lunes, 30 de junio de 2025

LAS NIÑAS DEL NARANJEL


Hay novelas duras por el contenido. Otras se nos muestran con un lenguaje tan riguroso que también es difícil leerlas. Las niñas del naranjel está escrita con una suavidad casi poética, el ritmo flexible de la prosa le confiere sonoridad lírica, tanto que, en ocasiones, nuestra mente lee intentando poner melodía a los versos de la canción que tenemos ante nuestros ojos. Aunque no deseemos hacerlo, aunque pensemos que no puede ser, que no nos relaja, que es imposible que el entorno que surge pueda aportar alguna protección. Pero lo hace.

Las niñas del naranjel cuenta, a tres voces, la vida de Catalina de Erauso, la Monja Alférez. Ruiz de Alarcón escribió, sobre1626, la vida de esta dama que estuvo a cargo de su tía, en un convento, desde muy pequeña hasta que con 15 años ser escapó en busca de libertad y, como no podía ser de otra manera, la encontró bajo apariencia de hombre, algo que le dio la oportunidad de partir a América y servir al rey. Antonio de Erauso, ahora, se convierte en un soldado de renombre que debe luchar ante todo con su condición sexual hasta que el rey y el propio papa Urbano le dan su bendición y permiten que sea hombre hasta el final de sus días.

Cuatro siglos han pasado y el tema ha atraído a guionistas de cine, escritores de novela y dramaturgos. Todas las adaptaciones tienen un punto que las singulariza pero en todas se destacan los desafíos que tienen que afrontar las personas que no se sienten de acuerdo con su sexo.

En mayo estuve en el corral de comedias de Almagro donde asistí a la representación de La Monja Alférez, a cargo de La Percha Teatro, una compañía joven que en 2024 la estrenó como su segunda producción. Quedé tan maravillada que despertó mi curiosidad. Al poco, Antonio me regaló la novela de Gabriela Cabezón Cámara en la que no hay un ápice del humor teatral. La argentina aborda el tema del travestismo con un punto de irreverencia que lo hace más duro; las dificultades por las que tuvo que pasar Catalina-Antonio como monja, arriero, tendero, soldado, paje…, son terribles. Como uno de los narradores de esta novela, Antonio escribe una carta a su tía, monja, mientras recorre la selva de Perú con Michĩ y Mitãcuña, dos niñas que liberó a punto de morir de hambre y frío; con dos monitos; con una yegua y su cría a la que alimentará y compartirá su leche con las niñas; y con una perra. El grupo se enfrenta ahora a los peligros de los soldados, que buscan a Antonio, y a los de la selva.

Pero una de las mayores aves carroñeras, el jote, sobrevuela los pasos del grupo. La tensión va en aumento ante las dificultades, hasta que estamos seguros de que el jote tendrá su oportunidad con otras víctimas.

La novela va cambiando el foco: el convento, los conquistadores españoles, los indios humillados y Catalina-Antonio que debe enfrentarse, además, a su batalla personal, que confiesa sus pecados a través de la carta a su tía y reclama, a los lectores, una vida normal para aquellos de género no binario. Obra, pues, de total actualidad y universal. Gabriela Cabezón une a la exposión-denuncia del tratamiento indígena y la confluencia de razas, el problema existencial de identidad, la oposición destino-azar y la relación libertad-responsabilidad-caos.

En cuanto a la autora, mantiene el realismo en la descripción de las costumbres aberrantes de los conquistadores, poniendo en tela de juicio quiénes fueron los verdaderos salvajes, dónde residió la barbarie. Sin embargo cuando nos encontramos ante las experiencias del grupo fugitivo, el estilo se baña con la magia latinoamericana de mediados del siglo XX. Mientras el jote los sigue sobrevolando, una yaguaretesa se encarga de dar calor a las niñas por la noche. Los monitos, Tekaka y Kuaru, les traen frutos de los árboles y la yegua, Orquídea, comparte la leche del potrillo. La perrita, Roja, es el componente lúdico.

