Pasado el 8 de marzo aún continuamos luchando por ser reconocidas en el
espacio público. Hemos dado pasos, o saltitos, pero la literatura sigue siendo
un lugar perfecto para reivindicar a la mujer como escritora y, si es de novela
negra, como protagonista. Laura Lippman
es un perfecto ejemplo de autora del country
noir, la novela negra que se abre a la naturaleza.
El
espacio de Piel quemada no es la montaña de Manzini, pero el insustancial
pueblo de Bellville tiene muy poco de ciudad y si hablamos del High-Ho, el bar
de carretera donde encuentra trabajo nuestra protagonista, ya estamos
refiriéndonos a los suburbios del pueblo, si es que eso existe.
Tampoco
son necesarios grandes bosques para esconder cadáveres porque estos desaparecen
a causa de explosiones seguidas de incendios.
La
narrativa de Lippman es adictiva; en tercera persona, el narrador va ayudando
al lector a meterse en la vida de una mujer que, desde que apareció a los 14
años en la playa con un bikini amarillo, ha sido el centro de abusos, violencia
psíquica, física, torturas, amenazas… Pero Polly sigue adelante, mientras confía
en que llegue su oportunidad. Tiene un objetivo en mente, o dos, y nada la
detendrá hasta conseguirlos.
La
historia de Polly está surcada por la violencia pero Lippman no se recrea en
ella. Lo justo, que, indudablemente, a veces duele más, porque la imaginación
no tiene límites y, en el caso de Pauline Costello, Pauline Ditmars, Pauline
Smith o Polly Pink Lady, hay que estar preparados. La violencia hacia ella
nunca será suficiente. Pero sabe esperar, callada, quieta durante diecisiete
años, durante el tiempo que haga falta hasta que llegue su momento. «Ditmars la puso al corriente de todo:
siempre se jactaba del miedo que Pauline tenía de disgustarlo porque sabía las
cosas que había hecho». Mientras tanto, ella, inteligente, que sabe que las
oportunidades no se presentan sin más, ha ido forzándolas y jugando casi
siempre con las cartas a su favor, No importaba que tuviera detrás al Estado
investigando su caso, no importaba que hubiera permanecido 14 años en la cárcel
por matar a su torturador constante, a su violador legal, Polly aprovecha el
indulto para buscar la felicidad.
Lo
que lleva entre manos nuestra protagonista es más que una venganza, es una
oportunidad, la última, para ser feliz. Pero esta chica no cuenta con encontrar
a Adam Bosk, un investigador privado que el corrupto extorsionador, cómplice de
su marido, le pone para que la siga y le confirme dónde tiene el dinero.
Irving, avaro sin escrúpulos, piensa que ella le debe una fortuna y quiere
chantajearla para que se la dé. Sin embargo Polly no baja la guardia, y a pesar
de enamorarse de Adam y trabajar junto a él en el High-Ho, va por delante de
todos. Polly es la que logra engañar a la mala gente y a la buena, actúa como
víctima e investigadora, va dejando las pistas, que obtiene de diversos
testigos, a quien le interesa y por fin, es cierto, tiene a su lado a un
auténtico ángel de la guarda que la ayuda aun a su pesar, a alcanzar su meta. «Le ha comprado una cama. Se pasa el viaje
de vuelta mirando los campos de maíz y el arco azul del cielo para que él no la
vea sonreír».
Piel quemada es diferente, ya lo he dicho, pero es
que pocas veces, ninguna creo, me he encontrado con una protagonista que
respondiese a tres perfiles, el de investigadora, el de asesina y el de femme fatale, y que en realidad no fuese
ninguno de los tres.
Polly
es guapa, aparece rodeada de cierto halo de misterio que la dota de un fuerte
atractivo, aunque busque en realidad la naturalidad y ella misma se asombre de
su cambio físico cuando menos lo esperaba
—¿Cuánto
tiempo te quedas? –pregunta él
—¿Quién
quiere saberlo?
