Mostrando entradas con la etiqueta novela argentina. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta novela argentina. Mostrar todas las entradas

domingo, 7 de junio de 2020

LO MUCHO QUE TE AMÉ



La última novela de Eduardo Sacheri posee una característica común con el resto de novelas escritas por este argentino, se lee con la misma facilidad. La pasión por el cine es otra constante que aparece aquí, así como el amor por la literatura. Esto último se observa tanto en referencias intertextuales como en la cantidad de recursos utilizados con los que consigue un lirismo extraordinario en su prosa.

La novela está contada en primera persona por Ofelia, la tercera de cuatro hermanas de una familia burguesa de los años 50. Esta familia está compuesta por el padre, la madre, las cuatro hijas y una tía soltera, hermana del padre, que vive con ellos. Está claro que el punto de vista de la mujer será el que predomine, precisamente en un momento en el que la mujer de determinada posición social empezaba a cuestionar su papel en la familia, y en una sociedad que le negaba formarse como persona para tomar decisiones que, hasta ese momento, eran asumidas por los hombres.

Ofelia ha conseguido estudiar y trabajar fuera de la empresa de su padre; feliz al ejercer su derecho a elegir cómo ganarse la vida, no se imagina la zozobra que va a sentir durante muchos años al tener que enfrentarse a uno de los sentimientos más primarios y contradictorios para una mujer del siglo XX: el amor.

A pesar de estar ambientada en Argentina, durante las revueltas peronistas, no es difícil poder identificar a cualquier mujer con Ofelia en una época en la que, una vez comprometida, resultaba difícil romper ese compromiso sin estar en el punto de mira de los demás, sin ser objeto de habladurías y descalificaciones. Ofelia representa a la mujer luchadora, derrotada una y otra vez, por ella misma antes que por nadie, al asumir una serie de convencionalismos que modifican, de forma natural, la actuación y el pensamiento.

La voz de Ofelia nos acerca, a través de las mujeres de su casa, a la concepción que se tenía de la mujer —y aún hoy se mantiene en determinados ámbitos—. Alguien criada para ser feliz y hacer feliz a un único hombre, aunque su primer objetivo ha de ser la maternidad «–Madres– dice mamá, como si el sustantivo fuese explicación suficiente».

Nos acerca, con analepsis, a las dificultades que entrañaba ser mujer si quería salir de la norma «Papá ni siquiera lo había considerado (el que estudiara) posible o conveniente. No. Así pasó con las más grandes. Rosa terminó la escuela primaria. Mabel […] no quería ser maestra sino bióloga. Al final pasó lo que pasó y esos detalles quedaron de lado».

Mediante estos flashback literarios con los que altera la cronología del relato, Ofelia puede conectar diversos momentos de su vida hasta que asistimos a un presente en el que todo cobra sentido. Asimismo, en la narración de la historia, la protagonista se permite a menudo hacer digresiones con las que alarga la extensión del relato, pero al mismo tiempo genera grandes expectativas en el lector, que quiere conocer hasta el último recoveco de su pensamiento. En las digresiones aparece la verdadera Ofelia, sus sentimientos y la perspectiva desde la que afronta lo que sucede «Hasta me siento más cerca de Delfina. Mucho más cerca».

Hay ocasiones en las que el inciso narrativo implica la expresión de una sucesión de sensaciones, que brotan directamente del subconsciente para que la protagonista reflexione en un monólogo interior, que la llevará directamente a la verdad, a lo que siente a pesar de todo, «Estoy sonriendo, y los ojos se me achinaron, y las lágrimas que sobrenadaban en mis ojos ahora se derramaron todas juntas».

En otras, el paréntesis narrativo desemboca en una prolepsis con la que adelantará lo que va a ocurrir en el futuro. La protagonista no engaña al lector, aunque se engañará a sí misma casualmente, «…la primera mentira que le dije a mi novio. La primera de unas cuantas».

Con todos estos giros, Sacheri encauza hacia el futuro el título. Lo mucho que te amé, de manera perfectamente ordenada, conduce a Ofelia a una sensación caótica, anacrónica, en la que teme y desea ciertos efectos y experiencias que no quisiera vivir nunca, aunque sea feliz siempre al imaginarlos.

Cuando Ofelia abandona la primera persona y adopta la tercera para referirse a ella misma, lo hace con la intención de eludir responsabilidades, es como si justificara una actitud que reprocharía en los demás mientras que para ella solicita benevolencia, «Y el amor de su vida se ha dedicado a hacerse la linda y la simpática con otro tipo».

