domingo, 12 de mayo de 2019

LA VIDA A RATOS



Hay veces en las que no es posible introducir algo en una clasificación. Son pocas, es cierto, pero en esta sociedad organizada y reglamentada no todo encaja. Cuando esto ocurre decimos de ese algo o alguien que está fuera del sistema. Puede ser, pero Juan José Millás ocupa un lugar importante en el sistema, en la sociedad y en la literatura para negarle su pertenencia por el mero hecho de que no encaje del todo.

Su último libro es como una novela de autoficción en forma de diario en la que el narrador, Juanjo Millás, se inventa a sí mismo (al menos en ocasiones) para poder realizar un viaje interior en el que reafirma algunas de sus obsesiones, el paso del tiempo, la soledad, la muerte o el proceso de la escritura.

No cabe duda de que La vida a ratos refleja completamente a su creador. Con su particular visión de la realidad, ésta queda mejorada casi siempre, al menos se nos presenta más sorprendente, con más sentido que el aportado desde la objetividad pretendida «comprender que entre la noticia publicada en la página dos y la publicada en la página cuarenta hay un hilo secreto que las une». Este concepto es uno de los que caracterizan la estructura de esta novela-diario, es decir, a pesar de que son sucesos que van ocurriendo en la vida del protagonista, a veces se unen los más estrambóticos como si fuera una señal con la que avisara al lector de algo importante; por ejemplo, la pérdida de un miembro del cuerpo humano supone un cambio drástico, traumático y el consecuente miedo a no poder afrontarlo; el narrador se encuentra, en la semana 76 con una chica preciosa a la que le falta una pierna aunque eso no le impide viajar en el metro y mostrarse socialmente como si su cuerpo fuese igual al de los demás. En la semana 81 le amputan una pierna a un conocido y el drama familiar se centra sobre todo en qué hacer con ese miembro. En la semana 86, a un amigo le amputan el brazo izquierdo; a un alumno de su taller de escritura, de apodo Cervantes, le falta un brazo; él mismo pasa el resto del día fingiendo que no tiene brazo izquierdo, para intentar aproximarme a su experiencia…Esto es lo que pretende, que salgamos de nuestra zona de confort, que afrontemos los giros inesperados con los que nos sorprende la vida porque todo está unido y en cualquier momento podemos encontrar alguno de estos giros; debemos estar dispuestos a combatir miedos, inseguridades y ser del todo independientes, haciendo gala de un razonamiento que no se deje llevar por lo evidente.

Pero esta llamada no se produce en tono serio, didáctico o moral, al contrario, Millas hace gala, como de costumbre, de un estilo vivo, que facilita la lectura de casi 500 páginas, y deviene a veces en jocoso y otras se transforma en dramático, cuando la lucha mantenida entre dos actitudes resalta la idea central «nos pidió consejo acerca de su madre, a quien no sabía si ingresar o no ingresar en una residencia. Comprendí que el mundo está mal, muy mal, y me juré (en vano) que el mundo no lograría contagiarme su malestar».

Aunque la forma de su escritura oscile entre divertida y aparatosa, el procedimiento con el que escribe es siempre introspectivo, onírico, de forma que el simbolismo se abre paso en esa escritura autobiográfica que no relata tanto el suceso en sí mismo como el efecto que produce en su emotividad, en su memoria; con este recurso es capaz de abordar cuestiones indirectamente, en espiral, como traídas a lo largo del tiempo «Ya no he de estar enfermo para ella, para nadie […] Mis novelas tienen fiebre, se trata de un rasgo estilístico que no todos los lectores advierten» Y con este recurso se da cuenta, y nos hace ver, que en la vida predomina el sufrimiento, el esfuerzo, a pesar de los buenos ratos «Me viene a la memoria, y a la lengua, el gusto de los primeros lunes de mi vida, cuando había que volver al colegio, una tortura».

Hemos comentado que podríamos clasificar La vida a ratos como una novela de autoficción, aunque esté dividida en 194 semanas y de cada una de ellas aclare lo más llamativo de algún día, pero no cabe duda de que las metáforas, comparaciones, asociaciones presentes constantemente, aportan las pinceladas estilísticas necesarias para saber que estamos ante una obra literaria «Domingo. La esquina es la parte luminosa del rincón», una novela de carácter reflexivo en la que el autor nos invita a observar lo que nos rodea para recapitular cómo podemos interpretar la realidad o reflexionar sobre por qué nuestra realidad está conformada desde un punto de vista determinado, que no siempre es el más lógico «Ocurre con cierta frecuencia que vengan hombres a comprar libros para sus madres o novias haciéndote ver de un modo u otro que su nivel intelectual es superior al de estas mujeres que leen narrativa».

La novela, pues, constituye una deliberación de lo absurda y dolorosa que puede llegar a ser la vida cuando, entre tanta gente, estamos en realidad solos, a veces tan solos que no nos tenemos ni a nosotros mismos porque somos incapaces de recapacitar, de realizar una mirada introspectiva que nos libere de la tensión continua «Cuando vas muy deprisa de un sitio a otro, corres el peligro de llegar aquí antes de que tu cuerpo haya salido de allí […] He quedado conmigo a las cinco de la tarde, pero no llego». Es irónico que para pararnos a pensar, a razonar, debamos acudir a psicólogos quienes, cobrando, simplemente nos fuerzan a encontrar una respuesta a nuestras penas y miedos «Le cuento a mi psiconanalista el sueño de ayer. —¿Qué cree que significa? —me pregunta […] —No sé quizá la muerte. —Quizá la muerte –repite ella».

El protagonista es un compendio de sus personajes anteriores, aquellos que cuestionan su situación, su proceder en la vida; es conformista y, al mismo tiempo, o precisamente por eso, está en perpetuo conflicto con el exterior y consigo mismo «Le pregunté si el muerto había sido fumador y me dijo que no, lo que hacía, si cabe, más incomprensible su muerte. Puerco gobierno».

Juanjo aprovecha el día a día, durante más de tres años y medio para reflejar la ironía de muchos de nuestros actos y preocupaciones; no nos gusta esta vida, estamos agobiados, pensamos alguna que otra vez en el suicidio, en desaparecer, pero nos atiborramos de medicamentos e intentamos llevar una vida sana porque en realidad no queremos irnos, al menos no por ahora. El valor que determinados objetos han llegado a tener en la sociedad actual queda expuesto de forma punzante, tanto, que tras la risa comprendemos el dolor que causa conceder a éstos mayor importancia que a las personas «Le ruego al empleado que elija por mi (una televisión) […] —Se trata de una decisión muy personal —dice—, es usted quien va a convivir con ella.»

Y tras la risa, estamos de acuerdo con él, en que la lectura, la reflexión y la escritura son buenas terapias para afrontar el estrés (de hecho, lo primero que recomienda un psicólogo es que escribas) «En tales situaciones me doy cuenta de lo mal que estoy y regreso voluntariamente a la meditación. O a la escritura». Y es que, para entender la realidad, para poder afrontar el día a día, hemos de «desconfiar de la realidad». Es bueno tomar siempre otra perspectiva; cuando alguien nos agrede es normal guardarle rencor pero si nos autoagredimos no sentimos autoanimadversión, es más, incluso nos seguimos queriendo. ¿Surrealismo?

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