En esta irrealidad no existe la fantasía. Todo se vive de manera natural. Tampoco el tiempo se sucede de forma lineal; las constantes preguntas de las niñas hacen que Antonio deje de escribir y participe del presente hasta que los recuerdos se le amontonan y necesita sacarlos a la luz de su carta mientras las niñas pasean o juegan por la intrincada selva cantando, para que él pueda localizarlas en cualquier momento y evitarles posibles peligros.

La magia es parte de las vivencias de los personajes que la asimilan con normalidad; el narrador tampoco ofrece explicaciones sobre los hechos, se limita a contarlos, sin embargo estos elementos mágicos tienen significados profundos. Cabezón Cámara explora los sentimientos, mientras rechaza la realidad al cuestionar los poderes de la iglesia y del ejército sobre el pueblo, la supremacía del cristianismo sobre otras religiones saca a la luz otra dimensión de lo humano. Será en este aspecto religioso donde la autora agudice el sarcasmo con un estilo casi documental, la historia se mezcla con la literatura en descripciones bufonescas «El obispo, un querubín enorme, inclinó los rulos rubios que le aureolaban la cara rosada y buscó los ojos del capitán», en afirmaciones sobre la supremacía europea «No saben hacer cuentas los indios esos que hay en la selva», en imágenes que enfatizan lo maravilloso y lo exótico «que este nuevo mundo es viejo y tiene árboles antiguos y antiguas selvas pródigas en delicias». Destaca la perspectiva humanística de Antonio como participante de la conquista, limitándose a contar lo que ve, a obedecer unas veces y a desobedecer otras, cuando las barbaridades son evidentes «Ahí había dos jaulas. Adentro de una, un mono gordo, uno muy flaco y otro raquítico, ya muerto. En la otra una criatura muy pequeña y flaca como un alambre».

La crónica novelada aparece en Las niñas del naranjel en las cartas que Antonio escribe a su tía, pero sobre todo entre los diálogos que mantienen los soldados con los prelados, donde observamos el punto de vista, patente, de los españoles y el encubierto de los nativos.

Asimismo en las descripciones de los personajes la autora visibiliza, a través de la animalización, el carácter de cada uno. No podía ser de otra forma; los que allí estaban eran bestias: «O las indias bautizadas que estarían desfilando a sus habitaciones, arrastradas por las garras de los soldados»; (el obispo) «Enseguida fue presa de las moscas. Posóse una, atrevida […] empezaron a dejar sus huevos en las cavidades del ilustre prelado que vivió una metamorfosis extraordinaria a nido de larvitas».

Con solo dos palabras retrata al capitán como un depredador de los débiles, no ofrece oportunidades, solo espera a tener a todos reunidos para hacerlos desaparecer. Por el contrario, Catalina-Antonio representa la liberación, el orgullo y la fuerza que tuvo en un mundo que le fue hostil, «Antonio tiene perfil de águila y el capitán de oso hormiguero».

La historia es dura, porque realmente lo es entrar en un país y tomarlo por la fuerza. Época terrible que se repite cinco siglos después. No escarmentamos; por eso Gabriela Cabezón elige una literatura casi surrealista, casi de realismo mágico terrorífico. No podemos olvidar el daño que los hombres hemos hecho, para no volver a cometerlo. No podemos obviar el dolor de las personas que no se pueden integrar en la sociedad porque son extrañas de sí mismas; su cuerpo no les pertenece. No debemos permitir que sigan sufriendo humillaciones de los que se creen superiores o normales, sin saber que su actitud no es normal ¿o sí lo saben y les da igual?

Además de esta literatura que cabalga entre la narración, el diálogo, la epístola y la crónica, otros recursos la convierten en una obra lírica: Epanadiplosis para reforzar el sometimiento sarcástico al capitán «De nada, señor, de nada»; Metáforas poéticas que suavizan la barbarie, no de la selva sino de los conquistadores «la luna alumbra un hueco de cielo desmayado ya de naranja» Uso del condicional con el que dificulta la distinción de lo vivido «saldría yo de allí […] iría el lunes a la tienda…»; cambio de vocal en la etimología por asimilación con selva para conseguir un término más natural:


—Eso sólo hácenlo los salvajes

—¿Quién son los selvajes?

