La Luna
es un símbolo universal. Desde siempre ha sido considerada la fracción pasiva
del todo que representa el firmamento. Es la parte emocional mientras que el Sol,
activo, sería la cerebral (pero no vamos a hablar de él). Por encarnar a los
sentimientos, la mujer, los gatos y la propia tierra están relacionados con la Luna,
que siempre ha traído augurios maternales. Pero esta, la luna de Andrea Camilleri no es real, así que
intuimos desde el principio de la novela que algo no va a fluir como debiera.
Si
alguien lee este blog sabrá que, de cuando en cuando, necesito volver a Salvo
Montalbano. Empezar uno de sus casos y relajarme es lo mismo, así que el título
no me ha inquietado en un principio aunque después me ha sorprendido
gratamente.
En La luna de papel nuestro dottore
cobra tanta importancia que, a veces, es portavoz de su creador. O se
confunden. ¿O Salvo ha creado a Camilleri? En fin, esto hay que aclararlo. Todo
arranca con la desaparición de Angelo Pardo. Michela Pardo, su hermana, denuncia
su falta e insta a Montalbano a que la acompañe a su casa para ver si está.
Angelo está, con un disparo en la cara y el pene asomando por la cremallera
abierta del pantalón. A lo largo de la investigación otras muertes,
relacionadas con la droga y el propio Angelo, salen a la luz, han muerto el
senador Nicotra, siete personas más a causa de la cocaína mal cortada y el Subsecretario
de Comunicación.
—Ha
muerto el honorable Di Cristoforo
[…]
—Oficialmente
de infarto […] Oficiosamente de la misma enfermedad que Nicotra.
–¡Coño!
Las
averiguaciones sobre Angelo llevan a nuestro comisario a centrar sus sospechas
en dos mujeres. Su amante Elena y su hermana, Michela. Dos mujeres bellísimas con
las que Montalbano se siente a gusto, aun siendo consciente del despiste que
sugiere el estado del muerto, pues el forense descarta «una relación sexual poco antes de que lo mataran». Salvo, tenaz,
descubrirá el engaño y dejará ver al lector la luna verdadera después de
mantenerlo intrigado hasta la última página.
La luna de papel es una de las novelas más completas
de la saga, porque aporta un gran valor a los personajes. Las dos sospechosas
se contradicen en sus testimonios; por otro lado ninguna mantiene una relación
matrimonial-sexual al uso. Elena es amante de Angelo, y su marido, el profesor
Emilio Sclafani, estaba al tanto de todo y no le importaba pues, «no dudaba en proclamar a los cuatro vientos
que su esposa se los ponía (los cuernos)».
Michela, por su parte, también tiene un comportamiento sospechoso, de hecho «había tenido el valor de recurrir a alguna
agencia para obtener información acerca de la amante de su hermano».
Así pues, el comisario intenta
profundizar en la mente femenina para poder desvelar las trampas que, está
seguro, le están tendiendo. Encontramos a Salvo Montalbano más hecho, ha
madurado, por eso no duda en expresarse de forma totalmente desinhibida con sus
compañeros, bien con tacos «la lapidaria
conclusión de Montalbano fue: —Aquí no hay una puta mierda», o haciendo uso
de un falso sarcasmo «—…hace cinco
minutos me ha llamado el jefe superior. —¿Y a mí que coño me importan tus
llamadas amorosas?».
Sin embargo, conoce a la perfección a
todos y cada uno de los componentes del equipo, por eso tiene asumidos
determinados comportamientos que indican falta de conexión entre los mandos o
despistes establecidos
—…Todo
bien?
—Todo
bien, dottore, gracias a la Virgen.
—¿Los
cachorros?
Pero,
¿de qué coño estaba hablando? ¿De los hijos? […]
—Creciendo,
dottore
No
cabe duda de que sigue mostrando cierta hostilidad al jefe superior, pero en
este caso, para su regocijo, la cita que le programa el jefe se va posponiendo
constantemente, por lo que «el día era
bueno, pero al colgar se le antojó celestial».
