Si
tenemos en cuenta que negra alude a
un tipo de novela en la que la resolución del misterio no es el objetivo
principal y los argumentos son muy violentos, Bajo las llamas es una
novela negra, porque en realidad no hay misterio. Todo es lo que vemos desde el
principio, horror, violaciones, mutilaciones, depravaciones, animalizaciones…
Estamos en la Semana Sangrienta, un poco antes, porque el libro se divide en 11
días, los últimos del movimiento insurreccional que azotó la capital francesa,
entre marzo y mayo de 1971, para instaurar un proyecto popular socialista que
pretendía expulsar a los prusianos de París. No hay más misterio. Sabemos cómo
empezó y cómo terminó, por lo que queda ver qué hacen los personajes. El
argumento no ensalza el valor de la batalla; es cierto que a veces aparecen
nobles sentimientos de algunos ciudadanos que viven aplastados, pero quedan
ocultos tras las circunstancias ambientales, o depravaciones personales, para
mostrar obscenamente a un pueblo envilecido «Como
las manos de la mujer buscan su cuello arañándolo con las uñas, le propina un
codazo en la cara que la tira al suelo con la bata levantada hasta los muslos […]
abofetea a la niña con la mano libre y la agarra del pelo, y ella cae sin
proferir un grito, rodando bajo la mesa».
Desde
el primer momento la ternura e indefensión de los débiles, expresada
directamente, ahonda en el ánimo del lector, que siente también el miedo y la
impotencia.
En
el infierno en que se ha convertido París, los seres más abyectos aprovechan
para cometer los peores delitos imaginables, sadismo, maltrato, trata de niñas
o jóvenes, tortura, esclavitud… Una familia acude a la policía para denunciar
el rapto de su hija en plena calle. Antoine Roques, un encuadernador que asume
el papel de comisario durante la revuelta, decide buscarla cuando, poco
después, una cocinera que ejercía de enfermera, novia de Nicolas, también es
capturada delante de su amiga y otras mujeres. Todos sabemos quiénes son los
secuestradores, los lectores, además, conocemos la barbarie a la que son sometidas
las chicas, pero es imposible, entre tanta desgracia realizar un seguimiento en
condiciones, el miedo de los ciudadanos, los ataques constantes de la guerra
impiden que tanto la policía como Nicolas y dos compañeros, localicen a
Caroline, la enfermera.
Los
aspectos más oscuros de la sociedad aparecen en toda su crudeza, la corrupción,
el vicio, la misoginia, la miseria, conforman el abanico de la trama. Está
claro que la guerra saca lo peor de cada uno, pero Bajo las llamas no da tregua «Recuerda
el placer brutal que obtuvo ella, su llanto y sus gritos de dolor mientras se
la follaba y cómo imploraba piedad murmurando desde el fondo de su mente
dominada por el opio».
La
sociedad queda instalada en un determinismo absoluto donde no hay esperanza
posible; Hervé le Corre resalta el
conflicto que surge entre la sociedad y los sueños de libertad mediante un narrador
omnisciente para que, con oraciones cortas y rápidas, consiga una fidelidad
descriptiva de los ambientes, los sucesos y la psicología de los caracteres «Nicolás intentaba comprender lo que veía […]
El ejército de la Comuna. El pueblo en armas. Hurgando con la punta de la bayoneta
en los desechos […] Ordenó con voz firme formar filas, apeló al valor, a la
dignidad, pero nadie lo escuchaba».
En
realidad el narrador es el que dirige la trama, durante un día relata lo
ocurrido a un determinado personaje para pasar a otro al día siguiente, cuando
quiere realza la mentalidad enferma del psicópata, como si justificase con ello
las causas de su actuación. En otros momentos adelanta acontecimientos,
presentimientos oscuros de los desheredados para que llegado el caso, el lector
entienda que lo importante no es la historia bélica, las acciones de la guerra,
sino las consecuencias que provocan en el ser humano. Da igual el tipo de
personaje, en realidad no son conscientes de actuar bien o mal, no perciben que
han quedado tocados por la barbarie y, aunque no hay salvación posible para
ellos, sus esperanzas renacen de la nada «Pan
para los críos, y escuelas para que sean menos idiotas que nosotros».
