sábado, 1 de febrero de 2025

MARIANELA

De vez en cuando me gusta volver a los clásicos. Sé que debería hacerlo más a menudo pero no siempre hacemos lo que debemos. En esta ocasión he retomado el realismo, época por la que he sentido predilección desde mi etapa de estudiante. Y he elegido una novela corta de uno de los más grandes de todos los tiempos.

Marianela es una novela patética, en su sentido más etimológico. La tragedia está presente desde el principio en la propia naturaleza, que se cierne sobre el pueblo amenazándolo; en la desgracia de Marianela desde que nació; en la familia Centeno, que no ha conocido otra actividad que el trabajo en la mina y eso le impide llevar una vida más cómoda; en el nacimiento de Pablo que aun teniendo dinero se considera, por su ceguera, una minusválido que no podrá trabajar y que solo causará pena en las mujeres; en el dolor de su padre, el señor de Penáguilas, porque teme que el dinero que posee no baste para «hacer disfrutar a su hijo único las delicias honradas de la buena posición […] Callaron todos, hondamente impresionados por la relación patética y sencilla del bondadoso padre».

La tragedia de Marianela tiene mucho que ver con ese lugar de nuestro cerebro donde reside la belleza de la imaginación. Así lo intuye el doctor Golfín cuando oye cantar a Nela y queda prendado de su voz, «Creeríase que sale de las profundidades de la sierra […] y toda la chusma emparentada con la loca de la casa». El mismo Galdós escribiría después, en 1892, La loca de la casa, una novela que pasó luego a teatro, referida a Victoria de Moncada y sus ideales como mujer. También da título a una obra de Rosa Montero en la que, en 2003, da rienda suelta a su interior en una mezcla de ensayo, autobiografía y novela.

Marianela participa de esta locura en la que están instalados Pablo y Marianela, ambos incapacitados para una sociedad en la que no ajustarse a lo considerado “normal” era un problema de independencia para subsistir. Pablo, a pesar de tener dinero no podrá valerse por sí mismo ni hacer feliz a nadie, sin despertar pena por ser ciego de nacimiento. Nela, huérfana, sin familia, sin nadie, no podrá desenvolverse sola por su apariencia desagradable y deforme, una chica que, por un accidente de pequeña, queda marcada por la fealdad física. Pero, desde que es lazarilla de Pablo. Nela es feliz; se siente querida, útil, valorada…, y se enamora de él, que tantas bellezas le dice. También Pablo se enamora de ella por su voz, su alegría, su destreza al describirle el mundo… Ambos viven en una realidad que han forjado en su imaginación. En esa realidad se prometen amor, «-…serás mi esposa querida…, serás la vida de mi vida, el recreo y el orgullo de mi alma […] -te quiero mucho, muchísimo […] Pero no te afanes por verme…».

Entre ellos y lo real se va a interponer el doctor Teodoro Golfín, eminente oftalmólogo, capaz de dar la vista a Pablo y, con ella, quitar las ilusiones a la pareja.

Creo que este es el asunto principal que Benito Pérez Galdós quiere tratar en la novela: Solo vemos la belleza externa, capaz de destruir cualquier otro tipo de don.

Marianela conserva cierto aire pedagógico, a Galdós le interesa tratar la educación como fenómeno sociocultural; que la sociedad se dé cuenta hasta qué punto es importante la cultura, saber por medio de diferentes ciencias para ir dejando de lado las supersticiones arraigadas, sobre todo en una Iglesia clasista alimentada básicamente por aquellos que ostentan el dinero y la posición social. La relación directa maestro–alumno es importante. Teodoro Golfín se ha dado cuenta de que lo que le falta a Marianela es una recta instrucción para poder desarrollar sus capacidades —que él intuye muchas— «tiene su alma aptitud maravillosa para todo aquello que del alma depende; pero al mismo tiempo está llena de supersticiones groseras; sus ideas religiosas son vagas, monstruosas, equivocadas […] no posee más educación que la que ella se ha dado».

Duro ataque a una sociedad a la que costaba trabajo avanzar, «»que no sabe ser caritativa, sino bailando, toreando y jugando a la lotería, una sociedad anticuada, primitiva, que pensaba que los errores cometidos con una persona pueden ser compensados con promesas en vida u oraciones y oropeles tras la muerte «yo he prometido (a la virgen) que si da vista a mi primo, he de recoger al más pobre que encuentre […] Ya he escogido a mi pobre, María, mi pobre eres tú». Pero Galdós no ceja en su denuncia, por lo que no duda en estampar la verdad, no ya como personaje, como narrador omnisciente que, desde el principio, ha relatado el caso: «los dignos reporteros habían visto visiones. Averiguada la verdad, de ella resultó este libro».

Además de la dura crítica, los lectores nos enamoramos de Nela, tal es el cariño con el que fue creada. La vagabunda, la deforme, la enana, el trasto, María, Marianela, Nela, la huérfana… no tiene un nombre real durante toda la historia; da igual, porque ella no cuenta, es como si no tuviera sentimientos y pudiera ser vapuleada y debiera estar agradecida por cualquier gesto recibido, aunque fuera menor que el que se le daría a un animal, «vio las cestas que a la huérfana servían de cama».

Y es en el estilo, además, donde Pérez Galdós se consagra como uno de los maestros universales. Las descripciones llevan incluidas a veces enumeraciones descendentes, con lo que agranda el cariño que siente por el personaje «se vino corriendo hacia ellos una muchacha, una niña, una chicuela de ligerísimos pies y menguada estatura». En ocasiones las enumeraciones son acumuladas anáforas que agrandan el sentimiento de amor hacia la belleza física o hacia la naturaleza. Otras veces el narrador hace uso de sus conocimientos para demostrar que la religión ha tenido en cuenta la belleza física como retrato del alma, tal como lo prueban las imágenes de la Virgen, «La Humanidad ha visto esta sacra persona con distintos ojos, ora con los de Alberto Durero, ora con los de Rafael Sancio, o bien con los de Van–Dyck y Bartolomé Murillo…».

No solo las descripciones son cultas, el lenguaje técnico es minucioso, tanto para hablar de las minas como para exponer los pasos de la operación del ojo para dar la vista. Esto hace que la finalidad didáctica destaque. Asimismo encontramos la función referencial, clave en la narración; el lector está siempre presente, a él van dirigidos tanto los hechos novelados como las críticas sociales «¿merecerá capítulo aparte? Por si acaso se lo daremos», «penetremos en su pensamiento. Pero antes conviene hacer algo de historia». El narrador utiliza la primera persona del plural para dar su opinión y hacer al lector partícipe de ella «Sin querer hemos ido a parar a nuestra madre Eva, cuando tan lejos está la que dio triunfo a la serpiente de la que aplastó su cabeza».

El realismo narrativo se acrecienta con datos imprecisos, y con el lenguaje vulgar que usan los personajes analfabetos «retólicas», «conceitos».

Asimismo frente a la personificación de la ciencia o incluso de animales, que cobran importancia, se encuentra la cosificación del pueblo analfabeto, «que parecían el carbón humanado». Y si no queda bastante claro, Galdós no duda en emplear metáforas hirientes para quienes no han sido educados, «la familia navegaba ancha y holgadamente por el inmenso piélago de la estupidez».

No cabe duda de la dureza del espíritu del escritor canario; hoy nos sirve también su discurso, por lo que un rastro de pena se instala en nosotros. Menos mal que el humor inteligente nos hace sonreír al leer las ironías hacia las damas de la alta sociedad «descollaba la voz de Sofía como sacerdotisa a quien van a llevar al sacrificio» «—Mira tú, huerfanilla— añadió la Inmaculada (Florentina)», y hace que nuestro corazón se ensanche cuando vemos el cariño con que trata a las personas buenas y estudiosas «Llegose a él Choto y le dijo atropelladamente no sabemos qué […] Golfín, que sabía muchas lenguas, era poco fuerte en la canina y no hizo caso».