sábado, 7 de mayo de 2022

ARREBOL

He de confesar que acabo de leer un libro, cuando menos, desconcertante. Son algo más de trescientas páginas en las que nos imbuimos tranquilos, disfrutamos de un vocabulario poético, «arrebol», «pelo taheño», «silencio atronador», «mi tía Paquita la fetillera», «el petricor golpea mi nariz» «El arrebol. Esa visión me llena», «iridiscencia etérea, efímera e inefable»… hasta que en los momentos más placenteros aparece lo más sucio del ser humano ¿Cómo es posible que unos bellos parajes oculten relaciones ruines, obscenas? Pues esto es lo que ocurre en Arrebol una novela negra contada en dos tiempos por varios narradores, todos ellos implicados en una trama de torturas, violaciones, pederastia, supersticiones y asesinatos.

En medio de ellos se encuentra la teniente Elia Sanahuja, enamorada del sargento Joan Espí, encargados de investigar un crimen ocurrido en la playa de Cullera; pero Elia ya fracasó en las pesquisas de un caso similar dos años antes, en el que también trabajó con Joan y del que huyó al sentir que se estaba enamorando, a pesar de estar casada en aquella época aunque a punto de separarse. Elia pidió el traslado a Valencia y Joan se quedó esperándola en Cullera. Ahora la teniente debe volver y teme enfrentarse de nuevo a la pesadilla que supuso aquel asesinato, «Un sudor frío me invade. Esa persona está suelta. Sigue libre».

Estela Melero ha sabido dotar a Elia Sanahuja de una sensualidad especial; los nervios de atrapar a un criminal cuando, con la tercera víctima, es considerado como psicópata asesino en serie, los nervios de sospechar de todos los del pueblo, incluidos algunos de sus compañeros de la Guardia Civil, como el propio Joan, los nervios de sentir nuevamente el fracaso como investigadora no son óbice para que Elia describa, tanto el paisaje que la rodea como a sus compañeros, con un detallismo minucioso que aparece al poner a funcionar todos sus sentidos «—Gutiérrez –respondo mientras arrimo el rostro para que deposite los dos besos. Arrastra un poco los labios sobre mi mejilla en cada uno de ellos. Huele a fragancia cítrica con tonos de madera…».

Elia es sensitiva, atractiva, voluptuosa y esto predomina sobre la suciedad desparramada en Cullera, porque ella lo ocupa todo. Puede disfrutar del entorno, sentirse parte de él, y traslada su sensibilidad a sus movimientos. El lector es capaz de ver cualquier cosa que ella describa como si tuviera delante una película «Recuerdo su mano levantarse a cámara lenta, acercarse a mi oreja para retirarme el pelo del hombro desnudo […] Paseó los dedos por mi brazo para acabar rodeando mi cintura. Después enroscó su cabeza en mi hombro». Todo cobra vida cuanto Elia lo detalla, de esta forma, durante la lectura de Arrebol conocemos a la perfección tanto a la teniente como los sucesos que ella protagoniza.

La autora resalta el deseo de la protagonista, su derecho al placer, la liberación de prejuicios. El lector pone en marcha su fantasía con los instintos sexuales y sensuales de quien, pese a su cargo y a la horrorosa tarea encomendada, no olvida que es una mujer.

En un mundo en el que predominan las apariencias, surge Elia, dueña de su cuerpo y de su mente, para ayudarnos a descubrir sus emociones y las nuestras. Como mujer, expone sus problemas cotidianos sin ningún tipo de censura hasta ofrecernos un retrato realista de la mujer soltera. De hecho, solo ante Joan, su enamorado, le cuesta reivindicar su rango profesional ya que es la relación lo que queda por encima. Elia lo deja actuar aun viendo en él actitudes machistas, incluso sospechosas como posible asesino, pero lo justifica constantemente y mantiene la culpa propia de la mujer en una sociedad patriarcal «Su mirada felina me estremece. Acaricio su mano feliz por tener, al fin, ese permiso de contacto […] Quizá yo sea la culpable de que no haya sucedido nada antes».