Asimismo, hay momentos en los que intenta negar la culpa que la atormenta mediante un distanciamiento de sí misma a través de la segunda persona, aunque con la interrogación retórica exponga lo que realmente opina de la circunstancia «Veamos, Ofelia. Te cayó bien el novio de tu hermana […] ¿Está mal que hayas disfrutado de su compañía?».

La habilidad narrativa del autor se incrementa con diversos recursos literarios que convierten el lenguaje coloquial en algo sublime comparable a la lírica. Es lo que ocurre cuando la naturaleza se alía a las sensaciones de Ofelia hasta quedar totalmente integradas: «El sol debe estar bajando porque la tarde, de repente, se me ha vuelto menos agradable. Más fresca, supongo».

Con el polisíndeton remarca la condición amargada de la tía Rita, multiplica su malestar, propio del resentimiento, y lo extiende a todas aquellas mujeres destinadas a formar parte de hogares ajenos, a vivir con la culpa de no haber cumplido con las expectativas que la sociedad tenía para ella, el matrimonio y la maternidad, «manda encerar una vez, y otra vez, y otra vez, los escalones de roble».

También con la anáfora, Ofelia refuerza el caos que habita en su cerebro donde no es posible que convivan la realidad y el deseo. Los sentimientos se adueñan de sus actos en la mente, aunque no permite que se manifiesten, por eso la protagonista, incapaz de expresar lo que hace, concreta mediante metáforas las abstracciones vividas, «proferido no ya desde mi montaña de imbecilidad sino desde la cordillera de cinismo».

Las antítesis unidas al polisíndeton, al paralelismo, a la anadiplosis y los sinónimos refuerzan la complejidad del amor, las emociones encontradas que ocuparán para siempre su mente, la ansiedad constante frente a la felicidad inmediata, «Siento vértigo, siento miedo, siento vergüenza. Pero lo que siento sobre todo es alegría. Una alegría feroz, una alegría volcánica».

Y en este ir y venir Ofelia va madurando. Su voz se une a la de Mabel, su hermana desaparecida, para actuar como una sola en el enfrentamiento a las reglas impuestas a la mujer, una normativa cargada de odio y de hipocresía moral que toma voz en la tía Rita. Normativa intransigente a la que no le valen los razonamientos, por lo que solo se puede vencer con acciones.

En un primer momento el amor de Ofelia toma contacto con la realidad exterior para percibir la vergüenza. Después los sentimientos se replegarán hacia ella misma para advertir el dolor de la tensión entre lo que quiere y lo que debe ser «sin que palabras como traición, engaño o deslealtad me asalten». Finalmente, le basta unir su deseo a los recuerdos para tomar una determinación en la que se encuentra cómoda, realizada, «A mi alrededor gira el mundo».

La memoria juega un papel fundamental en su decisión final, el recuerdo de cómo ha vivido su tía Rita, de cómo lo han hecho sus hermanas le ha servido para tomar consciencia de qué es lo que quiere. El final de la novela es apoteósico, una metáfora de la liberación de la mujer en la que, en la mente de Ofelia, se unen las voces de sus tres hermanas, de la amiga Mechita y de la tía, curiosa alegoría del machismo tiránico que se mantiene, como un parásito, con la aceptación de todos.

Estas voces han ido ocupando su pensamiento hasta aplastarla como mujer, hasta que la domina una culpa que no la deja respirar. La mentira se ha instalado en ella para suplantar a la verdad, al igual que en Lo mucho que te amé el cine se introduce en la vida, la ficción en el sueño y la realidad en la literatura para conseguir que Ofelia viva angustiada en una dualidad que va encerrando otras, «como si fueran esas muñequitas rusas», hasta que no puede más; «no puedo evitar que en mi cabeza se formen, concluyentes, las palabras que me gritan que Gene Kelly, Debbie Reynols, Donald O’Connor y Jean Hagen se pueden ir bien, pero bien, a la mierda».

