sábado, 1 de abril de 2023

ÚLTIMO AUTOBÚS A WOODSTOCK


No había leído nada de Colin Dexter y he disfrutado, gracias a Masa Crítica de Babelio, de una de las mejores plumas del Reino Unido del siglo XX. Me ha impresionado el dominio de la técnica para generar cierta tensión dramática, no sólo al final de cada capítulo sino constantemente. A veces, incluso las descripciones terminan de forma inacabada, como si fuese un cliffhanger que deja al personaje en una situación complicada y provoca inquietud en el lector. Dexter posee una tremenda maestría en la creación de pistas falsas, ni una sola línea de las trescientas páginas del libro está escrita inocentemente. El narrador y el protagonista se dirigen al lector, incluso lo manipulan para que simpatice con quien les interesa, en ocasiones con personajes irrelevantes, en otras con el propio asesino.

Último autobús a Woodstock está dividida en tres partes y, como en la literatura clásica, se atiene al comienzo, desarrollo y desenlace. Un desenlace que no llega hasta prácticamente la última página a pesar de que el protagonista sabe quién asesinó a Sylvia desde el final de la segunda parte, pero sigue jugando con nosotros, y con su compañero, para no despertar sospechas.

En la primera parte, el cadáver de Sylvia Kaye, mecanógrafa ineficaz de la Compañía de Seguros Town & Gown, «siempre había sido puntual y discreta», es encontrado en el patio trasero de un pub, que hace las veces de aparcamiento para los clientes. La chica ha aparecido violada y asesinada con un golpe en la parte posterior del cráneo. El inspector Morse es el encargado de resolver el caso junto a su ayudante, el sargento Lewis. La pareja Morse-Lewis es agradable, quizás porque se mueve en el entorno pacífico de un pueblo pequeño de Oxford, donde abundan profesores universitarios y los típicos pubs ingleses, donde ni siquiera un crimen altera las costumbres de sus habitantes.

Los movimientos del inspector y del sargento retratan a una sociedad inglesa del último cuarto del siglo XX capaz de esconder las más bajas pasiones, en los ambientes más apacibles, sin que la elegancia desaparezca. Es la clase alta de cultura elevada, machismo más elevado aún —usual en la época— y falsa religiosidad que instala al clero en sectores privilegiados mientras predica la palabra de Dios


…entre el cóctel de zumo de frutas, la sopa de tortuga, el salmón ahumado, los solomillos Rossini, la tarta, el queso y la fruta, pensaba en los millones de personas en el mundo […] víctimas del hambre en África y Asia

—Estás silencioso esta noche —dijo el capellán, mientras le pasaba el clarete a Bernard

Aunque parece sencillo en un principio, el crimen es bastante intrincado, por lo que Morse aventura diferentes hipótesis, todas plausibles, para entender lo ocurrido. El inspector lo plantea como un problema de lógica y para resolverlo no dudará en saltarse las normas oficiales que considera que pueden alterar sus análisis y razonamientos.

La realidad es que nos gusta Morse, se hace querer a pesar de contar con una mente machista, llena de estereotipos que infravaloran a la mujer, a pesar de beber demasiado y a pesar de su elevada autoestima «Y podía habérsele ocurrido a cualquier miembro de la brigada criminal […] que todas las muchachas corren como malditos patos […] —Le vendría bien una pinta de cerveza, señor. Morse pareció alegrarse un poco».

Pero el inspector es sensible, aunque prefiera hacer gala de mal humor, y está dotado para analizar cualquier caso desde la perspectiva más insospechada, probablemente por su desconfianza en el ser humano pero, sobre todo, por su confianza y conocimiento de la literatura, la mitología, la ópera y la correcta escritura «Leyó los dos textos una vez más […] si bien no es improbable […] volvió a consultar el Fowter. Eso era. Lítotes. […] y había otra coincidencia…». No cabe duda de que su curiosidad y su afán por aprender facilitan la investigación a pesar de que la trama está repleta de confusiones. Esto permite que no perdamos interés en ningún momento por el asunto.

