Me
parece increíble. Hasta tres veces tuve que empezar esta novela, desde su
publicación en abril de 2016, para poder terminarla. La primera no me enganchó
del todo, así que como tenía dónde elegir me decanté por otra. La segunda creí
que ya la había leído, pues me sonaba el principio; también la dejé aunque sin
estar segura de qué iba. Por fin volví a retomarla, ahora convencida de no
haberla leído y dispuesta a darle otra oportunidad; resulta que ha sido una de
esas veces en las que te dices a ti misma ¡menos mal que no la deseché del
todo! Me ha encantado porque, aunque suponga una paradoja Esa puta tan distinguida
es el relato del desencanto, al menos es la sensación que se me ha quedado al
terminarla. Y como es un relato-guion que oscila entre la verdad histórica y la
ficción literaria-cinematográfica, espero que uno de los mejores críticos de
cine que tiene actualmente nuestro país, Alberto Sáez, la lea, si no lo ha
hecho ya; seguro que él capta todos los guiños que aparecen a directores,
productores y películas.
Pero
la novela es desencanto, ira, frustración, vergüenza, odio hacia esa puta tan
distinguida que no es ni mucho menos Carolina sino una España franquista y la
inmediatamente posterior (de la actual no comentaremos nada pues no aparece en
la novela); porque fue este país el que obró con malicia y doblez (una acepción
del sustantivo “puta”) primero durante el franquismo, hacia todas aquellas
personas que no comulgaban con el régimen, o a las que a alguien le parecía que
no lo hacían; después, en la transición hacia una democracia, la doblez
persistió porque todavía quedaba miedo en algunos, en otros sed de venganza y
en muchos la miseria de querer enriquecerse a costa de ofrecer un supuesto
arte, prohibido hasta entonces, para borrar de la memoria colectiva las
tropelías cometidas durante cuarenta años.
Esa puta tan distinguida no defrauda porque lleva
el sello de Juan Marsé, de su novela
social, de la crítica infatigable hacia tantos infortunios que ha causado este
país «su chulo […] un mala bestia que la
obligó a participar en parrandas que montaba para un jefazo de la Falange o del
Gobierno Civil […] pero […] la instrucción policial sobre la carrera de
Carolina Bruil como prostituta no lo recogía, y tampoco en las actas del juicio
encontraría un rastro del asunto».
Parece
increíble que con 83 años se pueda escribir con tanta lucidez integrando el
humor y la dureza en el estilo. Aunando la realidad con la ficción, con ese
sueño en el que nos gustaría quedar atrapados a veces y otras poder escapar de
él sin conseguirlo. Esa unidad es la verdad que nos martillea una y otra vez,
de manera constante y despiadada hasta conseguir que no seamos nosotros mismos,
seres individuales, sino reflejos de una sociedad.
Marsé
defiende, de nuevo, la propia identidad y critica al gobierno, al estado, al
entorno que la destruye «En mis ficciones,
la vivencia real se somete a la imaginación, que es más racional y creíble. En
la parte inventada está mi autobiografía más veraz».
En
esta prosa, en primera persona con Marsé como protagonista, encontramos
desmemoria, que no es sino alguna estrategia del olvido necesaria para poder
seguir viviendo con algo de dignidad, tras haber sido torturado, encarcelado
durante años, para «explicarme cómo
surgió y por qué y de dónde proviene ese repentino e inescrutable desvarío que
arruinó mi vida…», de ahí que el propio Marsé, una vez que se da cuenta de
que echan por tierra su trabajo para hacer una película semipornográfica «para el guión definitivo Prada había
sugerido la colaboración de un escritor de telefilmes de acción rodados en
fabulosos escenarios de la Costa del Sol», admire a Sicart, quien, a pesar
de quedarse en la miseria y en el más absoluto de los olvidos no renuncia del
todo al orgullo pues mantiene «un
envaramiento que probablemente no era otra cosa que impostura pero que, aun
siéndolo, de algún modo le mantenía fiel a un pasado menesteroso, recosido y
funesto del que no sabía o no quería desprenderse, tal vez porque no tenía otro»
Al
leer la novela nos damos cuenta de que la memoria individual puede ser frágil,
puede ir debilitándose por causas naturales o provocadas, pero la memoria
colectiva ha de permanecer intacta; no podemos olvidar lo ocurrido en un
determinado momento de un país, no por el odio generado (aunque puede que
también) sino para que sirva de terapia y no vuelva a suceder. De ahí la
importancia de otro de los temas presentes en toda en esta obra de Juan Marsé,
no sólo la literatura, sino la escritura; el sentido que aportan las palabras a
la Historia «Porque este es el problema
¿Quién dijo que hay muchas formas de contar una historia pero sólo una trama?».
El
argumento es sencillo, en plena transición un escritor recibe el encargo de
hacer el guion de una película basado en el asesinato de una prostituta,
Carolina Bruil, en 1949, a manos, supuestamente, de Fermín Sicart, en la sala
de proyección del cine Delicias donde él trabajaba como ayudante de Liberto
Augé, miembro de la CNT.
