sábado, 30 de julio de 2022

LA PLAYA DE LOS AHOGADOS


¡Qué poco tiempo ha tenido Domingo Villar para escribir! y qué pena para nosotros, lectores que lo hemos descubierto tarde. He terminado La playa de los ahogados. No conocía el título ni al autor; menos mal que mi hermana me lo recomendó y, además me dejó el libro. Lo he leído del tirón. En algunos momentos, Villar me ha recordado a Vázquez Montalbán, el grande desaparecido de la novela negra española; no es que tengan un estilo igual, ni sus protagonistas las mismas inquietudes, pero cada uno a su manera, supo transmitir, con un estilo ameno y penetrante, el amor hacia su tierra y el gusto por la buena cocina, algo que, en Domingo Villar aporta cierto halo costumbrista y, por supuesto, contribuye a valorar los elementos de la cultura popular. He de reconocer que, mientras leía la novela he sentido ganas de probar las castañas de Lola o la lechuga gallega. Alimentos sencillos pero sugerentes por la descripción que les acompaña. La cocina como marca de identidad rubrica la diferencia de valores, donde lo sencillo prevalece y lo tradicional se vuelve imprescindible «—¿Te estás cuidando? —No —aseguró. Es que aquí tienen una lechuga cojonuda. —¿Aquí? —En Galicia —Ah, ya».

Nécoras, camarones, pulpo, percebes, tortilla de patatas, ensalada, patas con garbanzos, fideos con almejas son una muestra de los platos que, naturalmente, comen los protagonistas, con la única pretensión de que sean alimentos frescos. Y sigo pensando que Galicia es una de mis asignaturas pendientes, de hecho las descripciones de la novela me han llevado hasta la costa gallega y me han avivado el deseo de conocerla, «…quedaba oculto por los árboles, pero podían ver el monte Lourido […] Baiona, con su fortaleza medieval, cerraba la bahía, y detrás se vislumbraba el cabo Silleiro, el último quiebro de la costa gallega antes de que el mapa trazase una línea casi recta de cuatrocientos kilómetros hacia el sur».

Tanto la trama como la estructura de la novela revelan, nuevamente, el entorno gallego y el carácter misterioso de su gente. Los capítulos, numerosos y bastante cortos, van enredando a personajes, lugares, actividades y caracteres. Todos comienzan por una palabra cuyos diferentes significados, según el DRAE, aparecen señalados. Uno de ellos tiene que ver con lo expuesto en el capítulo y el lector, cuando lo acaba, se da cuenta de qué acepción es. Todo es discutible, los hechos, las personas… No hay evidencias, hasta que no terminamos la novela, pero mientras la leemos nos acostumbramos a ver el mundo según los gallegos.

En la playa de Panxón aparece muerto un marinero con las manos atadas y dos marcas en la cabeza, que indican que fue golpeado por atrás y luego, caído o echado al mar. Todo queda construido alrededor de la investigación que llevan a cabo los policías Leo Caldas y Rafael Estévez, de la comisaría de Vigo, quienes parten además, de la posibilidad de un suicidio, ya que las manos atadas suele ser algo habitual en estos casos para imposibilitar un último arrepentimiento y salir nadando a la superficie.

Pero estamos en Galicia y los fantasmas aparecen, de manera que, por el pueblo, se va viendo al capitán Sousa, patrón del Xurelo, barco donde, en el pasado, faenaba el ahogado, Justo Castelo, el Rubio. El problema es que Sousa fue el único desaparecido en un naufragio, diez años atrás, en el que además del Rubio iban José Arias, quien a partir del accidente salió un tiempo de Galicia, y Marcos Valverde, que abandonó la pesca desde entonces para dedicarse a los negocios. Ninguno de los tres marineros se hablaba tras el naufragio. Ahora, no solo el Rubio ha muerto, los otros dos también están siendo amenazados «—Hay quien asegura que ha vuelto a ver a Sousa en el pueblo. Dicen que es él quien estaba amenazando a Justo Castelo. Estévez dio un paso atrás, resguardándose del salivazo que se producía una vez que alguien mentaba al capitán».

Estamos en Galicia y hasta que no se despeje la bruma nada resultará claro, el hijo del capitán vive en Barcelona y reconoció el cadáver de su padre meses después de desaparecer, desfigurado por la acción del mar y los peces. Las bridas que sujetaban las manos del Rubio no eran españolas. Incluso hay desavenencias entre los inspectores a la hora de decantarse por el arma y la causa del crimen.

Hay sospechosos, aunque el principal es el fantasma que vaga por el pueblo asustando a los vecinos y, sobre todo, a los dos marineros vivos del Xurelo. Si a esto añadimos que el zamorano Estévez no termina de hacerse a la vaguedad expresiva de los gallegos, nos encontramos con situaciones humorísticas que reflejan tanto la forma de ser de estos como la forma de vida en los pueblos o el temple de Leo Caldas.


—Tranquilo, Rafa —trató de serenarlo el inspector —Ni que te hubiera echado un mal de ojo

—¡Qué mal de ojo ni qué cojones! […] Me ha escupido en el zapato.

