sábado, 26 de marzo de 2022

EL FUNCIONAMIENTO GENERAL DEL MUNDO


¿Cómo es posible que, sin gustarme el fútbol, pero nada, me haya visto envuelta en un torneo completo? En «El Primer Torneo Interdivisional de Fútbol del Colegio Nacional Normal Superior Arturo Del Manso en 1983. Ni más ni menos».

Pocas veces he leído un libro con tanta ansiedad, casi saltándome líneas cuando quería saber antes de tiempo cómo terminaba algún capítulo, que además trataba de un partido, mientras pensaba “tengo que dar marcha atrás, empezar la página de nuevo”, pero seguía leyendo, hasta llegar al acuerdo conmigo misma de releerlo al acabar. Esto lo ha conseguido Eduardo Sacheri, un mago de la palabra, un alquimista de la expresión, un conquistador de emociones.

El argumento de El funcionamiento general del mundo es sencillo. Lo asombroso es que, de esa sencillez, haya surgido una obra de arte. Federico Benítez recoge a sus hijos adolescentes para llevarlos a las cataratas de Iguazú como inicio de las vacaciones de verano, pero la muerte de alguien muy importante para él, lo hace recorrer miles de kilómetros al sur con los dos chicos, Candela y Joel, sin ropa adecuada para temperaturas bajo cero y sin saber bien cómo llegar. Un viaje de cuatro días en el que saldrán sentimientos a flote, Federico recordará su curso de Tercero y hará partícipes a sus hijos de sentimientos que nunca contó a nadie.

A Sacheri le apasiona el fútbol, el juego como tal, el deporte de grupo, el saber que no estás solo en la victoria o en la derrota, el esfuerzo que rodea a los buenos equipos, no necesariamente a los reconocidos.


—Nos cagaron a goles, Benítez.

Federico no sabe qué decir, pero en ese momento sucede algo inusual […] Los que aplauden son los de Cuarto 1ª, que suspenden su propio festejo para homenajear a los pitufos. Estos sonríen y alzan una mano cohibida a modo de saludo.

A Sacheri le gusta dar clase, el contacto con los alumnos, poder saltarse alguna norma cuando lo importante es demostrarles que los valores verdaderos no se aplican en la teoría sino desde la empatía.

En la novela encontramos profesores amargados por la desidia, el rencor y la desgana, y esto es lo que trasmiten «¿Cómo? ¿Las pruebas también las repite? Pía lo miró con expresión de ¿Cuál es la parte que no entendiste? Porque sí. Las pruebas también eran idénticas año tras año». Frente a la indolencia de algunos, hay otros afortunados que trabajan con cariño y comprensión para conseguir alumnos –afortunados– ávidos de aprender a ser, sobre todo, personas. Y ahí está Marta Muzoppapa, a la que queremos desde su primera intervención.

Sacheri es un enamorado del ser humano; sabe ver las características buenas y malas que forman parte de nosotros, por esa razón es consciente de que como grupo podemos hacer frente a lo que sea porque lo importante no es ganar; los personajes nos hacen reflexionar sobre esto. Como ellos, probablemente vivamos más situaciones desdichadas que felices, sin embargo hemos de estar preparados para saborear el momento de dicha y retenerlo. Eso es la vida, «Tercero 6ª será un racimo de pibes embarrados y felices, que apenas se destrencen irán en busca de su profesora de Plástica devenida entrenadora para abrazarla también […] mientras conserva en la piel […] la temperatura, la forma y consistencia de Eugenia abrazada»

Eduardo Sacheri es un filósofo. Y un genio capaz de conseguir que un perdedor, divorciado, sin apenas recursos, dé la mejor lección sobre la vida que sus dos hijos van a experimentar jamás. En el viaje, Joel y Candela madurarán mientras se alejan de la seguridad de su entorno y se enfrentan a un paisaje que, como la vida, es duro y agreste. Los diálogos y los pensamientos profundizan hasta que las pesadillas de Federico, ocultas, salen a flote para hacerles entender a sus hijos temas tan importantes como la corrupción, «¿O acaso no sabe todo el mundo que Soria y Greco cobran coimas para darles vacantes a los repetidores…?», para reflexionar sobre la mujer y las limitaciones que tenían tiempo atrás «Carucha y Molinari no van a dar el brazo a torcer y mucho menos a darle la razón a una mujer». Las diferencias en el trato, con respecto a la época actual, eran evidentes. Las chicas eran consideradas débiles, sin juicio ni poder de organización, a pesar de demostrar continuamente lo contrario.

