Leer
a Andrés Neuman siempre es un
placer, aunque consiga hacernos sufrir, espolearnos hasta que nos sintamos
parte de un todo o increparnos por creer que hay diferentes tipos de personas.
En ese dolor que se va apoderando de nosotros conforme avanzan sus páginas hay
también alegría, no sólo porque no renuncie al humor sino porque nos va
inundando de esperanza, de forma que al terminar la lectura volvemos a creer en
el ser humano.
Me
gusta leer cuentos de Neuman; de su pluma salen, en pocas líneas, numerosos
temas, comentarios por hacer, sutiles apreciaciones. Es un mago capaz de
encerrar infinitos conceptos en algunas palabras.
Y me
gusta la novela de Neuman a pesar de que al terminarla no sé por dónde empezar
a comentarla, tal es la cantidad de anotaciones que han coloreado sus páginas,
bien a propósito del estilo, bien del contenido, bien de datos de los que no
tenía seguridad, bien de aquellos que no conocía. Y cada vez que apunto algo
pienso, voy a empezar por aquí; pensamiento que se diluye al interesarme
especialmente otro fragmento.
Y
esto es lo que me ocurre al haber terminado Fractura. No sé por dónde
empezar, porque la novela no es la vida de Yoshie Watanabe, aunque parezca su biografía
relatada desde varios puntos de vista, el suyo y el de aquellas mujeres que lo
han acompañado. Fractura es una loa a
la igualdad entre individuos, una llamada al derribo de fronteras, a la unidad
entre pueblos, al respeto por la interculturalidad, al honor de ser diferente,
es un homenaje a la cultura, la celebración por el afán de superación, la
incitación al razonamiento, la alegoría del esfuerzo, es la idea de paz, el
ejemplo de cómo superar el odio, un paradigma de la reconciliación, la representación
de la justicia, el símbolo de la falta de prejuicios, un modelo de
imparcialidad, es el emblema de la memoria histórica, un clamor para entender
el pasado y, por supuesto, una alabanza a la mujer, la aclamación del
feminismo.
Todos
estos conceptos he encontrado en Fractura
y seguro que hay más; pocas novelas son tan completas, pocas rezuman tanta
violencia y tanto deseo de vivir, de ser amados, de sentirse acompañados y de
entender la soledad. Watanabe es la metáfora del árbol, ése que lleva tatuado a
fuego en su espalda y brazos, ése que sesgó la vida de su padre, ése que sigue
en pie ocurra lo que ocurra y que él necesita ver donde vaya para encontrarse
consigo mismo, para pensar en la vida y repensarse. El árbol es, en Fractura, el símbolo del crecimiento
espiritual y del progreso material, es Yoshie Watanabe, la esencia del ser
humano, la fuerza, sensualidad y eficacia.
La
novela se abre y cierra con el protagonista, aunque también con esa técnica
japonesa que dos personas importantes en su vida, su madre al principio y el
señor Satō al final, le recuerdan
Los
sudokus me tranquilizan, dice, porque paran el tiempo. Justo al revés que el
Kintsugi. ¿No le parece?
En
uno de esos arranques de afecto que dependen menos de su receptor que del
propio sujeto emocionado, Watanabe lo abraza.
El
señor Watanabe, a lo largo de su vida se ha ido restaurando, inconscientemente,
sin ocultar sus cicatrices; al contrario, éstas lo han embellecido y
fortalecido porque forman parte de su historia. Cuando se da cuenta de ello
queda en paz, aunque sea en Hirodai, afectado por la radiación de la planta
nuclear de Fukusima, y rodeado de los pocos ancianos que no han querido
abandonar sus raíces. Es allí, después de casi ochenta años, cuando entiende lo
que su madre, otra víctima de Nagasaki, les decía «jamás debía tirarse nada, aunque estuviera roto o pareciera viejo […]
Si uno no sabe darle uso a algo, el inútil es uno».