La playa de los ahogados fomenta la cultura popular aunque la novela de Villar es literatura culta. Los términos técnicos, relacionados con la pesca, conviven con expresiones populares y la investigación científica no descarta apoyarse en creencias ancestrales. El autor conforma un homenaje a la tierra y sus gentes, «noray, chalupa, defensa, nasa, traje de aguas, escollera, leira, arriate, liquidámbar…» así como un respeto hacia la labor policial y la esperanza en una sociedad mejor.

Leo Caldas reflexiona, con su padre, sobre el paso del tiempo y la importancia del hombre durante toda la vida, no solo en época laboral activa. La nostalgia del pasado convive sin problemas con el presente. La importancia de la memoria es evidente y, aunque débilmente, aparece cierta crítica a las gestiones de los ayuntamientos en los pueblos y a la especulación inmobiliaria. Sin embargo no es una novela negra del desencanto a pesar de que Caldas encarne una visión desencantada del mundo, con cierto sentimiento de culpa ante un caos laboral que le impide mantener las relaciones personales de antaño; arrastra algo de frustración al ser consciente de que la cotidianeidad coarta la exteriorización de sensaciones. Y es, precisamente esto, lo que hace de la trama una historia profundamente humana y del inspector, una persona tremendamente cercana


—Yo ya no sé qué creer —dijo Caldas y, tras sacarse el cigarrillo apagado de la boca comenzó a tamborilear con los dedos en el encendedor de metal.

Estévez le miró de soslayo.

—Inspector —le advirtió—, si va a escupir, haga el favor de abrir un poco más la ventanilla.

El autor se separa de la creencia generalizada de que en la novela negra debe haber un poso de malestar social y crea a Caldas, un hombre con dificultades para perfeccionar sus pasiones individuales. El lector tiene poca información sobre la vida personal del protagonista, esto genera cierta tensión, también las coincidencias que se van dando en el presente con el pasado. Y, por supuesto, nada mejor que los rodeos gallegos para mantener el secreto y la intriga


—¿Y cómo fue la noche? —se interesó Caldas

—Fue —contestó el viejo, arrancando un carraspeo al agente Estévez

Caldas sonrió

—Dicen que hay poca pesca

—Mucha no hay —confirmó—

El ritmo de la novela es lento, esto da tiempo a ir construyendo los hechos hasta que creemos que tenemos la historia, sin sorpresas. Pero los rodeos, las disquisiciones, las posibilidades van de un lado a otro de la cabeza de Caldas hasta solucionar, no uno sino dos casos y dejarnos admirados, con pena de no seguir las andanzas de este inspector que, no cabe duda, fue creado para formar una larga saga y se ha quedado en brillante emblema de la novela negra española.

sábado, 23 de julio de 2022

MANUAL PARA MUJERES DE LA LIMPIEZA

Manual para mujeres de la limpieza no es un manual. Tampoco va dirigido a las Kellys. Sí podemos reconstruir la biografía de una mujer, la autora, Lucia Berlin, que durante una temporada trabajó como limpiadora.

Este libro es una colección de relatos que, a pesar de la objetividad con la que están narrados, descubren la vida problemática de su autora. La mayoría de estos relatos son de carácter realista, son retratos de una sociedad que no es precisamente bella, lo bello es vivir en esa realidad de manera auténtica. Esto nos lleva a pensar en el realismo sucio de Bukowski o de Raymond Carver, pero el de Lucia Berlin tiene un enfoque literario que lo hace menos sucio, igual de preciso y sobrio pero con cierto humor intercalado en su frase corta.

Las situaciones no son extraordinarias, son sucesos vulgares que reflejan tragedias cotidianas que no se resuelven al final del relato, igual que ocurre en la vida. Pero Lucia Berlin brilla en las situaciones más sombrías «Me gusta trabajar en Urgencias […] Las radiografías de los jinetes son alucinantes. Se rompen huesos, constantemente, pero se vendan y corren la siguiente carrera. Sus esqueletos parecen árboles, parecen brontosaurios reconstruidos. Radiografías de San Sebastián».

La prosa de Berlin es única, participa de una narrativa fácil, de realismo objetivo, de verdad subjetiva, de la sencillez descriptiva y del buen humor. Y no hay nada más serio, más profundo que relatar una tragedia como si se tratase de algo natural:

Me cuesta entender por qué nuestra madre odiaba tanto a los mexicanos […] los olores de México le parecían aún peores que el humo de los coches […] Aquí es fácil que el sexo y la muerte acaben confundiéndose, nunca dejan de latir. Un paseo de un par de manzanas es sensualidad pura, está cargado de peligro.

A pesar de que hoy en día se supone que nadie debería salir a la calle siquiera, por el nivel de contaminación…

Hasta en lo más desgraciado aparece la alegría de sentirse viva a pesar de la opresión.