No
puede remediar la antipatía que siente hacia el jefe de la Científica, que por
otro lado es recíproca, así que «—Arquá,
¿me buscabas? […] cuando se veían y hablaban prescindían de los saludos».
Se le intuye también cierto desprecio hacia el jefe de la Brigada Móvil,
Giacovazzo, probablemente porque los de la Brigada no reparan en apropiarse los
méritos de lo que sea. Y, por supuesto, nuestro comisario mantiene su aversión
hacia el fiscal Tommaseo porque sabe de su naturaleza machista y el sentimiento
de superioridad que muestra hacia la mujer, a quien considera un objeto que
puede usar cuando quiera. Montalbano, en La
luna de papel, no duda en reírse de él enviándole a declarar bellas mujeres
con las que lo único que conseguirá será fantasear.
Por
otro lado Montalbano, puede que por ser consciente del paso del tiempo, es más
nostálgico y se hace eco de una triste premonición, al estar convencido de que
en la vejez deberá renunciar a ciertos placeres sexuales. La nostalgia hace
crecer su emotividad, por eso recuerda con cierta melancolía, «Cómo pesa la nieve en las ramas / cómo
pesan los años en los hombros que amas…», al poeta y guionista, fallecido
en el 2000, Attilio Bertolucci, padre del cineasta Bernardo Bertolucci. No cabe
duda de que la voz de Andrea Camilleri está en su personaje protagonista, de
hecho este se habla a sí mismo para aclarar las ideas, bien escribiéndose una
carta, bien manteniendo un diálogo «Comisario
Montalbano, repáselo todo desde el principio. ¿Desde el principio principio?
Sí, señor, desde el principio principio».
Otro
personaje que adquiere mayor entidad es, sin duda, Catarella, pues no solo ha
conseguido que Salvo vea normal su forma de expresarse sino que ha llegado a
crear su propio lenguaje. En esta entrega, además, es un punto fundamental a la
hora de la investigación; nadie como él en comisaría maneja el ordenador, «Según el complejo lenguaje catareliano, el
dativo se refería a él mismo» «¡El guardia de los pasos no me deja entrar!
¡Esto es impenetrabilísimo! […] —Dottori, los fails con guardia de los pasos son
tres».
Y si
los personajes son el punto fuerte, no cabe duda de que el narrador también lo
es. En esta ocasión es conciso, deja que hablen directa o indirectamente los
personajes:
—Venid
conmigo.
Los
condujo al estudio.
—Tú,
Cataré, toma el ordenador…
Normalmente
el narrador se mete en el propio Salvo adoptando su personalidad, hasta el punto
de que no sabemos si se trata de un monólogo interior del personaje «¡Virgen santísima la paciencia que había
que tener!», si constituye la explicación humorística literal de algunos
calificativos de los que es objeto, o si pretende aclarar el significado
implícito de algunas afirmaciones (por otro lado, evidente).
Y
por supuesto, encontramos al narrador guionista, que ahora es reflejo del
propio autor, así que el homenaje al mundo audiovisual queda patente, y la
crítica hacia determinada programación televisiva, también
PP
de la cabeza de Angelo, espectáculo espantoso
FUNDIDO
LENTO
De
acuerdo, era una pésima escena […] Pero igual habría alcanzado el éxito en la
televisión…
Andrea Camilleri es un ejemplo de la conexión existente entre la literatura y el ambiente actual. Sus novelas son a la vez motor y reflejo de este clima. Las denuncias a la corrupción policial, política, médica y farmacéutica (en este caso) son una seña de identidad. Sus novelas están enmarcadas en un cronoespacio definido haciendo que su obra no se pueda separar de la sociedad que queda reflejada y, sin embargo, es una sociedad, respecto a determinados aspectos de hoy, estancada. Escrita en la Italia de 2005 podría representar a la España de 2021. ¡Qué poco avanzamos! (Por la corrupción que algunos que ostentan ciertos poderes se empeñan en no abandonar. Por algo será, esto es cierto).
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