Hace
casi un mes, Inma, una exalumna de la UNED y ahora compañera de profesión y
amiga, me hizo llegar el último ensayo que Ignacio Padilla escribió sobre Cervantes.
En
España, hablar de Cervantes es hablar de Francisco Rico, o de Avalle Arce, o
viceversa. Son nombres que van asociados. En realidad hay miles de estudiosos
sobre el Manco de Lepanto, pero no debemos olvidar a Padilla. La voz del
mexicano, uno de los fundadores del Crack, fallecido en un terrible accidente
de tráfico meses después de publicar Cervantes & compañía, se levanta
para analizar con polémica, según su estilo, la figura ética y estética del
autor del Quijote. Y nos recuerda
que, ante todo, fue un ser humano y no la figura deificada que se nos ha
presentado. Don Quijote no es una metáfora de nada; en el Romanticismo quedó
consagrado como símbolo del ideal y Sancho, de la realidad. Pero no son tan
simples, ni el escudero ni el caballero. Don Quijote posee un carácter humano,
complejo, como su autor y así, como en un espejo, aparecen la vida y el
pensamiento de uno reflejados en los del otro. En don Quijote vemos la lucha
del propio Cervantes ante la propia vida en la época que le tocó existir, ante
el amor, ante el gobierno, ante sus ideales.
Padilla,
aprovechando el cuarto centenario de los dos grande la literatura, establece en
este libro de ensayos una comparación entre Cervantes y Shakespeare y observa
alguna diferencia fundamental. Cervantes es más humano, por imperfecto, que el
Bardo de Avon; es cierto que cultivaron géneros distintos (el teatro de
Cervantes no está entre sus mayores logros), pero el inglés supo desligarse de
su obra tanto que casi se hizo invisible, tanto que es discutida su autoría e
incluso su existencia, por eso la figura de Shakespeare se ha mitificado. A él
no le importó buscar ayuda, en la realización de sus obras, del resto de la
compañía. Es normal que los actores opinen sobre el texto, y los tramoyistas, y
los músicos… El teatro es algo vivo, cambiante en cada representación, y el
Bardo, además, fue consciente de que no era buen forjador de historias. Pero
está claro que, con todo, Shakespeare aportó a su lengua más términos de los
que introdujo Cervantes en el castellano. Igualmente, el trato que experimentan
los personajes femeninos es diferente en cada autor; las mujeres de Cervantes
no son de admirar, sí las de Shakespeare. Asimismo, mientras este reflexiona
como nadie, de manera universal, sobre el amor, la maldad, el sexo y el poder,
el alcalaíno lo hace sobre el proceso de la escritura.
Ambos
son tan grandes, han llegado tan lejos, que apenas se leen. Cervantes incluso
menos. Padilla, en la última parte de Cervantes
& compañía, Cervantes Incorporated, recuerda con humor e ironía
desmedida el márketing que ha tenido
la figura de don Quijote. Todos hablan de él sin haberlo leído. Desde el
momento en que fue endiosado quedó reducido a una imagen plana que entra en
cualquier sitio, en una canción, una película, un prólogo… cada uno puede
elegir, entonces, lo que más le apetezca saber del caballero sin necesidad de
leer la novela. Nuestro escritor mexicano arremete con sarcasmo acertado contra
las barbaridades puestas a la venta sobre don Quijote, como un supuesto «CD-Room de Paulo Coelho», «Cervantes
Reloaded», en el que cuenta la historia del caballero tal y como nos habría
gustado que ocurriese, complementado por versiones musicales inauditas,
calendarios de la época cervantina, muñecos para niños o niñas (según sean
hombres o mujeres los protagonistas) que crean ilusiones imposibles, falsos
juegos de magia, disfraces y hasta una subasta con objetos “reales” de la
propia obra.
Antes
de llegar a este final hiperbólico, que aunque parezca mentira es fiel reflejo
del tratamiento otorgado a la novela, Padilla ha comparado a los dos genios
responsables de que el Día del libro sea universal. Mientras que uno era ante
todo un narrador que no tuvo conciencia de su talento narrativo, el otro supo
en todo momento qué era la representación teatral, no pretende revolucionar el
teatro, por eso profundiza en lo que quiere llevar a las tablas. Cervantes
transforma la narrativa, se da cuenta y especula con su éxito, por eso
introduce metatextos y explica errores.
