Después
de leer esta novela, y otras como ésta, me da más miedo esta sociedad avanzada
en la que vivimos. Asusta pensar que cualquier extorsión, daño más o menos
grave o crimen incluso pueden quedar ocultos en una nube a la que nadie tiene
acceso, porque quienes lo tienen son los causantes y son intocables; mueven los
hilos de los demás mortales a su antojo. Me asusta y, sobre todo, me indigna.
El mundo no es igual para todos.
Constatado
este hecho vamos a demostrar otro: El caso Telak no es una novela negra
al uso; expone sin tapujos y con deliciosa ironía, en la recopilación de
noticias extraídas de un diario de Varsovia, los titulares destacados cada
mañana en lo que podríamos llamar el introito del capítulo.
El
papa Benedicto XVI vuelve a expresar la oposición de la Iglesia a los
matrimonios homosexuales, al aborto y a la ingeniería genética […] cada cierto
tiempo debe de aparecer en la Tierra un superdepredador, una verdadera máquina
de matar, que ponga orden en el planeta […] La policía municipal empieza a
patrullar por la Ciudad Vieja en vehículos eléctricos tipos coche de golf,
causando aún más risas que de costumbre.
Una
manera bastante curiosa, que también utilizará en La mitad de la verdad, de
acotar el tiempo ocurrido desde que se comete un crimen hasta su resolución.
Cuarenta y tres días ha necesitado el fiscal Teodor Szacki para descubrir al
asesino de Henryk Telak. El problema es que ha averiguado mucho más.
La
narrativa mantiene una línea clara, ágil, coloquial, con un lenguaje en el que los
tacos se emplean —como en la vida real— para mostrar confianza, camaradería,
amistad o para ofender. Podemos encontrar diálogos irónicos entre Szacki y su
amigo Oleg, el policía indispensable que lo ayuda constantemente con todo lo
que le propone.
—Camélate
a alguna agente que te las escriba…
—Vale,
pero me invitas a un café
—Ten
compasión, hombre, que soy funcionario del Estado, no policía de carreteras…
—Me
pagas un café y no se hable más
—Eres
un ruso sarnoso
El
sarcasmo en las conversaciones puede resultar divertido a pesar de hacer
referencia a situaciones verdaderamente trágicas; es lo que ocurre con los
forenses cuando deben oír decretos que a la vista de todo el mundo van en
contra de cualquier lógica
—¿Ha
sido usted quien ha pedido que comprobemos si el fallecido se clavó él mismo el
asador en el ojo?
Piedad,
pensó Szacki, un patólogo graciosillo no, por favor.
A
pesar de la fiereza sugerida: un potentado empresario aparece muerto una mañana
de domingo mientras pasaba, con un grupo de personas, un fin de semana
desarrollando la teoría psicológica de las constelaciones. Su muerte es
violenta pues lo encuentran tirado en el suelo del pasillo con un asador que,
clavado en el ojo, le atraviesa el cráneo hasta salir por la nuca, la narración
de la investigación del crimen no es desagradable.
Los
compañeros de terapia de Telak son, en principio, gente normal y el psicólogo
es un reputado terapeuta, por lo que la situación resulta del todo inquietante.
En El caso Telak hay misterio; desde el
principio de la novela aparece una figura masculina, sin nombre, que preocupa
porque es, sin duda, quien decide qué va a pasar y a quién. Seguro en su
reducto de poder, es el que mueve ficha, dejando a los personajes convencidos
de que actúan libremente cuando en realidad sabe de antemano qué va a ocurrir
con cada uno. De esta forma “el director”, así es nombrado, frío, calculador,
sin escrúpulos, controla lo que le interesa para que todo marche en Varsovia
según sus planes. Para que este trasfondo consiga que el ambiente, la acción y
quienes la realizan sean creíbles, y mantengan la atención del lector donde le
conviene al autor es imprescindible que los diálogos sean chispeantes, no
necesariamente humorísticos, aunque los hay, pero sí ingeniosos, así como
también es preciso un planteamiento de la panorámica social, conseguido al
yuxtaponer otros casos de los que debe encargarse la fiscalía, que le aportan
al lector un conocimiento real del estado de la sociedad, «(Szacki) había intentado
calcular la semana anterior cuántos casos tenía. Le salieron ciento once […]
las relaciones entre la fiscalía y los tribunales iban a peor […] la jefa de
Szacki había ido a la audiencia regional a pedir que se fijara cuanto antes una
fecha para el conocido caso de las violaciones múltiples […] y había sido
abroncada […] Lo peor era cuando afectaba a las sentencias».