En los diferentes relatos encontramos cierta continuidad temporal aunque algunos incurran en otros anteriores dando la impresión de que la vida es algo caótica. En Estrellas y santos aparece la infancia triste de la protagonista, que debe luchar contra su madre despiadada, probablemente a causa del alcohol y otras drogas, contra su abuelo, un dentista alcoholizado al que ella misma deberá sacar todos los dientes para ponerle una nueva dentadura, contra sus recelos al ser una niña diferente, con un físico debilitado y una religión protestante en un colegio católico, «Dejé de hablar […] Me mandaron a casa ese mismo día, expulsada del colegio por agredir a una monja […] no fue así, ni mucho menos».

Todo lo que aparece refleja una cotidianeidad mediocre; los protagonistas viven situaciones grises, de realismo sucio. Se expresan con un lenguaje directo, pero aun en la crudeza se filtran reflexiones tiernas, inocentes que dejan al descubierto los sentimientos puros, infantiles «en aquellos tiempos me inquietaban muchas cosas, como qué insuflaba vida a las velas y de dónde procedían los sonidos de los pupitres. Si en el reino del Señor todo tiene un alma […] debía existir un cielo. A mí el cielo me estaba vedado porque era protestante». El lector empatiza inmediatamente con el personaje, siente ternura hacia ella porque, estamos seguros, habría merecido una vida mejor. Cualquiera. Nadie debería experimentar el sufrimiento. Ningún niño, al menos, debería sufrir.

Y aun en los episodios más desfavorables, la prosa se convierte en pura poesía cuando la narradora se detiene a describir: «Al cabo de mucho rato por fin llegaron las grullas. Cientos, justo cuando empezaba a clarear. Se posaron a cámara lenta sobre sus patas quebradizas […] la superficie plateada del agua se escindió en docenas de arroyuelos».

En estos momentos sentimos que somos testigos de la evolución de un relato de costumbres hacia otro de ficción que dará paso a un cuento maravilloso. Es como si pudiéramos interpretar una fabulación cuidada y detallada en la que la autora pasa a un primer plano y destruye la obscena autenticidad.

En Manual para mujeres de la limpieza no hay adornos, no encontramos superficialidades. Es el atractivo de una prosa que expone la vida tal cual, son situaciones extraordinarias que se perciben de manera normal; las peripecias peculiares se presentan como cotidianas y la realidad se observa a través de singularidades, «El cuarto de baño era una alfombra de pechos, senos de goma de todos los tamaños y colores […] Bella se rio. — No hagas caso, es mamá, en el tejado. […] En Nochebuena irían lanzando bolsas de juguetes y comida desde el aire y caerían en el suburbio de barracas de Juárez […] —¿Qué hay de Lou y de mí? Unos tigres nos atacaron y le hicieron un bombo, y luego huyeron con mi marido». Tenemos la sensación, en ocasiones, de estar ante una narración del realismo mágico pues, al igual que el movimiento latinoamericano, la estética de Berlin escapa de lo pintoresco para retratar situaciones peculiares. La autora transforma la realidad y la convierte en buena literatura. Los lectores reconocemos la verdad de las situaciones aunque no nos identifiquemos con ellas.

La prosa es natural y el narrador, objetivo, aunque a veces cuente la historia en primera persona, incluso en ocasiones se relaciona con el propio personaje y no es raro que en una misma escena cambie de la tercera a la primera persona. En Punto de vista aclara los tipos de narrador que aparecen en las historias, los tipos de personaje. De hecho la protagonista, Lu, Lou, Calotta, Henrietta, señora Lawrence, la chica… es diferente según la situación que protagoniza, según sea narrador o testigo o actante, pero siempre refleja la tristeza absoluta de la autora, el dolor que a veces debe esconderse para poder aliviar otro dolor, el paso acostumbrado de la felicidad al sentimiento apenado «Oye un coche que se acerca despacio hacia los teléfonos […] Henrietta apaga la luz y levanta la persiana junto a su cama, apenas una rendija […] El hombre que habla por teléfono sujeta el auricular con la barbilla […] le observo. Escribo una palabra en el vidrio empañado. ¿Qué? ¿Mi nombre? ¿El de un hombre […] Sea cual sea lo borro antes de que nadie lo vea».

La objetividad y el lenguaje cotidiano consiguen aportar un realismo absoluto al relato que, en realidad, se revela a través de verdades emocionales. El estilo de Lucia Berlin permite convertir lo feo en bello, transformar la realidad en algo mejor, pero no edulcorada, es una realidad que conecta con el sentimiento. Probablemente por eso da igual el lugar o la época en la que está escrito el libro; cualquier lector empatiza con las diferentes identidades que aparecen. Descubrimos características distintas de EE.UU, el fracaso social de cierto estilo de vida marginal, descubrimos cierto carácter documental de una época que no colisiona con la nuestra porque el punto de vista, sea el que sea que elija la autora, siempre es interior, el punto de vista de una hija, una hermana, una madre, una mujer que acepta su condición opresiva y sin embargo ejerce una libertad alejada del patriarcado. No hay lucha feminista, pero la denuncia persiste en una realidad que la mujer intenta esquivar como puede para salir adelante.