Así
pues, Yoshie abandona su zona de confort, la ocultación en la que de alguna
manera ha vivido «introduce la llave,
abre la puerta del apartamento, pasa el pequeño vestíbulo, introduce la llave,
abre la puerta y entra en su apartamento», abandona la protección que
siempre ha buscado y se abre al mundo, a ese que lo rompió en un momento de su
vida y del que huyó sin poder olvidarlo «El
señor Watanabe entrecierra los ojos y extiende los brazos, intentando abrazar
no sabe muy bien qué». Una vez reconstruido, en paz consigo mismo y el
mundo, sin olvidar nada ni a nadie «Entonces
le parece ver al gato Watsh» vuelve a sentir «De golpe se levanta una brisa fresca. Watanabe, extrañado, siente frío»
después de que durante toda su vida «se considera básicamente atérmico. […]
Ignora si es algún tipo de secuela atómica. Tampoco quiere averiguarlo».
Durante
su larga y tortuosa vida ha aceptado las circunstancias, acompañado siempre por
el afán de superación laboral, en realidad para esconderse de las relaciones
demasiado comprometidas «Aparte de su
horario de trabajo, los fines de semana Yoshie empezó a tener encuentros de
negocios en cafés», y al lado de mujeres a las que ha hecho felices, y
ellas también a él; no ha tenido necesidad de venganza, aunque sí cierto
rencor, personificado en «Yukio Yamamoto,
su antiguo compañero y rival» de la infancia, que ha preferido no mostrar,
sufriendo en soledad, pues «se negaba a
vivir, y también a amar, siendo una víctima para los demás», hasta que deja
de huir. Por fin se acepta tal como es, con su dolor, su sufrimiento físico y
emocional, su idioma abandonado «Compartir
casa no solo le dio un extraordinario impulso al inglés de Yoshie, que se
volvió maniáticamente preciso en su manera de hablarme». Por fin se acepta
en la realidad tangible y deja de confiar solo en su memoria pues se percata de
que a veces los sueños, con el paso del tiempo, pueden invadir la existencia
llegando a «parecerle una película. Su
vivencia directa de la genbaku ha sido atravesada por la iconografía ajena y
las ficciones colectivas».
Por
fin, Yoshie necesita hablar con la gente, comunicarse, que le cuenten y contar
tras una vida marcada por el silencio aun con personas a las que quería; le
ocurrió con Violet en París «se quedaba
callado y sonreía. Esos silencios me conquistaban». Le ocurrió con Lorrie,
en Nueva York «Más que silencioso, creo que
Yoshie era un conversador con efecto retardado». Le ocurrió con la porteña
Mariela «Entonces nos sentábamos un rato
ahí, sin decir nada». Y le ocurrió con la española Carmen hasta que se dio
cuenta de que a lo largo de su existencia había estado tratando de borrar su
memoria «El día que se cumplieron
cincuenta años de Hiroshima, me acuerdo muy bien, Yoshie no abrió la boca […]
Pero a la mañana siguiente sí que habló. Sin parar. Nada más levantarnos».
Y en
esta novela del silencio, del recuerdo, paradójicamente se dice mucho.
Lo
que más me ha impactado es la manera en que Andrés Neuman trata a la mujer,
piensa a la mujer; no le cuesta ponerse en su piel y adoptar su punto de vista,
y me ha impactado porque he descubierto en él, uno de los escritores que casi
idolatro, una forma de entender el feminismo similar a la que tiene mi hijo,
una de las personas que más quiero. Alberto, sin haber leído (aún) Fractura me diseñó una camiseta en la
que plasmó un cuadro con la imagen de Angela Davis y me comentó que él se había
hecho otra igual por lo que representaba esta activista, profesora
universitaria y lesbiana. Sabía que me iba a gustar ya que admiro a cualquier
persona, más si es mujer, que ha luchado por superarse en una sociedad que la
ha perseguido pretendiendo anularla. Pues al leer Fractura me he emocionado en muchos pasajes, aunque uno de mis
favoritos, por supuesto, ha sido descubrir ese pensamiento filial en Neuman,
expuesto a través de la periodista Lorrie «Habría
dado lo que fuera por entrevistar a Angela Davis. Antes de que la metiesen en
prisión y Nixon la llamase terrorista, el gobernador Reagan […] había ordenado
que la expulsasen de la universidad […] una activista negra vivía dos veces
discriminada. Tres contando su lesbianismo».
