Andrea Camilleri lo ha vuelto a conseguir. No sé
cuántos libros llevo leídos de la serie Montalbano y no me canso, al contrario,
estoy poniéndome nerviosa porque me deben quedar pocos. Tendré que buscarme a
alguien que, al igual que este empedoclini, me aporte ratos agradables y
diversión asegurada en la lectura.
La
esfinge es ese ser mitológico que, en la Antigüedad, tenía aterrorizados a los
habitantes de Tebas pues, como su nombre indica, “cerraba” el paso del aire a
quienes caían en sus manos.
También
en Las
alas de la esfinge aparece un personaje que, como cualquier ave rapaz
percibe a sus presas desde la distancia para destruirlas.
Igualmente
el pánico envuelve, desde la Grecia antigua a Sicilia, en un ambiente que
cierra el aire de los que viven allí, por las erosiones naturales y la
contaminación: «En la época de los
griegos, el Salsetto era un río […] en la época de los romanos se convirtió en
un torrente, en un riachuelo […] en la unificación de Italia, después, en la
época del fascismo, en un arroyo de mierda […] en la democracia, en un
vertedero de basura ilegal […] los americanos construyeron sobre el lecho ya
seco, un puente metálico […] desapareció de la noche a la mañana […] por los
ladrones de hierro»; y por supuesto, por la acción de la mafia
—…¿quién
controla la zona? ¿A quién se paga el pizzo?
—A
los hermanos Stellino.
Las
condiciones de vida han ido empeorando y Camilleri, como en todas sus novelas,
deja constancia de ello con cierta ocurrencia elegante.
Esta
entrega es una de las más entretenidas de la serie y considero que tiene uno de
los argumentos más ingeniosos porque Salvo Montalbano, que no debe vérselas con
los asesinos en ningún momento, trata con el mismo tesón un asesinato, un
secuestro y una ruptura amorosa. La suya.
En
un momento de su vida en el que empieza a encontrarse cansado, en parte por la
edad, en parte por la riña que mantiene con Livia, a Montalbano le sobreviene
un asesinato por resolver, de una chica de la que apenas se sabe nada, excepto
que llevaba tatuadas unas alas de mariposa en el omoplato. Un encuentro con su
amiga Ingrid lo pone en la pista de algo más grave, pues esta le confiesa que
tuvo una asistenta con el mismo tatuaje, pero se esfumó. Ingrid y su marido solo
contratan a chicas que vienen recomendadas por una asociación sin ánimo de
lucro, dirigida por personas importantes de los negocios y la Iglesia, que en
realidad es una tapadera; La buena voluntad es una entidad regentada por
estafadores que se aprovechan de las buenas intenciones de algunos curas y
seglares para llevar a cabo una trata de mujeres de países del este,
maltratadas y arruinadas en su país de origen, trayéndolas con engaños para que
roben en las diferentes casas a las que van a servir.
Pues,
con esta tragedia de fondo, Andrea Camilleri consigue una trama divertida al
poner a prueba las dotes de Montalbano para la escenificación y al llevar al
lector al borde de los nervios en un final trepidante, ávido y abierto que nos
deja aún más sorprendidos. Hay pocas mentes como la del desaparecido escritor
quien, ante una sociedad corrupta en todos sus estratos, realiza un profundo
análisis implacable y nos lo presenta con forma de comedia ágil y ocurrente.
Las alas de la esfinge es una de las novelas más
interesantes, estilística y ontológicamente, porque conforme el comisario ha
ido cumpliendo años, el narrador le ha transferido su voz, y Montalbano, a su
vez, se la ha pasado al autor; de esta forma, el protagonista se ha visto con
total libertad para adoptar a sus dos yoes, que dialogan, cuando lo estiman
oportuno, a modo de diferentes resoluciones útiles al personaje, para acallar
su conciencia o para reflexionar en un monólogo interior en segunda persona a
tres bandas: «Era una cuestión que
afectaba a Livia y, si acaso, a él […] ¿Sabes por qué te has ido de la lengua
con Ingrid? Porque eres viejo y ya no aguantas el vino mezclado con whisky,
dijo Montalbano primero. […] no tiene nada que ver —terció Montalbano segundo—…».