Las protagonistas no traslucen rencor hacia las humillaciones o traumas vividos, en ningún momento se pierden en la miseria a pesar de que nos compadezcamos de ellas; de hecho, es lo que busca la propia autora «Sin embargo, aspiro a que, a fuerza de minuciosidad en el detalle, esta mujer les resulte tan creíble que no puedan evitar compadecerla».

sábado, 16 de julio de 2022

SOCIÉTÉ LITTÉRAIRE


En la última Masa Literaria de Babelio pedí un libro que me atrajo, primero por el título, que empezó a generar en mí cierto desasosiego pues intuí que algún grupo de escritores franceses estaba implicado; segundo, por el resumen que se ofrecía y aseguraba que era una novela negra distinta, algo así como en clave de humor. Esto prometía ser divertido.

Nuevamente debo agradecer a Babelio la oportunidad que me brinda de conocer nuevos autores y yo diría que hasta nuevos géneros.

La Société Littéraire fue creada en París en 1905. Cuenta con 8 delegaciones repartidas por Francia, en las que participan 1.800 personas en las actividades que organizan, como publicaciones en revistas, talleres de escritura, cursos didácticos, conferencias, simposios, espectáculos teatrales, musicales, ferias del libro y salidas culturales.

En España hay otra Société Littéraire, creada básicamente para encubrir la salida semanal de una jubilada casada en busca de su amante. Está todo pensado, los jueves harán reuniones en el bar para comentar el libro que aconsejaron en la sesión anterior y luego la pareja de amantes liberará sus cuitas. Hasta aquí todo bien, el problema surge cuando Jimena, la susodicha casada infiel, se convierte un jueves en viuda de Esteban, mientras este aprovechaba la salida regular de su mujer para tener su cita sexual pagada (por la propia Jimena).

Y mientras a Esteban le da un ataque al corazón en plena faena, la ignorante Jimena lanza, durante la tertulia, un jarrón a la cabeza de Ramón, su amante. La reunión de ese jueves debe suspenderse porque el agredido quiere ir al centro de salud para que su sobrino le dé unos puntos en la herida.

El porqué del ataque de Jimena es un misterio, todo apunta a que el libro propuesto por Román, Lastres, lustres, lustros, es el causante; sin embargo, esto no impide que, una vez curado, llame de nuevo a Jimena y tengan su erótico encuentro. Pues si este comienzo de la historia tiene tintes de enredo enigmático, conforme aparecen nuevos personajes y situaciones, se va agrandando hasta el punto de parecer una camorra insidiosa, en la que la tensión del principio se mantiene hasta el final «Román el discreto. ¿Entonces, por qué? ¿Por qué este libro? Y para colmo, había incumplido una de las reglas fundamentales de la tertulia: los autores recomendados debían estar muertos».

Lo único que tenemos claro, leída la novela, es que aparece como un soplo de aire fresco en la rancia sociedad literaria y se erige como soplo de aire en las intrincadas investigaciones de la novela, aunque en todo momento conocemos lo que pasa y a quién. Las muertes no son lo importante, ¿se considerarían asesinatos?, sino la intriga y la historia cargada de elementos tan absurdos que, en ocasiones, sobrepasan la realidad para abrazar la fantasía en medio de una parodia absoluta, que tira por tierra determinados tópicos forzados de las situaciones de la novela negra. Société Littéraire es una parodia del detective noir, «Es lo único que no le he preguntado esta mañana por teléfono […] Lo malo es que entre sus virtudes no figura la valentía […] Ya se siente suficiente afortunado con su paraplejia como para ser agraciado además con un traumatismo craneoencefálico».

Pero la novela da un paso más, realmente Société Littéraire es un extenso territorio donde cabe todo, o casi. No hay policías ni detectives reales porque no hay asesinatos aparentes, hay muertes, claro que, en vista de la edad de los personajes, entran dentro de lo posible.

Quienes investigan no buscan asesinos sino las causas de haber aconsejado leer lo que se consideraría un asesinato a la escritura.

En la trama se superpone el ingenio de la tercera edad a la decadencia que conlleva. El choque entre lo que se espera de este colectivo y sus actos es constante y queda expuesto un amplio horizonte de incertidumbre al ahondar en la pobreza y marginación general de los jubilados. Unido a ellos aparece otro grupo marginal en progresivo aumento: los inmigrantes. Es una rueda. La trama refleja a la perfección la llamada literatura de crisis puesto que los personajes encarnan situaciones de la realidad actual: el paro y la precariedad de los inmigrantes. Mientras que los latinoamericanos, como Marco Vinicio o Luis Fernando, son obligados a realizar tareas en negro muy por debajo de su preparación y con sueldos miserables, a las mujeres negras les quedan pocas salidas que no sean la prostitución, muchas vienen engañadas para terminar así. La inmigración pone de manifiesto la hipocresía capitalista, que oculta el verdadero aspecto de la explotación económica y convierte a los países africanos en responsables de sus desdichadas circunstancias. Las situaciones que aparecen en Société Littéraire, nos hacen sonreír, a veces reír pero siempre reflexionar, pues debajo de la comicidad hay una sátira de los usos y costumbres sociales «…su casero […] bajo amenaza de ponerlo de patitas en la calle, “Donde cabe uno caben más y estoy perdiendo dinero contigo, que eres muy cómodo tú con eso de no querer compartir cama». Son esquemas de poder, a menor escala, entre quienes ejercen de patrón o empresario y los empleados, que adquieren un comportamiento de conformidad inmediata, por lo que la relación de superioridad se presenta de forma natural.

