He
terminado la tetralogía del comandante Verhoeven; he de reconocer que, hasta la
última página, he estado inquieta, ávida, temiendo lo peor. En algún momento he
pensado incluso dejar de leer porque creía no poder soportar el dolor físico y
moral de los personajes. Pero el estilo de Pierre
Lemaitre está por encima de cualquier desapercibimiento del lector. Su
prosa directa, en presente, se dirige a nosotros sin compasión. El narrador
cambia según la trama y a veces nos encontramos sufriendo con lo que siente la
víctima, otras, con las motivaciones del verdugo. En primera persona. Porque
son ellos quienes lo viven, quienes dan sus razones para que nos cercioremos de
tener delante a verdaderos psicópatas que disfrutan pensando en el daño que van
a ocasionar, lo planean de manera que, una vez llegada la hora de llevarlo a
cabo, es como una rutina. Nada tiene que ver con el hombre y sus sentimientos,
porque en realidad no los tienen. El asesino de Camille es brutal, su
egocentrismo patológico no le permite prestar atención a otra persona que no
sea él, da igual quién deba desaparecer, da igual cómo lo haga porque la
crueldad y el sadismo que acumula son los únicos estímulos que guiarán su
comportamiento, «He dejado mi móvil sobre
la mesa, no puedo evitar mirarlo todo el rato […] Espero que sea un premio
gordo, porque si no me voy a volver a enfadar y estaré de un humor como para
arrancarle los brazos al primero que pase».
Pero
está claro que hay varios tipos de psicopatía. Camille Verhoeven se ve
envuelto, personalmente, en la actuación de uno. E intenta entenderlo. Anne
Forestier, una mujer encantadora que, desde Rosy & John comparte
ratos de felicidad con Camille y ha conseguido que la falta de Irène
empiece a ser llevadera, se ve implicada en el atraco de una joyería, cuando
iba a recoger un regalo que había encargado para Camille. A él lo avisan
mientras sale del entierro de Armand y, de pronto, nos quedamos de piedra. El
equipo Verhoeven se ha quedado en una pareja, Louis y Camille. Ya nada será
igual. Cuando Anne queda desfigurada, medio muerta, tras el atraco, pensamos
que el comandante no podrá soportar otra pédida. Quienes hemos leído la
tetralogía sabemos que Camille no está preparado para afrontar otra privación
de un ser querido, mucho menos si viene aderezado de una violencia insólita.
Pero hay algo distinto esta vez, «Hay
voluntad de hacer daño, de castigar, de dejar marcas si quieres, pero no de
matar…». Algo se complica en este caso de tal modo que el comandante
Verhoeven siente que él es el objetivo.
Aún
le quedan amigos en la policía, Jean le Guen y Louis están a su disposición
pero el comandante siente que quienquiera que intente ayudarlo correrá peligro,
ya hay demasiadas víctimas a su alrededor. No puede ni quiere contar con otra,
así que miente a los superiores y al juez, deja pistas falsas que ocasionan
redadas y alguna que otra muerte, esperada por un asesino que no está dispuesto
a dejar con vida a nadie que pueda delatarlo. Tras mucho pensar, «Camille comprende que ha dado en el clavo.
[…] es un asunto personal que se ha convertido en un caso». Y, de forma
personal llega hasta el final, aunque no sea el final que deseamos los
lectores. Es el que ha querido Lemaitre a lo largo de esta serie, sin duda una
de las más interesantes de la novela negra.
Los protagonistas,
asesinados o asesinos, de las cuatro entregas se ven envueltos en
acontecimientos decisivos. Los lectores también. El autor consigue atraparnos
hasta el punto de que nuestro interés es seguir leyendo, a pesar de estar
seguros de que un vacío se instalará en nosotros cuando terminemos. Sin embargo,
lo que de verdad permanece es la admiración por los argumentos imaginados.
Pocas novelas consiguen giros tan espectaculares como las de Lemaitre. Una vez
leída la trama nos damos cuenta de que, al revés, es fácil desentrañar causas
de actuación y consecuencias esperadas. Pero hay que imaginarlo. Y expresarlo
con una soltura impecable. El sarcasmo es constante, cuando más lo utiliza es
al referirse al protagonista, tanto si el narrador es un personaje, como si es
el propio Camille.
Además
del sarcasmo destacan las animalizaciones empequeñecedoras, de las que se vale
para exponer comparaciones lastimosas con las que inhabilita al protagonista
para cualquier evolución psicológica, «Ya
está de nuevo el pequeño poli […] parece una ardilla dentro de una noria […] A
pesar de su altura va a caer desde muy arriba». Esto es un hecho, por eso
el narrador cuenta todo lo que ve o lo que le sugiere con tal detalle, que
tenemos la impresión de que todas sus elucubraciones van dirigidas a nosotros,
para que demos nuestra aprobación y con ello alimentemos su elevada autoestima.
Así se mueven los asesinos desequilibrados y así lo transmite el estilo de
Lemaitre. Sus intrigas, sus dudas, su ternura, su ironía, su tristeza, «los besos, las horas y los días, ¿eran una
simple y pura manipulación?...» Todo nos cala como lectores.
En Camille, tan perfecto es su cierre,
entendemos la vida del comandante, desde su impotencia relacionada con su
físico, hasta la aceptación de su minusvalía, ante el amor de Irène, y sus
proyectos de vida. A Verhoeven le conocimos su faceta policial en Irène, una novela en la que debe enfrentarse
a la calaña más baja de la sociedad. El victimismo queda en Alex
como bandera; una vez leída, nunca volveremos a pensar lo mismo de la reacción
que pueden tener los afectados. La
delincuencia expuesta en Rosy & John
es otro medio para cargar sobre los traumas que conviven con nosotros desde
nuestra infancia.
Todos
esos elementos confluyen en Camille,
las alusiones a las otras novelas son constantes, donde finalmente las víctimas
se confunden con los asesinos y se introducen en nuestra mente para que podamos
empatizar. Lo hacemos a pesar, como siempre, de la dureza del estilo y de las
imágenes crueles de las que somos testigos. A lo mejor es por el humor con el
que trata algunas situaciones, a las que encontramos cierta gracia, pero
nuestra sonrisa no aparece de tan horrorizados que estamos, «Se le ve llegar a la entrada de la galería.
No muestra su acreditación, hay dispensa por debajo del metro cincuenta». A
lo mejor es por el estilo indirecto libre, capaz de conjugar una objetividad
indiferente con la visión prejuiciosa o parcial de la tercera persona. «Todo es culpa suya. Tira el pañuelo al
suelo con rabia […] —déjame —dice que se las arreglará solo…».
A lo
mejor es por los ejemplos, capaces de aportar una información tan detallada que
deseamos un final rápido para los implicados, «Por ejemplo, para reforzar las buenas intenciones le hundo el cuchillo
de caza en lo que le queda de tobillo».
A lo
mejor es, incluso, por las afirmaciones categóricas que luego no resultan serlo
o por las negaciones rotundas que más tarde sabremos que son posibles «…pero no lo sabremos nunca porque lo que
pasará después le impedirá seguir adelante…».
El caso es que empatizamos, realmente, con Pierre Lemaitre y esperamos que siga escribiendo, porque su novela ha supuesto un antes y un después en el noir.
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