[…]

—De la selva somos selvajes

Conectores sin sentido que aportan más sinsentido a las torturas «Como porfían en su ignorancia, les hace dar una vuelta» (en el potro).

El uso de las oraciones cortas aumenta el ritmo, a veces crean una tensión desmedida en el lector, otras enfatizan momentos clave y siempre mantienen el impacto de la dureza argumental «Ha de hacer tronar el escarmiento. Ay. Espira, las ceremonias. Inspira. Ay, los tambores del patíbulo. Espira. Ay, la postura erecta. Inspira…».

En fin, obra dura, difícil de asimilar en su contenido y forma. Pero imprescindible porque, aunque resulte paradójico, la escritura es perfecta, mágica, casi establece una coreografía con las escenas que describe.

lunes, 23 de junio de 2025

LA COMEDIA DE LOS ERRORES

Pocas comedias habrán sido más adaptadas que Los gemelos desde que Plauto la escribiera allá por el siglo III antes de nuestra era. En realidad él se basó en otra griega, anterior, de la que no se conserva nada. El éxito de esta obra teatral se debe, probablemente, a que los equívocos que presenta son emblemáticos del ser humano. El problema de la identidad, cómo nos vemos nosotros o cómo nos ven los demás, no tener claro si lo que estamos viviendo pertenece al mundo real o a la imaginación.

En Los gemelos, un mercader de Siracusa va con sus hijos gemelos a unos juegos, donde pierde a Menecmo. Poco después muere de pena. Menecmo ha sido adoptado por otro rico mercader, del que hereda su fortuna. Ahora vive en Epidamno y está casado infelizmente, por lo que tiene una amante. Por su parte, la madre de Sosicles, el otro gemelo, le cambia el nombre en recuerdo del niño desaparecido y al morir ella, Menecmo II viaja para encontrar a su hermano. Cuando llega a Epidamno se suceden las confusiones y los enredos entre los criados de los hermanos Menecmos, la mujer, la amante y los vecinos, hasta que tiene lugar la anagnórisis final y ambos regresan a Siracusa. La obra de Plauto gana en comicidad a la griega; los personajes son jóvenes alocados, alcahuetes y cortesanos.

Esto le dio pie a William Shakespeare en el siglo XVII para escribir La comedia de los errores, donde dobla el enredo con dobles parejas de gemelos. La familia del mercader Egeonte, de Siracusa, tiene gemelos y compran otros gemelos recién nacidos a una familia necesitada, para que sean los sirvientes de los niños. En un viaje en barco, naufragan y cada progenitor queda con un niño y su esclavo.

Egeonte llega a Éfeso siguiendo a su hijo Antífolo que partió en busca de su hermano. Allí debería ser ejecutado, por saltarse la ley que prohibía pisar la ciudad a los de Siracusa, pero al contar su triste historia le dan 24 horas para pagar una multa a cambio de su vida. En este día sucederá todo.

El parecido entre los dos hijos y sus respectivos gemelos, Antífolo y Dromio de Siracusa y Antífolo y Dromio de Éfeso, genera grandes confusiones entre los habitantes y la propia esposa de Antífolo de Éfeso, Adriana, que vive con su hermana Luciana, dando pie al extrañamiento de esta cuando Antífolo de Siracusa intenta enamorarla y ella lo toma por su cuñado. Si la situación de Plauto era descabellada, Shakespeare la complica aún más. El esquema teatral fue respetado sin embargo; lo que afirmó en Inglaterra la perfección  del teatro clásico en su división en cinco actos.