Reflexionamos, con Jimena y Esteban, sobre el hartazgo del matrimonio y la hipocresía que representa el guardar las apariencias.

No hay diversión en la muerte, ni en el deterioro físico, ni en la agresión o la minusvalía, pero las escenas rocambolescas que surgen de todo ello son hilarantes y, desde su comicidad, nos obligan a repensar sobre la condición humana y la absurda sociedad en la que vivimos, «hace apenas media hora que han llegado tras superar los doce trámites funerarioburocráticos de Hércules, pero no espera que venga mucha gente […] no soporta los actos sociales de condolencia de pega, cuando no de pago».

El analfabetismo satisfecho de Basilio es una ironía hacia aquellos críticos que escriben sobre otros autores sin haberlos entendido o sin haberlos leído.

Esteban es el antimodelo del profesor universitario «obligado» a escribir un libro para reforzar su prestigio, y Jimena, «la catedrática» es lo opuesto a la cultura; vive en su propia metaficción independiente que, paradójicamente, termina atrapándola en un mundo de sentimientos y contradicciones.

Y dejamos para el final al autor porque es, en sí mismo, otra parodia del creador. Mariano Zurdo es un vehículo con el que explora la narrativa. Crea palabras que crean un mundo alternativo, relevante, en el que los términos paródicos confieren identidad. Con ello desacraliza la propia palabra y el marco espacial en el que se desarrolla la novela. La parodia adquiere fuerza suficiente para abrirse a la metaficción, mediante la relectura de las novelas escritas por los protagonistas o las intromisiones del narrador al dirigirse al lector (o lectora, en singular).

Mariano Zurdo tensiona la autonomía del escritor disolviendo la frontera entre la zona ficcional y las personas con asedios a la noción de autoría, como hiciera Cervantes con los cuatro autores del Quijote. Mariano Zurdo, Gurú III, el editor de la novela y el propio narrador, que va intercalando la tercera y la primera personas, se convierten en autores de Société Littéraire, con lo que consigue que la estabilidad literaria se tambalee y adquiera tintes autobiográficos. Mariano Zurdo relaciona literatura y realidad a través de un mundo atemporal de sueños que se someten a las reglas del juego literario; expone un panorama que parte de la realidad más absoluta y lo hiperboliza, exagera, agranda para que converjan diferentes situaciones que, en clave de parodia, son hilarantes «Me rindo renunciando a todas estas alternativas. Sé que extrañará siendo nieto de ladrón e hijo de falsificador, pero es una cuestión de honestidad. Demasiadas páginas de paja estoy colando justificándome».

Hay capítulos que podrían ser escenas en movimiento o cuadros estáticos, pero es el lenguaje, vapuleado hasta la saciedad, el que debilita la frontera entre arte y realidad con un intercambio constante, en el que la novela se erige como sombra de una realidad incómoda de ver, «Teresa y Luis Fernando asumen su doble condición de sospechosos y sirvientes habituales y obedecen a don Basilio». Creo que Zurdo escribe una novela de función metaficticia con lo que consigue alertar respecto del uso que le damos socialmente a la integración.

Mariano Zurdo escribe la antinovela negra, una metaficción que asimila las perspectivas del creador-editor-lector dentro de su proceso de creación. Incluso él mismo incorpora el ejercicio crítico como parte de la novela, por lo que asume la idea de ficción autoconsciente y reflexiva, ficción humorística en todas sus variantes: en las notas jocosas a pie de página, superlativos imposibles «obviérrimo», creación de términos «neoviuda», «apctitud», enloquecida polisemia «cantos de sirena. De sirena ambulante», acrónimos inventados «verborragia», hipérboles «Cien años de soledad… traducida a más idiomas de los que existen», cotidianeidades extraordinarias, epítetos épicos absurdos «Toma la palabra Benigno, el Diógenes de los azucarillos y las servilletas celulósicas», títulos humorísticos «Jueves de ceniza», sarcasmos hacia el panorama cultural «Los lunes las ventas (de la librería) tienden a cero pero abre por si la invasión alienígena largamente anunciada corre a cargo de ávidos lectores extraterrestres», vanidad de algunos escritores y críticos...

