miércoles, 28 de febrero de 2024

LAS HERMANAS JACOBS

No había leído nada de Benjamin Black y después de terminar esta novela estoy desolada. En fin, desolada por varias razones: ha recibido el premio Kafka, el Príncipe de Asturias, el austriaco de Literatura Europea, el Man Broker… y yo no sabía de su existencia. Tampoco conocía que su nombre verdadero es John Banville pero le gusta firmar con seudónimo cuando escribe novela negra. Esto tiene arreglo, claro. Y demuestra que estaré aprendiendo hasta el final.

Otra razón de mi inquietud es que el final de Las hermanas Jacobs me ha dejado cierto pesar aunque, no obstante, no me ha impedido disfrutar de la prosa de Black.

Según afirma la editorial en la solapa del libro, Las hermanas Jacobs es la primera novela en la que el policía Strafford y el patólogo Quirke investigan juntos un caso. Creo que nunca saldrá a la luz literaria una pareja con menos magnetismo entre ellos.

Precisamente por eso los lectores esperamos constantemente ver cómo se mueven en la investigación, pero va cada uno por su cuenta y cuando se juntan es como si saltaran chispas entre ellos. No pueden ser más diferentes. En eso reside el encanto, en la originalidad de unir a dos perdedores atormentados que sobrellevan su desgracia de forma totalmente distinta. Mientras el médico es rencoroso y amargado, el policía es algo abúlico, probablemente por su complejo de inferioridad, «Quirke se encogió de hombros […] Claro que Strafford era también un simulacro […] Pese a su timidez, era un imbécil engreído. Al carajo con él. Encendió otro cigarrillo».

La novela va mucho más allá de la resolución de un crimen. En un garaje, dentro de su coche, aparece muerta Rosa Jacobs, al parecer por inhalación del gas del tubo de escape. Pero algo en la puesta en escena, la manguera que forma un circuito cerrado entre el tubo y el interior del vehículo, hacen sospechar de un asesinato al inspector de la Garda irlandesa, el protestante John Strafford, y al doctor Quirke, viudo a consecuencia de un ataque en España, en el que estuvo presente Strafford sin poder hacer nada por su esposa.

La investigación, una vez con la seguridad de que es un asesinato, los lleva al Trinity College, donde Rosa estaba realizando su doctorado con el profesor Armignac, y hasta la familia Kessler, padre e hijo alemanes que, extrañamente, tenían negocios en Israel.

Para el entierro de Rosa acuden su padre y su hermana, Molly Jacobs, una periodista, con amigos en Israel, que también se verá implicada en los hechos desde el momento en que otra periodista es asesinada en Tel Aviv. La trama se va enrareciendo; muertes que parecían accidentes; inocentes, que no lo parecen, son responsables con gran poder político y eclesiástico; amenazas veladas y directas de la iglesia al propio inspector jefe de la policía, Hackett, que se verá en la disyuntiva de abandonar la investigación o quedarse sin la retribución de su próxima jubilación… Y un culpable que parece tan inocente que no logran atraparlo.

Nos enteraremos de la verdad, a medias, por la confesión de uno de los principales sospechosos, que a su vez se suicida ante el propio Strafford, y por las páginas del diario donde el asesino, machista, xenófobo, psicótico, o simplemente soberbio desequilibrado, cuenta lo que ocurrió desde el principio.

En fin, nos quedamos afligidos porque esperamos que la justicia actúe tras descubrir la verdad, sin tener en cuenta que, en la realidad, hay asesinos que siguen en libertad, hay poderes políticos que se corrompen y hay poderes eclesiásticos que actúan a modo de dioses decidiendo lo que es o no permisible. Las hermanas Jacobs es un retrato del horror de una guerra, cualquiera, y de las consecuencias más despiadadas e inhumanas (hasta ahora) que se han llevado a cabo: el Holocausto.

¿Quiénes son los protagonistas de Las hermanas Jacobs? Está claro que ni Strafford ni Quirke tienen un papel relevante. Ellos intuyen pero no demuestran lo que pasó, no tienen pruebas. La red politicosocialeclesiástica urdida alrededor es tan tupida que apenas pueden avanzar.

Creo que el narrador es el verdadero protagonista. Es el que dirige el relato, quien se introduce en los diálogos para sacar a flote sus pensamientos, como si perteneciesen a una memoria no programada, involuntaria. El narrador consigue que lo de menos sea el caso. Al lector le atrae tanto la resolución de los asesinatos como qué pasó con los protagonistas. Atormentados. Y qué pasó con los supervivientes de una guerra cruel. Atormentados. El paso del tiempo es el encargado de modelar a Quirke, Strafford, Kessler, Jacobs… y al mismo tiempo consigue que los lectores reflexionemos sobre las relaciones humanas, sobre las clases sociales, sobre el poder… Conforme vamos leyendo descubrimos aquellos acontecimientos que hicieron de los personajes lo que son en el presente y todos sentimos cierta empatía, con ese policía indolente o con el patólogo alcoholizado, en algún momento. Todos deseamos que la vida les sonría aunque Benjamin Black sea ferozmente realista y los obligue a llevar una vida mediocre.

Basta un olor, una mirada, un roce para que acudan a la memoria sucesos desordenados, «dedujo lo que estaba pensando ¿Qué clase de hombre pretendería olvidar su pena en una sala de disección? […] La muerte es un concepto abstracto. No es un acontecimiento de la vida […] Los que se quedan atrás son quienes sufren». En las reflexiones del narrador, introducidas bajo el punto de vista de cualquier personaje, intuimos a John Banville; es el autor quien, muy lentamente, hace que los lectores vayamos ordenando esos sucesos en una línea temporal, hasta poder concluir cuáles son los causantes del conflicto y cuál es la personalidad que acarrea cada uno de los implicados en la trama, «… así lo veía Strafford […] no le inquietaba. Los seres humanos se conocen muy poco entre sí […] Ni siquiera era seguro que ella lo hubiera abandonado. Sencillamente se había ido y hasta la fecha no había vuelto».

El autor experimenta con la escritura hasta que los pensamientos de algún protagonista se transforman en verdaderos monólogos interiores, que contienen la experiencia humana atemporal. La prosa se llena de detalles sensoriales, por lo que en todo momento se capta a la perfección el juicio de los personajes, «Se puso unos pantalones de pana y su vieja chaqueta de tweed con coderas de cuero […] Recordó la inmaculada chaqueta de loden de Wolfgang Kessler […] Al igual que Quirke estaba convencido de que Kessler era un farsante. Pero ¿qué tipo de farsante?».

Benjamín Black no abandona la función controladora que ejerce con maestría sobre los personajes, incidiendo en su propio discurso, para exponer las emociones que le sugieren los dos protagonistas y para reflexionar, con dureza, sobre la condición humana, «De igual modo podría haberse actuado contra los zurdos o los pelirrojos. La necedad humana no conocía límites».

Creo que hay que convenir con Black en que la raza humana, además de estúpida, es peligrosa.

Las hermanas Jacobs es una acusación implacable del odio atemporal y del rencor actual «—Conseguiremos la tierra. La tomaremos. Ya lo verá».

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