La
última novela de Eduardo Sacheri posee
una característica común con el resto de novelas escritas por este argentino, se
lee con la misma facilidad. La pasión por el cine es otra constante que aparece
aquí, así como el amor por la literatura. Esto último se observa tanto en
referencias intertextuales como en la cantidad de recursos utilizados con los
que consigue un lirismo extraordinario en su prosa.
La
novela está contada en primera persona por Ofelia, la tercera de cuatro
hermanas de una familia burguesa de los años 50. Esta familia está compuesta
por el padre, la madre, las cuatro hijas y una tía soltera, hermana del padre,
que vive con ellos. Está claro que el punto de vista de la mujer será el que
predomine, precisamente en un momento en el que la mujer de determinada
posición social empezaba a cuestionar su papel en la familia, y en una sociedad
que le negaba formarse como persona para tomar decisiones que, hasta ese
momento, eran asumidas por los hombres.
Ofelia
ha conseguido estudiar y trabajar fuera de la empresa de su padre; feliz al
ejercer su derecho a elegir cómo ganarse la vida, no se imagina la zozobra que
va a sentir durante muchos años al tener que enfrentarse a uno de los
sentimientos más primarios y contradictorios para una mujer del siglo XX: el
amor.
A
pesar de estar ambientada en Argentina, durante las revueltas peronistas, no es
difícil poder identificar a cualquier mujer con Ofelia en una época en la que,
una vez comprometida, resultaba difícil romper ese compromiso sin estar en el
punto de mira de los demás, sin ser objeto de habladurías y descalificaciones.
Ofelia representa a la mujer luchadora, derrotada una y otra vez, por ella misma
antes que por nadie, al asumir una serie de convencionalismos que modifican, de
forma natural, la actuación y el pensamiento.
La
voz de Ofelia nos acerca, a través de las mujeres de su casa, a la concepción
que se tenía de la mujer —y aún hoy se mantiene en determinados ámbitos—.
Alguien criada para ser feliz y hacer feliz a un único hombre, aunque su primer
objetivo ha de ser la maternidad «–Madres–
dice mamá, como si el sustantivo fuese explicación suficiente».
Nos
acerca, con analepsis, a las dificultades que entrañaba ser mujer si quería
salir de la norma «Papá ni siquiera lo
había considerado (el que estudiara)
posible o conveniente. No. Así pasó con las más grandes. Rosa terminó la
escuela primaria. Mabel […] no quería ser maestra sino bióloga. Al final pasó
lo que pasó y esos detalles quedaron de lado».
Mediante
estos flashback literarios con los
que altera la cronología del relato, Ofelia puede conectar diversos momentos de
su vida hasta que asistimos a un presente en el que todo cobra sentido.
Asimismo, en la narración de la historia, la protagonista se permite a menudo
hacer digresiones con las que alarga la extensión del relato, pero al mismo
tiempo genera grandes expectativas en el lector, que quiere conocer hasta el
último recoveco de su pensamiento. En las digresiones aparece la verdadera
Ofelia, sus sentimientos y la perspectiva desde la que afronta lo que sucede «Hasta me siento más cerca de Delfina. Mucho
más cerca».
Hay ocasiones
en las que el inciso narrativo implica la expresión de una sucesión de
sensaciones, que brotan directamente del subconsciente para que la protagonista
reflexione en un monólogo interior, que la llevará directamente a la verdad, a
lo que siente a pesar de todo, «Estoy
sonriendo, y los ojos se me achinaron, y las lágrimas que sobrenadaban en mis
ojos ahora se derramaron todas juntas».
En
otras, el paréntesis narrativo desemboca en una prolepsis con la que adelantará
lo que va a ocurrir en el futuro. La protagonista no engaña al lector, aunque
se engañará a sí misma casualmente, «…la
primera mentira que le dije a mi novio. La primera de unas cuantas».
Con
todos estos giros, Sacheri encauza hacia el futuro el título. Lo mucho que te amé, de manera perfectamente ordenada, conduce a Ofelia a
una sensación caótica, anacrónica, en la que teme y desea ciertos efectos y
experiencias que no quisiera vivir nunca, aunque sea feliz siempre al
imaginarlos.
Cuando
Ofelia abandona la primera persona y adopta la tercera para referirse a ella
misma, lo hace con la intención de eludir responsabilidades, es como si
justificara una actitud que reprocharía en los demás mientras que para ella
solicita benevolencia, «Y el amor de su
vida se ha dedicado a hacerse la linda y la simpática con otro tipo».