Genial, como siempre, Eduardo Sacheri, que también en este caso ha escrito una novela que, «En el fondo es eso. Una cuestión de libertad».

lunes, 4 de mayo de 2020

ELENA SABE



Tres personajes que arrasan poco a poco nuestra intimidad hasta aniquilarnos. Tanto, que cuesta salir de los escombros en los que han quedado convertidas sus vidas y que, según vamos avanzando en la novela, ya forman parte de la nuestra. Porque empatizamos con ellas. Son tres mujeres. Y, en una novela negra, reclaman el derecho a vivir mejor, a poder decidir sobre su existencia. Elena lo sabe, por eso, desesperadamente despacio se presta a que una narradora, no puede ser sino una mujer, la siga durante un día para contarnos su periplo por algunos barrios de Buenos Aires hasta llegar a Olleros. Hace veinte años estuvo allí y ahora, desmoralizada ante la situación, ve la única salida a su dolor. Porque Elena sabe que su hija está muerta. Elena sabe que no ha podido suicidarse. Elena sabe que la han matado. Pero la policía no la cree, los vecinos no insisten para no aumentar su dolor. El cura ya ha condenado el hecho de que su hija se sienta más poderosa que Dios y decida sobre su cuerpo.

Elena sabe no es una novela negra al uso, pero lo es. Negra. Nos encontramos con un cadáver, el de Rita, que apareció colgado del campanario de la iglesia. Las pruebas apuntan a que fue un suicidio pero Elena, su madre, sabe que esa tarde no pudo acercarse al campanario porque llovía y ella tenía miedo a que un rayo la fulminara. Desde pequeña. Elena sabe que su hija era religiosa, trabajaba de maestra en el colegio parroquial y solo faltaba a su obligación cuando había tormenta, por miedo. Solo mentía en esas ocasiones, en las que con la excusa de encontrarse enferma se quedaba en casa. Elena sabe que Rita no pudo quitarse la vida porque el cuerpo no nos pertenece, solo a Dios, por eso veinte años atrás obligó a Isabel, sin conocerla, a continuar con su embarazo. Con la ayuda de Elena la llevó a su casa y la entregó a su marido para que pudieran tener el niño. A pesar de que Isabel no quería. Elena sabe que Rita no dispondría de su cuerpo, es fuerte, ha aceptado una vida en soledad para ayudarla con esa «puta enfermedad puta» porque Elena tiene Parkinson, no, «lo sufre».

Claudia Piñeiro retrata en doscientas páginas el tormento de tres mujeres. Presenta el dolor con una prosa cruel inmersa, paradójicamente, en un lenguaje conversacional en el que confluyen de forma caótica todas las voces; el narrador y los dialogantes exponen sus opiniones, sus pensamientos, sin verbos introductorios; con esta escritura automática la narración se acerca a la comunicación oral y el lector se encuentra allí, con los personajes que van hablando, y entiende a quién pertenece la réplica, entiende a cada uno cuando opina lo que opina.

En Elena sabe no importa quién mata. Importa entender cómo tres mujeres son capaces de vivir al límite de sus fuerzas. Importa conocer diferentes maneras de infelicidad. La novela negra ha cambiado desde sus comienzos, aunque la base sobre las que se asienta sigue siendo un cadáver (o varios) y una investigación de por qué está muerto y quién es el culpable. Elena sabe cumple los requisitos. Al final conocemos, gracias a la investigación que lleva a cabo Elena, quién ha matado a Rita. Pero Claudia Piñeiro ha dado otra vuelta de tuerca a la novela negra, la ha reinventado.

La autora nos presenta una narración que no refleja el mundo profesional del crimen pero sí se desarrolla en un ambiente oscuro, a la luz del día, en la oscuridad que oculta a sus protagonistas. La atmósfera que las envuelve no es de miedo sino de asfixia, no hay violencia aunque predomina la derrota.

La estructura es dual, antagónica y paralela al mismo tiempo. Por eso duele más. Hay, en principio, un eje de investigación, la desaparición física de Rita, que se irá desdoblando en diferentes formas de morir o diferentes formas de matar.

El tiempo novelado es una jornada, todo se resuelve en un día, que Elena va marcando, no de forma horaria sino según la medicación que debe tomar. Sin embargo el tiempo que pasa Elena investigando desde la muerte de Rita son tres meses aunque para entender y descubrir al culpable deba retrotraerse cuarenta años atrás. La acción transcurre lenta.

Aunque Rita muera físicamente, el tema principal es intimista. Es la tortura que provoca una enfermedad a quien la padece y a quienes rodean a la marioneta en la que se convierte el enfermo.

Existe otro tema principal que viene de las ramas en las que se divide la base estructural, es el dolor que somos capaces de soportar por no saber enfrentarnos a la violencia y la humillación.