También mantiene el efecto cómico en el uso del doble, algo que permite romper el orden establecido y crear el enredo cuando Adriana cree que ya no le gusta a su marido. Las confusiones son hiperbólicas al coincidir en escena el amo y el criado del otro. Sin embargo, el bardo de Avon sigue siendo fiel a su norma en el teatro: la libertad desenfrenada se castiga con la desgracia. Por eso, los personajes de La comedia de los errores no mienten, se equivocan, llevan buenas intenciones; esto les asegurará un final feliz, aunque nunca antes de experimentar el recurso de la anagnórisis clásica. Cuando se juntan los cuatro en escena es cuando se reconocen y se reencuentran con sus padres. El descubrimiento familiar pone fin a las circunstancias de la separación que habían desembocado en un ritmo trepidante durante la representación.

El desarrollo del enredo es la base de la comedia, sin embargo no podemos dejar a un lado la riqueza de lenguaje exhibida por el gran autor inglés que intercala en el lenguaje cotidiano y hasta soez, bellas metáforas o expresiones poéticas «querellas intestinas y mortales», «desfallecida por la dulce carga que llevan las mujeres».

Los recursos literarios son variados aunque destaquen los antónimos para reforzar las confusiones: «de qué regocijarnos y de qué afligirnos». Estos términos contrastivos e hiperbólicos consolidan el tema principal: El destino del ser humano, «Desventurado Aegón, a quien los hados han marcado para probar el colmo de la desgracia».

Los enredos se suceden encadenándose unos con otros hasta llegar a un encuentro desmedido en el que la ocultación de la personalidad tiene lugar con todos en escena separados por una puerta, por lo que no ven la apariencia del otro. Esto da lugar a un pasaje humorístico exagerado en el que todos insultan a Antífolo de Éfeso pensando que es un impostor.

Destaca, pues, la creación de personajes memorables; la doble identidad permite explorar las virtudes y defectos de los hombres: (Los marineros) «buscaron salvación en nuestro bote y nos abandonaron dejándonos el barco a punto de hundirse». El poder y la ambición también quedan en entredicho, «Tus géneros, vendidos al más alto precio, no pueden subir cien marcos; por consiguiente la ley te condena a morir».

Cuando comparecen en escena Antífolo y Dromio de Siracusa con Adriana y Luciana, surge, en el enredo de la confusión, la relación que solía ser habitual en los matrimonios de la época: Adriana saca a relucir los celos (por la poca confianza en ella misma y la poca libertad de ellas frente a la del hombre), Antífolo muestra el poco interés que tiene hacia “su mujer”, Luciana expone la rabia por cómo está siendo tratada su hermana y Dromio exterioriza la incomprensión hacia los que tienen cierta consideración social:


Adriana.- …si tú y yo somos uno y faltas a tus votos, yo asimilo el veneno de tu carne y me prostituye tu contagio…

Antífolo de S.- ¿Me hablas a mí, bella dama? ¡Si no te conozco!

Luciana.- ¡Vaya, cuñado, cómo cambian las cosas! […] a Dromio le pidió mi hermana que te llevara a comer.

Antífolo de S.- ¿A Dromio?

Dromio.- ¿A mí?

La doble identidad es perfecta para reflexionar sobre la vida, hasta dónde llega lo real y empiezan los sueños. Antífolo se lamenta de algo que tampoco entendió nuestro Segismundo «¿Qué error nos engaña los ojos y los oídos?».

Lo sensato, para Antífolo, es dejarse llevar por los hados y las circunstancias «Haré lo que digan sin protesta alguna y así, en esta niebla, viviré aventuras».

También entre las dos hermanas describen el papel social del hombre, ansiado por algunas mujeres e ironizado por otras.


Luciana.- Los hombres, más cercanos de la divinidad, dueños de todas esas criaturas soberanos del mundo y de los vastos y turbulentos mares, dotados de alma y de inteligencia, de un rango más elevado que los pájaros y los peces, son los dueños de sus esposas, y sus señores. Que vuestra voluntad sea, pues, sometida a sus acuerdos.