Ficción humorística que solo despeja las dudas de la realidad al tiempo que homenajea a los grandes creadores y llama la atención de los presuntuosos, «y yo tendría que haberle prestado más atención a Arturo Pérez-Reverte cuando dijo en una entrevista que el peor enemigo del escritor es la vanidad. Tendría que haberle hecho caso, sin duda, sabe de lo que habla, y me habría evitado todo este desaguisado».

sábado, 9 de julio de 2022

LA COSECHA PÁLIDA

De nuevo mi más sincero agradecimiento a Babelio por tenerme en cuenta para esta Masa Crítica sobre La cosecha pálida. He disfrutado la novela desde la primera hasta la última página. No conocía al autor y me ha fascinado; creo que una de las claves del éxito que Josan Mosteiro ha alcanzado con este thriller está en su enérgica localización geográfica; la misteriosa población gallega le da pie para introducir giros mágicos que permiten contextualizar la trama y confrontar una serie de situaciones que quieren quedar en el misterio y lo desconocido.

La voz narrativa de la protagonista es potente, se trata de una mujer con un pasado traumático que no puede olvidar, de ahí que su maniobra estratégica de posicionamiento social haya sido la ruptura; necesita buscar su identidad y lo seguirá intentando al finalizar la novela, «Incluso algunos medios me llamaron para entrevistarme, pero rehusé. Nunca he querido estar al otro lado de la noticia». Asunta es periodista de un diario virtual que no tiene problemas en abordar lo que todo el pueblo intenta encubrir, incluso debiendo salvar la dificultad que entraña el entorno, donde los movimientos son limitados. Por eso viaja, en busca de luz, a Oporto y a Santiago, pero también allí se le cierran las puertas de la información. Asunta quiere esclarecer los hechos ocurridos en Calixe, su pueblo, sin embargo, oculta todavía su propia violación, cuando era adolescente, hecho que la obligó a abandonar su tierra natal. Esto permitió que su prima Agripina malinterpretase el hecho, levantando un muro de odio y rencor entre ella y su familia.

Ahora, Asunta, en primera persona, con la única visión íntima de la novela, cuenta lo sucedido en algo menos de cinco meses en Calixe. Pero ella no lo sabe todo, el recurso del desplazamiento, incluso el de la tecnología no son efectivos, así que será necesario otro narrador, en tercera persona, testigo de diferentes voces, para que el lector pueda armar una historia que dura cuatro años. Mas. «…podían ser celos, venganza, frustración o años de humillaciones, quizás una mezcla de todo eso; pero nunca amor»

La cosecha pálida es la historia de un pueblo tradicional donde sus habitantes se conocen; rodeado de bosques idóneos para construir casas aisladas, «bosques para esconderse de miradas ajenas». Bosques en cuyo suelo viven los mouros, seres de estricta y peculiar moralidad, capaces de ofrecer premios o castigar duramente a quienes no cumplen el trato acordado por ellos.

Josan Mosteiro define a la perfección a los personajes, de hecho la novela se cuenta desde el punto de vista de cada uno de ellos. La alternancia de voces evita que la condición particular quede relegada a un hecho aislado, «¿cómo la habrían mirado en el pueblo?». El narrador va retratando día a día lo que ocurre en la trama con un personaje determinado. Así nos vamos enterando de sus sentimientos y lo que le sucede durante una jornada. El autor construye una novela coral y el lector puede ir reconstruyendo los hechos. Somos testigos de que el choque cultural supone una desazón para los que son de ciudad porque pretenden buscar razonamientos lógicos a lo ocurrido, mientras que los oriundos mantienen el secreto de ciertos entresijos que solo ellos aceptan como parte de la vida.

Normalmente las novelas negras se abren con un hecho agresivo. En La cosecha pálida, la primera parte comienza el 24 de junio de 2019, cuando Crucita, una joven que desapareció de Calixe cuatro años atrás, vuelve al pueblo sola, andando por la carretera y con un mensaje para todos, «mañana daré una rueda de prensa para contar qué pasó y dónde estuve […] Mis secuestradores me salvaron la vida».

Pero los lectores sabemos más; en una especie de prefacio, nos habíamos enterado de un acto violento: una chica, Silvina, aparece muerta en el bosque y marcada en la espalda con un mensaje inquietante «Mala semilla».

La novela comienza in medias res; al seguir leyendo, en orden cronológico, llegamos al fatídico 2 de julio de 2019, día en que la propia hermana de Silvina encuentra su cadáver mientras está siendo comido por un cerdo. ¿Están unidos los dos hechos?

La violencia de la novela es rápida, inmediata, no hay recreaciones retorcidas, es como si el rencor acumulado durante años saliera de repente. Incluso los personajes que, como Asunta, parten de Calixe en busca de una ciudad cosmopolita, en busca de libertad, cuando regresan se encuentran con un pueblo rencoroso que se venga por haberlo abandonado. Las brujas, meigas, trasgos y mouros están agazapados y juegan en el entorno, y, a su manera, advierten que son ellos quienes deciden la felicidad de los humanos, «Aliviada y derrotada al mismo tiempo. Porque ha intentado jugar a su manera y ha perdido».

Puede que por eso no sea fácil descubrir quién ha sido el asesino. Nada es lo que parece. Durante casi trescientas páginas todo apunta a personajes equivocados. Los lectores vamos cambiando de sospechoso según la perspectiva que ofrece Mosteiro: «Hay algo en ese hombre que le inquieta […] La carretera es un vaivén de curvas, un río de asfalto que fluye entre bosques y colinas, campos con vacas y casas con depósito de agua».