Joel y Candela reflexionan con su padre sobre el acoso escolar, el bullyng y el maltrato infantil «¿Lograr que su borrachera de sábado sea del tipo callado y pacífico, en lugar de la variante violenta y destructiva? Eso ojalá». En El funcionamiento general del mundo recapacitamos sobre los traumas que pueden perseguir a lo largo de la vida, consecuencia del maltrato al débil, pero también somos conscientes del bien que hace en nosotros la verdadera amistad, sentirnos valorados en la familia, la escuela, el fútbol o la sociedad, son diferentes escalas de un mismo recorrido.

Sacheri es un entusiasta del idioma y lo usa de manera que, al leerlo, sentimos también el amor por la lengua y la necesidad de emplearla bien para que las expresiones digan exactamente lo que sentimos en cada momento «se da cuenta de que hay otra palabra, importante, que también cambió […] Antes también era una palabra que se usaba sola […] Ahora su padre le agrega siempre el posesivo “tu” o “su”. Preguntale a tu mamá».

En la narrativa de nuestro autor predomina el humor en todas sus variantes, en las relaciones entre hermanos,


—No seas limitado, Joel

—Y vos no seas pelotuda

humor en los pensamientos sarcásticos de los chicos hacia su padre, en los diálogos, sinceros que mantienen con él o en las ironías que apunta el narrador para evidenciar aún más la patética situación por la que están pasando «Baja del auto para dejar pasar a Joel (la puerta del acompañante no se abre desde el choque) mientras Candela se pone los polars supernumerarios». Las ironías son constantes en la narración, pero también dicen mucho, casi más que las palabras, el tono y los silencios «¿Eras mal perdedor? […] Este silencio es mucho, pero mucho más largo».

Fácilmente, si nos dejamos llevar por la cantidad de imágenes plásticas que pueblan el texto, podría llevarse al cine esta novela, no solo por las representaciones en ruta o futbolísticas sino también por la importancia que el autor concede a la impresión visual «lo aferra de las solapas del bléiser […] y lo saca casi en el aire del umbral de la puerta […] Lo último que ve […]son los rulos de Améndola […] sacudiéndose detrás de su dueño que va como una bandera flameando al paso marcial del Oso Pereira».

Eduardo Sacheri es capaz de describir cualquier cosa como si fuera un espectáculo. Y así lo leemos, con sentimientos encontrados que conceden humor a las situaciones pesimistas, humor a la plasticidad de percepciones infantiles, admiración causada por las repeticiones graduales, in crescendo, que matizan realidades de buena suerte, «existe la chance, la gran chance, la terrible chance, la amenazadora chance…», dolor por la importancia que otorgan las repeticiones paralelísticas, alegría por el contraste al construir como polisémicos, términos que no lo son, júbilo al encontrarnos con insultos que no lo parecen, o con hipérboles conseguidas a través de las repeticiones «Camina entre todos y grita, y cuanto más grita, más grita», ternura que nace en situaciones duras por el poder de las sinestesias de segundo grado, «a Candela le da la sensación de que la voz de su papá está sonriendo».

Eduardo Sacheri juega con el lenguaje como quiere para resaltar que la vida es un juego en el que el gozo es inevitable y, aunque suele venir emparejado al dolor, está en nuestras manos evitarlo: «hoy sí hizo falta, para que esos dos perros sepan que con este otro perro no se jode más, nunca más, la puta madre que los parió, qué se creen. No se jode más».

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