Adriana.- ¿Es esta esclavitud lo que os impide casaros?

En medio del humor y la ironía, la sociedad queda plasmada con sus vicios y sus virtudes, las relaciones entre amo y criado son recurrentes y ayudándose de las reiteraciones alargan las razones, injustas para el más débil


Dromio.- …Pero por gracia, señor ¿Por qué me golpeáis?

Antífolo.- ¿No lo sabes?

Dromio.- No sé nada, señor, sino que soy golpeado.

Antífolo.- ¿Quieres que te diga por qué?

Dromio.- Sí, señor, el por qué. Porque todo por qué tiene su por qué.

Los criados son vapuleados, insultados y animalizados, y Shakespeare no duda en exagerar estos rasgos con degradantes hipérboles que provocan la hilaridad entre el público.


De pies a cabeza mide igual que de cadera a cadera, señor, es redonda como el globo de la tierra, y en ella podríamos hallar varios países.

Todos coinciden en el escenario casi al final del Acto V aún con el enredo sin resolver; deberá aparecer la abadesa del convento con una sorpresa que desembocará en el reconocimiento final y en el restablecimiento del orden.

viernes, 13 de junio de 2025

LA IRA DE LOS HUMILLADOS

Petros Márkaris, después de treinta años, sigue denunciando las injusticias sociales. En la última entrega de la saga de Kostas Jaritos, La ira de los humillados, hay mayor carga de sátira social que de intriga policial; desde el primer momento casi, el Jefe de las Fuerzas de seguridad del Ática, junto a Antigoni Ferleki, la jefa de la Brigada de Homicidios, sospechan de quiénes podrían ser los asesinos de un profesor de matemáticas en la Facultad de Economía. El caso se va complicando cuando también matan a un profesor de instituto y, más tarde, atentan contra un jefe de una empresa tecnológica extranjera con sede en Atenas.

Los miembros de la policía no necesitan violencia ni engaños para que los culpables confiesen. Jaritos y Ferleki preguntan, razonan y los responsables hablan sobre lo sucedido. No hay violencia en la novela a pesar de los asesinatos. Sí hay crítica sociopolítica en las causas de la desaparición del estudio de las Humanidades; de la apatía que muestran los jóvenes hacia la cultura y las tradiciones: «La razón no es únicamente la reducción del interés de los estudiantes, sino también la progresiva marginación de los estudios humanísticos». Y hay crítica en las consecuencias: estamos creando sociedades sin arraigo, «El conocimiento de la historia y de la civilización es la base sobre la que se sustenta una ciudadanía concienciada».

Está claro que la denuncia le interesa a Márkaris, y además tiene razón. El problema del desprecio por las humanidades no es solo en Grecia; estamos acostumbrándonos a que vayan desapareciendo de los institutos el Latín, el Griego, la Cultura Clásica o las horas de Lengua y Literatura. Al mismo tiempo vamos asumiendo con relativa normalidad la corrupción; no solo en España, no solo en los políticos. La corrupción alcanza a todas las esferas y llega a todos los lugares. No nos importa que el mundo esté en manos de pederastas, asesinos o genocidas mientras no toquen nuestra escasa parcela. Nos vamos habituando a chillar sin pensar… Así nos va. Pero esto es otro tema que habría de ser tratado y cortado de raíz.

En La ira de los humillados, el autor expone qué ocurre cuando unos chicos han sufrido acoso en el instituto: un atosigamiento por parte de los profesores para que elijan ciertas materias tecnológicas porque son el futuro; burlas de los compañeros hacia los que destacan en “letras” por ser considerados “raritos”. Y ocurre que esos chicos terminan estudiando, trabajando en algo que no les gusta, algo que aumentará su frustración y el deprecio y odio hacia una sociedad a la que no aman. Algo que irá abarcando otras esferas hasta crear un nudo gordiano casi imposible de deshacer. Pero Kostas Jaritos tiene por bandera el respeto y el amor a la familia, a los necesitados y a los oprimidos. Solo con estos valores podrá resolver unos delitos que ya vamos admitiendo como parte del sistema «El miedo a ser víctimas los convirtió en victimarios».

