No
había leído nada de Colin Dexter y
he disfrutado, gracias a Masa Crítica de Babelio, de una de las mejores plumas del Reino Unido del siglo XX.
Me ha impresionado el dominio de la técnica para generar cierta tensión
dramática, no sólo al final de cada capítulo sino constantemente. A veces,
incluso las descripciones terminan de forma inacabada, como si fuese un cliffhanger que deja al personaje en una situación
complicada y provoca inquietud en el lector. Dexter posee una tremenda maestría
en la creación de pistas falsas, ni una sola línea de las trescientas páginas
del libro está escrita inocentemente. El narrador y el protagonista se dirigen
al lector, incluso lo manipulan para que simpatice con quien les interesa, en
ocasiones con personajes irrelevantes, en otras con el propio asesino.
Último autobús a Woodstock está dividida en tres partes
y, como en la literatura clásica, se atiene al comienzo, desarrollo y
desenlace. Un desenlace que no llega hasta prácticamente la última página a
pesar de que el protagonista sabe quién asesinó a Sylvia desde el final de la
segunda parte, pero sigue jugando con nosotros, y con su compañero, para no
despertar sospechas.
En la primera parte, el
cadáver de Sylvia Kaye, mecanógrafa ineficaz de la Compañía de Seguros Town
& Gown, «siempre había sido puntual y discreta», es encontrado en el
patio trasero de un pub, que hace las veces de aparcamiento para los
clientes. La chica ha aparecido violada y asesinada con un golpe en la parte
posterior del cráneo. El inspector Morse es el encargado de resolver el caso
junto a su ayudante, el sargento Lewis. La pareja Morse-Lewis es agradable,
quizás porque se mueve en el entorno pacífico de un pueblo pequeño de Oxford,
donde abundan profesores universitarios y los típicos pubs ingleses,
donde ni siquiera un crimen altera las costumbres de sus habitantes.
Los movimientos del inspector
y del sargento retratan a una sociedad inglesa del último cuarto del siglo XX capaz
de esconder las más bajas pasiones, en los ambientes más apacibles, sin que la
elegancia desaparezca. Es la clase alta de cultura elevada, machismo más
elevado aún —usual en la época— y falsa religiosidad que instala al clero en
sectores privilegiados mientras predica la palabra de Dios
…entre el cóctel de zumo de frutas, la sopa de tortuga, el salmón
ahumado, los solomillos Rossini, la tarta, el queso y la fruta, pensaba en los
millones de personas en el mundo […] víctimas del hambre en África y Asia
—Estás silencioso esta noche —dijo el capellán, mientras le pasaba el
clarete a Bernard
Aunque
parece sencillo en un principio, el crimen es bastante intrincado, por lo que
Morse aventura diferentes hipótesis, todas plausibles, para entender lo
ocurrido. El inspector lo plantea como un problema de lógica y para resolverlo
no dudará en saltarse las normas oficiales que considera que pueden alterar sus
análisis y razonamientos.
La
realidad es que nos gusta Morse, se hace querer a pesar de contar con una mente
machista, llena de estereotipos que infravaloran a la mujer, a pesar de beber
demasiado y a pesar de su elevada autoestima «Y podía habérsele ocurrido a cualquier miembro de la brigada criminal
[…] que todas las muchachas corren como malditos patos […] —Le vendría bien una
pinta de cerveza, señor. Morse pareció alegrarse un poco».
Pero el inspector es
sensible, aunque prefiera hacer gala de mal humor, y está dotado para analizar
cualquier caso desde la perspectiva más insospechada, probablemente por su
desconfianza en el ser humano pero, sobre todo, por su confianza y conocimiento
de la literatura, la mitología, la ópera y la correcta escritura «Leyó los
dos textos una vez más […] si bien no es improbable […] volvió a consultar el
Fowter. Eso era. Lítotes. […] y había otra coincidencia…». No cabe duda de
que su curiosidad y su afán por aprender facilitan la investigación a pesar de
que la trama está repleta de confusiones. Esto permite que no perdamos interés
en ningún momento por el asunto.
De hecho, al final de la
segunda parte, demuestra que ha merecido la pena su razonamiento. Ha tomado a
los personajes como elementos necesarios para llevar a cabo la investigación.