Zygmunt Miłoszewski consigue no sólo misterio en esta novela. El suspense está servido,
con Telak y todos los que lo rodean, incluido Szacki; pero es una intriga
reposada, sin sobresaltos, aunque no dejemos de preguntarnos quién quiso
matarlo, por qué, cuándo, quién es el presidente de la empresa que administraba
sus bienes, qué relación tenía con él…
—Bueno,
parece que con Henryk no va a haber problemas, ¿no?
—Creo
que no debemos preocuparnos —contestó el otro—. Szacki iba a redactar hoy el
plan de la investigación […]
—¿Cuándo
lo recibiremos?
—Esta
noche […]
—Perfecto
[…] le gustaba que todo a su alrededor sucediera de forma previsible e ideal
La ironía,
el sarcasmo, el humor del narrador y de los protagonistas se mezclan con el
asombro del lector, que va impacientándose con más celeridad, si cabe, que el
propio fiscal, pues hasta el final no intuimos el desenlace. Todo se enreda
como en una teoría de constelaciones, similar a la que abre el caso. Magistral.
Sin
embargo un simple recurso, como la anáfora, que abre hechos con total
austeridad, sirve para recalcar la regularidad del infierno vivido por las
personas maltratadas, torturadas. Son casos que el fiscal debe investigar y
calificar para dejarlos en la oficina; son casos que recuerdan el trabajo
ingente y poco valorado de algunas profesiones al servicio de la comunidad, «…La mujer tenía treinta y cinco años pero
parecía tener cuarenta y cinco… Más tarde Szacki se enteraría de que cinco años
atrás su marido le había roto ese brazo… Después de cinco golpes la
articulación quedó hecha trizas […] Más tarde se enteraría de que dos años
antes su esposo se la había roto con una tabla de cocina […] Mas tarde el
fiscal se enteraría de que el año anterior su marido le había puesto la plancha
en la oreja […] Más tarde se enteraría de que su historial en el centro de
salud era tan grueso como una guía de teléfonos…». Espeluznante. Sirva este
apartado del capítulo como solidaridad con todas las víctimas de la violencia
de sexo y como denuncia a los gobiernos que aún las permiten o encubren de
alguna manera.
Y
mientras los maltratadores campan a sus anchas, la mafia se siente invencible,
¿lo es?, y los sinvergüenzas también. La vida sigue en la Varsovia de El caso Telak, para la gente común, con
los mismos problemas y penalidades que en cualquier otro sitio: el día a día
monótono que acumula penalidades, fantasías con aquello que no nos pertenece,
elucubraciones sobre qué pasaría al conseguirlo… todo bajo la óptica fresca de
Zygmunt Miłoszewski, quien, a pesar de esforzarse para mostrarnos melancólico a
su protagonista, y conseguirlo, nos quedamos con su chispa, con los sinsabores
de alguien normal que trabaja bien, a pesar de que apenas llega a fin de mes, y
es incapaz de aceptar un soborno bastante suculento.
A lo
largo de las páginas vamos construyendo el retrato de este funcionario
apasionado de la ropa, del orden, la limpieza, la buena apariencia, «El fiscal Teodor Szacki llegó puntual. Con
un traje color plata diluida, erguido, seguro de sí mismo». Es un hombre
atractivo, y lo sabe, con la crisis de los cuarenta mucho antes de cumplirlos,
probablemente por haberse comprometido muy joven con la que hoy es su mujer. Un
hombre que echa en falta, según él, haber vivido más en la adolescencia y
juventud «Su edad, su esposa, su hija, de
repente todo aquello le pareció una sentencia, una enfermedad incurable».
El
protagonista es ingenioso, irónico con aquéllos que no aceptan su ritmo de
trabajo «¿Va a continuar usted o tengo
que llamar a la oficina y pedir dos días libres?», y bastante duro consigo
mismo, puede que por el ambiente en el que se mueve. Por eso no se permite, ni
un extra en los gastos, ni un quiebro en sus hábitos «se alegró de que aún le quedaran dos cigarros ese día», ni un
desahogo en sus lecturas «A él le
gustaban los tíos duros como Lehane o Chandler, a ella más los escritores que
jugaban con el género, como Leon o Camilleri» (¡no podía faltar como
referente de la novela europea!).
Por
eso no puede engañar al estado. Por eso no se atreve a engañar a su mujer
aunque su matrimonio se tambalee. En realidad lo que está desequilibrado es
todo lo que rodea a Szacki; además la pareja no sabe mantener la chispa del
principio, como su propio día a día ha devenido en rutina. Puede que, en la
próxima entrega, nuestro fiscal se decida a retomar su verdadero amor o romper
del todo. Lo veremos.
En
cualquier caso lo importante e impactante es el rigor logrado por Miłoszewski.
El sentido del humor —en todas sus facetas— consigue una lectura total, entretenida,
denunciante con agilidad del hastío democrático y reflejo de la crisis personal
por la que es tan fácil transcurrir.
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