¿Cómo
es posible que, sin gustarme el fútbol, pero nada, me haya visto envuelta en un
torneo completo? En «El Primer Torneo
Interdivisional de Fútbol del Colegio Nacional Normal Superior Arturo Del Manso
en 1983. Ni más ni menos».
Pocas
veces he leído un libro con tanta ansiedad, casi saltándome líneas cuando
quería saber antes de tiempo cómo terminaba algún capítulo, que además trataba
de un partido, mientras pensaba “tengo que dar marcha atrás, empezar la página
de nuevo”, pero seguía leyendo, hasta llegar al acuerdo conmigo misma de
releerlo al acabar. Esto lo ha conseguido Eduardo
Sacheri, un mago de la palabra, un alquimista de la expresión, un
conquistador de emociones.
El
argumento de El funcionamiento general del mundo es sencillo. Lo asombroso
es que, de esa sencillez, haya surgido una obra de arte. Federico Benítez
recoge a sus hijos adolescentes para llevarlos a las cataratas de Iguazú como
inicio de las vacaciones de verano, pero la muerte de alguien muy importante
para él, lo hace recorrer miles de kilómetros al sur con los dos chicos,
Candela y Joel, sin ropa adecuada para temperaturas bajo cero y sin saber bien
cómo llegar. Un viaje de cuatro días en el que saldrán sentimientos a flote,
Federico recordará su curso de Tercero y hará partícipes a sus hijos de
sentimientos que nunca contó a nadie.
A
Sacheri le apasiona el fútbol, el juego como tal, el deporte de grupo, el saber
que no estás solo en la victoria o en la derrota, el esfuerzo que rodea a los
buenos equipos, no necesariamente a los reconocidos.
—Nos
cagaron a goles, Benítez.
Federico
no sabe qué decir, pero en ese momento sucede algo inusual […] Los que aplauden
son los de Cuarto 1ª, que suspenden su propio festejo para homenajear a los
pitufos. Estos sonríen y alzan una mano cohibida a modo de saludo.
A
Sacheri le gusta dar clase, el contacto con los alumnos, poder saltarse alguna
norma cuando lo importante es demostrarles que los valores verdaderos no se
aplican en la teoría sino desde la empatía.
En
la novela encontramos profesores amargados por la desidia, el rencor y la
desgana, y esto es lo que trasmiten «¿Cómo?
¿Las pruebas también las repite? Pía lo miró con expresión de ¿Cuál es la parte
que no entendiste? Porque sí. Las pruebas también eran idénticas año tras año».
Frente a la indolencia de algunos, hay otros afortunados que trabajan con
cariño y comprensión para conseguir alumnos –afortunados– ávidos de aprender a
ser, sobre todo, personas. Y ahí está Marta Muzoppapa, a la que queremos desde
su primera intervención.
Sacheri
es un enamorado del ser humano; sabe ver las características buenas y malas que
forman parte de nosotros, por esa razón es consciente de que como grupo podemos
hacer frente a lo que sea porque lo importante no es ganar; los personajes nos
hacen reflexionar sobre esto. Como ellos, probablemente vivamos más situaciones
desdichadas que felices, sin embargo hemos de estar preparados para saborear el
momento de dicha y retenerlo. Eso es la vida, «Tercero 6ª será un racimo de pibes embarrados y felices, que apenas se
destrencen irán en busca de su profesora de Plástica devenida entrenadora para
abrazarla también […] mientras conserva en la piel […] la temperatura, la forma
y consistencia de Eugenia abrazada»
Eduardo
Sacheri es un filósofo. Y un genio capaz de conseguir que un perdedor,
divorciado, sin apenas recursos, dé la mejor lección sobre la vida que sus dos
hijos van a experimentar jamás. En el viaje, Joel y Candela madurarán mientras
se alejan de la seguridad de su entorno y se enfrentan a un paisaje que, como
la vida, es duro y agreste. Los diálogos y los pensamientos profundizan hasta
que las pesadillas de Federico, ocultas, salen a flote para hacerles entender a
sus hijos temas tan importantes como la corrupción, «¿O acaso no sabe todo el mundo que Soria y Greco cobran coimas para
darles vacantes a los repetidores…?», para reflexionar sobre la mujer y las
limitaciones que tenían tiempo atrás «Carucha
y Molinari no van a dar el brazo a torcer y mucho menos a darle la razón a una
mujer». Las diferencias en el trato, con respecto a la época actual, eran
evidentes. Las chicas eran consideradas débiles, sin juicio ni poder de
organización, a pesar de demostrar continuamente lo contrario.
