domingo, 21 de junio de 2020

CERVANTES & COMPAÑÍA



Hace casi un mes, Inma, una exalumna de la UNED y ahora compañera de profesión y amiga, me hizo llegar el último ensayo que Ignacio Padilla escribió sobre Cervantes.

En España, hablar de Cervantes es hablar de Francisco Rico, o de Avalle Arce, o viceversa. Son nombres que van asociados. En realidad hay miles de estudiosos sobre el Manco de Lepanto, pero no debemos olvidar a Padilla. La voz del mexicano, uno de los fundadores del Crack, fallecido en un terrible accidente de tráfico meses después de publicar Cervantes & compañía, se levanta para analizar con polémica, según su estilo, la figura ética y estética del autor del Quijote. Y nos recuerda que, ante todo, fue un ser humano y no la figura deificada que se nos ha presentado. Don Quijote no es una metáfora de nada; en el Romanticismo quedó consagrado como símbolo del ideal y Sancho, de la realidad. Pero no son tan simples, ni el escudero ni el caballero. Don Quijote posee un carácter humano, complejo, como su autor y así, como en un espejo, aparecen la vida y el pensamiento de uno reflejados en los del otro. En don Quijote vemos la lucha del propio Cervantes ante la propia vida en la época que le tocó existir, ante el amor, ante el gobierno, ante sus ideales.

Padilla, aprovechando el cuarto centenario de los dos grande la literatura, establece en este libro de ensayos una comparación entre Cervantes y Shakespeare y observa alguna diferencia fundamental. Cervantes es más humano, por imperfecto, que el Bardo de Avon; es cierto que cultivaron géneros distintos (el teatro de Cervantes no está entre sus mayores logros), pero el inglés supo desligarse de su obra tanto que casi se hizo invisible, tanto que es discutida su autoría e incluso su existencia, por eso la figura de Shakespeare se ha mitificado. A él no le importó buscar ayuda, en la realización de sus obras, del resto de la compañía. Es normal que los actores opinen sobre el texto, y los tramoyistas, y los músicos… El teatro es algo vivo, cambiante en cada representación, y el Bardo, además, fue consciente de que no era buen forjador de historias. Pero está claro que, con todo, Shakespeare aportó a su lengua más términos de los que introdujo Cervantes en el castellano. Igualmente, el trato que experimentan los personajes femeninos es diferente en cada autor; las mujeres de Cervantes no son de admirar, sí las de Shakespeare. Asimismo, mientras este reflexiona como nadie, de manera universal, sobre el amor, la maldad, el sexo y el poder, el alcalaíno lo hace sobre el proceso de la escritura.

Ambos son tan grandes, han llegado tan lejos, que apenas se leen. Cervantes incluso menos. Padilla, en la última parte de Cervantes & compañía, Cervantes Incorporated, recuerda con humor e ironía desmedida el márketing que ha tenido la figura de don Quijote. Todos hablan de él sin haberlo leído. Desde el momento en que fue endiosado quedó reducido a una imagen plana que entra en cualquier sitio, en una canción, una película, un prólogo… cada uno puede elegir, entonces, lo que más le apetezca saber del caballero sin necesidad de leer la novela. Nuestro escritor mexicano arremete con sarcasmo acertado contra las barbaridades puestas a la venta sobre don Quijote, como un supuesto «CD-Room de Paulo Coelho», «Cervantes Reloaded», en el que cuenta la historia del caballero tal y como nos habría gustado que ocurriese, complementado por versiones musicales inauditas, calendarios de la época cervantina, muñecos para niños o niñas (según sean hombres o mujeres los protagonistas) que crean ilusiones imposibles, falsos juegos de magia, disfraces y hasta una subasta con objetos “reales” de la propia obra.