—Todos
los hombres del pueblo, supongo
No
es detective profesional, aunque tiene la paciencia y la curiosidad de
cualquier indagadora a pesar de enfrentarse continuamente a las dificultades
propias de las mujeres en el siglo XX, «Ahora
veo que debería haber hecho un trato contigo y haberte ofrecido un porcentaje
en vez de recompensarte con un triste polvo en mi cocina». El éxito de
Polly ha sido mantener la misma actitud en su vida personal y profesional, una
actitud marcada por la escasez de relaciones, el comportamiento natural y la
ausencia de emociones exteriorizadas, pero como casi todo lo que parece simple
a primera vista, esconde cierta complejidad y hay demasiadas aristas que se han
ido clavando en Polly, filos que van debilitando la idealización del mundo rural
al mismo tiempo que dañan a la protagonista, hasta hacer de ella un nuevo
modelo de héroe justiciero que circula por un espacio ficticio pero tan
realista que asusta. Casos como el de Polly sacuden a diario los medios de
comunicación de todo el mundo. Asusta que Piel
Quemada sea una despiadada radiografía social. La leemos con angustia, con
suspense, aunque no se recree de manera explícita y descarnada en la historia.
Laura
Lippman ha conseguido una novela que va más allá del género negro, más allá del
country noir porque Piel quemada es una novela de
contrastes, en la que la luz que brilla en determinadas situaciones queda
sepultada en la oscuridad más temida, la tranquilidad el ritmo confiado de la
narración se rompe con tensiones espontáneas que se van haciendo más presentes
conforme avanza la trama porque el argumento está lleno de analepsis, flash back, recuerdos y confesiones que
consiguen ralentizar las incógnitas hasta que, en un giro brusco, casi al final
de la novela, el compás se vuelve frenético «él
no está dispuesto a soltarla: están enredados como si no fueran a separarse
nunca más. Adam tiene que meterse entre los dos para buscar la pistola ¿Quién
la tiene? ¿Dónde está?», las imágenes se suceden con la rapidez de los
pensamientos para, en una prolepsis final, en la que la tranquilidad parece
dominar la vida de los personajes, enterarnos de lo que ocurrió realmente
durante lo que se consideró el presente narrativo.
Una
maestra del género Laura Lippman y una maestra de la vida Polly Costello quien
a pesar de ser vista por el sexo opuesto como alguien salvaje, dominada por
instintos, «es una fiera incapaz de tener
emociones», es en realidad bastante racional, vengativa e inteligente a la
que queremos más cuando somos conscientes de su bien más preciado, del eje que
mueve todos los actos de su vida, «Su
vida es una serie de compases de espera».
Lo
que no cabe duda en Piel quemada es
el tema principal: La violencia de género, aunque paradójicamente sea en lo que
no se profundice, lo que la gente tienda a evitar a pesar de las evidencias y
lo que la policía pase por alto, a causa del corporativismo masculino, del
machismo aún por erradicar, «aún tiene un
morado en la mandíbula. En realidad se lo hizo Jani al levantar la cabeza de
pronto, pero la gente solo sabe que tiene una sombra de un azul verdoso»
«preguntas cuya respuesta no quiere oír nadie».
Si
en la novela negra ha predominado el salvajismo del maltratador-asesino frente
a la pasividad y fragilidad de la víctima, Lippman se vuelca en el salvajismo
del maltratador y en la fortaleza de la víctima que con aire sumiso ha aceptado
las condiciones de su contrincante hasta estar completamente segura de poder
ganarle «se puso a golpearla con los
zapatitos mientras la trataba de puta […] Los zapatos eran una cosita de nada,
pero le dolieron los golpes […] Había aprendido a mantener la frente en alto
por más moratones y cortes que tuviera, pero aquellas heridas la llenaron de
vergüenza».
Por eso respiramos al terminar de leer Piel quemada y por eso necesitamos leer de nuevo a Laura Lippman, porque estamos seguros de que sus novelas llevarán el sello de esta, es una novela de acción en la que pesan demasiado los sentimientos, ofrece un relato social y tiene un desenlace perturbador, tanto que dará para muchos y variados comentarios.
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