Para este policía no hay partidos políticos sino personas y él sabrá distinguir quién merece la pena y tendrá en cuenta sus consejos. La novela está relatada por Jaritos, en primera persona del presente, momento a momento; de esta manera no olvida contar actos o hechos que podrían ser innecesarios porque no aportan nada para la resolución del caso pero confirman el carácter humilde de este jefe de Policía al que tampoco su último ascenso se le ha subido a la cabeza «Yo estaré presente, pero el interrogatorio lo haréis vosotros. Solo intervendré si es necesario».

Creo que su sencillez es lo que le hace no dar nada por sabido; por eso continúa, a pesar de los años, utilizando el diccionario cada vez que duda sobre algo; solo así podrá resolver un dilema sabiendo con seguridad a lo que se enfrenta. Solo así ironiza sobre un amor por la lengua que se mantiene intacto: «tecnología. f. […] Pobre Dimitrakos, algo sabes de economía, pero en tecnología eres un desastre, pensé mientras cerraba el diccionario».

La crítica social se amplía con cierto sarcasmo al referirse al ámbito político; el Ministro del Interior no se lo pone fácil y entre él y el Ministro de Educación no hay colaboración. Es una competición para ver quién sale indemne de los desórdenes sociales. No importa tanto la solución como ser culpabilizado. Sin embargo, se trata de Márkaris, fiel reflejo, creo, de su personaje, por lo que no incide demasiado en la dejación de responsabilidades de los políticos. No hace «leña del árbol caído»; se limita a exponer la realidad de una sociedad en la que destacan la escasez de recursos policiales, la mala estructuración urbanística y educativa o la falta de recursos para los inmigrantes…, lugares comunes que trata en su obra, que pueblan las páginas de sus novelas una y otra vez. En esta ocasión aparece algo nuevo que parece también de carácter universal: los pakistaníes que emigran a otros países y solucionan su vida con pequeños comercios de frutas y verduras, abiertos con horarios imposibles para el descanso «Ellos abren sus tiendas a primera hora de la mañana y cierran bien entrada la madrugada. Lo sé por un africano que tiene una tienda similar cerca de mi casa. El pakistaní nos ha dicho que vio…».

Pues sí, en este caso un pakistaní, que no es griego, ayuda a la policía griega a resolver el caso. Fuera de la novela, otro pakistaní llamó por teléfono al dueño de un bar, en Cartagena, cuando por la noche entraron a robarle aprovechando que había tenido que ir al hospital gravemente enfermo. No tiene que ver con La ira de los humillados pero al leer este pasaje me vino a la mente este suceso que viví en primera persona. A veces los humillados nos dan lecciones de civismo y convivencia.

Está claro que Márkaris escribe una novela cercana en la que detalla la forma de vida de Kostas Jaritos, una cotidianeidad que puede no ser tan usual, aunque sigue siendo envidiable, y una forma de trabajar que no requiere de héroes pero tampoco acepta canallas que pongan zancadillas


—Hay otro camino […] —dice Askalidis.

—¿Qué camino? —pregunto.

—…quizás debamos empezar por…

—Te felicito, Zanos. Es una idea muy buena…

—Hay un problema —interviene Kollas…

—En eso tienes razón —reconoce Antigoni.

Márkaris es el autor de la novela negra de intriga, social, política. Leyendo a este casi nonagenario de mente lúcida aún creemos en la justicia social y deseamos que sea leído por todos para que nos inculque su apoyo a los perdedores sociales.

Leyendo a este estambulí entendemos temas actuales y transformaciones sociales que han saltado de Grecia para conformar, al menos, un panorama europeo que va perdiendo valores morales y tradicionales.

martes, 3 de junio de 2025

ESE IMBÉCIL VA A ESCRIBIR UNA NOVELA

La última novela de Juan José Millás es perfecta, redonda; todo va teniendo un principio y una conclusión. El capítulo 1 se cierra en el 10; el 5, lo hace en el 11; el 6 en el 12. Esto crea una historia que toma trazas de vida real en la que se van clausurando etapas, hechos; historia y vida forman una unidad completa: «No había forma de hallar la frontera entre ambas».

