La
primera vez que leí Si volviesen sus majestades me reí, mucho en determinados
momentos, y sobre todo me admiré de la capacidad de Ignacio Padilla para mezclar un lenguaje expresado a la manera del
siglo XVII, incluso algunas palabras lo recuerdan: «escuro», «conoscencia», «vuestra merced», un contenido casi
futurista, y términos que hacen referencia a nuestra época; así, es fácil que
convivan en un reino virtual «el rapaz», el
«boticario» y los «trenes eléctricos».
La
novela de Padilla tiene una estructura casi redonda; comienza en el presente
del protagonista narrador quien, mediante analepsis y digresiones recuerda su
infancia; a través de un pasaje epistolar conoce su genealogía, predice el
futuro utilizando una prolepsis, retoma el presente, que ratifica a la
perfección la maldición de la que es objeto durante toda su vida y la convierte
en futuro inmediato. Porque el protagonista está maldito. ¿Cómo me he reído
entonces? Aquí reside la maestría del autor, pues consigue, como sólo los
grandes de la literatura lo han hecho, jugar con el lenguaje de tal forma que
mediante ironías, absurdos e imágenes surrealistas se exponga la realidad más
cruel y nos toque en lo más profundo.
Pues,
una vez leída, tuve la impresión de que me había perdido algo, por lo que la releí buscando palabras que no entendía, abundan arcaísmos y mexicanismos,
comparando declaraciones con las de otros autores, hasta llegar a la conclusión
de que es una obra maestra. Cualquier tema relacionado con la libertad, la
culpa, la soledad, la destrucción, bien en el mundo real, bien en el proceso de
la escritura o en diferentes teorías filosóficas y literarias, está tratado. He
conseguido realizar un estudio amplio que, obviamente, no voy a incluir aquí. Y
no sé cuál será su lugar. Probablemente lo conserve como homenaje personal a
este Crack de la literatura que, en diciembre de 2016 no pudo reunirse en
México con los otros cuatro creadores del Manifiesto, para leer el
Postmanifiesto, porque murió en agosto a consecuencia de un accidente.
Todas
las características que los creadores del Crack mexicano pensaron que debía
tener la literatura están reflejadas en Si
volviesen sus majestades. La estructura es caótica, comienza por el séptimo
borrador que un senescal, que lleva 300 años en un Reino desierto esperando a
que vuelvan sus majestades, realiza para dejar constancia de lo que ocurrió.
Humorísticamente, los seis días anteriores había realizado otros seis
borradores, finalmente, con el séptimo pretende descansar pues considera
terminada su obra.
Pero
el reino también está habitado por el bufón y éste le recomienda que escriba
cosas intrascendentes, ya que a nadie le interesa la verdad. Por ello el
senescal, que considera su vida como algo insignificante, decide trasladarla al
papel. Terminado el Libro Primero, se lo da a leer al bufón quien lo rechaza
por no estar escrito «comme il faut»
sino de forma aleatoria, sin sentido y lleno de contenidos que parecen
imaginarios; se ha de escribir lo ilusorio de tal manera que parezca real, es
decir, una mentira verosímil.
El
senescal comienza el Segundo Libro y, enfadado con el bufón, decide que cuando
lo acabe se lo dará cerrado para que lo lleve a Kalifornia, sin que pueda
leerlo, y lo conviertan en una película. Pero el bufón quiere enterarse de lo
que pone, pelean por quedarse con lo escrito y lo rompen. Cuando el bufón lee
los retazos sueltos que caen en sus manos, se burla nuevamente porque, asegura,
nada de las afirmaciones hechas sobre su vida son ciertas. El senescal pretende
encontrar la verdad en la Biblioteca, pero sólo queda un Diccionario de esperanto para idiotas, lengua en la que estaba
escrita la carta que le dejó su madre traducida por Pagrafino el Loco, en donde
le explicaba su estirpe y la maldición que acecha desde que el bisabuelo perdió
el esquerlón de panolina. Decide entonces traducir él mismo la carta, se da
cuenta de que ha vivido engañado y opta por finalizar El año de las Tormentas
para dar comienzo al año del Olvido, por lo que se va a ver la televisión,
hasta que se queda dormido y, en sueños, se le aparece el doctor da Volpi quien
le asegura que sin él, el mundo habría sido mejor, un lugar donde hubiese
reinado la felicidad. El bufón lo despierta y le resta importancia al sueño aconsejándole
que lo olvide porque, le advierte, un sueño no forma parte de la realidad. El
senescal da entonces comienzo al año de los Sueños. Al soñar las penas, podrían
olvidarse. El bufón, para celebrarlo, le prepara una fiesta virtual en la que
aparecen todos los habitantes del reino. El senescal está feliz, hasta que
entra un gigante que, al tocarlo, grita de terror antes de desmayarse. El
senescal cree que es el Enemigo, quien robó el esquerlón de panolina causando
su desgracia; enfurecido, obliga al bufón a torturarlo hasta que confiese dónde
lo puso. El bufón lo mata y él mata al bufón porque le confiesa que todo lo ha
hecho por él, siempre lo ha amado; ni la reina, ni nadie tuvieron el menor
rastro de cariño hacia él. Enfadado, lo golpea y el bufón, antes de morir le
revela que el gigante era el Autor quien le dijo, mientras expiraba a causa de
la tortura, que el nombre del senescal sería para toda la eternidad, Caos.
