sábado, 12 de enero de 2019

AFTERPOP



Me ha costado, pero lo he conseguido. Acabo de terminar Afterpop, un ensayo sobre la literatura de la implosión mediática (tal y como reza el subtítulo). Es un trabajo interesante sobre esta literatura que parte, sobre todo, de EE.UU. a mediados del siglo XX y que se inspiró en el original espacio que formaba la sociedad donde reinaba la publicidad, el consumo, la inédita cultura derivada de los medios audiovisuales y de comunicación como la televisión y el cine. Lógicamente todos estos nuevos condicionantes influyeron en la forma de ver la realidad y de escribir sobre ella; algo normal que viene ocurriendo con el paso del tiempo y los cambios de situación. Así, lo que hasta entonces se consideraba trivial empezó a tratarse de forma estética, aportando grandes dosis de inteligencia e influyendo también, o por eso mismo, en una ausencia de prejuicios a la hora de escribir. El vocabulario se hace más suelto, ágil, hasta el punto de que la escritura automática, que tiene sus raíces en el surrealismo, mezcla conceptos, lugares, personajes para que el lector forme ese puzle con el que se encuentra; de esta forma se considera al propio lector alguien capacitado para criticar lo que lee.

Otra cosa que consigue esta literatura es eliminar barreras entre la cultura elitista, tomada como depositaria del verdadero arte y la cultura popular, entendida hasta ese momento como empobrecedora. Eloy Fernández Porta, autor del libro, divide a los lectores entre apocalípticos (elitistas) e integrados (populares), para él, el lector forma una masa global con la que se pretende armonizar puesto que la trascendencia del discurso se relaja.

Pero ¿qué es en realidad afterpop? Fernández Porta nos da las claves. Es aquello cuyas referencias nominales son sólo alusiones concretas, no la orientación real del texto. Su temática es más intimista. El autor manifiesta una conciencia integrada aunque es culto, pues analiza sus referentes; así pues tiene una posición ambigua. El consumismo es el que prevalece ya que promulga la obligatoriedad del goce continuado; estamos ante un capitalismo que pone incluso el sexo como dispositivo de venta eficaz, es un capitalismo emocional pues son personas que creen consumir porque es indispensable para el bienestar moral, para la unión del ser humano con el medio ambiente, para ayudar a necesitados… Pero en el afterpop es complicado separar la realidad de la ficción debido al uso constante de ironías, sarcasmos…

El afterpop se presenta como ambiguo desde el momento en que el capitalismo emocional puede derivar a una profunda intimidad en el contenido o, mediante la ironía, a ganar reconocimiento social en detrimento de la complejidad de sentimientos. Es lo que Porta llama la conquista de lo cool.

La literatura se abre a una crítica musical pues «parte de la premisa de que […] la creación se explica a través de escenas, sensibilidades simultáneas e ideas compartidas que son históricas, y no sólo a partir de una supuesta relación del autor en soledad absoluta con el pasado más o menos remoto». Indudablemente al leer esto confirmo que tanto Historia argentina de Fresán como Alumbramiento de Neuman ejercen una literatura afterpop.

La mezcla de lugares, sentimientos superpuestos, personajes que aparecen y desaparecen acercan la literatura al cine, o más concretamente a la interpretación que el saxofonista Zorn hizo del cine como «fuente de imágenes a la vez que motivo para el desmantelamiento».

El posmodernismo es escribir o crear como artista pop pero criticando «conscientemente y de manera responsable el realismo capitalista».

Si la pintura o la música tienden a expresarse como núcleo de ellas mismas, en literatura hay un movimiento centrípeto que se identifica en la función metaliteraria y estética, con onomatopeyas, interjecciones o recursos literarios.

El último modelo de la literatura es aquél en el que conviven la tecnología y los mass media, así la narración queda inundada de nuevas emociones y sensibilidades.

«El mundo es nuevo, y sus experiencias deben ser descritas a partir de una nueva tecnología». Probablemente en literatura, lo que haya dado un giro más espectacular sea el cuento. Este subgénero tenía sacralizados el hogar, la familia, la pequeña comunidad… lugares que se han visto alterados por otra noción suplantadora, que hoy predomina, de lo que es un hogar o una familia, y en la que la tecnología ha tenido mucho que ver. Al ser modificados estos lugares comunes, los problemas, los temas, ya no son los mismos, han cambiado radicalmente y la forma de exponerlos, con personificaciones de objetos, con cosificaciones de personas, también. El hiperrealismo entra en el cuento proponiendo la tecnología como liberación de instintos afectivos y sexuales, pero es precisamente esta tecnología la que priva de subjetividad, de intimismo, dejando al narrador como omnisciente absoluto o simplemente eludiendo al narrador o confundiendo al lector sobre quién está narrando; este caos formal pretende ser reflejo del caos familiar, que queda como un espacio desdibujado. Otra manifestación del caos que nos envuelve la podemos encontrar en los finales truncados, abiertos o los comienzos in medias res, que anulan la vida real, más incluso cuando se utiliza el humor negro o la sátira, a modo de parodia cinematográfica. De las técnicas del cine que han pasado a la literatura posmoderna nos quedamos con la narración desde el punto de vista de la cámara, técnica que ya Azorín utilizó en Castilla y que aporta «a las escenas una característica frialdad» pues lleva a la literatura hacia un punto de deconstrucción de sí misma.

En la literatura afterpop se pretende, asimismo, difuminar el tiempo; a veces el pasado y el futuro se mezclan en el presente, para ello el espacio exterior, los referentes nominales se desechan a favor de neologismos: zapping, chat, ecosistema, google… consiguen digitalizar los textos y crear hipertextos enlazándolos no de forma secuencial sino a la vez. Aparecen así otras voces culturales y subculturales que convierten el yo narrativo en una instancia momentánea formada por muchas otras.

Al no existir un espacio o tiempo concretos no tienen sentido los fundamentalismos o los modelos politizados, de hecho se puede escribir de forma procaz, humorística, sin denunciar nada directamente aunque reaprovechable para asumirlo en la política actual o histórica. Lo importante es cómo se plasma lo que se quiere decir, por lo que el artista importa más que la obra, que se convierte en un «monumento a una revalorización del gesto artístico» sin represiones, sin censuras, ni hacia el lector —o espectador— ni hacia el propio escritor, que puede plantear a sus personajes en un conflicto con el narrador, con el autor o con ellos mismos.

Esta falta de contención conlleva una velocidad narrativa y un discurso minimalista a la vez, las oraciones cortas, que dicen mucho, abundan. En dicho discurso minimalista aparece el niño, la imagen infantil como algo primitivo, como máquina deseante; esto unido a la ficción desfamiliarizada y falta de intimidad, consiguen una capacidad infantil ávida de agresión física o emocional, tanto hacia el propio niño como hacia el adulto.

Finalmente, en este afterpop se refleja también lo que verdaderamente define a un texto literario, si es el estilo en sí o los agentes, textos comerciales, tráfico editorial y otros criterios extraliterarios.

Curioso e interesante el ensayo de Fernández Porta, sobre todo para entender mejor cierta literatura actual y para ser consciente de que la literatura es un arte más que se puede incluir en las otras artes como música, pintura o cine, para quedar impregnada de sus características que no son otras que las universales de las artes.

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