Me
gusta el personaje de Kostas Jaritos, aunque tiene una mentalidad, en cuanto al
papel de la mujer, propia del siglo XX; es un comisario de policía que,
habiendo odiado en el pasado al sistema comunista, ahora es amigo, casi
hermano, de uno de los comunistas que aún quedan por Grecia viviendo en un
centro de refugiados. Lambros Zisis, éste que nada posee en cuanto a bienes
materiales se refiere, cuenta con el cariño de la familia Jaritos al completo.
Adrianí, la mujer del comisario, lo respeta y admira, por lo que es y a lo que
se dedica: ayudar a los necesitados, dirigiendo el centro. Katerina, hija de
Kostas, quiere tanto a Lambros que no sólo lo llama tío sino que puso a su hijo
su nombre en su honor. Lambros acude a ver a su “nieto-tocayo” casi todos los
días. Al igual que Kostas, cuando termina su trabajo.
Es lo más importante de esta serie de Petros Márkaris, la relación familiar que mantiene el comisario. Los quiere a todos, los valora por lo que son, los respeta a pesar de las diferencias. Es fantástico, entrañable, ser testigo de las reuniones que frecuentemente tiene la familia en torno a la mesa, lugar que, por supuesto, dirige Adrianí con total éxito.
He querido empezar la reseña de Ética para inversores con la familia de Kostas Jaritos porque es la protagonista de la última entrega del autor.
Ética para inversores comienza con Lambros al frente de una manifestación, pequeña, formada sobre todo por los que viven en el refugio para inmigrantes. Son pocos pero quieren que su voz se oiga en Grecia, que todos se enteren de que hay personas viviendo sin posibilidades en un mundo hostil donde no tienen cabida, porque los partidos mayoritarios de la derecha se la niegan. Por eso durante la manifestación entierran simbólicamente a “la izquierda”, una forma de pensar, ya utópica, que no tiene sentido en la sociedad actual.
Una sociedad en la que los pobres van aumentando y cobrando nuevas dimensiones: parados, migrantes, jóvenes que no encuentran su primer trabajo, comerciantes afectados por la crisis económica, mendigos…, todos se organizan, con Lambros al frente, para protestar pacíficamente por la situación en la que se encuentran, «Pero movilizar a los feligreses de una iglesia, católica para más señas, no lo había hecho nunca […] aun en la vejez sigo aprendiendo el abecedario de la vida».
Por otro lado, a la comisaría de Kostas Jaritos llega el anuncio de un asesinato. Han matado a un saudí que estaba en Grecia para invertir en un complejo turístico. Los políticos se sublevan ante este hecho. Realmente es incomprensible eliminar buenas relaciones con un país que, en principio, beneficia.
Cuando apenas hay pistas de quién es el asesino, otro atentado tiene lugar en Atenas. Han asesinado, de la misma manera, a un chino que venía a Grecia a comprar, pagándolos a muy buen precio, diferentes inmuebles para alquilarlos luego a los propios griegos.
El narrador en primera persona va cambiando en los capítulos para, entre Lambros Zisis y Kostas Jaritos, ir poniendo al día al lector; éste sobre cómo transcurren las manifestaciones, los problemas que presentan y las soluciones, «Los bravucones mantienen el pico cerrado porque les han pillado por sorpresa. Primero un mujer y luego un italiano han desmontado su cháchara racista […] Empiezan a retroceder por donde han venido», y aquél sobre el avance de las investigaciones que tienen por finalidad hallar al asesino, quien, antes de ser apresado aún logra matar a un asesor financiero griego, que colaboraba en la prensa. Muertes que parece que no tienen nada que ver, que son provocadas por alguien que odia al país pero que el razonamiento de los allegados de Jaritos, compañeros de trabajo, amigos y familiares, nos hará ver la falta de ética de estos inversores pues sólo pretenden turismo de lujo, alquilados solventes y trabajadores jóvenes que hagan largas jornadas laborales por el salario mínimo. Pues Márkaris retrata la sociedad capitalista actual donde no hay cabida para ningún tipo de menesteroso y donde la clase media siempre estará al servicio de los potentados, por miedo a perder su estatus «Cada uno de ellos padece su pobreza particular, que es diferente de la de los demás». De nuevo el autor da en la diana con su crítica a los gobiernos que no hacen nada por cambiar esta situación. El autor denuncia la corrupción y la desesperación de los afectados por la crisis, para ello se sirve de sus personajes quienes, en esta novela más que en ninguna otra, forman un protagonista coral que reflexiona sobre el porqué es necesaria una movilización «También nosotros somos pobres. Aunque tú tengas un sueldo fijo de funcionario […] ¿Has olvidado que durante la crisis comíamos todos juntos porque el dinero no alcanzaba para llenar la mesa de dos familias?».
Un protagonista colectivo que utiliza el discurso político para convencer al pueblo de que debe permanecer unido porque «no hay un solo tipo de pobreza, sino muchos […] la pobreza de los braceros, los peones y los obreros […] la pobreza de los sin techo […] la pobreza de los jóvenes…».
Un coro que alienta a conseguir un mundo más justo con sugerencias sobre la importancia que tiene la educación para el progreso de un país «…los luchadores analfabetos despreciábamos a los “estudiantuchos”. Ahora, en la vejez, tengo que reconocer que los estudiantuchos saben cosas de las que nosotros nunca nos percatamos».
Todo ello sin renunciar al humor «Me resulta difícil que […] hayan bautizado en el activismo y en las manifestaciones de protesta a mi nieto de siete meses», ni a las máximas populares «El que se pica, ajos come».
Un personaje coral que en realidad ve la unidad de la izquierda como una utopía, un supuesto deseable para combatir la corrupción de la extrema derecha aunque imposible de llevar a cabo «si los pobres se constituyen en movimiento […] tendremos que enfrentarnos […] a un mar de gente de todas las razas y procedencias, y a ver cómo lidiamos con eso».
Ética para inversores es, más que una novela negra, el manifiesto ideológico de Petros Márkaris; la realidad politicosocial del momento se implica en los crímenes de tal forma que, entre Kostas y Lambros, consiguen la interacción entre la policía y los manifestantes empobrecidos. Pero la narración no tiene mayores sorpresas en cuanto que es un reflejo tanto de la ideología del autor como de la del comisario Jaritos quien, algo desencantado, continúa denunciando un país atrasado en el que el caos circulatorio se convierte en un verdadero problema para las relaciones. Problema que él desde su humildad se lo toma con bastante filosofía no exenta de ironía «las dos cosas suelen guardar una relación inversa en Atenas. Cuando el tráfico te trae de cabeza, resulta fácil aparcar, ya que todos los coches están en movimiento. Cuando, por el contrario, no hay mucho tráfico, los coches se encuentran aparcados en la calle en doble fila».
Kostas mantiene en todo momento su seña de identidad, el amor incondicional hacia sus amigos y su familia, presentes en todo momento y particularmente en esta entrega, demostrando que las mujeres son también imprescindibles. Ellas asombran a Jaritos y a nosotros nos asombra, siempre, Márkaris.
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