Pues
sí, de nuevo sé algo más gracias a los alumnos, a veces no sé qué haría sin
ellos; esta vez, María decidió exponer en clase de Literatura Universal El paraíso perdido; había oído hablar de él y tenía ganas de leerlo, así
pues, lo compró, lo leyó y su exposición me atrajo tanto que a mí también me
entraron ganas de leerlo. Obviamente no lo había hecho. Gracias, María, primero
porque me has dejado el libro, y sobre todo, porque he descubierto a otro de
los grandes poetas del siglo XVII. Indiscutiblemente el adjetivo aurisecular no
es gratuito.
Pues
en 1667 John Milton, ciego, y perseguido por sus ideas liberales (era
republicano, a favor de Cromwell) escribe un poema épico inigualable. En 10.565
versos expone la caída de Adán y Eva y su expulsión del Paraíso, explicada
brevemente en el Génesis ¿Por qué,
entonces, tan extenso? La respuesta está en los temas que aborda, en la defensa
del poema, en sus aceptaciones y rechazos hacia la Iglesia, en la explicación
del mal en el mundo, en las relaciones de pareja y, sobre todo, haciendo gala
de su Humanismo, en la defensa de la dignidad del hombre.
Hay
muchas originalidades en el poema. Formalmente, encontramos la primera: no existe
rima; con ello Milton defiende también la libertad en la escritura, que además,
tratándose de un poema tan extenso la rima constreñiría bastante la lectura,
mientras que su ausencia dota a los versos de una musicalidad increíble. La
traducción de Esteban Pujals es fabulosa, creo, pero sería una gozada saber
inglés y poder leerlo en su lengua original. Asimismo el poema está distribuido
en doce libros, como La Eneida, y al
igual que Virgilio, comienza su historia in
medias res.
El
poema seduce por varias razones, pero el vocabulario es una de ellas, destaca
el lenguaje culto, sublime «boscoso»,
«mayestática», «espesa salvajez», «umbría»,
«fingida faz», «fantasía mímica», «calvero»,
«prístinas», «solio», «calcañal», «aspilleras». Destacan afables metáforas
que aportan mayor musicalidad si cabe «las
suaves brisas, abanicando sus fragantes alas», «los riachuelos […] sobre perlas
de oriente y áurea arena». Las sinestesias referidas al árbol de la vida
son exquisitas «Fruto ambrosíaco de oro vegetal».
Las comparaciones ayudan a entender algunos términos cultos «Como un lobo […] penetra en la majada».
Las anáforas exigen la importancia divina: «Placentero
Dios / Placentero jardín». Las enumeraciones repiten con insistencia el
concepto que interesa «Resplandecía la gloriosa imagen de su creador, verdad,
sabiduría. / Santidad, severa y pura, severa / pero asentada en la verdadera /
libertad filial». Encabalgamientos que unen la mujer al hombre y ambos a
Dios, planteando la duda entre existencia real o la idea «Él solo para Dios, ella para Dios / en él». Epítetos sugerentes,
algunos recordatorios del epíteto épico «afelpada
colina», «flamígeros dardos», «lúgubre silbido», «bélica labor», «satánica
mesnada», «balsámicos trofeos».
Otra
originalidad, y esta se une a la anterior en el aspecto formal es la cantidad
de nombres diferentes que se asignan al diablo. Si Fray Luis de León conjuga
elementos bíblicos, patrísticos y grecolatinos para ,a través de distintos
nombres, establecer la figura de Dios en De
los nombres de Cristo, John Milton hace lo propio con el diablo y lo llama «El Adversario», «Satán», «El enemigo sumo»,
«Belcebú», «Ángel apóstata», «Príncipe»,
«Jefe de entronizadas potestades», «sumo diablo», «el General», «Demonio»,
«Moloc», «Camos», «Abarim», «Horonaim», «Elealé», «Baalim», «Astarot
(Astarté)», «Dagón», «Rimnón», «Osiris», «Isis», «Orus», «Belial», «Belus»,
«Serapis», «Azazel», «El Arcángel», «El porqué de la huida a Egipto», «Mammón»,
«La serpiente infernal», «Satanás», «Dragón», « Lucifer», «Asmodeo», «el
pavoroso rey», «cuervo marino».
