domingo, 28 de enero de 2024

EL CAMINO DE LA RESURRECCIÓN

Ha sido un lujo leer la última novela de Michael Connelly al mismo tiempo que lo han podido hacer en EE.UU. porque de esta manera evitamos las interferencias que nos llegan y que pueden anular alguna que otra sorpresa.

El camino de la resurrección se ha publicado simultáneamente en Norteamérica y en España, aquí hemos de agradecérselo a la editorial AdN. En fin, será otra consecuencia de la globalización.

En este caso, los hermanastros Harry Bosch, expolicía, y Mickey Haller, prestigioso abogado, siguen su andadura para traernos un caso bastante complicado. A Haller le llegan cartas de encarcelados que afirman su inocencia y Bosch, contratado como investigador personal, se dedica a estudiar las causas criminales por si realmente existe la posibilidad de que se haya cometido una injusticia.

Aquí aparece Lucinda Sanz, encarcelada desde hace casi cinco años por haberse declarado culpable del asesinato de su exmarido, Roberto Sanz, un agente del sheriff. Todo parece claro pues se parte de una confesión de la exmujer, pero algo ven en los informes que no encaja y deciden apostar por su inocencia. Conforme van adentrándose en los hechos, la posibilidad de que Lucinda sea culpable se va esfumando; estaba en juego la credibilidad y honestidad del departamento del sheriff y las camarillas que formaron para hacer cumplir la ley que, como a cualquier grupo, y más aun armado, que actúa por su cuenta es fácil que la objetividad se le vaya de las manos y tenga en cuenta sentimientos personales, racistas o de odio, que inclinen la balanza hacia la injusticia y el terror de los ciudadanos.

En el caso de esta prisionera han de volver a investigar los hechos bajo un prisma diferente, pues aprovechándose de avances científicos y de la mala praxis del abogado anterior, intuyen un complot para que la mujer pareciese culpable.

Los lectores tenemos claro que Lucinda es inocente. Al igual que Haller y Bosch estamos convencidos; sin embargo, dudamos de nuestra seguridad a cada paso que dan pues, una y otra vez las pruebas que demuestran la inocencia de la acusada son rechazadas, anuladas o ineficaces.

Conforme vamos siguiendo la trama aumentan las sospechas hacia las camarillas del sheriff y el interés que tienen aún por resolver el asunto lo antes posible; para ello, quienes suben al estrado no dudan en mentir, disfrazar la verdad o evidenciar el fallo que cinco años atrás metió a Lucinda en la cárcel. El equipo de Mickey Haller no descansa y desmonta la credibilidad de los oponentes, entre ellos su exesposa, Maggie McPherson, antigua fiscal del condado y madre de su hija, que en otro tiempo llegó a defender a Haller cuando fue acusado injustamente de asesinato. Ahora, las cosas han cambiado para el abogado; además, la salud de Bosch no está en su mejor momento, algo de lo que intentan aprovecharse, y los oponentes son peligrosos pues representan la ley.

La novela es trepidante, el ritmo frenético nos introduce en materia desde el primer instante. Convencidos de la inocencia de Lucinda tememos por su integridad y la del equipo encargado de defenderla. El narrador es la voz del propio Haller aunque la narración deja paso constantemente a los diálogos. Los lectores nos sentimos en muchas ocasiones espectadores de una película en la que, en cualquier instante, puede aparecer una sorpresa que tire abajo todo el entramado. Por momentos aparecen el hijo de Lucinda, al que las bandas de su entorno están intentando captar; la hija de Bosch, empeñada en que su padre no deje el tratamiento en ningún momento, y la hija de Haller, que acompaña a su madre cuando va a testificar en su contra. Las familias de los personajes principales pueden estar en peligro ante las bandas, las camarillas del sheriff o el propio FBI. No estamos seguros de que nuestro abogado penalista convenza a la jueza de un habeas corpus que exculpe a la acusada.

El procedimiento judicial norteamericano queda expuesto y Connelly hace hincapié en las injusticias del sistema legal cuando debe depender de las actuaciones de los abogados, de los fiscales y de los intereses ocultos de la policía o de las agencias federales en vez de la exclusiva búsqueda de la verdad a través de pruebas, «obligar a la jueza a que me permita traer al agente MacIsaac a testificar. Él es la clave, pero no hemos podido llevarlo al tribunal. Los federales están jugando a esconder la pelota con él».

El equipo de la defensa debe enfrentarse a cualquier restricción proveniente de la ley. Además, tanto los abogados, como la acusada en este caso, o los testigos deben soportar estoicamente descalificaciones o humillaciones si no quieren verse penalizados «La víctima está enferma y recibiendo tratamiento. Posible… demencia. […] —Siempre han sido los abogados defensores los que han hecho esta mierda de “matar al mensajero” —dijo Bosch—. No el fiscal del distrito ni el fiscal general»

En El camino de la resurrección la incompetencia o incluso el miedo de algunos letrados ante las amenazas vertidas por parte de los defensores de la ley es evidente, de manera que Haller parte de la base de que todos mienten. Hasta que no tenga una prueba fehaciente de la corrupción no descansará y los lectores no estaremos seguros de nada hasta el final que, como no podía ser de otra forma, se presenta al más puro estilo de cine negro hollywoodiense «—Y todo porque encontraste una aguja en un pajar —dije—. Es asombroso. Hacemos un buen equipo, Harry»

Pues sí, estoy de acuerdo, la pareja Bosch-Haller continúa en plena forma para hacernos vibrar con nuevos casos. No solo encontramos fallos en un sistema judicial que debería ser revisado sino que aprendemos nuevas herramientas de investigación como las geocercas, «una especie de palabra elegante que se emplea para referirse  al rastreo de la ubicación de los teléfonos móviles a través de los datos de las torres», o nuevos avances en técnicas conocidas, «había pocos laboratorios que tuvieran siquiera protocolos para el ADN táctil».

La novela merece la pena, por lo que si aún hay quien no haya leído nada de Michael Connelly, esta constituye una buena razón para hacerlo.

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