miércoles, 24 de enero de 2024

EL PRIMER CASO DE UNAMUNO

Don Miguel de Unamuno y Manuel Rivera son los protagonistas de El primer caso de Unamuno. El primero es, lógicamente, el escritor noventayochista. El segundo es un abogado que se presta a ayudarlo a descubrir al verdadero asesino del crimen de un cacique de Boada, Enrique Maldonado, encontrado en sus dominios apuñalado con saña, tras dejar a los trabajadores sin tierras, en la ruina y pidiendo, como única solución, asilo en Argentina para emigrar allí. Unamuno no cree que nadie del pueblo sea el culpable y menos aún que, como en la obra de Lope de Vega, lo sea en su totalidad. Como quiera que otro escritor de la misma época, Ramiro de Maeztu, escribiera en el periódico, afeando la conducta de un pueblo que, responsable de comenzar con el fenómeno de «La España vaciada», iba a dejar a nuestro país y al gobierno, en muy mal lugar a ojos del resto del mundo, Unamuno responde con otra carta en la que acusa a los mandatarios y caciques de dejar a los trabajadores sin sustento; ellos son la vergüenza del país al haberlos abandonado a su suerte, hasta el punto de que se han visto en la obligación de pedir ayuda en el extranjero.

Esta es la base de la novela. Después, el asesinato de Maldonado se multiplicará, causando en Unamuno cierta desazón, agrandada al aparecer en escena la joven anarquista Teresa, de la que queda prendado y temeroso de que peligre su fidelidad a doña Concha, su mujer.

Luis García Jambrina escribe esta novela histórica llena de intrigas y muertes, tan usuales en la España de principios del XX, derivadas de la corrupción del gobierno y de una justicia unida firmemente al poder y al dinero de los tiranos, verdaderos dueños del territorio nacional.

La novela contiene hechos reales, personajes reales y otros inventados; incluso la propia pareja de personajes, Unamuno – Don Manuel, constituye ese carácter inseguro, inquieto que tenía el Unamuno real. Ambos protagonistas se comparan a veces con don Quijote y Sancho, pareja que constantemente debate entre la realidad y la ficción. En otras ocasiones, Unamuno – Rivera forman el tándem Sherlock Holmes – Wattson, cuando intentan investigar siguiendo los dictados de la razón o del corazón. Y, en todo momento, el escritor y el abogado recuerdan a ese protagonista de Niebla, Augusto Pérez, licenciado en derecho, amante del ajedrez, aquejado de un conflicto interior semejante a la angustia existencial que su autor sufrió en diferentes momentos de su vida.

En El primer caso de Unamuno, como en Niebla, conocemos a los personajes más por lo que dicen de ellos mismos que por sus acciones. En varias ocasiones el protagonista se define como soberbio, o lo llaman así, pues se cree en posesión de la verdad. Las preocupaciones de Unamuno son las que invaden los diálogos, a veces convertidos en ocultos monólogos; las conversaciones con don Manuel o con Teresa llegan a ser una excusa para que Unamuno exponga sus ideas sobre la vida de 1902 «Dentro de poco, mucha gente viajará en automóvil […] Detesto todos esos inventos […] preferiré siempre el ferrocarril, con su rítmico traqueteo […] aquello que debería cambiar se mantiene inalterado: la injusticia, la desigualdad, la explotación […] estoy buscando algo […] es muy posible que sea Él el único que puede garantizar la existencia de eso que anhelo».

Como en las novelas del Unamuno real, el lector de esta es bastante pasivo. Apenas podemos reflexionar porque el narrador, con el punto de vista del protagonista, nos lo va dando hecho. Incluso se empeña en que pensemos en falsos culpables cuando tenemos claro quién es el verdadero; pero unas pesquisas de Unamuno van llevando a otras para ir detallando mejor los hechos ocurridos en la realidad o las costumbres de nuestro escritor vasco que poco tienen que ver con el argumento o la resolución de los hechos.

