Los
últimos años, extraños, están marcando un nuevo modo de entender la vida. Me da
la impresión de que ahora la estabilidad no es tan importante, quizás porque
nos hemos dado cuenta de que, en cualquier momento, todo puede cambiar. La
primera novela del poeta Óscar García
Sierra tiene los ingredientes necesarios para gustar a los jóvenes, a los
no tanto también; la irreverencia general de la Generación Z se observa en Facendera,
aunque esta característica quede modelada en aquellos lugares que, como los que
aparecen en la novela, se conocen por pertenecer a la España vaciada, vaciada,
que no vacía. Las condiciones externas la han ido vaciando; nadie puede vivir
sin un trabajo que llene, que haga sentir que servimos para algo.
Los
jóvenes de un pueblo de León, los que quedan, se encuentran en condiciones
deprimentes, sin la mina de carbón, sin fábrica donde trabajar, con habitantes
que se aburren y dejan pasar los días, iguales, resignados.
Algunos
de estos chicos emigran con cierta ilusión a la ciudad, a estudiar, a formarse
para trabajar en condiciones poco favorables, nada prometedoras. Uno de ellos
deja los estudios de la universidad y regresa al pueblo, donde la situación
existente lo sume en la depresión general que está hundiendo a la localidad.
El
protagonista tiene necesidad de ser escuchado por la hija del de los piensos,
en el pueblo, por Aguedita en Madrid. Su vida es desoladora, por eso, para
hacer que Aguedita se fije en él, que lo quiera o simplemente que permanezca a
su lado, le cuenta una historia en primera persona, con partes de verdad, que
vivió su amigo Dioni. Tampoco lo tiene claro, puede que Dioni la inventase, o
no; eso no es importante. Lo significativo es que él, el hijo de la que trabaja
en el centro de discapacitados psíquicos, aprovecha la palabra para expresar
sus sentimientos. García Sierra abre su alma al lector a través de sus
protagonistas, dos perdedores con necesidad apremiante de ser escuchados, de
ser comprendidos sin juicios.
Facendera tiene como protagonistas a dos representantes
del sistema actual, dos jóvenes para los que no hay descanso; no hay salida
para ellos, «Es más fácil recordar las
cosas por las que no nos hemos peleado aún que aquellas por las que ya lo hemos
hecho. Son mucho más nítidas las imágenes de las peleas futuras que los
recuerdos de las peleas pasadas».
Facendera es la vida dura que arrastran los
jóvenes instalados en una falsa comodidad, en una salida ficticia que les hace
olvidar los problemas de forma momentánea, pero en ellos permanece el deterioro
padecido, «Sentí que […] a base de
mezclar mentiras con verdades y drogas legales con drogas ilegales, a base de
[…] habíamos recuperado la esencia de las facenderas […] me di cuenta de que
todo es reemplazable excepto el dolor».
El
autor escribe una novela con prosa poética que engancha rápidamente al lector.
El protagonista cuenta sus sentimientos, en un monólogo interior, hacia la hija
del de los piensos, la ansiedad por obtenerla, el malestar ante una relación
falsa, la depresión por ser lo único a lo que puede aferrarse, el nerviosismo
al ser consciente de que se está convirtiendo en un drogodependiente.
Al
mismo tiempo, la historia se la cuenta a Aguedita con la intención de seducirla
para tener a alguien con quien hablar, para socializar en un ambiente
universitario en el que también son necesarias las drogas para evadirse, «Aguedita no solo no se había enfadado sino
que me estaba esperando en el pasillo preocupada y algo colocada».
Óscar
García conecta con facilidad con su generación, pero también con los milenials e incluso con los hijos del Baby Boom porque la lectura es sencilla
a pesar de la gran cantidad de términos asturleoneses (cuete, coime, el mi
padre, guajeces, la tu madre, se te amoló, temporadina…) los sacados de la
jerga juvenil actual (ladrillo) o aquellos ya en decadencia por considerarse
ofensivos, «pa un equipo de bujarras
tampoco pongo yo dinero».
El
autor empatiza con los problemas ajenos, temas como el desamor son fáciles para
sentirse identificados, también los problemas del paro, el acorralamiento, la
falta de expectativas en una sociedad en la que la cultura no es valorada como
es debido «¿Y qué van a hacer en el sitio
de lo de esta tarde? […] donde la térmica. Ah. Pues ni puta idea, la verdad.
Harán un campo de fútbol, o qué […] Ojalá una discoteca. Es la única forma de
salvar el pueblo, yo creo».
La
novela es corta; acorde con la fugacidad con la que vivimos, no se recrea en
acciones pero los lectores sabemos qué será de la hija del de los piensos y
cómo el hijo de la del centro de discapacitados no retomará la universidad.
El
humor del principio se va volviendo amargo conforme avanzamos la lectura.
Sonreímos, incluso reímos con las andanzas del hijo de la farmacéutica aunque
cierto desasosiego nos embarga e intuimos que la situación no va a mejorar.
El
estilo directo, sin esquivar impresiones, sin suavizar circunstancias consigue
plasmar las sensaciones del autor. Las anáforas constantes lo recuerdan:
Eran
descripciones melancólicas de sentimientos que puede que no hubiese experimentado
yo […] que hubiese leído en el libro […] que no había leído aún y solo usaba
para pintarles rayas a mis amigos.
Eran
descripciones melancólicas de cosas que…
Con
los paralelismos iguala lo concreto y lo abstracto, no hay nada real en la vida
de los protagonistas porque puede que hayan perdido la facultad de razonar por
las drogas o puede que el mundo desapacible en el que viven los lleve a
drogarse para crearse otro en su imaginación.
La
palabra transforma la realidad, solo con nombrarla deja de ser referencial,
pero la cuestión reside en si podemos incluir esa transformación en las
mentiras. Las comparaciones, la concatenación de términos, las antítesis nos
trasladan al mundo de la lírica, el que refleja la realidad que sentimos «…los billetes de autobús […] como si fuesen
las entradas para un concierto de Estopa», «las cosas iban demasiado bien y me
acordaba de las cosas que tendrían que ir mal».
La
lectura de Facendera supone entrar en
la realidad metafórica de algunos que no ven futuro a su existencia, porque eso
es evidente, no es justa y no entra en la lógica de quienes tienen toda una
vida por delante, porque para ellos «la
historia no tenía final».
Facendera es un espejo donde podemos ver emociones que cada vez son más patentes en una sociedad individual y egoísta, que no se da cuenta de que está dejando su futuro desprotegido. Al leer la novela somos conscientes de que los jóvenes quieren sentirse comprendidos, arropados. Con la novela, Óscar García nos exhorta a encontrar soluciones, pero sobre todo expone la triste situación de aquellos que no han experimentado la verdadera inclusión social, aquellos que, más tarde, serán incapaces de sentir compasión por lo que les rodea. Esto es tremendo, los jóvenes acuciados por el paro no pueden construir su presente y cuando el ahora no existe, el futuro, que a su vez será el presente de otros, puede ser angustioso.
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