A
pesar de los diálogos cortos, que aportan un realismo teatral, el narrador está
presente en toda la novela, es quien describe con estilo naturalista, con
frialdad absoluta, lo más representativo de los habitantes a través del espacio
en el que se mueven, para ello se fija en aquellos detalles que configuran sus
formas de ser; enfatiza mediante contrastes aquello que le interesa, el punto
débil causante de tanta miseria y depravación. Todo se muestra deforme frente
al lector, caricaturesco, tan esperpéntico que distorsiona la realidad. Al
final no hay personajes, entre tanto horror desaparece el héroe individual, no
hay separación entre buenos y malos, no existen hazañas en esa contienda. El
verdadero protagonista es el colectivo formado por todos los miserables que
participan en la guerra, es un personaje histórico e impredecible respecto de
los sucesos que le van a ocurrir.
El
estilo interpretativo de le Corre acerca, de forma subjetiva, la realidad para
exponer los hechos que le interesan al narrador en el orden que ha decidido,
interpretando la historia desde una perspectiva distante para no tener que
implicarse en ninguna de las atroces consecuencias de la contienda.
El
rescate de Caroline es inhumano, parece increíble que haya sido urdido por
ninguna mente. La enfermera es humillada hasta no ser nada, «Habla con el perro […] Caroline mete la
mano por debajo de la puerta […] Se pone a excavar otra vez […] Apartan al
perro, quizá de una patada […] les da las gracias, es tan feliz que se echa a
llorar […] Caroline siente escalofríos […] solo ve al perro con la cabeza
destrozada y las piernas de los soldados […] Nota como empuja el miembro para
entrar en ella mientras la bayoneta hace presión contra su cuello».
La
pornografía va más allá del arte erótico. Al mezclarse con la guerra se convierte
en atentado social, en crímenes sexuales de pedofilia, sadismo, mutilación que
se unen a sentimientos de excitación de poder para desafiar cualquier concepto
de moralidad. La tensión se hace insoportable por el lenguaje empleado, crudo,
irónico, paradójico, de ternura tan cruel que la realidad se nos figura ciencia
ficción «Se acerca para negar la
evidencia de lo que ve. Toca con la yema de los dedos el rostro de Adrien, que
parece dormido con la boca abierta. Una cresta de hierro, roja de sangre, está
clavada en la parte posterior de su cabeza».
Es
cierto que el narrador es el que mueve a los personajes para retratar lo que le
interesa, el infierno de la guerra, la aniquilación total del ser humano, pero
en ese padecimiento dictatorial al que es sometido, la protagonista eleva su
monólogo interior, que cobra vida y se separa de la voz del narrador para
denunciar la violencia a la que es sometida la mujer, una violencia que solo
tiene consecuencias para ella misma quien, durante toda su existencia se sentirá,
en esta sociedad, sucia, culpable «Nunca
le he dicho a nadie por qué me fui […] Mi padre me habría matado y después los
habría matado a ellos, sin duda alguna. Juro que te lo contaré si volvemos a
vernos, pero creo que me llevaré el asco de mí misma».
Ante
esta declaración de intenciones el resto de denuncias, a la Iglesia, al Estado,
a los poderes institucionales que permiten o contribuyen al horror
indescriptible, quedan en segundo plano.
Bajo las llamas es una novela nigérrima en la que
solo se vislumbra una luz de esperanza en un futuro distinto, totalmente
diferente a lo vivido hasta ahora.
Me fascinan cada vez más tus reseñas. Libros como este, a los que no me hubiese acercado por mí mismo, se me vuelven imprescindibles. Sabes analizar cada aspecto y extraer cada matiz incluso de los más duro y horrible. ¡Eres una reseñadora imprescindible!
ResponderEliminar