He
terminado de leer una novela desconcertante. Eso, al final del proceso, es
bueno porque me he parado, extrañado, buscado, comprobado, imaginado, opinado,
cambiado de opinión… pero durante la lectura es un tanto agotador.
No
cabe duda de que Nicolás Caicoya
sabe de magia, sabe de cine y sabe de literatura. Las constantes alusiones a
personajes, autores, series de TV, películas, sobre todo del cine español,
convierten a Faustino Chacón en un claro homenaje a la magia y al cine, que
también es magia.
Las casi 500 páginas dan para recordar a expertos en ilusionismo, como Alex Stong, o en psiquiatría, como Vallejo-Nágera, en humor como Chumy Chúmez, a artistas homónimos «observaban con detenimiento un cuadro de Leonardo da Vinci. Di Caprio no está a la venta». En esta novela disparatada no podían faltar los maestros. Hay alusiones directas o distorsionadas a los grandes del absurdo como Eduardo Mendoza «Bastante jodido es morirse como para encima morirte viendo cine español» o Gila «no te puedes morir porque estás recién comido y es malo morirse en plena digestión».
Pues
a pesar de intentar negar la muerte, en Faustino
Chacón se muere gente porque hay un asesino en serie que va dejando
cadáveres con una particularidad, la inicial de sus nombres coincide con las
letras de los cuatro elementos. La novela comienza in medias res, con el asesinato por combustión espontánea de
Cornelius, un paciente de la residencia geriátrica Los Magnolios, en el Madrid
de finales de los 80. Las víctimas de FUEGO han sido Francisco, Unax, Eladio, Gabriel y el pobre Cornelio, en
realidad, Octavio.
Empieza el turno de AIRE con Ana e Ignacio, a los que deja morir en una
bolsa de plástico. Los inspectores de policía Juana y Chamorro son los
encargados de investigar las muertes, Pero eso es tarea imposible a no ser que
toda una concentración de magos venga en su ayuda. El caso se complica tanto
que debe intervenir el FBI aunque su participación no sea todo lo deseable que
cabría esperar.
El
asesino es un psicópata y como tal juega con todos. Y el autor no lo es, pero
también juega con el lector. Así que vamos leyendo, tomando notas, mentales y
materiales, y nos vamos enterando de hechos cuando Caicoya quiere; porque para
eso es un experto en cancamusas. A veces tenemos la impresión de estar ante una
historieta gráfica, con anécdotas y diálogos de cine que aportan un ritmo
frenético capaz de englobar la magia y los enigmas criminales en cambios
constantes; de hecho el tiempo es lo de menos, el espacio tampoco es
significativo. El autor no ata la escritura exclusivamente a la forma literaria
sino que mezcla elementos heterogéneos del cine, la música, la publicidad, para
encontrar en el todo resultante una conexión de las partes: un equipo
fantástico de Magos, unos reales, otros imaginarios, un FBI no tan fabuloso, un
policía penoso y una policía cansada de trabajar con el machista de turno que,
además, es bastante simple «el “conceto”
ha rebotado en el cerebro de Chamorro,
quien está más blanco que el papel, por llevar toda la sangre al lóbulo frontal
sin resultado […] dice el que de seguro suspendió matemáticas en EGB»
Nicolás Caicoya desestabiliza los límites del género literario y cuestiona el
concepto de personaje ficticio o real, el de autor y narrador, el de lector y
vidente para hacernos creer que asistimos a una película donde predomina la
zafiedad o el mal gusto escatológico y no a la caricatura esperpéntica, tratada
sin piedad, de una sociedad no tan lejana «El
agente alopécico […] se está tomando un café, y tras otear a su alrededor abre
con disimulo una botella de leche y se echa un chorrito de un extraño líquido
de color resina, debe ser brandi Soberano: España es tierra de hombres y sus
hombres beben Soberano […] Hoy le daría una apoplejía al departamento de
censura publicitaria…».
La
novela es un tira y afloja entre mentes privilegiadas y otras que no lo son
tanto; el lector asiste impaciente a las desorientaciones, a las asociaciones
inverosímiles, hasta que se intuye inmerso en un espacio y tiempo irreales,
propios de un estudio cinematográfico que busca la complicidad de un público
que, mientas ríe sin parar, se da de bruces con la peor cámara del horror
imaginable.
La
presencia del mal es habitual en la naturaleza humana y por supuesto en una
sociedad en la que presas y depredadores forman una pesadilla constante de
dolor y muerte, pero en Faustino Chacón
queda mitigada por el humor
Vanessa
sigue forcejeando con el payaso tarado […]
—¡Socorro!
¡Soy periodista, mamón!
[…]
Tras
un alarido el payaso se aleja dolorido y trastabillando unos pasos.
—Sufre,
mamón […] el tipo es atropellado con una violencia inusitada […] la fuerza G,
que no los Hombres G, hace el resto
Está
claro que el humor predominante es negro.
Quevedo
no estuvo considerado como el genio que fue, durante algunas épocas, porque
incidía en escenas grotescas del ser humano. La carcajada que provoca el humor
negro aún hoy se tiene por diabólica. Pero a veces es necesario este tipo de
humor, como mecanismo de defensa en un mundo en el que la moral no tiene
sentido. Casi todos los actos pueden ser motivo de risa o de enfado. Depende
del punto de vista. Caicoya se centra en asuntos serios, tristes, injustos,
horribles, y los mira desde una perspectiva sarcástica. El resultado son
escenas aparentemente machistas, racistas, homófobas aunque en el fondo, y a
pesar de las burlas, no quede poso de racismo o machismo sino una crítica a
ambos, un homenaje a los hombres y mujeres buenos y por supuesto un
reconocimiento a la enorme inteligencia de magos, prestidigitadores, médiums y
demás personas que consiguen, aun solo por momentos, cambiar el feo aspecto de
la sociedad por otro más divertido.
Hace
falta la risa y el ingenio que el hombre descubrió en otro tiempo en los magos,
a quienes «les otorgaba una credibilidad
y eficacia fuera de dudas para un pueblo menos leído. Ahora se lee más, pero
casi siempre posverdades, así que pronto volveremos a liarla parda».
Efectivamente, los conflictos nos rodean. Todo tiene normas estrictas sobre lo
políticamente correcto, que quedan abolidas en según qué casos. Podemos hacer
chistes sobre la religión musulmana o judía, por ejemplo, pero no se puede
nombrar al dios cristiano. Faustino
Chacón no deja títere con cabeza. Todo es fiesta, todo susceptible de risa,
incluso la muerte y la tortura. Con ello prueba, una vez más, que podemos reír «El improvisado altar está adornado con
coronas de flores de algún que otro entierro, pues Cornelius no era mujer […]
“Recuerdo de tu esposo, hijos, nietas y biznieta “Rosa, te queremos”. Unos
trillizos pelirrojos se acercan y depositan otra corona “Te querremos siempre,
abuela”. El lugar es sin duda una chabola...».
No
solo hay humor negro. Hay alusiones geográficas que despiertan la carcajada,
otras recuerdan los piropos casposos de determinados individuos; el humor
obvio, cotidiano, está presente, así como el resultante de unir personajes
históricos a chascarrillos actuales.
Un
argumento bien traído pues nada es lo que parece. Incluso el asesino, Sombra,
es una a la que, como a todas, le corresponde alguien real.
Dicho
esto, contra la novela conspira el alargamiento pues, a pesar de la habilidad
del autor para enlazar unos casos con otros, es algo cansado leer una chanza
continua, aunque las burlas saquen a flote los verdaderos sentimientos.
Creo que si Faustino Chacón leyese Faustino Chacón estaría contento. Aquí en España, no tuvo el reconocimiento debido. Qué raro ¿no?
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