Siempre
nos han atraído las fuerzas misteriosas, esas que han estado asociadas a los
sueños, allá donde la imaginación no tiene límites ni nuestro control de los
hechos tampoco. De pequeña me atraían las vidas de santos, a quienes les
sucedían hechos tan extraordinarios que se acercaban a lo paranormal. Es la
base de la religión, donde las aguas pueden levantarse y provocar tragedias
horribles para algunos mientras que otros son beneficiados. Las historias del Antiguo Testamento son fabulosas. Ahora,
de vez en cuando, me gusta leer sobre sucesos oníricos paranormales. En el
fondo siempre he creído que podría comunicarme con el más allá. O lo he
deseado.
Por
eso agradezco a Juani, una exalumna, ahora amiga, que me regalase La
otra gente, una novela de ambientación siniestra, desoladora,
amenazante que te engancha desde la primera página porque en su trama oscura,
donde ¡cómo no! la religión está muy presente, «Éxodo 21: 23-25», no dejan de aparecer datos que modifican lo
anteriormente expuesto, «Vivimos en un estado
de negación permanente»; por ello el argumento se hace adictivo desde el
principio.
El
narrador, en tercera persona juega como quiere con la narración, contando lo
que va sucediéndoles a los diferentes protagonistas, de manera que cuando
venimos a darnos cuenta tenemos tres historias eje que, si bien parecen
distintas, al final quedarán enlazadas a la perfección, y dotadas (las tres) de
sentido. La historia de Gabe parte in
medias res y, mediante oportunas analepsis vamos conociéndolo mejor. La
historia de Katie, en principio anodina, va cobrando importancia con la trama
hasta que ella es protagonista fundamental del argumento. Por otro lado está la
historia de la chica en coma, de la que vamos obteniendo datos muy poco a poco.
Unidas a ellas aparecen otras no menos inquietantes como la de Fran y Alice
que, por momentos, nos corta la respiración, o la del Samaritano, de la que
sólo conoceremos lo que él nos deje conocer, «Su blanca dentadura emite un destello. —Tengo muchos nombres».
Entre todas las historias surgen otros personajes que van conformando y
agrandando el misterio y, por supuesto, la historia de la otra gente, esa que
circula entre nosotros sin que sospechemos nada.
Gabe
circula por la autopista, en dirección a su casa, cuando cree ver en el coche
que va delante a su hija. No puede alcanzar a ese coche que lo precede y, como
lleva el móvil descargado, para en una estación de servicio para llamar a su
casa. Desde allí, descuelga el teléfono la policía y le dice que su mujer y su
hija han sido asesinadas. Una vez termina con el juicio, y sale absuelto, se
dedica a recorrer la autopista en su caravana, una y otra vez, en busca de
Izzy, parando de vez en cuando para descansar en estaciones de servicio.
Por
otro lado, Fran y Alice también viajan constantemente, pero no buscando sino
huyendo de alguien a quien no conocemos. Sólo sabemos que ambas tienen miedo y
que Alice sufre episodios de narcolepsia, lo que en ocasiones dificulta su
huida.
Las
dos historias confluirán con facilidad en la de una chica cuyo cuerpo descansa,
en coma, durante más de veinte años y su mente viaja sin descanso, atemorizada,
en busca de alguien que le aporte paz.
La
autora, C. J. Tudor, ha escrito una
novela que parece impulsada por el cine americano de terror, donde lo paranormal
planea por el argumento hasta posarse definitivamente en la resolución, por lo
que el caso queda en realidad, sin resolución racional, envuelto en el
misterio. Algunos personajes actúan como ángeles para otros personajes, pero
desafían su condición al vivir fuera de lo considerado común, mostrando un lado
oscuro, tanto para sí mismos como para el resto. La base de la historia no es
sino una cadena de perjuicios perfectamente posibles, en la que somos
conscientes de que si se rompe, el odio puede multiplicarse y las posibilidades
de salir ileso son casi inexistentes. Aun así entramos en la cadena. Todos los
personajes sienten en algún momento la emoción más ancestral: el miedo. Cuando
este se produce por algo inexplicable, el protagonista no intenta entenderlo,
por eso deja abierta una posibilidad a las fuerzas sobrenaturales que escapan
de cualquier explicación y control «Alice
sonrió y un escalofrío de miedo le bajó a Fran por el espinazo […] Cada vez que
a Alice le daba un ataque despertaba con un guijarro en la mano».
El
espíritu de la chica casi muerta vaga por la mente de Izzy, alguien que, debido
quizás a la narcolepsia, tiene una sensibilidad especial para conectar con la
chica a través de espejos. El espejo se encarga de cuestionar los elementos
reales y la traslada al mundo de los sueños, donde puede detener el tiempo;
Izzy abandona su cuerpo para ir tomando consciencia de quién es y cuál es su
situación. Probablemente esta huida corpórea la ayude a proveerse de lo que más
tarde le servirá como salvación.
Las
mentes torturadas confluirán para ayudar al espíritu de la chica en coma a
liberarse por completo «Algunos empleados
empezaron a hacer conjeturas sobre fantasmas […] Miriam no quería oír hablar de
estas tonterías […] Deslizó la palma sobre las sábanas […] No era suciedad. Era
arena».
Para
analizar la novela de Tudor es necesario evadirnos de lo cotidiano, olvidarnos
de cualquier argumentación racional e intentar conectar con el más allá. Si no
lo conseguimos experimentaremos cierto desasosiego ante Gabe y un
estremecimiento absoluto ante la chica en coma.
La otra gente nos sitúa como posibles receptores de
una violencia terrenal, fruto del odio desmedido y la venganza y recapacitamos,
alarmados, sobre nuestra responsabilidad ante las desgracias que se ciernen
sobre nosotros y creíamos fruto del destino. C. J. Tudor escribe una novela
envuelta en una atmósfera de ansiedad y temor ante lo desconocido y el más allá,
pues un personaje real posee poderes imposibles en un entorno real. El relato
sugiere la existencia de lo sobrenatural, de lo fantástico. Aunque, claro, esto
es relativo. Antes, imaginarnos en un mundo redondo que daba vueltas era
fantasía y conformar un ser humano con órganos de diferentes seres, también…
En La otra gente, los personajes no son buenos ni malos. Es fácil ponernos en la situación de cada uno y entender sus actos «Pero no es lo mismo ser pobre cuando eres blanco que cuando eres negro». Si somos capaces de planear las venganzas más frías e inhumanas, debemos ser capaces de creer en dimensiones alternativas. Como ocurrió con el Boom hispanoamericano, es fácil pasar del realismo mágico al realismo trágico.
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