lunes, 26 de julio de 2021

LA LUNA DE PAPEL

La Luna es un símbolo universal. Desde siempre ha sido considerada la fracción pasiva del todo que representa el firmamento. Es la parte emocional mientras que el Sol, activo, sería la cerebral (pero no vamos a hablar de él). Por encarnar a los sentimientos, la mujer, los gatos y la propia tierra están relacionados con la Luna, que siempre ha traído augurios maternales. Pero esta, la luna de Andrea Camilleri no es real, así que intuimos desde el principio de la novela que algo no va a fluir como debiera.

Si alguien lee este blog sabrá que, de cuando en cuando, necesito volver a Salvo Montalbano. Empezar uno de sus casos y relajarme es lo mismo, así que el título no me ha inquietado en un principio aunque después me ha sorprendido gratamente.

En La luna de papel nuestro dottore cobra tanta importancia que, a veces, es portavoz de su creador. O se confunden. ¿O Salvo ha creado a Camilleri? En fin, esto hay que aclararlo. Todo arranca con la desaparición de Angelo Pardo. Michela Pardo, su hermana, denuncia su falta e insta a Montalbano a que la acompañe a su casa para ver si está. Angelo está, con un disparo en la cara y el pene asomando por la cremallera abierta del pantalón. A lo largo de la investigación otras muertes, relacionadas con la droga y el propio Angelo, salen a la luz, han muerto el senador Nicotra, siete personas más a causa de la cocaína mal cortada y el Subsecretario de Comunicación.

—Ha muerto el honorable Di Cristoforo

[…]

—Oficialmente de infarto […] Oficiosamente de la misma enfermedad que Nicotra.

–¡Coño!

Las averiguaciones sobre Angelo llevan a nuestro comisario a centrar sus sospechas en dos mujeres. Su amante Elena y su hermana, Michela. Dos mujeres bellísimas con las que Montalbano se siente a gusto, aun siendo consciente del despiste que sugiere el estado del muerto, pues el forense descarta «una relación sexual poco antes de que lo mataran». Salvo, tenaz, descubrirá el engaño y dejará ver al lector la luna verdadera después de mantenerlo intrigado hasta la última página.

La luna de papel es una de las novelas más completas de la saga, porque aporta un gran valor a los personajes. Las dos sospechosas se contradicen en sus testimonios; por otro lado ninguna mantiene una relación matrimonial-sexual al uso. Elena es amante de Angelo, y su marido, el profesor Emilio Sclafani, estaba al tanto de todo y no le importaba pues, «no dudaba en proclamar a los cuatro vientos que su esposa se los ponía (los cuernos)». Michela, por su parte, también tiene un comportamiento sospechoso, de hecho «había tenido el valor de recurrir a alguna agencia para obtener información acerca de la amante de su hermano».

Así pues, el comisario intenta profundizar en la mente femenina para poder desvelar las trampas que, está seguro, le están tendiendo. Encontramos a Salvo Montalbano más hecho, ha madurado, por eso no duda en expresarse de forma totalmente desinhibida con sus compañeros, bien con tacos «la lapidaria conclusión de Montalbano fue: —Aquí no hay una puta mierda», o haciendo uso de un falso sarcasmo «—…hace cinco minutos me ha llamado el jefe superior. —¿Y a mí que coño me importan tus llamadas amorosas?».

Sin embargo, conoce a la perfección a todos y cada uno de los componentes del equipo, por eso tiene asumidos determinados comportamientos que indican falta de conexión entre los mandos o despistes establecidos


—…Todo bien?

—Todo bien, dottore, gracias a la Virgen.

—¿Los cachorros?

Pero, ¿de qué coño estaba hablando? ¿De los hijos? […]

—Creciendo, dottore

No cabe duda de que sigue mostrando cierta hostilidad al jefe superior, pero en este caso, para su regocijo, la cita que le programa el jefe se va posponiendo constantemente, por lo que «el día era bueno, pero al colgar se le antojó celestial».