Pues
este es el resumen de la novela, ya ordenado y sin mencionar las matanzas del
reino imaginado, reflejo de la realidad, las distracciones de la nobleza, donde
nos enteramos de cuestiones sobre la creación del mundo por ordenador, la
desgracia de su vida sin un ápice de ternura o cariño, la tristeza de su
juventud en soledad… Parece increíble que 183 páginas abarquen todo esto pero
lo hacen. Los temas son muchos, los recursos, innumerables y la
intertextualidad con los monstruos de la literatura o del cine salpican todas
las páginas.
Podemos
destacar el surrealismo de numerosas imágenes que se insertan en la mente
desequilibrada del senescal «aquí flota
una silla, allá el reloj camina de costado, acullá una naranja se deshace como
una estrella que estalla», la forma acompaña al contenido pues la
aliteración de la palatal sonora /ll/ intensifica la explosión de lo que la rodea,
preparándonos para la propia destrucción.
El
absurdo que emana de estas percepciones se impregna, en ocasiones, de la
ciencia ficción, donde encontramos un punto de ironía al reflejar algunos de
los objetivos científicos, «para hacerse
un hijo como él quería: fuerte como un robillón, grande como un titán, sabio
como su padre, aguerrido como su abuelo, pertinaz como ambos […] Todas estas
virtudes […] de gentes, fueran vivas o muertas, fuera de grado o por fuerza, y
al cabo las mezcló y las cultivó en una botella».
El
absurdo se transforma en teorías filosóficas, como la de las ideas de Platón; por
eso, independientemente de la materia existe la verdad, que es la idea perfecta
de las cosas. Esa verdad, para el senescal era «Kalifornia, donde sólo sufren los Extras, los Amigos duran siempre, no
envejecen las Doncellas ni se despeinan los Héroes». Asimismo el eterno
retorno, de Nietzsche, es lo que envuelve toda la novela, puesto que el
protagonista sufre las mismas pesadillas, y el mismo desprecio que sufrieron
sus antepasados; incluso él mismo conocerá «la
pena de morir no una, pero infinito número de muertes».
La
destrucción del mundo, la autodestrucción del ser humano son conceptos
implicados en la existencia, no existe el libre albedrío, estamos
predeterminados a la nada, porque vivimos en un mundo caótico, injusto, en el
que abundan las guerras, los abusos de aquellos que lo tienen todo y no saben
qué hacer para motivarse, pues este mundo, como el creado por el senescal en su
libro, no es perfecto, así que una y otra vez se destruye para volver a ser
creado, «el universo mundo había sido
escrito en un ordenador desde el principio mismo de los tiempos. […] una
infinita cantidad de archivos, memorias, leyes y programas, a cual más
discreto, aunque no del todo perfectos, como luego se verá».
En
este universo absurdo y profundo de Si
volviesen sus majestades, aparece la realidad social, mediante la extinción
metafórica del Reino, de la matanza del 68 en México, y la realidad literaria,
al recordarnos la estructura del Quijote, la cadencia poética y la metafísica
de Quevedo, el homenaje a la literatura y las falsas apariencias de En busca
del tiempo perdido, la imaginación desatada en la escritura de Santa Teresa, y
Lewis Carroll, o los coetáneos de Padilla, Igoriano de Nihlsburgo y su gran
amigo Jorge Volpi.
Así
pues, si la novela no tiene una estructura totalmente redonda pues termina un
poco después de cuando empieza, está perfectamente cerrada para mortificar sin
piedad a su protagonista, y al ser humano a través del lector, con un tiempo
circular. Todo vuelve porque pretendemos eliminar la culpa olvidando los
errores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario