De
vez en cuando me gusta volver a los clásicos. Sé que debería hacerlo más a
menudo pero no siempre hacemos lo que debemos. En esta ocasión he retomado el
realismo, época por la que he sentido predilección desde mi etapa de
estudiante. Y he elegido una novela corta de uno de los más grandes de todos
los tiempos.
Marianela es una novela patética,
en su sentido más etimológico. La tragedia está presente desde el principio en
la propia naturaleza, que se cierne sobre el pueblo amenazándolo; en la desgracia
de Marianela desde que nació; en la familia Centeno, que no ha conocido otra
actividad que el trabajo en la mina y eso le impide llevar una vida más cómoda;
en el nacimiento de Pablo que aun teniendo dinero se considera, por su ceguera,
una minusválido que no podrá trabajar y que solo causará pena en las mujeres;
en el dolor de su padre, el señor de Penáguilas, porque teme que el dinero que
posee no baste para «hacer disfrutar a su
hijo único las delicias honradas de la buena posición […] Callaron todos,
hondamente impresionados por la relación patética y sencilla del bondadoso
padre».
La tragedia de Marianela tiene mucho que ver con ese lugar de nuestro cerebro donde reside la belleza de la imaginación. Así lo intuye el doctor Golfín cuando oye cantar a Nela y queda prendado de su voz, «Creeríase que sale de las profundidades de la sierra […] y toda la chusma emparentada con la loca de la casa». El mismo Galdós escribiría después, en 1892, La loca de la casa, una novela que pasó luego a teatro, referida a Victoria de Moncada y sus ideales como mujer. También da título a una obra de Rosa Montero en la que, en 2003, da rienda suelta a su interior en una mezcla de ensayo, autobiografía y novela.
Marianela participa de esta locura en la que están instalados Pablo y Marianela, ambos incapacitados para una sociedad en la que no ajustarse a lo considerado “normal” era un problema de independencia para subsistir. Pablo, a pesar de tener dinero no podrá valerse por sí mismo ni hacer feliz a nadie, sin despertar pena por ser ciego de nacimiento. Nela, huérfana, sin familia, sin nadie, no podrá desenvolverse sola por su apariencia desagradable y deforme, una chica que, por un accidente de pequeña, queda marcada por la fealdad física. Pero, desde que es lazarilla de Pablo. Nela es feliz; se siente querida, útil, valorada…, y se enamora de él, que tantas bellezas le dice. También Pablo se enamora de ella por su voz, su alegría, su destreza al describirle el mundo… Ambos viven en una realidad que han forjado en su imaginación. En esa realidad se prometen amor, «-…serás mi esposa querida…, serás la vida de mi vida, el recreo y el orgullo de mi alma […] -te quiero mucho, muchísimo […] Pero no te afanes por verme…».
Entre
ellos y lo real se va a interponer el doctor Teodoro Golfín, eminente
oftalmólogo, capaz de dar la vista a Pablo y, con ella, quitar las ilusiones a
la pareja.
Creo
que este es el asunto principal que Benito Pérez Galdós quiere tratar en la
novela: Solo vemos la belleza externa, capaz de destruir cualquier otro tipo de
don.
Marianela conserva cierto aire
pedagógico, a Galdós le interesa tratar la educación como fenómeno
sociocultural; que la sociedad se dé cuenta hasta qué punto es importante la
cultura, saber por medio de diferentes ciencias para ir dejando de lado las
supersticiones arraigadas, sobre todo en una Iglesia clasista alimentada
básicamente por aquellos que ostentan el dinero y la posición social. La
relación directa maestro–alumno es importante. Teodoro Golfín se ha dado cuenta
de que lo que le falta a Marianela es una recta instrucción para poder
desarrollar sus capacidades —que él intuye muchas— «tiene su alma aptitud maravillosa para todo aquello que del alma
depende; pero al mismo tiempo está llena de supersticiones groseras; sus ideas
religiosas son vagas, monstruosas, equivocadas […] no posee más educación que
la que ella se ha dado».
Duro
ataque a una sociedad a la que costaba trabajo avanzar, «»que no sabe ser caritativa, sino bailando, toreando y jugando a la
lotería, una sociedad anticuada, primitiva, que pensaba que los errores
cometidos con una persona pueden ser compensados con promesas en vida u
oraciones y oropeles tras la muerte «yo
he prometido (a la virgen) que si da
vista a mi primo, he de recoger al más pobre que encuentre […] Ya he escogido a
mi pobre, María, mi pobre eres tú». Pero Galdós no ceja en su denuncia, por
lo que no duda en estampar la verdad, no ya como personaje, como narrador
omnisciente que, desde el principio, ha relatado el caso: «los dignos reporteros habían visto visiones. Averiguada la verdad, de
ella resultó este libro».
Además
de la dura crítica, los lectores nos enamoramos de Nela, tal es el cariño con
el que fue creada. La vagabunda, la deforme, la enana, el trasto, María,
Marianela, Nela, la huérfana… no tiene un nombre real durante toda la historia;
da igual, porque ella no cuenta, es como si no tuviera sentimientos y pudiera
ser vapuleada y debiera estar agradecida por cualquier gesto recibido, aunque
fuera menor que el que se le daría a un animal, «vio las cestas que a la huérfana servían de cama».
Y
es en el estilo, además, donde Pérez Galdós se consagra como uno de los
maestros universales. Las descripciones llevan incluidas a veces enumeraciones
descendentes, con lo que agranda el cariño que siente por el personaje «se vino corriendo hacia ellos una muchacha,
una niña, una chicuela de ligerísimos pies y menguada estatura». En
ocasiones las enumeraciones son acumuladas anáforas que agrandan el sentimiento
de amor hacia la belleza física o hacia la naturaleza. Otras veces el narrador
hace uso de sus conocimientos para demostrar que la religión ha tenido en
cuenta la belleza física como retrato del alma, tal como lo prueban las
imágenes de la Virgen, «La Humanidad ha
visto esta sacra persona con distintos ojos, ora con los de Alberto Durero, ora
con los de Rafael Sancio, o bien con los de Van–Dyck y Bartolomé Murillo…».
No
solo las descripciones son cultas, el lenguaje técnico es minucioso, tanto para
hablar de las minas como para exponer los pasos de la operación del ojo para
dar la vista. Esto hace que la finalidad didáctica destaque. Asimismo
encontramos la función referencial, clave en la narración; el lector está
siempre presente, a él van dirigidos tanto los hechos novelados como las
críticas sociales «¿merecerá capítulo
aparte? Por si acaso se lo daremos», «penetremos en su pensamiento. Pero antes
conviene hacer algo de historia». El narrador utiliza la primera persona
del plural para dar su opinión y hacer al lector partícipe de ella «Sin querer hemos ido a parar a nuestra
madre Eva, cuando tan lejos está la que dio triunfo a la serpiente de la que
aplastó su cabeza».
El
realismo narrativo se acrecienta con datos imprecisos, y con el lenguaje vulgar
que usan los personajes analfabetos «retólicas»,
«conceitos».
Asimismo
frente a la personificación de la ciencia o incluso de animales, que cobran
importancia, se encuentra la cosificación del pueblo analfabeto, «que parecían el carbón humanado». Y si
no queda bastante claro, Galdós no duda en emplear metáforas hirientes para
quienes no han sido educados, «la familia
navegaba ancha y holgadamente por el inmenso piélago de la estupidez».
No cabe duda de la dureza del espíritu del escritor canario; hoy nos sirve también su discurso, por lo que un rastro de pena se instala en nosotros. Menos mal que el humor inteligente nos hace sonreír al leer las ironías hacia las damas de la alta sociedad «descollaba la voz de Sofía como sacerdotisa a quien van a llevar al sacrificio» «—Mira tú, huerfanilla— añadió la Inmaculada (Florentina)», y hace que nuestro corazón se ensanche cuando vemos el cariño con que trata a las personas buenas y estudiosas «Llegose a él Choto y le dijo atropelladamente no sabemos qué […] Golfín, que sabía muchas lenguas, era poco fuerte en la canina y no hizo caso».