Los duelos
y quebrantos atesoran una historia desde que aparecen en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Este plato se comía
principalmente en Castilla durante la cuaresma y alude a esos ayunos que debían
guardar los católicos y que se podían quebrantar, los sábados, con torreznos,
sesos o los huesos “quebrantados” del animal. El plato continúa hoy siendo fiel
a los huevos pero acompañados de chorizo, jamón y tocino, alegrando así a
cualquier duelista y reparando todo lo quebrantado.
La
novela de Ana Girón también guarda
la historia desde que España fue sacudida por una de las peores guerras que ha
sufrido. El problema es que muchas familias quedaron rotas por la pena y hubo
quien se aprovechó de ese dolor para quebrantar el de otros, por supuesto,
fieles al régimen dictatorial impuesto.
Duelos
y quebrantos es
una novela dura. Comienza in medias res;
la tía Paca ha muerto y, durante el duelo, se presenta una pareja en la clínica
que presidía, exigiendo la recién nacida prometida. Los sobrinos de Paca, Elisa
y el cura Ginés, se muestran sorprendidos ante tal actividad de su tía y el
Director les confirma que esa práctica se ejercitaba desde años antes de que él
empezase a trabajar allí. La cuñada de la finada, la Duquesa, estaba al tanto
aunque pensó que si lo hacía Paca sería lo mejor para todos, «—A los que han parido se les dice que su
hijo falleció […] A los adoptivos, que los niños han sido dejados allí ante la
imposibilidad de mantenerlos […] es lo más sensato». El caso es que, a
pesar de llevar a cabo durante años esa práctica, los que trabajaban en la
clínica no se enteraron o no quisieron hacerlo. A veces es mejor mirar hacia
otro lado para no salir de la zona segura.
Al
poco de morir Paca, Claudia, la hija de la Duquesa y prima de Elisa, se casa
con Marcos, un psicópata que solo aspira a tener descendencia para heredar el
ducado de su mujer, a la que maltrata desde la primera noche. La madre de
Marcos, Inmaculada, lo sabe y no hace nada por evitarlo. También lo sabe
Gonzalo, hermano gemelo de Marcos, médico de la clínica, que acabará teniendo,
de alguna manera, aquello que desea:
—¿Crees
que tu hermano sabrá tratarla —preguntó doña Inmaculada.
—Algún
día tendrás un nieto que será duque […] Si pudiera, yo me cambiaría por él.
Y
así, con la muerte de Paca y la boda casi inmediata de Claudia, comienza la
novela. Después nos enteraremos de que esta chica fue pretendida por el Director
de la clínica, a quien el primo Ginés, en calidad de cabeza de familia, rechazó
como marido de la duquesita por no pertenecer a la aristocracia y por tener el
rostro totalmente desfigurado. El director acepta la decisión de Ginés y
Claudia se tranquiliza al no tener que soportar la vista de semejante
deformidad el resto de sus días. Según avanza la trama nos damos cuenta que, de
una forma u otra, Claudia había nacido para sufrir.
Como
tantas mujeres, había sido educada para construir su futuro al lado de un hombre.
Estaba mejor visto una mujer casada y maltratada que soltera y feliz.
Duelos y quebrantos no mantiene una narración lineal. En
un momento determinado, por un dato real, tenemos la certeza de que transcurre
en 1954, pero los flashback nos
llevan hasta 1936, cuando comenzó la guerra y los campesinos empezaron a
moverse, a huir, a embrutecerse a fuerza de ser tratados como animales aun en
la niñez.
Ana
Girón no escatima detalles de cómo se echaron a perder las vidas de los que,
desgraciadamente, hubieron de seguir
en una época en la que las mujeres y los niños, a pesar de no estar preparados
y de acarrear traumas imposibles, salieron adelante El presente queda
interrumpido por el recuerdo de los personajes o del propio narrador que,
omnisciente, nos va dejando pistas sobre cómo termina la historia. No quiero
desvelar nada porque el lector no lo percibe; desde el comienzo quedamos
imbuidos de dolor constante y constantemente rechazamos a esos seres incapaces
de suscitar cualquier poder de persuasión en nosotros. Los hombres, cobardes,
rozan lo patológico; las mujeres, sumisas, viven en continuo temor y ofrecen un
ambiente opresivo que no nos abandona ni cuando somos testigos de escenas,
supuestamente alegres, relatadas con un lirismo exquisito.