Como tema secundario, que acompaña y acrecienta el suplicio, aparece la pobreza y sus consecuencias, la invisibilidad social que provoca en los conciudadanos, en los organismos oficiales…

Los personajes quedan dibujados con una profundidad psicológica increíble y para ello, la autora despliega todo un arsenal de recursos. Las repeticiones son variadas y constantes, nos abruman, generan en nosotros la misma angustia que sienten las protagonistas. Mediante oraciones condicionales, la narradora subraya la limitación física de Elena «aunque su cerebro ordena movimiento, el pie derecho no se mueve». La epanadiplosis refuerza el constante ir y venir al que debe someter su mente para que cualquier maniobra física no se vea malograda, «Cuenta calles en el aire. Recita […] Lupo, Moreno, 25 de Mayo, Mitre, Roca. Roca, Mitre, 25 de Mayo…»

El sufrimiento innato de la mujer, su condición inferior, queda de manifiesto con la acumulación de figuras literarias, que aportan gran importancia a la forma narrativa. La metáfora unida a la comparación, la repetición, la personificación y la frase nominal consiguen anular por completo a la mujer hasta convertirla en una mera fatalidad «Parkinson […] y una enfermedad es femenina. Como lo es una desgracia. Entonces decide que lo va a llamar Ella […] y una degeneración de las células […] Degeneración. A ella y a su hija».

La suerte de la mujer queda en manos de un destino caprichoso, cruel. Una desgracia que, a fuerza de repetirse, empeorará inevitablemente, tal como nos lo advierte el deterioro ortográfico «el cleido mastoideo, la sustancia nigra, la puta y la levodopa». Tal es su imperfección que la humillación constante la cosifica, se siente vacía y no puede hacer nada por evitarlo. No entiende su situación, necesita las comparaciones incisivas para estar segura de su estado, para que no se le olvide «Habló y mientras hablaba, lloraba […] desde que su cuerpo es de Ella, de esa puta enfermedad puta, ya no siquiera es dueña de sus lágrimas […] como si tuvieran que regar un campo yermo».

La finalidad principal de la metáfora es mimética, aunque en ocasiones establecemos una relación de correspondencia entre los dos significados. Elena ve un «círculo imperfecto»; está incapacitada para cerciorarse de lo que ocurre a su alrededor, solo percibe aquello que cree. En esta relación intuimos a su vez la imagen empequeñecedora que ella ofrece a los demás, tanto que se hace invisible «Muchos pies forman un círculo imperfecto a dos metros de su marcha. Palos que deben sostener estandartes o banderas o carteles. Palos que sostienen quejas […] ella también lleva el palo con su queja aunque nadie lo vea».

El esfuerzo al que está sometida queda agrandado en la descripción exhaustiva de acciones intrascendentes. El lenguaje denota una serie de actos especificados según su punto de vista. Gracias a esta perspectiva aparecen las connotaciones, los sentimientos de Elena, reforzados en el verbo final «espera […] buscar […] decir […] abrir […] extender […] apretar […] meterlo […] bajar […] doblar […] ignorar […] Elena arrastrará sus pasos».

En la desgracia absoluta a la que se enfrenta, Elena está obligada a mirar con ironía, a veces con sarcasmo. El humor destila la vitalidad que tuvo, su carácter resolutivo «¿No tiene nadie que le lustre los zapatos, Padre […] pídale a los chicos esos que se ocupan del mantenimiento de su iglesia, sus zapatos también son su iglesia».

La narración que comienza in medias res «Se trata de levantar el pie derecho…» se va ampliando con digresiones, a través de las que va contando su vida a partir de un objeto, una persona o un recuerdo. El discurso queda interrumpido constantemente. El día que ocupa Elena en llegar a casa de Isabel se dilata con otros temas que van dirigiendo la atención del lector hacia otros personajes y van informando con exactitud de los sucesos importantes, clave para entender el misterio. ¿Por qué Rita muere? ¿Por qué Elena, pese a todo, tiene ganas de vivir? Los paralelismos ayudan a equiparar la vida y la muerte. Todo es lo mismo para estas mujeres de fuerza increíble, obligadas a una vida dura, a una muerte despiadada, «hace tres meses cumplió diecinueve, hace tres meses murió Rita, dice Elena, y a Isabel se le aflojan las piernas».

Novela intensa, negra, que retrata la vida negra a la que están condenadas ciertas mujeres. Tan negra como la muerte.