El
feminismo es connatural a Fractura,
esa lucha por la valía de la mujer, paralela al hombre, recorre todas las
páginas
La
palabra mantenida no la consiento. ¡Como si el dinero fuera lo único necesario
para mantener a una familia!
Por
desgracia ninguna de ellas (entrevistas) me tocó a mí […] Se las dieron a otro tipo
que llevaba más tiempo en la sección. Y dos grandes bolas colgando
…el
pecho quedaría dañado, porque había que cortar por tres lugares. Yo les
contesté que no me ganaba la vida con mi físico, sino con mi cabeza. Y firmé mi
ingreso en el quirófano
…comprender,
de una maldita vez, que them es parte de us
Eso
para mí no es pensamiento de ama de casa, es política que empieza en casa. Las
madres y abuelas de la Plaza de Mayo arrancaron ahí.
Esto
es sólo una muestra, suficiente para recordarnos que no debemos retroceder ni
un milímetro de lo que hemos conseguido a costa del sufrimiento y muerte de
muchas mujeres. No es ético.
No
sólo el feminismo, el problema de la inmigración y del racismo también toca
fibras sensibles. Por supuesto la crítica al olvido de los gobiernos y la
necesidad de la memoria histórica «la
virtud disuasoria de las armas nucleares era un fracaso, una mentira o ambas
cosas […] estimular por tanto su potencia ofensiva, que a su vez estimulaba la
nuestra. A este círculo interminable lo llamamos protección».
Fractura es una obra moderna, por lo que tiene
muy presente la influencia de los mass
media en la sociedad aunque no sean siempre signo de verdadera comunicación
sino de pérdida de tiempo «Si Facebook
hubiera existido cuando estudiábamos, me pregunto cómo habríamos aprobado los
exámenes». Pues sí, ya hay una gran partida de psicólogos intentando
desenganchar del móvil a numerosos estudiantes infantiles porque su vida se limita
a utilizar el aparato a cualquier hora. Por supuesto todo tiene una
explicación, lo que mueve a las sociedades modernas es el dinero, da igual si
se invierte en armas o en tecnología, lo importante es que es símbolo de poder,
el daño a lugares o a personas que pueda surgir es lo de menos, «nuestro país seguía teniendo un montón de
bases militares en el suyo. Que continuaba haciendo, igual que Francia, toda
clase de pruebas atómicas. Y ese tipo de decisiones […] obedecían […] a los
mismos viejos intereses».
Finalmente,
he de poner un fin porque se pueden sacar más temas, Neuman no se resiste a
criticar las dictaduras, en especial ésa que aparece también en Historia argentina de Fresán, que tanto dolor causó, como cualquier otra, y que
tuvo un final injusto, reflejo de la propia existencia, «En la segunda ola fueron saliendo Videla, los otros dictadores y hasta
su ministro de economía. Yoshie no entendía qué estaba pasando».
Efectivamente,
nadie, o casi, puede entender que se haga daño a un ser humano y menos que los
damnificados no obtengan, al menos, la satisfacción de ser comprendidos y
apoyados por la sociedad.
Pues
si el contenido es universal hasta el punto de que la vida del señor Watanabe
es mítica, la estructura es soberbia. Como su nombre indica, Fractura se presenta como un montón de
piezas sueltas que, al igual que ocurre con el Kintsugi, pueden recomponerse
hasta resultar, al final de la lectura, un texto coherente y perfectamente
cohesionado. Los capítulos se mezclan en feliz desconcierto, donde la voz del
narrador deja paso a la de algún medio informativo o a la de los personajes,
casi siempre en primera persona, fundiéndose todos en ese caos que la novela
representa como espejo social. Un espejo en el que vemos al hombre
destruyéndose a sí mismo mientras piensa destruir a los demás. Todos los
personajes van tejiendo una red cultural y geográfica que permite una visión de
la problemática mundial encarnada en el protagonista.
Y el
estilo bebe de diversas fuentes; aparecen rastros del avant pop en las diferentes variedades lingüísticas dentro del
mismo código, que generan un conflicto entre el discurso de los personajes con
el del narrador y el propio autor «Si,
había llegado la hora de asaltar los panteones de la alta cultura con los bajos
instintos […] En la opinión pública todo era reconciliación nacional y primeros
auxilios. Nuestro nuevo presidente […] Mi conciencia me dice que cierre y selle
el libro […] Encendías la tele, abrías un periódico y nadie había hecho nada
malo […] más que de la therapy of the self, me convertí en una asidua de la
self-therapy».