Todos
estos nombres hacen del diablo un personaje complejo, como complicado es el
poema, pues su abundancia de fuentes consigue que Satán sea «transformado en dragón, aún más enorme que
Pitón» (y curiosamente esta serpiente era hija de Gea, nacida del barro que
quedó después del gran diluvio. El monstruo vivía cerca del Parnaso y
custodiaba el oráculo hasta que Apolo la mató (Apolo Pitio), fundando los
juegos píticos para celebrar su victoria). El diablo se enamora de Eva al
verla; su humanidad enternece pero aparecen los celos, y cuando se da cuenta de
«tantos placeres que le están negados; /
pronto recobra su aversión violenta».
Lucifer,
llamado así porque «entre la corte / de
los ángeles brilló un tiempo más que aquella / estrella en medio de las
estrellas», tiene ansias de libertad, por lo que rechaza la monarquía
absoluta de la creación «Este día (—dijo
Dios) he engendrado al que declaro mi único Hijo, y en esta montaña / sagrada
he ungido a quien ahora veis / a mi diestra […] Os lo nombre cabeza […] Quien
no le / obedezca, me desobedece a mí». El diablo se siente degradado y no
lo acepta por eso maquina derrotar al nuevo rey; tema éste, de los celos y
ambición expuesto en el teatro de la época por Shakespeare en Othello;
por supuesto los disidentes terminan mal, sin embargo el razonamiento de Satán
se acerca al pensamiento actual «¿Es que
pensáis / inclinar vuestra cerviz y doblar / vuestra dócil rodilla?» Abadiel
intenta convercerlo de que no desobedezca al Creador, pero Lucifer, humanista,
no recuerda haber sido creado por nadie sino que «hemos sido engendrados y creados / por nuestra propia esencia y en
virtud / de nuestro poder vivificador»; por supuesto este pensamiento le
costará sufrir toda la eternidad. El apasionamiento que atestigua lo perturba,
así, en claro homenaje al Fausto de
Marlow, alude a que no puede huir a ningún sitio, ni nunca estará en paz, pues «Dondequiera que huya es el Infierno; / pues
yo soy el Infierno; y en lo más / profundo del abismo otro se abre / más hondo
que amenaza devorarme, / comparado con el cual el Infierno / que padezco parece
incluso un Cielo».
Esta
personalidad atormentada contrasta con la fría divinidad que creó un universo «Malo por maldición, y solo bueno / para el
mal; donde la vida muere, / la muerte vive, y la Naturaleza / perversa engendra
seres…»
Dios
aparece como un ser cruel, como todos los poderosos que temen ser derrotados,
así sólo ayuda a quienes están a su lado «esta
tolerancia y gracia mías / nunca disfrutarán los negligentes / y desdeñosos».
Pero, por si acaso, crea a su sucesor, quien se ofrece a redimir al hombre
siguiendo los pasos de su padre «De este
modo / el amor celestial eclipsará / el odio al Infierno, al someterse / a la
muerte».
Está claro que todo parte del génesis,
y sin embargo, Milton, intelectual evidente, hace referencia constante a los
clásicos, a la mitología, la poesía grecolatina y a la realidad, pues los
lugares del Paraíso o del infierno que aparecen tienen su correspondencia en la
actualidad.
Otra originalidad son las
interpretaciones que podemos darle al poema, la religiosa es indiscutible
puesto que la existencia del mal desde los comienzos de todo es patente, pero
personalmente prefiero una interpretación política. Las ideas de Milton están
distribuidas por su “Paraíso”, renegando de la monarquía y del absolutismo.
Como quiera que el encargado de atacar a ese despotismo es el propio Lucifer,
no cabe duda de la simpatía del autor hacia dicho personaje, superior moralmente
a Dios, totalmente egoísta y petulante. Esta visión, aunque sigue hoy vigente
se mostró bastante audaz en el siglo XVII.
Los temas que aparecen en el poema son
universales, de ahí que hoy siga manteniendo su interés: el pecado, la culpa,
el destino, la lucha entre el Bien y el Mal, el libre albedrío de que disponen
los hombres y es la causa de la existencia del mal, el sufrimiento que Dios
inflige a todos los que no lo siguen y que manifiesta el interés de Milton en
abolir la jerarquía eclesiástica, la venganza llevada a cabo a través de otros
cuando se está seguro de que no hay nada que hacer; es cierto que Satanás decide
vengarse de Dios mediante aquéllos creados en constante felicidad (Adán y Eva),
puesto que una vez que sube, con su ejército, al Cielo para dialogar o luchar,
se ven reducidos a seres diminutos mientras que los querubines son
transformados en seres enormes. Pero también lo es que Dios, el Tirano, reina
por la negligencia de todos los diablos que combatieron y perdieron «Cuando el fogoso enemigo acosaba / nuestra
desbaratada retaguardia / insultante, y nos perseguía / hacia el abismo».
