguidores
son los que no hacen nada que suponga un esfuerzo para el bien común. Esto es
lo que prima en la sociedad actual y es difícil ser feliz cuando no hemos
trabajado para serlo. Eduardo Infante recuerda la definición de felicidad que
da Aristóteles y llega a la conclusión de que «Lo propio del hombre, lo que lo dignifica del resto de los seres vivos,
es la capacidad para razonar su acción […] solo aquellos seres que pueden
ofrecer razones pueden actuar movidos por razones». Esto es duro, no es
fácil dotar de razón a todo lo que hacemos porque en muchos casos nos dejamos
llevar por las emociones, algo que sí compartimos con otros seres vivos que
demuestran compasión o temor. Infante recurre al Estagirita y recuerda que «Aquel hombre que desempeñe correctamente la
función específica del ser humano debe ser considerado un hombre bueno». Nuestra
conclusión es que si todos nos esforzamos en actuar razonando, en ser hombres
buenos, llegaremos a construir una sociedad feliz.
La
felicidad cuesta trabajo; no significa que obtengamos lo que queremos sin un
mínimo de sacrificio, no significa que les demos a los niños lo que pidan sin
exigirles que trabajen, porque lo que no supone esfuerzo no se valora y lo que
no valoramos lo despreciaremos antes o después.
El
autor hace una llamada a las metodologías actuales que «cuestionan los contenidos y la figura del docente, y prometen éxito».
A la larga no darán resultado. Puede que el niño quede obnubilado por trabajar
de forma independiente con las nuevas tecnologías, puede que se divierta con
proyectos entretenidos, puede que se sienta imbatible con su aprendizaje
autónomo… pero esto no es del todo real; los que hemos trabajado en la
enseñanza hemos sido testigos de una caída angustiosa del rendimiento
académico. Año tras año los contenidos van disminuyendo y la figura del
profesor va siendo sustituida por otras formas de trabajo on line. El resultado es una cantidad alarmante de chicos descontentos
que no saben bien cómo dirigir su vida y que, además, son incapaces de razonar,
cuando llegan a adultos, qué ha ido mal.
Aquiles en TikTok nos muestra una sociedad que
premia a los «idiotes», que no son
sino aquellos que se desentienden de lo público para preocuparse solo de sus
asuntos. Resulta curioso que hoy tengamos como modelo a quienes escalan en la
sociedad sin esfuerzo, mintiendo o robando, y en la Grecia Antigua el modelo
fuera Sócrates, un hombre cuya principal virtud fue la sabiduría y aun así pasó
su vida intentando aprender cosas nuevas. Los ciudadanos atenienses valoraban «El valor mostrado en la violenta batalla de
Potidea», «el ascetismo, la
moderación y la resistencia […] en las duras noches de Tracia» y cómo
defendía la democracia «con sus preguntas
y su ironía en el Ágora». Sócrates quería la virtud para todos los
ciudadanos; cree que la mayor virtud en una democracia es la tolerancia y está
en el término medio. Nosotros deberíamos considerarlo.
Eduardo
Infante nos recuerda que la felicidad hay que perseguirla durante toda la vida
y es un camino fatigoso no apto para influencers
que no nos pueden anunciar algo bueno, sino que ellos mismos son el anuncio;
los influencers se deshumanizan al convertirse
en publicidad y los seguidores también. La función del tiktoker es entretener, «retener, dominar»; «cuando dejamos que se nos entretenga perdemos el control de nuestra
atención». Está claro que la sociedad actual ha cambiado el concepto de
modelo y deberíamos replantear cómo entender la educación o la política y
reflexionar lo que ocurre cuando lo que interesa no es crear una ciudadanía
competente: «confrontación, la
descalificación, la demagogia, el populismo, la posverdad, el linchamiento y un
triste y largo etcétera». Da miedo; la historia ha vivido ya esta situación,
¿la estamos sufriendo de nuevo o estamos a tiempo de evitarla? ¿Podremos
retomar el concepto de hombre ideal de la educación homérica? El autor recuerda
que los padres podemos enseñar a los hijos a ser virtuosos con el trato
afectivo; también los profesores, siguiendo al maestro, «Francisco Giner de los Ríos aprendió de Sócrates que, en la formación
del carácter, el factor decisivo es la personalidad virtuosa de un maestro que
educa, no con sermones, sino mediante el trato». Los niños imitan y no
pueden hacerlo de un ordenador; con el uso desmedido de aparatos las emociones
van desapareciendo y las habilidades para adquirir conocimientos complejos
también, por falta de atención.
«No se trata de satanizar las
pantallas, pero […] no son adecuadas para niños y adolescentes. Tampoco los
automóviles son en sí una tecnología mala, pero nadie en su sano juicio pondría
a un niño al volante».
Sería bueno que filósofos como Eduardo Infante tuvieran millones de seguidores actualmente, aunque solo fuera para no repetir errores del pasado.