sábado, 3 de febrero de 2024

LA MUJER FUGITIVA

Leer a Alicia Giménez Bartlett supone mantener una sonrisa mientras las páginas se van tintando de diferentes tipos de negro. La lectura es tranquila, distendida; da tiempo a admirar la perfecta sintaxis, el acopio de matices que, sin alardes, introduce en la narración. Si vamos buscando esto al comenzar la novela no saldremos defraudados, al contrario, la ironía, en ocasiones imperceptible, se adueña de los comentarios y pensamientos de la protagonista. Tanto, que en ocasiones tenemos la impresión de que es la voz de la autora la que sobresale.

Me encanta Petra Delicado, no solo porque sea probablemente la primera inspectora de homicidios española, no solo porque el subinspector Fermín Garzón le muestre su fidelidad y apoyo una y otra vez por mucho que lo saque de sus casillas, no solo porque el tándem Delicado-Garzón dé juego desde el principio hasta el final y guste tanto que pocas parejas tendrán tanto éxito en televisión pues, no podía ser de otra manera, la saga se llevó a la pequeña pantalla y he de reconocer que cada vez que habla Fermín acude a mi mente Santiago Segura, creo que inmejorable en aquel papel.

Pues con esta buena disposición me dispuse a leer La mujer fugitiva , regalo de mi compañero Antonio, que espera paciente poder empezarlo él. No decepciona. Los lectores nos llevamos más de una sorpresa en una lectura que va enlazando la trama del trabajo policial con las vidas familiares de Petra y Fermín. En esta ocasión, una feria gastronómica ambulante en la que se degustan diferentes platos elaborados en las propias furgonetas, que sus propietarios utilizan como lugar de trabajo y domicilio, es el lugar en el que se ha cometido un crimen.

El cuerpo de Christophe Dufour yace sin vida en la furgoneta; presenta varias puñaladas, por lo que su compañero, Eduardo Castillo Montes, aparece como principal sospechoso. Pero lo que en un principio parece algo claro, se va oscureciendo con la falta de comunicación que había entre los dueños y socios de la food truck. El francés apenas hablaba, ni con Eduardo ni con el resto de los feriantes. Todo se complica con dos muertes más, que llevarán a una tercera cuando el comisario esté a punto de pasar los casos a otro departamento. Pero el final será sorprendente y, como no nos puede dejar así, esperamos que la siguiente entrega no se demore. Giménez Bartlett no puede abandonarnos con esta incertidumbre.

Está claro que la pareja Chris-Eduardo formaban un contrapunto increíble. Uno mujeriego, con ganas de disfrutar, el otro, depresivo, perdedor en todos los sentidos. Pero no podemos confiarnos, pocas cosas son como parecen y en todos sitios hay gente que ve lo que no debiera para conseguir hacer saltar las alarmas.

No quiero desvelar nada de la trama, pero sí aludiré al estilo de la autora. Alicia Giménez, fiel a sí misma, no abandona la ironía en sus personajes, tan fina que el humor está presente en todo momento, o casi, sin necesidad de emplear chistes. Es suficiente mezclar atractivamente expresiones coloquiales «—dijo con la inocencia de un niño de pecho. […] trasplantado a Barcelona desde tiempo inmemorial» con términos cultos que, a veces son científicos «que no ofendiera su ortodoxia lingüística» y otras forman similicadencias «lo prefería llorando a perorando».