Entre los diablos hay quien prefiere «vivir, incluso en este / vasto reducto,
libres / […] / prefiriendo la dura libertad al suave yugo / o la pompa servil».
Pero Belcebú no está dispuesto a renunciar a lo que fue suyo. Por eso Dios, tras
dos días de contienda sin desenlace certero, envía a su Hijo para que ponga fin
al tercer día, todo un simbolismo «El
tercero es el tuyo; para ti / lo he destinado […] y acabes esta guerra […]
Levantó a los derrotados / […] / los condujo ante sí anonadados […] De cabeza
se despeñaron todos […] Durante nueve días estuvieron / cayendo […] El
infierno, por fin abrió sus fauces / y a todos recibióles». Tampoco es Dios
el que da la cara para expulsar después a Adán y Eva del Paraíso sino que se lo
encarga a Miguel «arroja sin piedad del
Paraíso / de Dios a la pareja pecadora».
La simbología del número es evidente
en el poema, si doce son los libros, como en La Eneida, el 1 es la
divinidad, y el 3 es el día liberador de esa divinidad que es 1 en realidad, el
9 son los planetas, los círculos que separan el Cielo del Paraíso y los días
que tardan en caer los demonios al infierno, el 7 son los días que Satán está
dando vueltas al Paraíso para ver cómo puede entrar para destruir al hombre «hijo del despecho» (fue creado una vez
expulsados los ángeles del cielo) porque «despecho
con despecho se paga», concepto que leeremos en la Biblia, por boca de
Dios, bajo «La ley del Talión».
Lo interesante y emblemático a la vez
es que, en Milton no hay castigos corporales para los residentes en el
infierno; no se queman eternamente como leemos en la Biblia o son torturados
constantemente con castigos diversos según el círculo en el que se encuentren
de la Divina Comedia. El Infierno de El Paraíso perdido es un lugar donde
reside el eterno descontento, la insatisfacción y desesperación. Esto es lo
verdaderamente apasionante para el lector de hoy, pues los demonios son
viajeros que van por el cosmos desde el cielo hasta el infierno pasando por el
Paraíso.
En el Libro I, el poeta se dirige a la
musa de la Astronomía para que cuente cómo surgió el Cielo y la Tierra. Luego
insta a Dios a que le explique qué pasó para que el hombre fuera expulsado del
Paraíso y Dios, sin paso previo aclara de quién fue la culpa «La serpiente infernal; ella fue quien / de
envidia y de venganza corroída, engañó a la madre de los hombres».
En el Libro IV es interesante leer la
descripción del Paraíso, como un locus
amoenus, donde el poeta hace gala de polisíndeton que alargan la belleza de
la naturaleza «cedros, pinos y abetos y
copudas palmeras…» y la mezclan con paradojas extraídas de obras realizadas
por el hombre «se ofrecía un boscoso
anfiteatro». Un lugar cerrado, no sabemos muy bien si para proteger (¿de
qué?) o para que su emperador tuviese todo bajo control «surgían los muros del Paraíso / de verdor llenos, que a nuestro
primer padre / ofrecían una amplia perspectiva / de los alrededores de su
imperio».
El demonio, lógicamente, tiene envidia
de los deleites de Adán y Eva, aun así razona con bastante sensatez y se
percata de lo absurdo de la prohibición de tocar «el fruto del árbol de la ciencia, / plantado junto al árbol de la
vida. / Tan cerca está la muerte de la vida»; por eso se pregunta perplejo
ante el sinónimo muerte-conocimiento: «¿Puede
ser un delito el saber? / ¿Puede ser muerte?».
En el Libro V, Rafael, como Mercurio,
con alas en los pies, baja al Paraíso para hablar con Adán, ante el peligro que
acecha. Otra peculiaridad de Milton es que dota a los ángeles de propiedades
materiales y espirituales pues «al gustar
/ digieren, asimilan y consienten lo corpóreo en incorpóreo». Y en el Libro
VIII, a pesar de que la mística neoplatónica queda expuesta, «el alma con el alma», se da por hecho
que hay un goce carnal.