No puede remediar la antipatía que siente hacia el jefe de la Científica, que por otro lado es recíproca, así que «—Arquá, ¿me buscabas? […] cuando se veían y hablaban prescindían de los saludos». Se le intuye también cierto desprecio hacia el jefe de la Brigada Móvil, Giacovazzo, probablemente porque los de la Brigada no reparan en apropiarse los méritos de lo que sea. Y, por supuesto, nuestro comisario mantiene su aversión hacia el fiscal Tommaseo porque sabe de su naturaleza machista y el sentimiento de superioridad que muestra hacia la mujer, a quien considera un objeto que puede usar cuando quiera. Montalbano, en La luna de papel, no duda en reírse de él enviándole a declarar bellas mujeres con las que lo único que conseguirá será fantasear. 

Por otro lado Montalbano, puede que por ser consciente del paso del tiempo, es más nostálgico y se hace eco de una triste premonición, al estar convencido de que en la vejez deberá renunciar a ciertos placeres sexuales. La nostalgia hace crecer su emotividad, por eso recuerda con cierta melancolía, «Cómo pesa la nieve en las ramas / cómo pesan los años en los hombros que amas…», al poeta y guionista, fallecido en el 2000, Attilio Bertolucci, padre del cineasta Bernardo Bertolucci. No cabe duda de que la voz de Andrea Camilleri está en su personaje protagonista, de hecho este se habla a sí mismo para aclarar las ideas, bien escribiéndose una carta, bien manteniendo un diálogo «Comisario Montalbano, repáselo todo desde el principio. ¿Desde el principio principio? Sí, señor, desde el principio principio».

Otro personaje que adquiere mayor entidad es, sin duda, Catarella, pues no solo ha conseguido que Salvo vea normal su forma de expresarse sino que ha llegado a crear su propio lenguaje. En esta entrega, además, es un punto fundamental a la hora de la investigación; nadie como él en comisaría maneja el ordenador, «Según el complejo lenguaje catareliano, el dativo se refería a él mismo» «¡El guardia de los pasos no me deja entrar! ¡Esto es impenetrabilísimo! […] —Dottori, los fails con guardia de los pasos son tres».

Y si los personajes son el punto fuerte, no cabe duda de que el narrador también lo es. En esta ocasión es conciso, deja que hablen directa o indirectamente los personajes:

—Venid conmigo.

Los condujo al estudio.

—Tú, Cataré, toma el ordenador…

Normalmente el narrador se mete en el propio Salvo adoptando su personalidad, hasta el punto de que no sabemos si se trata de un monólogo interior del personaje «¡Virgen santísima la paciencia que había que tener!», si constituye la explicación humorística literal de algunos calificativos de los que es objeto, o si pretende aclarar el significado implícito de algunas afirmaciones (por otro lado, evidente).

Y por supuesto, encontramos al narrador guionista, que ahora es reflejo del propio autor, así que el homenaje al mundo audiovisual queda patente, y la crítica hacia determinada programación televisiva, también


PP de la cabeza de Angelo, espectáculo espantoso

FUNDIDO LENTO

De acuerdo, era una pésima escena […] Pero igual habría alcanzado el éxito en la televisión…

Andrea Camilleri es un ejemplo de la conexión existente entre la literatura y el ambiente actual. Sus novelas son a la vez motor y reflejo de este clima. Las denuncias a la corrupción policial, política, médica y farmacéutica (en este caso) son una seña de identidad. Sus novelas están enmarcadas en un cronoespacio definido haciendo que su obra no se pueda separar de la sociedad que queda reflejada y, sin embargo, es una sociedad, respecto a determinados aspectos de hoy, estancada. Escrita en la Italia de 2005 podría representar a la España de 2021. ¡Qué poco avanzamos! (Por la corrupción que algunos que ostentan ciertos poderes se empeñan en no abandonar. Por algo será, esto es cierto).

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