En
cuanto a la construcción de personajes, Ignacio Padilla es de la opinión,
totalmente acertada, de que Shakespeare es el maestro de los villanos; nadie
como él para proporcionarles ocultas intenciones, inteligencia y astucia para
llevar a cabo las maldades más extremas. Son personajes complejos de interior
atormentado, movidos por razones que, incluso, podemos entender. Cervantes
tiene malos bastante planos, no son ingeniosos sino maliciosos, están sometidos
al mundo que habitan, sin posibilidad de grandeza por lo que resultan
antipáticos al lector. Asimismo los “locos” de Shakespeare se van formando tras
un proceso gradual en el que les falla la voluntad. Los de Cervantes reclaman
su libertad de ser locos. Situación, ésta, totalmente contraria a la ocurrida
con las mujeres; mientras que las del español están supeditadas a la época, los
hombres y las circunstancias, las del inglés se mueven libres hasta alcanzar
protagonismo. Los diferentes caracteres de los personajes shakesperianos,
modelados a lo largo de cada obra, han conseguido dotar a sus dramas con
diferentes significados. Esto, unido a la incógnita que supuso el autor, ha
atraído al público a lo largo de los siglos. Es cierto que, en general, es más
fácil ver una representación que leer, finalidad para la que fue escrita la
novela; por eso la gran mayoría habla, incluso opina sin saber, porque leer
cuesta trabajo.
Los
aciertos de Shakespeare son indiscutibles pero Cervantes, con sus impurezas,
sus expresiones grandilocuentes y el humor instalado en un mundo que nada tenía
de gracioso, consiguió recordar a sus contemporáneos, y a todos, que la lengua
está viva, nace en un momento determinado y muere en otro.
La
primera parte del Quijote es distópica, imperfecta. El autor titubea, asume que
está inconclusa, muestra el patetismo y la perfección del hombre. Cervantes
intenta hacer un relato corto pero le ve posibilidades, le introduce cuentos,
más relatos y hasta un conato de obra teatral. Esto desemboca en algo
excelente, inusual, aunque para Padilla, el verdadero nacimiento de la novela
moderna tiene lugar en 1615 con la segunda parte, cuando el autor quiere
escribir, y lo consigue, una novela distópica que solo cree en la realidad
imperfecta y en sí misma. Es difícil entender al Quijote porque es
completamente humano. Como su autor, es tierno y despótico (se sabe de
Cervantes su afición al juego, a la bebida y a las peleas), cobarde y valiente
(hubo de vivir de su hermana y su sobrina que ejercían de prostitutas),
necesitado y estafador (se confesó culpable de malversar fondos públicos). Sin
embargo tanto el Quijote como Cervantes han quedado retratados por la
literatura como héroes porque han sido juzgados como mitos o dioses. Y El ingenioso caballero don Quijote de la
Mancha (¡cuánta razón tiene Ignacio Padilla!) es un monumento al fracaso, a
la duda, a la decadencia, a la contradicción de la vida misma. Si nos damos
cuenta es una novela moderna, ahí reside la grandeza del autor y del personaje.
Padilla
recuerda seguir el consejo de Borges cuando afirmó que no hemos de admirar
menos a Cervantes, sino leerlo más para entender mejor su obra y poder
admirarlo más.
Personalmente
admiro al autor de Cervantes &
compañía desde que lo conocí a través del Crack; sus integrantes también
cometieron fallos y aciertos, introdujeron novedades y adaptaron a los clásicos
—entre ellos a Cervantes—. Leí Si volviesen sus majestades y
descubrí un espacio y un tiempo distópicos, personajes ambiguos que retratan el
absurdo de la condición humana. Leí a Ignacio Padilla y me declaré seguidora
total. Por eso agradezco a Inma que me haya obsequiado con la última obra de
este grande de la literatura, del que espero que sea él la compañía de
Cervantes por toda la eternidad.
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