Y si Elia es auténtica, Arrebol es engañosa. El lenguaje está cuidado; la desbordante imaginación de la escritora permite aglutinar en un mismo relato lo sensual, lo romántico, lo negro y lo descriptivo, con lo que recupera una imagen feminista y femenina capaz de estructurar un pensamiento libre, aunque deba medirse continuamente con un hombre

—¿Vio a quién lo dejó?

—No, señorita Sanahuja

—Teniente

—¿Qué?

—Teniente Sanahuja

Desde el principio de la novela sabemos que nos enfrentamos a un asesino en serie y a una relación de pareja que es –casi– más inquietante que los propios crímenes,


—Sé que lo has pasado mal —susurra en mi oído —Después hablamos.

“Más de lo que quisiera”. Levanto la vista y me encuentro con los enigmáticos ojos de Joan.

Y aún todo se enredará cada vez más en un asunto que supone una agonía de más de cuarenta años para una familia, y casi para un pueblo. Violaciones, torturas, maltrato por parte de «seres queridos» que parecen tener lugar fuera de la realidad, en un tiempo que pasa y siempre es el mismo, trayendo la misma imagen arrastrada por fuerzas irracionales de mentes enfermas. Solo el hombre es capaz de ensuciar la belleza del paisaje.

En Arrebol Julia queda prendada de Roc y decide poner en marcha uno de los conjuros que hacía su tía Paquita y formaban parte de la fetillería familiar, enseñada durante generaciones de madres a hijas. Julia pretende controlar su voluntad y la de su marido a través de la magia, hasta que se da cuenta de que el poder que pretende ostentar en su familia no existe. La felicidad de Roc, Julia y sus hijos, Manolo y Nanen se ve enturbiada y rota cuando ella es testigo de que la pequeña está atada de la forma más repulsiva a Roc, su padre, «cuando todo sucedió no supe lo grave que aquello era. Él me trató bien, aunque me hizo daño, pero me explicó que era natural, entre sus caricias, esas que ya sentí durante mucho tiempo». Es una situación dura en la que la niña ha vivido sin saber qué era tener voluntad, en un confinamiento de violencia creciente y encubierta hasta quedar convertida en un simple objeto de disfrute sexual.

La inocencia de los dos hermanos se ensucia con experiencias que marcarán sus vidas con una dificultad absoluta para aportar cualquier responsabilidad ética o moral a sus actos. Ningún descendiente de esa familia podrá comportarse de forma normal, y para Elia, que investiga los casos, es evidente, «Ese comentario no pasa desapercibido para mí. Primero por mis conocimientos sobre psicópatas, hay tres síntomas característicos que se dan en la niñez: crueldad con los animales, piromanía e incontinencia urinaria. Segundo porque esa forma de decirlo me ha parecido escalofriante».

La identidad del individuo está vinculada al pasado familiar. En la familia de Arrebol hay varios protagonistas, según la época, que deben enfrentarse, cada uno a su manera, a los silencios del patriarca, quien lleva las riendas de todos, incluso de los que piensan haber quedado fuera de su poder.

El modelo familiar queda subvertido por un enfermo y por la falta de autoestima de la mujer que, según supersticiones, necesita de la brujería para atraer al hombre. No hay conciencia femenina. Los conceptos de amor, de la familia, del sexo están desvirtuados en una casa donde todos saben qué ocurre y todos lo ocultan, manteniendo esa institución cerrada, sucia y opresiva que ha hecho de ellos seres huraños, culpables, cuyos cuerpos son lugares de sumisión, humillación y atonía. No han conocido la voluntad propia por lo que no podrán formar parte de una sociedad a la que solo saben dañar.

La falta de identidad es el foco narrativo de Arrebol. Nadie llega a tomar conciencia de lo que es. Nadie intuye que debe liberarse de las presiones familiares que los someten, y cuando lo hacen, es tarde. Elia será la encargada de descubrir toda esta trama, encontrar al asesino y poner esperanzas en el futuro. O no.

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