Joel
y Candela reflexionan con su padre sobre el acoso escolar, el bullyng y el maltrato infantil «¿Lograr que su borrachera de sábado sea del
tipo callado y pacífico, en lugar de la variante violenta y destructiva? Eso
ojalá». En El funcionamiento general
del mundo recapacitamos sobre los traumas que pueden perseguir a lo largo
de la vida, consecuencia del maltrato al débil, pero también somos conscientes
del bien que hace en nosotros la verdadera amistad, sentirnos valorados en la
familia, la escuela, el fútbol o la sociedad, son diferentes escalas de un
mismo recorrido.
Sacheri
es un entusiasta del idioma y lo usa de manera que, al leerlo, sentimos también
el amor por la lengua y la necesidad de emplearla bien para que las expresiones
digan exactamente lo que sentimos en cada momento «se da cuenta de que hay otra palabra, importante, que también cambió
[…] Antes también era una palabra que se usaba sola […] Ahora su padre le
agrega siempre el posesivo “tu” o “su”. Preguntale a tu mamá».
En la narrativa de nuestro autor predomina el humor en todas sus variantes, en las relaciones entre hermanos,
—No
seas limitado, Joel
—Y
vos no seas pelotuda
humor
en los pensamientos sarcásticos de los chicos hacia su padre, en los diálogos,
sinceros que mantienen con él o en las ironías que apunta el narrador para
evidenciar aún más la patética situación por la que están pasando «Baja del auto para dejar pasar a Joel (la
puerta del acompañante no se abre desde el choque) mientras Candela se pone los
polars supernumerarios». Las ironías son constantes en la narración, pero
también dicen mucho, casi más que las palabras, el tono y los silencios «¿Eras mal perdedor? […] Este silencio es
mucho, pero mucho más largo».
Fácilmente,
si nos dejamos llevar por la cantidad de imágenes plásticas que pueblan el
texto, podría llevarse al cine esta novela, no solo por las representaciones en
ruta o futbolísticas sino también por la importancia que el autor concede a la
impresión visual «lo aferra de las
solapas del bléiser […] y lo saca casi en el aire del umbral de la puerta […]
Lo último que ve […]son los rulos de Améndola […] sacudiéndose detrás de su
dueño que va como una bandera flameando al paso marcial del Oso Pereira».
Eduardo
Sacheri es capaz de describir cualquier cosa como si fuera un espectáculo. Y
así lo leemos, con sentimientos encontrados que conceden humor a las
situaciones pesimistas, humor a la plasticidad de percepciones infantiles,
admiración causada por las repeticiones graduales, in crescendo, que matizan realidades de buena suerte, «existe la chance, la gran chance, la
terrible chance, la amenazadora chance…», dolor por la importancia que
otorgan las repeticiones paralelísticas, alegría por el contraste al construir
como polisémicos, términos que no lo son, júbilo al encontrarnos con insultos
que no lo parecen, o con hipérboles conseguidas a través de las repeticiones «Camina entre todos y grita, y cuanto más
grita, más grita», ternura que nace en situaciones duras por el poder de las
sinestesias de segundo grado, «a Candela
le da la sensación de que la voz de su papá está sonriendo».
Eduardo Sacheri juega con el lenguaje como quiere para resaltar que la vida es un juego en el que el gozo es inevitable y, aunque suele venir emparejado al dolor, está en nuestras manos evitarlo: «hoy sí hizo falta, para que esos dos perros sepan que con este otro perro no se jode más, nunca más, la puta madre que los parió, qué se creen. No se jode más».
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