Lo llamativo del Libro IX es que Eva
se cansa de estar todo el día junto a Adán y le recomienda que trabajen por
separado para verse al final de la jornada y «se interpongan miradas y sonrisas / o algo nuevo a conversar nos mueva».
Aquí empieza la perdición, pues la serpiente aborda a la desvalida y sola Eva
para que coma del árbol de la Ciencia, ella lo hace y, consciente de su
inferioridad, duda en compartir el fruto con Adán para «añadir / lo que le falta al sexo femenino».
Pero se lo ofrece, él lo come y ambos
culpan de su desgracia a Eva; de hecho en el Libro X ella es la que tiene la
peor parte del castigo «Aumentaré con
creces tus dolores / desde la concepción…». Ambos, además, van a morir; así
pues el pecado se une a la muerte y construyen «una ancha vía, sin obstáculos / lisa y fácil, que llevaba al Infierno».
Eva, en un resto de lucidez, propone
no tener descendencia para que no sufra nadie ni muera, pero Adán rechaza esta
idea pues no quiere seguir enfadando a Dios. En el Libro XI, Eva acepta su
condición y lo hace con orgullo pues «aunque
fui la primera en traer la muerte al mundo / me honra en hacerme fuente de vida».
En el Libro XII, Miguel relata a Adán cuál será el futuro de la humanidad; a
Eva la dejan dormida (¡Qué pronto empieza la mujer a no contar para nada en los
planes del hombre!), y Adán también queda agradecido al enterarse de que de su
estirpe nacerá María y de su seno «El
Hijo de Dios Todopoderoso». Así pues, Adán y Eva «cogidos de la mano y con paso / incierto y tardo, a través del Edén /
emprenden su camino».
No
cabe duda de que hay un mensaje, del siglo XVII, para la pareja, y es el
triunfo del amor, capaz de superar cualquier dificultad, pero tampoco podemos
obviar la condición que la mujer ostenta en todas las sociedades.
Adán
es el primero en mostrar curiosidad: cómo caen los demonios, cómo se formó el
universo, cómo se dividió el imperio, cómo funciona la astronomía, cómo fue
creado él, por qué se le enseñó el árbol de la vida e inmediatamente se le
prohibió, cómo ve pasar a todas las fieras y él está solo… Exige una compañera,
cuya descripción, una vez creada alude a su sensualidad y a su sumisión. Y
después de esto, ella es la culpable de todo, ella es el pecado con forma de
mujer y la que quedará como curiosa eternamente; de su unión con Satán, nacerá
la muerte. La mujer es inferior pues «La
serpiente infernal engañó a la madre de los hombres», de hecho, su trabajo
ha consistido siempre en servir; mientras Adán «estaba sentado a la puerta de su fresca enramada […] Eva, en el
interior, / obligada por la hora, preparaba / un almuerzo». No es de
extrañar, por lo tanto que la luz de las lunas que acompañan a los soles sean
de dos tipos: masculina, si es directa o femenina (indirecta).
Antes
hemos aludido a la perfección externa de la mujer, sin embargo «no está tan acabada en su interior / […]
/De la naturaleza es inferior / en mente y en internas facultades».
Creo
que es lo más triste del poema y, en general, de la humanidad, que la mujer
haya sido considerada como un ser inferior, creado para estar a expensas de los
caprichos del hombre. Lo malo es que han pasado muchos siglos y aún se sigue
pensando esto en determinados ambientes.
De
la total actualidad de este poema épico, queda constancia en el hecho de que el
Premio Nacional de Cómic 2016 recayese precisamente en la adaptación que de
esta obra realizó Pablo Auladell.
Lo
mejor del poema es que es una metáfora; si antes decíamos que los demonios
viajan por el cosmos del cielo al infierno, los hombres somos viajeros que
vamos —Según Dante— desde el infierno al cielo pasando por el caos de la
tierra, antes Paraíso; la distancia entre el Bien y el Mal es insondable pero
inferior a lo que parece pues tanto el cielo como el infierno están en
nosotros, y de nosotros dependerá en gran medida llevar «dentro de ti un Paraíso más feliz».
¡Magnífico! Qué bien suena la épica celestial con las voces de los grandes poetas.
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