La perífrasis ingresiva del título marca la constante incertidumbre de la novela (hasta que nos damos cuenta de que está escrita).

Entre sus páginas aparecen temas trascendentes, propios de Millás, como la muerte o la identidad, aunque creo que los ejes son el poder de la memoria y el poder del lenguaje, así que nos encontramos en una encrucijada que ya marcaron Vygotsky o Chomsky en el siglo XX al relacionar Pensamiento y Lenguaje.

El desencadenante de la novela del protagonista, Juanjo Millás, es escribir un reportaje —el último antes de jubilarse— sobre cualquier tema. Esto libera el recuerdo de su vida a partir de sucesos aislados. No hay, pues, una línea temporal, hay evocaciones que van tomando forma en la mente de un lector para constituir la historia del personaje. Una vez leída, encontramos el sentido de la dedicatoria, que no hace sino corroborar la pretendida veracidad. ¿Hasta dónde estamos: ante unas memorias, un ensayo novelado, una novela autobiográfica, una novela ficticia, una novela de formación…? El hecho de que el protagonista se llame como el autor, tenga aproximadamente su edad y se dedique a escribir confirma que puede ser autobiográfica, pero tratándose de Juan José Millás todo es posible: El periodismo y la novela siguen de la mano en esta obra; su estilo agudo, irónico, repleto de originales comparaciones con que explora la realidad resaltando lo absurdo del ser humano y la paradoja de la sociedad.

Ese imbécil va a escribir una novela es una novela corta, sin embargo la realidad está observada con profundidad. El humor hace que parezca una novela, pero la crítica social está en sus páginas y la reflexión sobre la naturaleza humana, también. En cualquier caso es difícil no sentirse reflejado en algún momento. Desde la primera página surge la conexión autor-lector y mientras leemos las andanzas del protagonista vamos reflexionando sobre nuestra propia actitud ante esos temas.

No sé si he entendido bien su postura ante la religión y la creencia en Dios. Ese personaje que estuvo tres años en el seminario y de forma absurda ejerce de cura en un momento de gravedad es el detonante para reflexionar sobre las preguntas trascendentes que surgen al cierre de toda una vida, cuando nos damos cuenta de que es imposible vivir sin creer en algo superior que nos sobrepasa, algo que nos sobrevive, algo eterno capaz de crear otras vidas, otros mundos, unos benevolentes, otros dañinos, algo que nos mueve a ser mejores o nos daña sin ser verdaderamente responsable. Ese algo, ser supremo, existe diferente para cada uno, «¿Sería la literatura, esa práctica tan antigua como la humanidad, una variante religiosa cuyo uso garantizara la salvación en el sentido más cristiano del término?».

Hay autores que tienen un sello personal en su escritura. Hay personas a las que el paso del tiempo no hace sino imprimirles una huella de sabiduría para entender la vida, o intentar entenderla, mientras siguen mejorando para vivir; son personas mayores, viejos que viven cada día porque quieren alcanzar una perfección no lograda. En el momento en que nos creemos insuperables, que lo tenemos todo, morimos: «somos seres en construcción, siempre incompletos. Pero es esa incompletud y el deseo de resolverla lo que nos empuja precisamente a vivir».

El autor, casi octogenario, tiene una mente lúcida, la observamos en sus artículos periodísticos de manera regular y en sus novelas, de manera puntual. El final de Ese imbécil va a escribir una novela no es, afortunadamente, el final de la carrera de Millás; aún sigue creyendo en la escritura, aún sigue uniendo retazos de sus experiencias o lo que las rodea, aún sigue formándose. Aún sigue vivo. Y con más fuerzas que nunca. Su última novela es increíble. Y, afortunadamente no es la última, «sigo en ello».