Pero
este escritor, trasunto del propio Marsé,
aprovecha el guion cinematográfico para indagar en lo sucedido 40 años
atrás, de esta forma, con una técnica metacinematográfica va desarrollando su
propio guion basándose en lo ocurrido en la cabina de proyección en 1949; de
hecho llega a obsesionarse con el suceso «se
desvanecía la imagen tan arduamente elaborada de Carolina Bruil en la cabina
del cine […] y me obsesionaba: medias negras (¿de rejilla?), la gabardina
echada sobre los hombros y la película alrededor del cuello…»,para
instantes después percatarse de la realidad «¿Por
qué no mandas todo eso al carajo y te dedicas a lo tuyo? Puesto que el asunto
que de verdad te interesa —la desmemoria, la falsedad, la suplantación de
personalidad, la culpa no asumida, el fingimiento— no cuenta […] ¿por qué no
abandonas?». Al unir los informes de los que dispone con las entrevistas a Sicart
intenta recuperar la legitimidad de algo que quedó oscuro, y de esta forma
parece que termina la novela, sin llegar a descubrir la verdad; pero Marsé es
inteligente, y a través de todo el material del que dispone y que al principio
resulta caótico, va reconstruyendo las vidas de dos miserables; personas con
quienes la mala suerte se cebó y que fueron, como tantas otras, la tapadera de
intereses políticos y eclesiásticos «Disfruto
de una saludable clerofobia desde la más tierna adolescencia».
Además
critica el mundo del cine, el desamparo de guionistas frente a las ambiciones
de directores y productores. A pesar de que el escritor se burla del productor,
no hace caso a los directores que van surgiendo y conforma una posible realidad
basada en el psicoanálisis resultante de la entrevista a Sicart, no lo dejan
crear una película de profundidad psicológica que pueda extraer el porqué de
los hechos: «¿qué tal me iba con la puta
ciega? ¿El entrañable personaje crecía, daba juego, tal como me había sugerido?
¿Había tenido ocasión de conocer a Elsa Loris, esa maravillosa actriz que
bordaría el papel?».
Aprovechando
esta circunstancia, entre otras, Marsé reprueba con ironía a los malos actores
que no se sabe bien por qué siguen en cartel cuando ni su actuación es buena ni
sus chistes tampoco debido a que no son chistes sino zafiedades. «El sonido de nuestras películas es de una
insolvencia técnica clamorosa. Y la dirección de los actores no ayuda. No
vocalizan, y los diálogos no se entienden ¿O es que los técnicos de sonido son
muy malos?».
Pero
Marsé respeta el arte; la literatura, como no podía ser de otra manera, queda
enaltecida desde el principio en una entrevista que le hacen al autor y de
cuyas respuestas podríamos destacar, «Porque
siempre he confiado más en la escritura que en el blablablá», el amor por
el buen cine y la buena novela; esto es irrefutable «Los únicos clérigos que
respeto son el padre Pietro de “Roma, cittá aperta” de Rosellini, el Nazarín de
Galdós/Buñuel, el padre Brown de Chesterton y el furioso y zarrapastroso cura
irlandés de “La hija de Ryan” de David Lean», así como el amor hacia el
individuo como hombre, como ser humano «Cualquier
forma de nacionalismo me repugna».
En
Esa puta tan distinguida encontramos
la pasión por el cine unida a la literatura y a la persona en el personaje de
Felisa, la asistenta que, casi como una madre, lo reprende, lo anima a
escribir, lo aconseja y le hace reflexionar con sus adivinanzas sobre escenas
de películas de la edad doradas del cine «—Se
parece al hombrecito que merecía mejor suerte. Lo envenenaron, ¿recuerda? —dijo
dándome bruscamente la espalda—. Piénselo. Estaré en la cocina».
Felisa
cree que en el cine está el secreto de vivir, por eso es con ella con quien
encontramos los más agudos y originales diálogos, es la que destila humor de
sus actos, sus palabras, sus intenciones; de ahí que al ver a una actriz de
variedades insinuándose a su señor, ataca como mejor sabe para no poner en
peligro la armonía familiar del escritor.
«—Mejor que no sepa, querida. ¿Ha oído
hablar de la peste rosa? Feo asunto. —Y dirigiéndose a mí otra vez— (con una jeringuilla en
la mano) ¡Pantalones abajo, venga, no
tengo todo el día! Apártese, señorita, haga el favor.»
Marsé
entrega su guion y, a pesar de sus ironías «le
estoy encontrando gusto a la técnica del guion, a los fundidos y encadenados, a
los exteriores de día o de noche, a los diálogos en off, al flashback […] Son
formas narrativas novedosas e interesantes» sabe que luego harán con él lo
que quieran, puede que precisamente por eso se permita los sarcasmos continuos.
Puede que la película final sea el trasunto de una prostituta ciega y que
cuando metan a su amiga se arrepienta de todo para dedicarse a vender cupones
de la ONCE, pero en realidad en la novela de Marsé no se refleja un asesinato
claro sino una ayuda al suicidio, pero eso está en la memoria trastocada de
Sicart, de ahí el empeño en hacerla desaparecer.
Apuntado en mi lista de prioridades literarias. ¡Muchas gracias!
ResponderEliminarSiempre las gracias a vosotros, los que os preocupáis de la cultura para hacer de ésta una sociedad mejor. ¡Feliz año!
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