Ha pasado un mes desde que apareció el cadáver de Silvina, desde que Crucita reapareció en Calixe asombrando a todos con la identidad de sus secuestradores, desde que Asunta y su jefa, La Duquesa, deciden que Crucita no está loca y la verdad es más oscura de lo que aparenta, desde que Manuela, la única que se atrevió a increpar a Crucita por defender a la mujer dependiente del hombre, también ha desaparecido.

Ante esto sucesos extraños Asunta se va desanimando pues no ve la forma de continuar con la investigación. Además ella queda señalada en el pueblo por el inesperado giro violento que sucede en su familia.

Tras casi cien días de silencio, el 31 de octubre, Juana Subiela, desaparecida de una aldea de Calixe en 2016, vuelve: «Una muchacha camina despacio por la cuneta de una carretera paralela al bosque […] Al doblar una curva, ve Calixe asomándose en la niebla».

Crucita manifiesta claramente el síndrome de Estocolmo al desarrollar cierta complicidad con sus secuestradores, pues cree que la han liberado de tener que aceptar una vida que no quería y la han premiado al otorgarle una existencia tranquila; no es consciente de que su precepción es falsa, de que su trastorno se acrecentará hasta afectar a quienes la rodean.

La actitud de Juana al aparecer es diferente, teme a sus secuestradores y apunta, sin querer, a quién puede estar implicado. Esto supondrá un peligro para Asunta, aunque evitado por dos buenos amigos que hace en el pueblo.

El final de la historia se desliga de todos los personajes como individuos y los une como consecuencia de la naturaleza asfixiante del pueblo, el verdadero protagonista. «Se ha ahorcado en el bosque». Los personajes no se salvan realmente porque es el ambiente opresor el que les quita la libertad y les impone la oscuridad del trauma que deberán acarrear. En La cosecha pálida diferentes historias se van tejiendo con hilos que mueven los mouros. Puede ser. «Se pone en pie y le parece verla, su cabello rubio al viento. […] Esa maldita loca». Pero la vida de los del pueblo estaba condenada a la desgracia desde el principio «Ha llorado, ha dado vueltas en la cama. La misma cama que desde hace unos días ya no comparte con Xenaro». Nada puede funcionar bien cuando quien urde secuestros o crímenes está en posesión de una mente narcisista, psicopática, que sabe obtener lo que quiere mediante la manipulación.

La escritura de Josan Mosteiro, sin embargo, funciona de maravilla.

sábado, 2 de julio de 2022

CAMINO SIN SEÑALIZAR

De nuevo descubro a un buen escritor. Jaime Molina García no es aficionado en el mundo de la escritura. Lo avalan dos novelas cortas premiadas, seis novelas, de las que a dos de ellas también se les concedió un premio y más de cuarenta cuentos. Pero yo no lo conocía. Una vez más me soy consciente de que por mucho que viva no leeré todo lo que merece la pena.

Camino sin señalizar es una novela negra, diferente; está presidida por prácticas sexuales que establecen vínculos de subordinación, prácticas eróticas con reglas, y sobre todo con castigos, roles dominantes y sumisos (acordados), sadismo y masoquismo.

El BDSM no me atrae, es más, siento un rechazo absoluto solo de pensarlo, puede que mi umbral del dolor, bajo mínimos, tenga algo que ver, pero precisamente por eso me extraña no haber podido dejar de leer hasta que he terminado la novela.

Jaime Molina sabe escribir, de eso no hay duda, y consigue atrapar al lector en una trama muy bien llevada en la que no todo lo que imaginamos es cierto. La historia gira en torno a un crimen cometido en circunstancias extremas de sadismo. El asesinado es un hombre a quien, los que lo trataban, veían como alguien anodino. Que hubiera muerto en esas circunstancias supuso una sorpresa para todos. Al comenzar la investigación nos enteramos de que las verdaderas víctimas eran mujeres. Él solo intentó evitar la muerte de una de ellas.

El personaje principal es una mujer policía, Marta, algo brusca en sus maneras, alejada del estereotipo femenino, que se mueve básicamente en un espacio en el que predominan los hombres, su pareja, sus compañeros, sus jefes… Su amiga Irene debía estar en la sesión de BDSM en la que aparece el asesinado, pero no hay ni rastro de ella. Marta, sorprendida por el poco empeño que pone la policía para encontrar a la que ya consideran asesina, y apostando por la inocencia de su amiga, decide buscarla de forma paralela a la investigación oficial.

La historia no cuenta los hechos sin más, debemos fijarnos bien en las reflexiones generales que abren determinados capítulos y que, después, irán corroborando determinadas formas de actuación.

Consideraciones sobre la conciencia, sobre los remordimientos que anulan evidencias «aparezco como una mujer brusca, exigente, seca, dura, distante, insensible. La tipa problemática que echa gasolina al problema. Y no siempre es así, no».