Y es asombrosa porque en poco más de 150 páginas aparecen casi todos los temas que hoy nos afectan como individuos y como sociedad.

Siguiendo su impronta, Millás deja que aparezcan de forma errática ciertos sucesos según vienen a su memoria. El primero, la aparición de un posible segundo padre, es la causa de los temas tratados: el problema de identidad «me extrañó que mi vida tuviera dos puertas como las dos puertas del banco». La dualidad va a formar parte de su vida «me obligó a funcionar con dos cabezas, una de ellas, invisible».

Otro tema es lo absurdo de la Iglesia que no duda en mezclar lo concreto y lo abstracto, lo místico inefable con lo tangible «se referían al papa como a la cabeza visible de la Iglesia (lo que significaba a la fuerza que había otra invisible)», y lo absurdo de un dios misericordioso que permite tanto sufrimiento inocente «…niños con cáncer, calvos por la quimioterapia. Parecían larvas de sí mismos […] mientras Dios tiraba de la cadena».

El absurdo de una sociedad que desmerece cualquier expresión artística, por considerar que no alcanza niveles culturales serios, «Los amigos que leen ensayos saben dónde herir a los novelistas bobos, valga la redundancia».

El absurdo de una sociedad que deposita su lealtad en quien no lo es con nadie excepto consigo mismo. Una sociedad que castiga, probablemente, a quien menos lo merece, «Mató a su hermano, traicionó a su padre, traicionó a Franco pero trajo la democracia […] traicionó a los españoles […] pero dimitió como un héroe». Pensamos y actuamos en función de diferentes puntos de vista; según interesa nos vamos acomodando en situaciones en las que encontramos cierto bienestar aunque en realidad suframos carencias; de esta forma, cuando experimentamos algún privilegio extraordinario sentimos que no nos pertenece, que estábamos bien. Pocas cosas son lo que parecen.

El que va a escribir una novela no es el protagonista aunque lo sea en realidad «Ese imbécil, me dije, va a escribir una novela». La función metaliteraria aparece constantemente: un tipo de novela se introduce en otro y amenaza con arruinarla pero en realidad surge otra diferente, ni mejor ni peor, o sí, según para quién. Lo importante es escribir, poner en orden nuestra mente.

Millás se pregunta constantemente, ante cada suceso recordado, si no sería digno de convertirlo en una historia, y nos lo cuenta y nos damos cuenta de que sí, es una historia.

A veces somos los protagonistas de nuestras anécdotas y otras, cedemos el papel a quienes nos rodean en una circunstancia determinada. El protagonista, Juanjo, asume el papel de narrador-protagonista del protagonista Pascual, una vez que este le cuenta su historia. Al final, la memoria es incapaz de discernir qué vivimos en primera persona y de qué fuimos testigos pero, en cierto momento, nos lo apropiamos. Todo lo que nos ocurre son historias que forman nuestra propia novela. Al final de la vida reflexionamos sobre ellas hasta rozar estados emocionales que no sospechábamos «¿Habría en esta historia un reportaje?» «le dije por si de aquel encuentro surgiera la posibilidad de un reportaje». Desde que nacemos vamos sufriendo percances y nos regeneramos. Son etapas. La vejez es la única en la que ya es imposible una reconstitución; en una sociedad como la nuestra, las posibilidades de vivir aumentan, pero sin una rehabilitación total. La importancia de lo que ocurre está en los párrafos anafóricos del capítulo 7, donde reflexiona sobre la vejez


Dijo que […] recuperación de esa cadera rota

Dijo que era un prejuicio

Dijo que […] adultos mayores […] personas agradecidas

Dijo que […] estaban muy solos

Dijo que el edadismo […] presente

Dijo que […] uso de pañales…

La vejez, última etapa en la que nos vamos acercando a la primera para completar ese círculo. Pero nada habrá terminado si creemos en la literatura. Ahí residirá siempre la vida.