jueves, 2 de mayo de 2019

SEÑALES CAPTADAS EN EL CORAZÓN DE UNA FIESTA



Este cuento forma parte de una antología recogida por Alberto Fuguet y Sergio Gómez en McOndo, editada en 1996. Indudablemente el título ya es provocador pero el prólogo, escrito por los autores y editores mencionados arriba, lo es más. Este prólogo supone una denuncia a la imagen anticuada que EE.UU., y el resto del mundo, tiene, o tenía de Latinoamérica; en la mente de los sudamericanos no entra que surjan momentos mágicos ni que nazcan niños con rabo de cerdo, ni mucho menos que las lágrimas caídas a la masa de un pastel consigan emocionar a todo aquél que lo coma. Latinoamérica es un continente formado por países diferentes con tradiciones distintas y recorridos políticos desiguales. Por eso la antología da cabida a escritos de Argentina, Bolivia, Colombia, Chile, Perú… Y como el resto del mundo han evolucionado. A punto de entrar en el tercer milenio las preocupaciones de los escritores eran otras; ahora algunos jóvenes viven en ciudades que tienen gran influencia de EE.UU.; otros, debido a la migración residen en España, escriben en español y denuncian lo que ocurre en el mundo.

No hay una literatura toda igual para ellos, no la quieren; pretenden que las voces sean individuales, que cada autor aporte sus vivencias, su intimidad, la evolución surgida en su país desde ese Macondo de los 60. De hecho, la literatura de cualquier lugar se va transformando con el paso del tiempo ¿Por qué se le exige a todo un continente que permanezca anclado en el pasado?

Pero se formó un grupo, posterior al Boom, que intentó perpetuar el realismo mágico y sólo consiguió obras menores. Si llegamos a creer en los Cien años de soledad de la familia Buendía, porque intuíamos la metáfora de hechos y sentimientos de distintas generaciones, la magia de Como agua para chocolate no es creíble, de manera que, al leerla, tenemos la impresión de estar efectivamente ante una obra menor; una comedia romántica con la que lloramos pero estamos seguros de que es ficción.

Esto es lo que quieren evitar las nuevas generaciones. Por eso en McOndo hay cuentos diferentes, unos más acertados que otros, es cierto, pero en todos se nota que en sus personajes no hay ingenuidad. Son personajes actuales, del mundo, atrapados por la globalización que nos envuelve y que, queramos o no, está presidida por EE.UU., está presidida por la era virtual.

Cuentos que quieren ser publicados en su lugar de origen porque las propias capitales latinoamericanas publican literatura estadounidense o española pero no las autóctonas. Es curioso cómo, de forma callada, pero inteligente, desde el año 2000 se han levantado voces argentinas, bolivianas, chilenas, mexicanas… sin necesidad de usar el realismo mágico, y han conseguido el reconocimiento mundial, Guillermo Martínez, Martín Castagnet, Luciana Souza, Carlos Manuel Álvarez, Natalia Borges, Felipe Restrepo, Diego Zúñíga o Claudia Ulloa entre otros son una muestra de ello.

Autores que han abierto al mundo el realismo actual de sus países de origen, surrealista y alucinante, mezcla de razas y culturas.

De todos ellos me gustaría comentar un cuento de Rodrigo Fresán, Señales captadas en el corazón de una fiesta, cuento que indudablemente pertenece a la generación mcondiana, no sólo por encontrarlo en esta antología, sino porque es un fiel reflejo de los rasgos del nuevo grupo, y de su autor, portador de una escritura totalmente personal; casi podríamos decir que este cuento constituye una seña de identidad. La característica más sobresaliente de este argentino es la descripción de un mundo ilógico. Esto lo consigue con una técnica opuesta a la del iceberg, usada por Hemingway. Fresán, al contrario, saca a la luz una cantidad ingente de detalles desordenados (aun en la narrativa corta) a los que luego el lector es capaz de dar forma en su mente, hasta que adquieren una coherencia y orden cronológico asombrosos.

