viernes, 23 de diciembre de 2022

FACENDERA

Los últimos años, extraños, están marcando un nuevo modo de entender la vida. Me da la impresión de que ahora la estabilidad no es tan importante, quizás porque nos hemos dado cuenta de que, en cualquier momento, todo puede cambiar. La primera novela del poeta Óscar García Sierra tiene los ingredientes necesarios para gustar a los jóvenes, a los no tanto también; la irreverencia general de la Generación Z se observa en Facendera, aunque esta característica quede modelada en aquellos lugares que, como los que aparecen en la novela, se conocen por pertenecer a la España vaciada, vaciada, que no vacía. Las condiciones externas la han ido vaciando; nadie puede vivir sin un trabajo que llene, que haga sentir que servimos para algo.

Los jóvenes de un pueblo de León, los que quedan, se encuentran en condiciones deprimentes, sin la mina de carbón, sin fábrica donde trabajar, con habitantes que se aburren y dejan pasar los días, iguales, resignados.

Algunos de estos chicos emigran con cierta ilusión a la ciudad, a estudiar, a formarse para trabajar en condiciones poco favorables, nada prometedoras. Uno de ellos deja los estudios de la universidad y regresa al pueblo, donde la situación existente lo sume en la depresión general que está hundiendo a la localidad.

El protagonista tiene necesidad de ser escuchado por la hija del de los piensos, en el pueblo, por Aguedita en Madrid. Su vida es desoladora, por eso, para hacer que Aguedita se fije en él, que lo quiera o simplemente que permanezca a su lado, le cuenta una historia en primera persona, con partes de verdad, que vivió su amigo Dioni. Tampoco lo tiene claro, puede que Dioni la inventase, o no; eso no es importante. Lo significativo es que él, el hijo de la que trabaja en el centro de discapacitados psíquicos, aprovecha la palabra para expresar sus sentimientos. García Sierra abre su alma al lector a través de sus protagonistas, dos perdedores con necesidad apremiante de ser escuchados, de ser comprendidos sin juicios.

Facendera tiene como protagonistas a dos representantes del sistema actual, dos jóvenes para los que no hay descanso; no hay salida para ellos, «Es más fácil recordar las cosas por las que no nos hemos peleado aún que aquellas por las que ya lo hemos hecho. Son mucho más nítidas las imágenes de las peleas futuras que los recuerdos de las peleas pasadas».

Facendera es la vida dura que arrastran los jóvenes instalados en una falsa comodidad, en una salida ficticia que les hace olvidar los problemas de forma momentánea, pero en ellos permanece el deterioro padecido, «Sentí que […] a base de mezclar mentiras con verdades y drogas legales con drogas ilegales, a base de […] habíamos recuperado la esencia de las facenderas […] me di cuenta de que todo es reemplazable excepto el dolor».

El autor escribe una novela con prosa poética que engancha rápidamente al lector. El protagonista cuenta sus sentimientos, en un monólogo interior, hacia la hija del de los piensos, la ansiedad por obtenerla, el malestar ante una relación falsa, la depresión por ser lo único a lo que puede aferrarse, el nerviosismo al ser consciente de que se está convirtiendo en un drogodependiente.

Al mismo tiempo, la historia se la cuenta a Aguedita con la intención de seducirla para tener a alguien con quien hablar, para socializar en un ambiente universitario en el que también son necesarias las drogas para evadirse, «Aguedita no solo no se había enfadado sino que me estaba esperando en el pasillo preocupada y algo colocada».

Óscar García conecta con facilidad con su generación, pero también con los milenials e incluso con los hijos del Baby Boom porque la lectura es sencilla a pesar de la gran cantidad de términos asturleoneses (cuete, coime, el mi padre, guajeces, la tu madre, se te amoló, temporadina…) los sacados de la jerga juvenil actual (ladrillo) o aquellos ya en decadencia por considerarse ofensivos, «pa un equipo de bujarras tampoco pongo yo dinero».

El autor empatiza con los problemas ajenos, temas como el desamor son fáciles para sentirse identificados, también los problemas del paro, el acorralamiento, la falta de expectativas en una sociedad en la que la cultura no es valorada como es debido «¿Y qué van a hacer en el sitio de lo de esta tarde? […] donde la térmica. Ah. Pues ni puta idea, la verdad. Harán un campo de fútbol, o qué […] Ojalá una discoteca. Es la única forma de salvar el pueblo, yo creo».

La novela es corta; acorde con la fugacidad con la que vivimos, no se recrea en acciones pero los lectores sabemos qué será de la hija del de los piensos y cómo el hijo de la del centro de discapacitados no retomará la universidad.

El humor del principio se va volviendo amargo conforme avanzamos la lectura. Sonreímos, incluso reímos con las andanzas del hijo de la farmacéutica aunque cierto desasosiego nos embarga e intuimos que la situación no va a mejorar.

El estilo directo, sin esquivar impresiones, sin suavizar circunstancias consigue plasmar las sensaciones del autor. Las anáforas constantes lo recuerdan:

Eran descripciones melancólicas de sentimientos que puede que no hubiese experimentado yo […] que hubiese leído en el libro […] que no había leído aún y solo usaba para pintarles rayas a mis amigos.

Eran descripciones melancólicas de cosas que…

Con los paralelismos iguala lo concreto y lo abstracto, no hay nada real en la vida de los protagonistas porque puede que hayan perdido la facultad de razonar por las drogas o puede que el mundo desapacible en el que viven los lleve a drogarse para crearse otro en su imaginación.

La palabra transforma la realidad, solo con nombrarla deja de ser referencial, pero la cuestión reside en si podemos incluir esa transformación en las mentiras. Las comparaciones, la concatenación de términos, las antítesis nos trasladan al mundo de la lírica, el que refleja la realidad que sentimos «…los billetes de autobús […] como si fuesen las entradas para un concierto de Estopa», «las cosas iban demasiado bien y me acordaba de las cosas que tendrían que ir mal».

La lectura de Facendera supone entrar en la realidad metafórica de algunos que no ven futuro a su existencia, porque eso es evidente, no es justa y no entra en la lógica de quienes tienen toda una vida por delante, porque para ellos «la historia no tenía final».

Facendera es un espejo donde podemos ver emociones que cada vez son más patentes en una sociedad individual y egoísta, que no se da cuenta de que está dejando su futuro desprotegido. Al leer la novela somos conscientes de que los jóvenes quieren sentirse comprendidos, arropados. Con la novela, Óscar García nos exhorta a encontrar soluciones, pero sobre todo expone la triste situación de aquellos que no han experimentado la verdadera inclusión social, aquellos que, más tarde, serán incapaces de sentir compasión por lo que les rodea. Esto es tremendo, los jóvenes acuciados por el paro no pueden construir su presente y cuando el ahora no existe, el futuro, que a su vez será el presente de otros, puede ser angustioso.

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