Los lectores apenas sabemos nada de la asesinada, mucho menos del asesino, pero
él ya sabe de quién se trata. Aún quedan casi cien páginas de la tercera parte,
en las que hace gala de su carácter presuntuoso, y nos lleva, a nosotros y a
Lewis, por los caminos equivocados hasta que tiene a bien descubrir al culpable.
El sarcasmo de Morse forma un tándem perfecto con la timidez de Lewis, que por
momentos se transforma en hartazgo aunque al final dé la razón a su superior
por el silencio mantenido, fundamental para la resolución.
Colin Dexter elabora una
novela policiaca clásica, que sigue escrupulosamente las reglas dictadas por
Van Dyne. De hecho el inspector es el único detective, el culpable tiene un
papel relevante en el argumento, no hay mafias ni criados implicados y el
motivo del crimen es personal. Todo esto lo iremos descubriendo en la tercera
parte, siguiendo con avidez una trama en la que mezcla la narración, los
diálogos que surgen en el momento y las entrevistas o pensamientos anacrónicos
que, en forma de flashforward se intercalan en el presente para distraer
la atención del lector.
El narrador cuenta hechos
ocurridos en diferentes espacios y al mismo tiempo; asimismo las descripciones
son exhaustivas, escritas con la intención de poner en situación al lector o,
la mayoría de veces, de confundirlo «De la otra chica recordaba poco: una
chaqueta fina, pantalones oscuros…, pero ¿de qué color? […] Gaye era una joven
atractiva de pelo color caoba y esa noche de miércoles iba inmaculadamente
vestida con unos pantalones negros de traje…».
Predominan las oraciones
largas con términos especuladores y detalles descriptivos valorativos que
aportan un ritmo lento, donde la reflexión se impone a la acción y aumenta la
dificultad para resolver el caso.
Mediante la primera
persona, Morse toma la palabra con la intención de argumentarse a sí mismo la
tesis, basándose en autoridades filosóficas, mientras se dirige a un público
imaginario, que no es otro que el lector real; las preguntas retóricas en
tercera persona ponen en marcha la función conativa y nos acercan a sus
convencimientos; entretanto las incursiones del narrador aligeran la gravedad
del momento con toques de humor «El orador empezaba a sentirse un poco
cansado y decidió recuperar fuerzas con otra lata de cerveza».
Morse retrata a la
perfección a la sociedad inglesa, satiriza las costumbres de los altos cargos
mientras empatiza con el pueblo sin alterarse, casi indolente. Por su parte,
Dexter retrata a Morse a lo largo de la novela como bebedor, misógino,
orgulloso, irónico, frío, minucioso, trabajador e inteligente. Pero en su
relación con Lewis es donde vemos su sentido del humor único, derivado del
convencimiento de la falsedad humana y de su carácter un tanto arrogante «—¿Y
eso no es ilegal, señor? —Nunca he estudiado ese apartado de la ley».
El humor es constante en
la novela; aparece para remarcar el cargo de inspector,
—Un whisky doble —dijo Morse, empujando el vaso.
—¿Quiere tomar algo, señor? El gerente miró a Lewis con aire dubitativo.
—El sargento Lewis está de servicio.
al
utilizar adjetivos irrelevantes para categorizar a alguien o en la obsesión por
la corrección lingüística
Vio
a la chica asesinada
—Querrá
decir —interrumpió Morse— que vio a la chica que después fue asesinada, supongo
Humor
en las afirmaciones que connotan lo contrario a lo que dice y retratan al
inspector. Humor en las ironías hiperbólicas que acentúan el hartazgo de Lewis
y en el uso exagerado de términos cultos «Aproximadamente a la misma hora que Morse, el megalópodo se marchaba con
sus compras bajo el brazo».
También encontramos
animalizaciones de la mujer aunque de forma inocente, casi infantil, «pio
Ruth», algo que cuadra perfectamente con el concepto que se tenía de la
mujer, una persona ingenua que servía poco más que para estimular la ternura, «Por
mal equipada que estuviera intelectualmente, era una chica sensible…» aunque
se digan de ella verdaderas barbaridades.
Las comparaciones mitológicas, las citas literarias, los derivados que acentúan la mediocridad de los personajes, las deducciones repentinas… todo aumenta el valor estilístico de la narración y la tensión de la lectura. Los recursos de Dexter son inacabables.
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