Asimismo,
hay momentos en los que intenta negar la culpa que la atormenta mediante un distanciamiento
de sí misma a través de la segunda persona, aunque con la interrogación
retórica exponga lo que realmente opina de la circunstancia «Veamos, Ofelia. Te cayó bien el novio de tu
hermana […] ¿Está mal que hayas disfrutado de su compañía?».
La
habilidad narrativa del autor se incrementa con diversos recursos literarios
que convierten el lenguaje coloquial en algo sublime comparable a la lírica. Es
lo que ocurre cuando la naturaleza se alía a las sensaciones de Ofelia hasta
quedar totalmente integradas: «El sol
debe estar bajando porque la tarde, de repente, se me ha vuelto menos
agradable. Más fresca, supongo».
Con
el polisíndeton remarca la condición amargada de la tía Rita, multiplica su
malestar, propio del resentimiento, y lo extiende a todas aquellas mujeres
destinadas a formar parte de hogares ajenos, a vivir con la culpa de no haber
cumplido con las expectativas que la sociedad tenía para ella, el matrimonio y
la maternidad, «manda encerar una vez, y
otra vez, y otra vez, los escalones de roble».
También
con la anáfora, Ofelia refuerza el caos que habita en su cerebro donde no es
posible que convivan la realidad y el deseo. Los sentimientos se adueñan de sus
actos en la mente, aunque no permite que se manifiesten, por eso la
protagonista, incapaz de expresar lo que hace, concreta mediante metáforas las
abstracciones vividas, «proferido no ya
desde mi montaña de imbecilidad sino desde la cordillera de cinismo».
Las
antítesis unidas al polisíndeton, al paralelismo, a la anadiplosis y los
sinónimos refuerzan la complejidad del amor, las emociones encontradas que
ocuparán para siempre su mente, la ansiedad constante frente a la felicidad
inmediata, «Siento vértigo, siento miedo,
siento vergüenza. Pero lo que siento sobre todo es alegría. Una alegría feroz,
una alegría volcánica».
Y en
este ir y venir Ofelia va madurando. Su voz se une a la de Mabel, su hermana
desaparecida, para actuar como una sola en el enfrentamiento a las reglas
impuestas a la mujer, una normativa cargada de odio y de hipocresía moral que
toma voz en la tía Rita. Normativa intransigente a la que no le valen los
razonamientos, por lo que solo se puede vencer con acciones.
En
un primer momento el amor de Ofelia toma contacto con la realidad exterior para
percibir la vergüenza. Después los sentimientos se replegarán hacia ella misma
para advertir el dolor de la tensión entre lo que quiere y lo que debe ser «sin que palabras como traición, engaño o
deslealtad me asalten». Finalmente, le basta unir su deseo a los recuerdos
para tomar una determinación en la que se encuentra cómoda, realizada, «A mi alrededor gira el mundo».
La
memoria juega un papel fundamental en su decisión final, el recuerdo de cómo ha
vivido su tía Rita, de cómo lo han hecho sus hermanas le ha servido para tomar
consciencia de qué es lo que quiere. El final de la novela es apoteósico, una
metáfora de la liberación de la mujer en la que, en la mente de Ofelia, se unen
las voces de sus tres hermanas, de la amiga Mechita y de la tía, curiosa
alegoría del machismo tiránico que se mantiene, como un parásito, con la
aceptación de todos.
Estas
voces han ido ocupando su pensamiento hasta aplastarla como mujer, hasta que la
domina una culpa que no la deja respirar. La mentira se ha instalado en ella
para suplantar a la verdad, al igual que en Lo
mucho que te amé el cine se introduce en la vida, la ficción en el sueño y
la realidad en la literatura para conseguir que Ofelia viva angustiada en una
dualidad que va encerrando otras, «como
si fueran esas muñequitas rusas», hasta que no puede más; «no puedo evitar que en mi cabeza se formen,
concluyentes, las palabras que me gritan que Gene Kelly, Debbie Reynols, Donald
O’Connor y Jean Hagen se pueden ir bien, pero bien, a la mierda».
Genial,
como siempre, Eduardo Sacheri, que también en este caso ha escrito una novela
que, «En el fondo es eso. Una cuestión de
libertad».
No hay comentarios:
Publicar un comentario