Empecé a leer la novela como negra pero creo que es sin duda histórica. Personalmente me cuesta trabajo imaginarme a un mito consagrado como personaje que tiene una función que no es la suya pero se mezcla en la suya. Este es mi problema. Aun así he leído la novela de García Jambrina con interés y he descubierto que predomina la moral; no podía ser de otra forma tratándose de don Miguel. El protagonista elude las reglas que determinan las relaciones sociales para atender a su propio comportamiento «En todo caso, soy un anarquista sin filiación, es decir, a mi aire; porque a mí eso de ser anarquista con carné me parece inconcebible, amén de dogmático y sectario, y para eso ya está la Iglesia católica».

Esta moral es la que instaura, desde el principio, el narrador (protagonista omnisciente) con el fin de que el lector pueda examinar con detalle las acciones, las rutinas, los fundamentos del propio Unamuno, «el juez de instrucción tenía la intención de cerrar pronto el sumario […] ignorando así las circunstancias que vinculaban ambos casos […] Unamuno repasó una vez más…».

Los lectores no podemos analizar qué está bien o mal en las acciones de los personajes porque el eje queda estructurado previamente por el comportamiento, ejemplar subjetivamente, de Unamuno y nada edificante del resto de la sociedad a la que debe enfrentarse nuestro héroe.

La preocupación ética por problemas vitales está vedada a los lectores, de quienes no se espera ninguna respuesta crítica puesto que es Unamuno quien reflexiona de manera tenaz hasta darnos él mismo la solución, mucho antes de que lo que pretende. El protagonista medita constantemente sobre el bien, la justicia, la libertad, incluso el amor, con argumentos filosóficos o literarios «un yo exfuturo, un yo que pudo haber sido pero que, por diversas circunstancias, no llegó a existir del todo, salvo en un libro…».

La novela tiene una finalidad ética pero el protagonista acarrea el problema de que no se encuentra con un antagonista a su altura, alguien capaz de desafiarlo con el mismo nivel de inteligencia o reflexión. No encontramos perspectivas morales enfrentadas «—En cualquier caso sepa que lo venero y, para una anarquista como yo, que no respeta ninguna clase de autoridad, eso es mucho decir».

Nadie desafía, con argumentos, las convicciones de Unamuno para que surja en el lector cualquier tipo de duda, por mínima que sea. El autor no juega con nosotros, meros testigos de la exaltación de valores morales del protagonista, alguien que posee, y lo sabe, una superioridad ética respecto del resto de personajes «¿De qué servía ser doctor o catedrático o rector de la Universidad de Salamanca, si no era capaz de resolver un enigma del que dependía el futuro de todo un pueblo?».

Faltan puntos de vista diferentes en El primer caso de Unamuno, sin embargo abundan las similitudes con la novela de la generación del 98: reflexiva; expositiva de las dos Españas, una miserable y otra falsa y aparente; con un amor desmesurado hacia los pueblos abandonados de Castilla; con un vocabulario fiel a la época, «levítica ciudad», «tencas», «enajenar», «la desidia y el latrocinio», «un doble faetón», «el occiso», «en los mentideros de turno»…; con un lenguaje espontáneo «Si le replico a ese juntaletras», «de quien se ha criado más entre la paja y el heno, como decía el villancico, que entre sedas y linos» y con latinismos «Mutatis mutandis».

Además no solo alude a Cervantes y Conan Doyle. Casi todos los compañeros de generación, coetáneos o admirados de otras épocas están nombrados o aludidos: Machado: «haciendo camino conforme andaba», Ramiro de Maeztu «con quien había tenido más de una polémica», Kierkegaard «un espíritu afín», Lope «Lo comparaban con el argumento de Fuenteovejuna», Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz «escribían y meditaban a la par que deambulaban», Séneca «Cui prodest scelus, is fecit», el romance de El Cid «al pasar por una callejuela oyó que alguien le chistaba», Sófocles «Edipo somos nosotros, cualquiera de nosotros» o Galdós y sus novelas «llenas de aburridas descripciones». Y por supuesto quedan explícitas o implícitas sus propias novelas: Amor y pedagogía «don Avito Carrascal», La tía Tula o Niebla.

Novela interesante por reflejar, sobre todo, el didactismo de la época.

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