Consideraciones sobre el acto de recordar, en el que pueden aparecer datos con los que no contábamos, sobre la relatividad de aciertos y errores que damos por absolutos y pueden cambiar el curso de la historia, sobre la importancia de adaptarse o no a determinadas situaciones adversas para sobrevivir, sobre el premio o castigo de la supervivencia, «por haber sobrevivido gracias a la voluntad de otro y no a su fortaleza, sagacidad o adaptabilidad en sentido estricto». Podemos decir que la historia de Marta e Irene es un ejemplo de las vueltas que da la vida, un ejemplo de que, a veces, nos sorprendemos actuando de forma distinta a como habíamos pensado hasta ese momento, un ejemplo de la debilidad de la mente humana cuando se enfrenta a otra mente enferma.

Hay que ir recapacitando sobre estas observaciones del narrador para entender a los personajes. Marta no es la típica mujer como tampoco fue una niña característica; le gustaban los deportes de riesgo, era dura, independiente, apenas se preocupaba por su aspecto externo. A su lado, Irene era el contrapunto, débil, necesitaba la atención de Marta en todo momento, sentirse protegida.

El afán de independencia de Marta, la ha llevado a estar con Rodney, quien sabe cómo tratarla para no despertar en ella un malhumor que se manifiesta ante la debilidad del otro. A Marta le gusta tomar decisiones y reivindica con su actitud un papel que le ha sido designado al hombre tradicionalmente.

Los antecedentes familiares son la clave para entender su carácter. Tras la separación de sus padres se quedó a cargo de una madre drogadicta, alcohólica, que no supo transmitirle confianza, por eso no quiere formar una familia al uso, por eso fuma demasiado y por eso no teme a las consecuencias de sus actos. Los padres de Irene fueron su auténtica familia, el apoyo que no tuvo en su propia casa. La fuerza que desprende su comportamiento va envuelta en cierto erotismo para ambos sexos, pero cuando quiere a alguien de verdad queda atrapada en una inseguridad que no le permite establecer lazos sentimentales; es como si tuviese miedo a perder el control de sus emociones. Marta levanta una barrera ante los que la rodean como medida autodefensiva, para guardarse de posibles daños, aunque en el fondo está deseosa de que otros dirijan sus actos para variar. Irene es la única que la conoce de verdad, alguien de apariencia débil pero mucho más fuerte que ella, alguien que la ha doblegado sin que ella se percatara.

Irene es un ser complejo, en contra de lo usual en el ser humano, ella alcanza la felicidad librándose de lo que la debilita y poniendo por encima de su propio placer el dolor de los demás y el suyo. La relación entre ambas es peculiar. Desde el principio nos damos cuenta de que no hay transparencia en sus comportamientos, «en la realidad, en el despacho, a estas horas, no hay más audiencia que el calor, la duda y mi conciencia».

Desde el principio somos conscientes de las dudas de Marta frente a la debilidad impostada de Irene, a quien vamos conociendo por el narrador omnisciente, «El puesto era suyo dos semanas después, ni siquiera se molestó en negociar el sueldo […] Esa misma noche lo celebró con su misteriosa novia a la que nadie ponía cara. Ni siquiera Marta». A Irene nos la muestra también la dependienta de un sex shop y los clientes que andan por allí: «la dependienta, asumiendo su dulce derrota comercial […] comenzó a traer cajas […] conforme el pedido iba ganando volumen algunos clientes aprovecharon para desnudar a Irene imaginándola en acción con ese arsenal». Y a Irene nos la dan a conocer asimismo sus padres, de quienes aprende: «La madre de Irene […] intentó influir para que su hija se fijase más en los chicos […] Su padre […] bordaba ese rol de supuesto calzonazos ante su esposa y tejedor en la sombra».

A pesar de que lo que vertebra Camino sin señalizar es la sexualidad, la novela no es erótica porque el sexo no aparece como una función natural sino que revela las confusiones de mentes devastadas por el mal, mentes enfermas para las que erotismo, engaño, placer y dolor son partes de un mismo todo, transgresiones de la rutina que llevan a la perdición.

Haciendo gala de una redacción sarcástica en la que no faltan los momentos de humor, el estilo varía según el ambiente que describa y los diálogos pueden ser irónicos, duros o incluso sensibles y emotivos cuando el perro Truhan, clave para la resolución del caso, está presente; algo que dice bastante sobre el ser humano. Asimismo hacen gala de simpatía y claridad cuando aparece el ciberpolicía Pablo; algo que dice bastante del autor y su guiño a los informáticos.

Si la novela se lee con expectación, el final es trepidante y desalentador. En Camino sin señalizar no hay heroína, sí una psicópata que maneja las mentes de los demás, incluso las de otros perturbados. Los demás son sus víctimas, que sucumben ante el poder de su arma fundamental: la sumisión, «Dudó en ese instante del equilibrio mental […] los altibajos emocionales […] Observó la venda casera y disimuló el inminente dolor por los músculos y nervios rasgados».

Y la mente de Jaime Molina lleva a las de los lectores por donde le interesa hasta que somos conscientes del mensaje.