De hecho, al final de la segunda parte, demuestra que ha merecido la pena su razonamiento. Ha tomado a los personajes como elementos necesarios para llevar a cabo la investigación. Los lectores apenas sabemos nada de la asesinada, mucho menos del asesino, pero él ya sabe de quién se trata. Aún quedan casi cien páginas de la tercera parte, en las que hace gala de su carácter presuntuoso, y nos lleva, a nosotros y a Lewis, por los caminos equivocados hasta que tiene a bien descubrir al culpable. El sarcasmo de Morse forma un tándem perfecto con la timidez de Lewis, que por momentos se transforma en hartazgo aunque al final dé la razón a su superior por el silencio mantenido, fundamental para la resolución.

Colin Dexter elabora una novela policiaca clásica, que sigue escrupulosamente las reglas dictadas por Van Dyne. De hecho el inspector es el único detective, el culpable tiene un papel relevante en el argumento, no hay mafias ni criados implicados y el motivo del crimen es personal. Todo esto lo iremos descubriendo en la tercera parte, siguiendo con avidez una trama en la que mezcla la narración, los diálogos que surgen en el momento y las entrevistas o pensamientos anacrónicos que, en forma de flashforward se intercalan en el presente para distraer la atención del lector.

El narrador cuenta hechos ocurridos en diferentes espacios y al mismo tiempo; asimismo las descripciones son exhaustivas, escritas con la intención de poner en situación al lector o, la mayoría de veces, de confundirlo «De la otra chica recordaba poco: una chaqueta fina, pantalones oscuros…, pero ¿de qué color? […] Gaye era una joven atractiva de pelo color caoba y esa noche de miércoles iba inmaculadamente vestida con unos pantalones negros de traje…».

Predominan las oraciones largas con términos especuladores y detalles descriptivos valorativos que aportan un ritmo lento, donde la reflexión se impone a la acción y aumenta la dificultad para resolver el caso.

Mediante la primera persona, Morse toma la palabra con la intención de argumentarse a sí mismo la tesis, basándose en autoridades filosóficas, mientras se dirige a un público imaginario, que no es otro que el lector real; las preguntas retóricas en tercera persona ponen en marcha la función conativa y nos acercan a sus convencimientos; entretanto las incursiones del narrador aligeran la gravedad del momento con toques de humor «El orador empezaba a sentirse un poco cansado y decidió recuperar fuerzas con otra lata de cerveza».

Morse retrata a la perfección a la sociedad inglesa, satiriza las costumbres de los altos cargos mientras empatiza con el pueblo sin alterarse, casi indolente. Por su parte, Dexter retrata a Morse a lo largo de la novela como bebedor, misógino, orgulloso, irónico, frío, minucioso, trabajador e inteligente. Pero en su relación con Lewis es donde vemos su sentido del humor único, derivado del convencimiento de la falsedad humana y de su carácter un tanto arrogante «—¿Y eso no es ilegal, señor? —Nunca he estudiado ese apartado de la ley».

El humor es constante en la novela; aparece para remarcar el cargo de inspector,


—Un whisky doble —dijo Morse, empujando el vaso.

—¿Quiere tomar algo, señor? El gerente miró a Lewis con aire dubitativo.

—El sargento Lewis está de servicio.

al utilizar adjetivos irrelevantes para categorizar a alguien o en la obsesión por la corrección lingüística


Vio a la chica asesinada

—Querrá decir —interrumpió Morse— que vio a la chica que después fue asesinada, supongo

Humor en las afirmaciones que connotan lo contrario a lo que dice y retratan al inspector. Humor en las ironías hiperbólicas que acentúan el hartazgo de Lewis y en el uso exagerado de términos cultos «Aproximadamente a la misma hora que Morse, el megalópodo se marchaba con sus compras bajo el brazo».

También encontramos animalizaciones de la mujer aunque de forma inocente, casi infantil, «pio Ruth», algo que cuadra perfectamente con el concepto que se tenía de la mujer, una persona ingenua que servía poco más que para estimular la ternura, «Por mal equipada que estuviera intelectualmente, era una chica sensible…» aunque se digan de ella verdaderas barbaridades.

Las comparaciones mitológicas, las citas literarias, los derivados que acentúan la mediocridad de los personajes, las deducciones repentinas… todo aumenta el valor estilístico de la narración y la tensión de la lectura. Los recursos de Dexter son inacabables.

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