Antes de llegar a este final hiperbólico, que aunque parezca mentira es fiel reflejo del tratamiento otorgado a la novela, Padilla ha comparado a los dos genios responsables de que el Día del libro sea universal. Mientras que uno era ante todo un narrador que no tuvo conciencia de su talento narrativo, el otro supo en todo momento qué era la representación teatral, no pretende revolucionar el teatro, por eso profundiza en lo que quiere llevar a las tablas. Cervantes transforma la narrativa, se da cuenta y especula con su éxito, por eso introduce metatextos y explica errores.

En cuanto a la construcción de personajes, Ignacio Padilla es de la opinión, totalmente acertada, de que Shakespeare es el maestro de los villanos; nadie como él para proporcionarles ocultas intenciones, inteligencia y astucia para llevar a cabo las maldades más extremas. Son personajes complejos de interior atormentado, movidos por razones que, incluso, podemos entender. Cervantes tiene malos bastante planos, no son ingeniosos sino maliciosos, están sometidos al mundo que habitan, sin posibilidad de grandeza por lo que resultan antipáticos al lector. Asimismo los “locos” de Shakespeare se van formando tras un proceso gradual en el que les falla la voluntad. Los de Cervantes reclaman su libertad de ser locos. Situación, ésta, totalmente contraria a la ocurrida con las mujeres; mientras que las del español están supeditadas a la época, los hombres y las circunstancias, las del inglés se mueven libres hasta alcanzar protagonismo. Los diferentes caracteres de los personajes shakesperianos, modelados a lo largo de cada obra, han conseguido dotar a sus dramas con diferentes significados. Esto, unido a la incógnita que supuso el autor, ha atraído al público a lo largo de los siglos. Es cierto que, en general, es más fácil ver una representación que leer, finalidad para la que fue escrita la novela; por eso la gran mayoría habla, incluso opina sin saber, porque leer cuesta trabajo.

Los aciertos de Shakespeare son indiscutibles pero Cervantes, con sus impurezas, sus expresiones grandilocuentes y el humor instalado en un mundo que nada tenía de gracioso, consiguió recordar a sus contemporáneos, y a todos, que la lengua está viva, nace en un momento determinado y muere en otro.

La primera parte del Quijote es distópica, imperfecta. El autor titubea, asume que está inconclusa, muestra el patetismo y la perfección del hombre. Cervantes intenta hacer un relato corto pero le ve posibilidades, le introduce cuentos, más relatos y hasta un conato de obra teatral. Esto desemboca en algo excelente, inusual, aunque para Padilla, el verdadero nacimiento de la novela moderna tiene lugar en 1615 con la segunda parte, cuando el autor quiere escribir, y lo consigue, una novela distópica que solo cree en la realidad imperfecta y en sí misma. Es difícil entender al Quijote porque es completamente humano. Como su autor, es tierno y despótico (se sabe de Cervantes su afición al juego, a la bebida y a las peleas), cobarde y valiente (hubo de vivir de su hermana y su sobrina que ejercían de prostitutas), necesitado y estafador (se confesó culpable de malversar fondos públicos). Sin embargo tanto el Quijote como Cervantes han quedado retratados por la literatura como héroes porque han sido juzgados como mitos o dioses. Y El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (¡cuánta razón tiene Ignacio Padilla!) es un monumento al fracaso, a la duda, a la decadencia, a la contradicción de la vida misma. Si nos damos cuenta es una novela moderna, ahí reside la grandeza del autor y del personaje.

Padilla recuerda seguir el consejo de Borges cuando afirmó que no hemos de admirar menos a Cervantes, sino leerlo más para entender mejor su obra y poder admirarlo más.

Personalmente admiro al autor de Cervantes & compañía desde que lo conocí a través del Crack; sus integrantes también cometieron fallos y aciertos, introdujeron novedades y adaptaron a los clásicos —entre ellos a Cervantes—. Leí Si volviesen sus majestades y descubrí un espacio y un tiempo distópicos, personajes ambiguos que retratan el absurdo de la condición humana. Leí a Ignacio Padilla y me declaré seguidora total. Por eso agradezco a Inma que me haya obsequiado con la última obra de este grande de la literatura, del que espero que sea él la compañía de Cervantes por toda la eternidad.


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