Con
los nombres propios se pretende una descripción histórica, pero las mujeres
(que fueron ayudando a Yoshie a darse cuenta de su personalidad) no recuerdan
lugares o fechas para no desvirtuar la narración anclándola en un tiempo
determinado; característica del afterpop mediante la que Neuman consigue gran complicidad con el lector. Asimismo otro
rasgo del afterpop que contribuye a
crear un formato neutral de difusión de relatos es escribir lo que se oye por
la radio o la televisión.
El
léxico erótico, sexual convive sin problemas con las greguerías vanguardistas «Los pies son el metrónomo del viernes».
Las funciones metalingüísticas aparecen en metáforas literarias, musicales o
lingüísticas «Una profesora de lengua
tiene la sensación de estar asistiendo a una aterradora redundancia» «Todo
cuerpo está en hiato».
Las
personificaciones anuncian el poder devastador del ser humano, superior al de
la naturaleza «Un encendedor ofrece fuego
a las pelusas que pasan» «La bola de helado alarga su huella».
El
poder de los sentidos se acrecienta, mediante sinestesias y oxímoron, ante
cualquier desgracia, de forma que el dolor invade todo, cuerpo y mente «Trompeta turbia, piano meditativo, contrabajo
humeante […] escuchar música sin sonido».
El
realismo se erige a base de contradicciones, de desfiguraciones, de omisiones,
de errores propios del habla oral pero nunca de la variedad escrita «Alcanza a entender que le, le gustaría
mucho, este, entrevistarlo a propósito, a propósito del terremoto»; de ahí
que también el lenguaje poético nos acerque a la realidad partiendo de lo
onírico «al soñar cargamos con los
lugares que hemos dormido».
Otro
toque de realismo aparece en la mezcla de vocabulario, vulgar o poético donde
predominan las hipérboles que, paradójicamente, retratan de manera fiel «A la mierda la intuición. Hacía tanto sol
que parecía líquido. El verano se desbordaba». Como mezcla de realidad y
ficción, propio del afterpop, las
drogas están presentes tanto unidas a la tecnología, que «igual que lo lisérgico está en nosotros mismos», como a la
literatura «esa ciudad es Sōma. Nombre
que lo remite a la droga que consumen en Un mundo feliz».
Y
por supuesto el hiperrealismo, esa forma de narrar —derivada del naturalismo—
que consigue hacernos dudar de la objetividad de lo que estamos leyendo, tal es
la crueldad y el horror que deriva de ello «Por
muy bien que los médicos curasen las quemaduras, sus pacientes se licuaban por
dentro. La anatomía humana ya no era lo que ellos habían estudiado. La bomba
los había devuelto a la ignorancia».
Y
sin embargo el humor aparece en todas sus variedades, sexual «el mando a distancia tampoco favoreció la
educación de los pornógrafos. La posibilidad de adelantar la imagen empobreció
el deseo», sexual-filosófico «Watanabe
ha descubierto que el onanismo es una rutina mental […] por eso ahora se
masturba visualmente», cultural «lo
observaban igual que a un desequilibrado. Solía hablar por teléfono en voz muy
alta, para molestia de su inaudible prójimo», como rebeldía social «lo primero que hizo fue darse el gusto de
situar el ratón a la izquierda del teclado», en lo cotidiano «Me ponía la cabeza como un bombo. Y eso
sólo con té verde. Menos mal que el de aquí le parecía suave», en los leves
insultos «Según mis amigas, también
empecé a vestir mejor. Hay elogios que se las traen» y hasta en ironías «en el segundo hospital me enamoré de mi
difunto. Un traumatólogo guapísimo […] Nos conocimos en el mismo hospital donde
nos despedimos. A eso le llamo yo ser fiel a la sanidad pública».
Esto
ha pretendido ser una crítica de la novela pero no le hace justicia, se merece
un estudio en profundidad y éste, creo, no es el lugar.
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