He
estado en Almagro en bastantes ocasiones para ir al teatro y en varias de ellas
he presenciado el paseo que los recién casados dan por la Plaza Mayor aun hoy
en el siglo XXI. Siempre es motivo de alegría, pero el malestar que nos produce
al leer la marcha nupcial de Claudia y Marcos, al principio de la novela, marca
la desazón que tendremos hasta el final.
La
comitiva pasaba por la siniestra de los ochenta y un fustes de la Plaza Mayor
[…] Avanzando por la calle de las Nieves, el viento solano y arenoso se
estrellaba a dentelladas contra el arco del triunfo de la casa del prior […]
Las nubes no se habían decidido por empapar con alguna suerte de ventura a la
novia y, por tanto, tampoco a llorar sobre ellos. Y no supo qué pensar.
Duelos y quebrantos recuerda, con un lenguaje casi
lírico, a las novelas extensas del Realismo decimonónico. Los personajes son
testimonio de la clase burguesa de las décadas 40 y 50 del pasado siglo, tiempo
en el que transcurre la historia. El director, la tía Paca, Elisa, su hermano
el cura, la Duquesa y su hija Claudia, doña Inmaculada y sus hijos Marco y
Gonzalo; todos están bien posicionados económica y socialmente. Los hombres,
despreciables, están amparados en su condición y en las ventajas que les brinda
la sociedad para medrar a costa de lo que sea, sin importarles nada ni nadie
que no sean ellos mismos.
En
las mujeres encontramos alguna diferencia, por un lado destaca el carácter
veleidoso de las damas, abocadas a un sufrimiento determinante por no saber o
no querer cambiar su papel; la joven Claudia se comporta de forma absolutamente
infantil, en ningún momento reacciona a la tiranía o al abuso sino que,
obediente, cumple con lo que se espera de ella.
A
Paca le tocó en su juventud una vida dura; dedicada a ayudar a los demás con
paciencia, generosidad, valentía y fluidez expresiva, de la que se valía para
mentir amparándose en la piedad. Elisa también se expresa de forma segura, es
inteligente, razonable y no está dispuesta a continuar con los delitos de su
tía aunque será ella quien lleve a cabo una última falsificación.
Los
personajes secundarios, todos obreros, aparecen para que identifiquemos los
espacios en los que se mueven, el campo, la calle, las cocinas… Son quienes lo
saben todo y todo lo callan para dotar a la novela de cierto valor sociológico.
Creo
que la clínica es la protagonista dominante. En ella los personajes se refugian
para aliviar sus duelos o restablecer sus quebrantos. La clínica aparece como
testigo de lo que sucede con los hombres y con las mujeres; nos remite a la
tiranía de los mandatos heredados; la clínica es un microcosmos reflejo de una
sociedad cerrada, opresiva, determinista, cuya única salida es, probablemente,
el cambio que le quiere dar la nueva directora.
Reflexionando
sobre la clínica podemos hacer una lectura sociocrítica de la España de la
posguerra, donde el abandono y la desesperación dejaron huella, «Los niños dejaron de serlo y los hombres
también».
La
autora ha salpicado Duelos y quebrantos
con alusiones a grandes obras literarias; como es lógico, las citas al Quijote pueblan las páginas para que los
personajes influenciados por la tía Paca puedan reflexionar sobre sus actos: «Advirtió Quijote a Sancho que el amor,
cuando toma posesión de un alma, lo primero que hace es quitarle el temor y la
vergüenza».
No
solo tiene cabida la obra de Cervantes, encontramos referencias a Juan Ramón
Jiménez, «Mis ojos, ¡tan lejos de mis
oídos!», a Óscar Wilde «Su vergonzoso
retrato no pudo resguardarlo en un lienzo oculto, cual eterno y lozano Dorian»
y hasta a Rodrigo Díaz de Vivar «Ay, qué
buen vasallo sería si tuviese buen señor». Pero estas citas son testigo de
la miseria de un pueblo que, guiado por el odio y la envidia solo pudo
comportarse de forma cicatera.
Cuando
nos damos cuenta de esto es cuando somos conscientes de que lo que realmente
importa en Duelos y quebrantos es la evolución de Elisa, entonces, las demás
acciones que aparecen quedan en un segundo plano.
Ana Girón ha escrito una novela altamente realista, de argumento creíble, con escenarios reconocibles por los lectores para analizar una sociedad descrita de forma meticulosa, en donde la marginalidad de la mujer —en todas sus vertientes— y del hombre sin recursos es el tema fundamental. Marginalidad de los que, a pesar de las desventajas que sufren, no pueden abandonar el sentido de culpa por lo que les ocurre.
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