Las traducciones que Petra hace de los coloquialismos de Garzón son impresionantes «…e intenta dar toda clase de detalles que no se le han pedido oculta algo. El bosque verborreico tapa el hallazgo concreto». Y sus deducciones son perfectamente acertadas «Descarte solo a los niños, Fermín, y no porque no tengan instintos asesinos, que cada vez van a más. Hay mujeres muy fuertes». No le falta razón a Petra, la fuerza de la mujer es comparable a la del hombre. Pero nuestra inspectora no necesita utilizarla. Se vale de su inteligencia, de la reflexión (y de la buena suerte) para descubrir al asesino aunque sea cuando está a punto de claudicar. La pareja de policías no son héroes, no aciertan a la primera, son un reflejo de la realidad, donde en ocasiones se atina antes y en otras después. Ambos son diferentes a la hora de ver la sociedad; Garzón hace gala de más prejuicios, es el prototipo de «mucha gente que vive en el Pleistoceno, créanme» y el prototipo de hombre primario que disfruta con lo básico: comer, «Aunque le pongan delante a la madre de todas las coliflores no le hinque el diente, se lo ruego» y sobre todo, preocuparse por poco más que su trabajo «¿Cómo se puede sacar la conclusión de que uno ya no quiere a su esposa porque no se interesa por unas putas cortinas?».

En fin, Garzón representa bastante bien al tópico machista, si bien en el fondo tiene gran corazón. Por el contrario, Petra hace gala de un feminismo acorde con la actualidad aunque no cabe duda de que fue pionera en valorar la inteligencia de la mujer. De hecho, sus expresiones están cubiertas de un lenguaje perfecto, cargado de latinismos, «se había largado sin decirme adiós “Sic transit gloria mundi”, pensé, y como era lo único que sabía de latín, no añadí nada más». Puede que no sepa demasiado latín pero es experta en ironizar sobre «nuestra querida y soleada España» burlándose de las expresiones cuyo significado no se corresponde con el significante: un momentito, un segundo, un ratito, ya está casi, pierda cuidado, no se preocupe,… Las expresiones vulgares conviven en armonía con las cultas «acabas con la picha hecha un lío, como dicen los clásicos […] La panda de saltimbanquis gastronómicos».

Giménez Bartlett es una maestra del uso del castellano y lo demuestra en una novela negra, donde el vocabulario culto no es frecuente, más aún cuando las expresiones soeces ocupan parte de los diálogos «algo lacerante», «el otro cabrón», «concitar verdadera atención» «y yo, qué coño sé». Las expresiones coloquiales están perfectamente traídas a la escena «A buenas horas mangas verdes». Los pareados humorísticos «Sin haberlo sospechado, una bronca me han echado» conviven con metáforas «¿Qué demonio tenía Marco en el imaginario mental?» y con sinécdoques «los plumillas sí rondaban a la poli» para dar fe del acierto de las frases populares «las prisas son malas consejeras». Todo es motivo de humor, incluso en los tópicos que acusan a los españoles de vagos, «cumpliendo con la sagrada obligación de todo trabajador español que conozca sus derechos: el café de las once en el bar». Con el humor más elegante y cáustico a la vez, la autora es capaz de llamar la atención sobre el funcionamiento de una sociedad que no avanza todo lo que debiera, obligando a los jóvenes a buscarse la vida con trabajos con los que no soñaban, como el matrimonio que vendía comida vegetariana «Elisenda era licenciada en sociología, Javier, químico».

También la relación de los clientes con los bancos se va convirtiendo en inexistente, provocando cierta deshumanización social, «todo funciona online. En realidad solo comprobamos […] impagos anteriores, fiscalidad adecuada…».

La rivalidad entre distintos cuerpos policiales es un espejo de la competencia que existe, en un afán por sobresalir sin importarnos los demás «Eso que todos negamos de boca para afuera resulta que existe de verdad». Y por supuesto, como responsable de todo esto queda la escasez de cultura, algo cada vez más habitual y mejor visto, «¿Por el hecho de que trabajes como funcionario de limpieza no puedes leer algún puto libro de vez en cuando, ver un programa cultural en la tele, comprar algún maldito periódico? No, fútbol, bar y noticias de cotillero, eso es lo que hay. ¡Vaya país de mierda el nuestro, Garzón».

Pues nada que añadir, larga vida a Petra Delicado.

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