Así pues el narrador innominado de Señales captadas desde el corazón de una fiesta, o Willi, da igual puesto que en un determinado momento ambos se integran en uno, se siente solo desde su nacimiento, vive en el seno de una familia con gran vida social pero no tiene amigos. Sus padres, quienes conviven de forma fría, por convencionalismos, consiguen que su soledad sea más patente. Sólo entiende a sus progenitores cuando su padre muere y su madre ya se había ido de casa, angustiada. Entiende el porqué de sus comportamientos, por qué ha debido ocultar su homosexualidad, por qué se ha inventado un amigo, una pareja con la que tampoco termina de ser él mismo, doblegado siempre por condicionamientos sociales o educacionales. Una vez que comprende que la vida es peor que la muerte decide suicidarse para ser libre. En otra realidad espera encontrar a alguien que oiga sus llamadas de socorro.

Lo esencial de Fresán es que crea su irrealidad privada dentro de lo verdadero

las señales […] Sísifo separándolas […] por color y peso […] meto las señales en una botella […] latidos digitales, fuegos de san Telmo en la oscuridad de la noche de los años luz

La vida, lo real, está llena de choques contradictorios, como el efímero latir palpitante de la fiesta frente al largo momento de la soledad y la derrota, remarcado con el polisíndeton «éstas son, las señales captadas en el corazón de una fiesta. Las metálicas y frías y monocordes señales». De hecho lo que tiene mayor sentido es lo que no posee vida, lo estático, «Miro las fiestas como si fueran cuadros».

Y así, en esta ausencia de movimiento, de actividad, el narrador protagonista va conformando su realidad con toques mágicos y trágicos, él es «Ese que está parado casi en el borde de la foto mirando hacia afuera, como si quisiera escaparse con un adieu siempre flotando en los labios del negativo». Para él lo real es surrealista, de ahí que necesite unir el arte a la vida para que tenga sentido «Yo quiero estar libre de toda biología, concluye David Byrne […] yo soy el hombre invisible».

El protagonista, como tantos otros, vive en un ambiente desencantado pero estable, el de «aquellos exquisitos marginados que nunca podrán creer en los placeres del sol o las virtudes del día». Por eso se inventa a otro yo que, al reflexionar, le ayuda a percibir lo ilógico de lo real, la falsedad de la vida; el ser humano no es tal sino «el síntoma inequívoco del comienzo de la decadencia de un party-animal agonizante, baby».

La sociedad actual es un compendio de momentos y situaciones desorganizadas que nos trae, por efecto de los mass media, una imagen idealizada del pasado, la que vemos en el cine, la que leemos, la que recordamos; pero no es cierto, el pasado no era mejor, es el hombre quien, con el paso del tiempo, va estando peor en el presente, «Ahora son todos jóvenes, gente con muchas fiestas por delante». Mediante una reflexión filosófica expone una paradoja que entiende a través de un silogismo basado en las premisas muerte-vida. La muerte no existe para los muertos, luego los muertos viven. Por eso decide quitarse la vida, ésta está llena de confusiones y el narrador lo demuestra mediante un estilo impresionista, múltiples descripciones que reflejan diversas perspectivas y voces narrativas. Todas ellas se hacen eco, a través de la ruptura de la escritura lineal, de las conciencias privadas de los personajes. Los diferentes narradores exponen, en un solipsismo, su yo unido al universo, no al resto de seres humanos; de hecho todos los narradores conforman uno solo, del que sólo existe su propia mente «Mi nombre es Willi y nunca nadie me amó y nunca amé a nadie». La tristeza de esta soledad lo lleva a abrazar en unos momentos a un amante imaginario, en otros a un final imaginario para la película de su vida, en otros al dios imaginario que le presenta la religión… Pero nadie aparece «¿Puede oírme alguien?».

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