¡Vaya!
Hacía tiempo que no leía un final de novela tan estresante; el caso es que el
desenlace de Hagan juego sabe a poco, puede que porque hay algún cabo
suelto. Incluso al protagonista le preocupa esto, así que imagino que retome
ciertos asuntos en la siguiente entrega. No cabe duda de que Antonio Manzini escribe para que
queramos seguir leyendo. Los incidentes sucedidos a Rocco Schiavone tienen la
apariencia de una serie que termina en el clímax para continuar en el próximo
capítulo que, por supuesto, si lo vieses en cualquiera de las plataformas
televisivas no esperarías al día siguiente. Pero esto es una novela y además
las traducciones al español no van todo lo rápidas que quisiéramos.
Desde
que el subjefe de policía Schiavone llegó a Aosta, en Pista negra, ha mantenido
su abrigo Loden, a pesar de que no le abrigue en la montaña, y los zapatos
Clarks, a pesar de tener que comprar unos nuevos en cada entrega. Lleva ya un
año y medio fuera de Roma y continúa haciendo gala de un trato brusco, grosero
en ocasiones, derivado probablemente del miedo a abrirse a los demás. Un año y
medio en los Alpes italianos y aún tiene problemas con su equipo para
entenderse con determinados términos propios de Roma y los más típicos del
valdostano
—Eso
opino, señoría. Se engresca con Michelini…
—¿Engrescarse
quiere decir pelearse?
—Eso
es
[…]
—…Quiero
hablar con el sacacuartos…
—Se
refiere usted al usurero, ¿verdad?
—Sí
—Pues,
caray, ¡hable usted en cristiano!
Dieciocho
meses entre nosotros y Rocco continúa dando pistas de cómo es y de su manera de
investigar. La primera impresión de quien tiene delante es animalizadora;
conoce el comportamiento de los animales más extraños y no duda en atribuirlos
a una persona si esta mantiene algún rasgo físico en común con la bestia, «Guido Roversi era una Martes foina […]
“garduña” y perteneciente a la familia de los mustélidos, carnívora y
depredadora nocturna. Pese a su modesta estatura debía pesar más de noventa
kilos, tenía los ojos pequeños y separados, oscuros, la cabeza un poco
aplastada y dos orejas grandes que parecían salirle directamente de las sienes».
Con sus hipérboles adversas no cabe duda de que acrecienta su rechazo, en
general, por la especie humana, pero al mismo tiempo se define como un
observador nato, característica que lo favorece en su labor de detective.
Pero
en Hagan juego, algo está cambiando
en Rocco. Aunque le cueste admitirlo vuelve a nosotros más débil de ánimo; es
consciente de que está solo. Sigue hablando con Marina, su mujer asesinada seis
años atrás, que ahora lo conmina a que siga con su vida y la deje marchar
definitivamente. ¿Nos enfrentaremos a un Rocco más independiente y liberado?
Puede ser, por ahora decide que seguirá en Aosta por un tiempo y, aunque no
piense abandonar a sus amigos romanos, Manzini consigue que el subjefe
establezca otros lazos de cariño que le va a costar desatar, aunque aún no sea
consciente
—…¿Para
qué amargarnos la noche? Hablemos de la pizza…
Rocco salió y Gabriele y Loba lo
siguieron por el rellano
Schiavone
ha evolucionado en las desapacibles montañas. Al fantasma de Marina se le han
sumado el de Adèle, la mujer de su amigo Sebastiano, y el de Caterina Rispolli,
la policía que huyó después de traicionarlo. El desengaño de los primeros meses
se ha convertido en desencanto y frustración. Rocco está hundido; es como si
hubiera de luchar contra una conspiración que no lo deja vivir en el mundo
real, de ahí que acuda constantemente a Marina.
Sin
embargo, en Hagan juego, el señor Favre,
contable jubilado del casino, aparece muerto en su casa. El caso supone un
misterio para la policía de Aosta pues no había móvil aparente, hasta que
algunas pistas revelan una red de blanqueo de dinero que el muerto hubiera
querido parar. Podría ser, pero no es todo tan sencillo. Por lo pronto Rocco
detendrá al asesino de Favre y, con ayuda de su amigo Brizio conseguirá desenganchar
al policía Italo Pierron del juego, adicción que le iba a costar el puesto y la
vida.
Manzini
introduce en esta novela a dos bandas, la ludopatía y sus consecuencias. Roco
sabe por experiencia hasta dónde puede destrozar el juego al ser humano, así
que hará todo lo posible, económica y moralmente, por salvar a dos personas que
le importan de verdad. Como un moderno Robin Hood italiano se rodea de sus
amigos, algo maleantes, para ayudar a los pobres y oprimidos, sin meditar las
consecuencias que pudieran suponerle el saltarse la ley, robar a los corruptos
enriquecidos y socorrer a los arruinados. Nuestro subjefe no juzga el comportamiento
de quienes han robado para sobrevivir, pero sí el de quienes lo hacen para
enriquecerse.
—¿Y si esa gente no me los quiere revender?
—¿Llevas encima la pistola reglamentaria?
—Claro
—Enséñasela y verás cómo se convencen…
[…]
Rocco Schiavone se tomaba los casos como algo personal […]
“Claro que sí —se dijo—, sí que vale la pena”.
En
su relación con los demás, los flashback
acuden alentados por la soledad y tristeza por las que pasa, la memoria
funciona para que la amistad se intercale en su vida y su trabajo, «la llamada de su amigo, con quien no
hablaba desde hacía tiempo, le devolvió las ganas de saber más». En
realidad Rocco es un privilegiado que recibe el respeto, la lealtad y el
compromiso de quienes consiguen ver más allá de lo que su fachada dura y
sarcástica permite.
Y,
por supuesto, es un buen policía que tiene claro cuáles son los límites de su
profesión, sabe que el mundo real es imperfecto, y conoce hasta dónde es
conveniente actuar para no empeorarlo. No nos extraña pues, que a pesar de
tener la oportunidad de disolver la red de blanqueo de dinero negro, no lo
haga; está seguro de que esta solución no será permanente, «Hay una especie de acuerdo tácito entre las partes, amigo mío. Uno de
cada tres euros que pasan por tus manos proviene del tráfico ilegal».
Antonio
Manzini ha vuelto a conseguir que la comisaría de Aosta sea única, que
empaticemos con sus integrantes y simpaticemos con el subjefe Schiavone a pesar
del humor escatológico que en ocasiones se gasta, el que deriva de la bondad
del equipo o de su ingenuidad, el que roza el sarcasmo en las referencias a la
brigada o del que se vale para contravenir las normas
—Dígamelo
usted. —Rocco se encendió un cigarrillo
—¿Se
puede fumar? —preguntó esperanzada Cecilia
—No
—respondió Rocco, echando el humo hacia el techo —¿Entonces? ¿Ha cometido algún
delito?
El
autor es un maestro del uso del lenguaje con el que juega constantemente para
aportar un ritmo ágil a los diálogos, consiguiendo hacer de la lectura una
actividad casi audiovisual.
El
significado negativo de algunas proposiciones se acrecienta al sustituir el
conector discursivo de precisión por otro contraargumentativo, «dio un sorbo al café. Estaba caliente pero
sabía a quemado».
Y, entre tanta risa podemos relajarnos con alguna que otra descripción poética, triste, nostálgica, que cuadra a la perfección con el carácter de Rocco «…y la luna no era más que un recuerdo». No hay demasiadas; es novela negra. Y de las mejores.
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