Está
claro que en este argumento, muchas situaciones olían a quemado al autor, por
lo que se permite, a través de su protagonista, no dejar títere con cabeza. Desde
su posición de escritor, Camilleri trató de combatir la corrupción, al menos la
sacó a la luz en todos sus escritos. Las actuaciones ralentizadas de los altos
cargos policiales contrastan con los actos espontáneos de un comisario atípico:
—¡No
se trata de decir sino de hacer! ¡Las órdenes se las doy yo […] exijo una
exhaustiva respuesta por escrito para mañana por la mañana.
[…]
La
policía pensaba que el que había prendido fuego a la tienda era el propio
Ninnio […] en Licata […]
Montalbano
[…] escribió en un papel con membrete “Ilustre señor Jefe Superior, no siendo Vigàta
Licata y tampoco Licata Vigàta, está claro que ha habido una errata…
Es
cierto que Salvo, a veces, imparte justicia más humana que legal, pues conoce a
la gente solo con tenerla delante, pero los corrompidos no tienen nada que
hacer ante él.
El
ritmo de la novela es dinámico y fresco, incluso comenta algunos temas
secundarios, sobre el cambio en la estructura de las ciudades y el
comportamiento ciudadano, que no dejan de tener su interrogante general, «Porque en un abrir y cerrar de ojos se
habían formado legiones de fanáticos enemigos de los fumadores», o particular,
«Pero ¿no fue ayer cuando Francisco
jugaba con él a policías y ladrones?».
Esta
ligereza no impide, a quien quiera leer entre líneas, reflexionar sobre la
prostitución, los problemas de la inmigración «Desde Lampedusa habían llegado cuatrocientos inmigrantes para ser
enviados a los campos de concentración, perdón, los centros de acogida», la
hipocresía y corrupción de las altas esferas, incluida la Iglesia, los negocios
y trapicheos con chicas desprotegidas «—Se
trata de establecer cuál de las chicas disponibles cumple los requisitos para
satisfacer las necesidades especiales de quien se dirige a nosotros», el
poder de los mass media y, por
supuesto, la dificultad de las relaciones a distancia.
No
cabe duda, a pesar de todo, de que la historia es entretenida. Al unir el caso
del asesinato de la chica con el secuestro de un comerciante y el enfado de
Livia, el enredo se va agrandando; nada puede transcurrir de forma normal para
Montalbano, que se confirma en esta entrega como un consumado actor, guionista
y director, poniendo en escena algunas secuencias propias del cine de oro
americano
—Oiga,
Morabito, quiero echarle una mano…
[…]
—¡Que
el incendiario no se incendiara a su vez! ¡Ah, Ah! ¡ Esta sí que es buena!---
[…]
—…¿Usted
lo vio?
—¿A
quién?
—Al
incendiario
—Pero,
¿qué dice?
—¿Está
seguro?...
No
solo el humor deriva de estas representaciones, encontramos preguntas que no
corresponden a quien se le hacen, diálogos irónicos con los que se burla de
algunas series policíacas de televisión
—He
encontrado dos cosas
—¿Piensa
decírmelas a plazos mensuales?
—Dos
trocitos de lana negra en el interior de la cabeza
—¿Y
eso qué significa?
¿Usted
qué cree? ¿Qué eran trocitos de lana congénitos?
Augurios
de Catarella que actúan a modo de coro griego
—¡Ah,
dottori, dottori!
—Espera,
¿está Fazio?
—Todavía
no está. ¡Ah, dottori, dottori!
—…
—¡El
siñor jefe superior llamó! ¡Dos veces llamó! Estaba fuera de sí ¡Y la segunda
vez más fuera que la primera!
Confusiones
entre expresiones metafóricas y literales,
Montalbano
apagó el cigarrillo y se lo metió en el bolsillo […]
—Huelo
a quemado
—¿Metafóricamente
hablando?
—No
señor, realmente hablando
En
fin, Camilleri se muestra ingenioso con todo, exceptuando la comida, hecho que
se lleva a cabo, como siempre, como un ritual. Por cierto, la receta de la pasta
a la Sicilia es para repetir.
Termino
agradeciendo a Camilleri sus novelas, como siempre y apuntando una curiosidad
pues, en esta entrega es la primera vez que se comenta el estado civil de
Fazio. Ya sé algo nuevo de esta gran familia.
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