Parece
increíble que un libro tan pequeño contenga tanto.
Es
un libro corto, no llega a doscientas páginas, pero grande. Como grande es su
protagonista: la naturaleza vista desde diferentes perspectivas, los seres
vivos, humanos, animales y vegetales y los que no lo están pero hacen posible
la vida: la nubes, la lluvia, la montaña, la tierra… Hay hasta dieciocho puntos
de vista, subjetivos, diversos, algunos contradictorios que, en forma de voces
narrativas se van presentando en primera persona de forma individual mientras
tejen una red que los engloba a todos, que los hace partes interactivas de una
unidad.
Al
leer Canto
yo y la montaña baila tenemos la certeza de que el canto es el de la
vida, más allá de la muerte, y de que las ganas de vivir de Irene Solà han hecho posible que de
estas páginas, llenas de dolor, de sufrimiento y de muerte, salga uno de los
homenajes escritos más bellos a la alegría de estar vivos.
Las
montañas del Pirineo conforman el espacio. Todo lo perteneciente al entorno
influye en los seres que lo habitan; seres amados por la autora, tratados con
respeto porque ella está segura de que todos cuentan.
La
estructura, fragmentada en diferentes voces narrativas y enlazada en los
hechos, hace del libro una novela coral con narradores intradiegéticos que
exponen los acontecimientos de forma sesgada, según los sienten en el momento
elegido. Los lectores conocemos la versión de cada narrador aunque no podamos
evitar que la tensión se acumule conforme vayamos siendo testigos de sus
apreciaciones.
Cada
capítulo está contado desde el punto de vista de un personaje que habita en la
montaña. El protagonismo va cediendo paso de unos a otros, de esta forma,
normalmente en primera persona, somos conscientes de la importancia de la
lluvia o de los animales en el medio ambiente y su influencia en el ser humano.
Todos los seres vivos estamos para conseguir que la naturaleza funcione.
Apreciamos los sentimientos de los animales o las motivaciones y debilidades de
los humanos.
Incluso
las montañas, que parecen inamovibles avisan en su discurso profético de que
nada es eterno «Y nuestros restos,
nuestros despojos, nuestras peñas se convertirán en valles, llanuras, toneladas
de materia rocosa que se hunde en el mar».
No
podemos desengancharnos de esta novela en la que en ocasiones tenemos la
impresión de estar ante cuentos independientes. Esto le confiere al libro una
personalidad diferente porque cada voz conserva distintas matizaciones, desde
la emocionada de Sió hasta la pícara de las nubes. Son ópticas diferentes que
expresan emociones, órdenes, dudas, deseos… a veces ironizan, otras ruegan,
afirman o niegan. A veces aparecen matices recelosos y otras reveladores.
La
vida es dura en la montaña, no cabe duda, para todos, pero primordialmente para
la mujer pues ha sufrido el peso de las supersticiones, la ignorancia y el odio
irracional del hombre «Ponía el mantel,
el pan, el vino, las viandas, el agua y un espejo, para que se miraran en él
los malos espíritus y se vieran comiendo y bebiendo y así no mataran a sus
hijos. Pero también te pueden ahorcar por una cosa pequeñita».
Aunque
es dura, el tono que predomina es el poético, incluso cuando aporta un enfoque
dudoso que consigue aumentar la tensión. El tono irónico, que aparece en
ocasiones en las leyendas mitológicas, evidencia las contradicciones que los
hombres han mantenido desde tiempos inmemoriales con la mujer «el propio Heracles, después de violarla y
dejarla encinta, encontró su cuerpo devorado por las alimañas en la montaña y
le rindió honras fúnebres […] Hombre, Heracles, ¡gracias!».
En
la actualidad, cuando el tono informativo se transforma en didáctico, alerta de
lo indescifrable de la barbarie que supuso la guerra civil. Los cadáveres de
los que huían de la guerra reviven y reivindican la vida sesgada con la que
llenaron las montañas «Cuando huíamos
casi no se veía el río. Como si también tuviera miedo y se escondiera, y solo
se oía su murmullo como un susurro asustado».
La
autora, Irene Solà, necesita las voces de los muertos para entenderlo todo; los
fantasmas acuden en ayuda de los vivos para poder superar el dolor de la
ausencia. Escribe una ficción con retazos de realidad en los diversos
conflictos que surgen. Prácticamente cada personaje tiene uno, porque así es la
vida, y no todos se resuelven o lo hacen con el devenir; el paso del tiempo
está siempre presente y el espacio es el que contextualiza la propia estructura
de la novela, porque el propio ambiente, con el acontecer, desarrolla y arregla
la situación.
Asimismo,
en su estructura encontramos, en algunos párrafos, poesía, «No hay pena si no hay muerte. No hay dolor si el dolor es compartido.
No hay dolor si el dolor es memoria…». O percibimos algunas cancioncillas
que uno de los muertos compone al fundirse con la tierra; de esta forma
descubre y nos descubre qué le ocurrió y cuáles fueron sus sensaciones
No
quería ponerte triste, tan solo, Jaume,
no
quería dejarte solo, tan triste, Jaume.
El
poema dedicado a Mia es en realidad el estado de ánimo en el que ella se queda
tras ser separada abruptamente de su hermano. Todo el capítulo La poesía no constituye una selección
lírica sino un refuerzo con el que afianzar la unión del hombre y la naturaleza
Ven,
madre, hablemos
de
lo que pasa en el bosque, por la noche
y
para asegurar que en esa unión reside el título del libro, la esencia:
Canto
como si plantara
[…]
Como
Dios creando animales y plantas.
Canto
yo y la montaña baila.
Y en
esta estructura, que no es la de poesía, ni la de prosa poética ni la de novela,
también encontramos pasajes donde los sueños forman parte de la realidad; al
principio le cuesta al personaje diferenciar lo onírico de lo real pero después
es capaz de distinguirlo aunque lo introduzca en su cotidianeidad.
Canto yo y la montaña baila no pertenece al realismo mágico o no,
al menos, al referente del boom hispanoamericano. Me cuesta dónde clasificar
esta novela de Irene Solà por eso estoy convencida de que en ello reside su
belleza; los sentimientos son primordiales pero no podemos afirmar que estemos
ante una novela psicológica; no ahonda en los motivos o temores de los
personajes, en sus causas; están ahí y aparecen sin llamarlos, en el sueño o en
el pensamiento. La nostalgia, la melancolía, la tristeza, la alegría, el miedo,
la fuerza de todos los que conforman el paisaje es un canto a la naturaleza y a
la integridad del ser humano.
Solà ha conformado una historia a través de los años que le va dando carácter a las
montañas y a quienes las habitan. La naturaleza parte de la imaginación, donde
la memoria armoniza el espacio cambiante en el tiempo, por eso es capaz de
igualarse en un cronoespacio que despierta la sensibilidad y emotividad del
lector
Cruzan la montaña como si fuera un campo […] Les digo adiós con la mano […] ¡Adiós, adiós! […] ¡Adiós, adiós! Les digo adiós con la mano y se meten en la mañana para no volver nunca más.
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