domingo, 29 de septiembre de 2019

TUS PASOS EN LA ESCALERA



No sé definir exactamente cómo es la última novela de Antonio Muñoz Molina. En una entrevista que le hicieron, el periodista apunta la posibilidad (o afirma) de que sea una novela de suspense, misterio… Creo que el autor ni lo confirma ni lo desmiente, yo no la catalogaría así; no le encuentro el misterio. Tampoco me he quedado enganchada en ningún momento para ver qué ocurrirá después, y puede que algo enigmático planee de fondo, pero es tal la dosis de cansancio que produce, en general, la lectura, que elimina cualquier rastro de intriga.

En ocasiones me he dejado llevar por la impaciencia de acabar, no por curiosidad, pues el final se ve venir, sino por aburrimiento; al ir pasando las páginas, una sensación de déjà vu se apodera incesantemente del lector. Llega un momento en el que parece que, por fin, la trama dará un giro, el ánimo se instala de nuevo en nosotros hasta que nos convencemos de estar ante un espejismo, nada afectará al desarrollo de la trama. En esos momentos empatizamos del todo con Luria, la perra del protagonista, y somos capaces de sentir el agobio, la ansiedad de tener que convivir con un loco.

El comienzo de Tus pasos en la escalera vaticina el final o, mejor aún, resume en una oración todo el argumento, «Me he instalado en esta ciudad para esperar en ella el fin del mundo». Pues sí, eso es todo. Porque Bruno no hace otra cosa que encerrarse en su casa de Lisboa a esperar a Cecilia y, mientras llega, proyecta obsesivamente el reencuentro y el futuro. Sin embargo desde el principio sabemos que no existe un futuro para ellos porque Bruno ve en realidad un pasado. Es incapaz de planear algo diferente, él seguirá leyendo en su sillón libros antiguos, Cecilia seguirá investigando el cerebro en un laboratorio idéntico al de Nueva York, la casa de Lisboa conseguirá ser un calco a la que tenían al lado del río Hudson. Su vida se limitará a tener preparado en todo momento lo que necesita Cecilia. Y como Cecilia aún no ha llegado, los momentos futuros se desarrollan en su imaginación. El pensamiento de Bruno es el que va de un lado a otro, maquinando actividades, situaciones, conversaciones hasta el punto de que llega a obsesionarse en una soledad que lo atrapa y lo destruye. Él vive para Cecilia, no tiene aspiraciones, ni opiniones, en su mente siempre está presente, «Dice Cecilia», «Cecilia dice», «Cecilia puede»…

No es una novela de misterio, es una novela intimista en la que predomina la prosa poética para ofrecernos, a través de recursos basados en la repetición, el punto de vista que el protagonista tiene de la realidad «Vimos en una esquina […] Vimos una mujer […] Vimos un gato […] Vimos el letrero». Pero es la percepción de alguien desequilibrado, por lo que nos deja ver una distopía, una sociedad indeseable que late en lo más profundo del ser humano, la antonimia de la soledad aun estando rodeados de gente «Portugal era un país en quiebra. Lisboa era una ciudad de belleza y de pesadumbre, de magnificencia y de ruina, de basuras sin recoger y casas vacías»; gente que se va desfigurando en favor de los sentimientos, las emociones son las que adquieren protagonismo por el efecto de las sinestesias «yo tocaba el miedo de Cecilia en la palma de su mano que apretaba la mía». Sin embargo la insensibilidad del hombre moderno y la incompatibilidad de la ciencia con cualquier rasgo afectivo, lo llevan irremediablemente al autoengaño. Las obsesiones de Bruno se van haciendo más constantes e insoportables hasta conseguir que su sufrimiento deje de pertenecerle exclusivamente y se instale en la colectividad; el lector es capaz de sentir la angustia que el ser humano ha de pagar por vivir en una sociedad progresista, «El frío del trato humano del laboratorio es casi equivalente al de los frigoríficos en los que se conservan los cerebros congelados de las ratas. […] El mono me mira con una expresión de rencor y de tedio».

En la mente perturbada de Bruno los pensamientos destructivos martillean constantemente, las torturas a las que Cecilia sometía a las ratas del laboratorio, las hecatombes naturales, los aniquilamientos producidos por el hombre, los accidentes, los exterminios en masa, la desaparición lenta de las personas que, como él, son incapaces de situarse en un espacio y tiempo definidos o dejan de distinguir lo habitual de lo nuevo «Mi padre […] lo llevamos a un neurólogo al que conocía Cecilia […] y le recetó que escribiera un diario».

Para el lector que sigue los pasos del protagonista, el pasado no es real, pertenece a la imaginación desde que se introduce en un presente incierto «la luz de la mañana había borrado cualquier rastro del vértigo de la noche anterior, ahora tan insustancial como…», y un futuro improbable «Me esforzaba en vano por calcular mi edad». Bruno está solo y vive una irrealidad, se mueve en una alucinación más o menos continua que adopta formas concretas y permite, a su mente, actuar con naturalidad subjetiva «hablo en pasado: pero los lugares no dejan de existir porque uno ya no los vea». El futuro se mezcla con el presente en el pasado de su mente.

La narración atormenta al lector como la presencia de Cecilia mortifica el pensamiento del protagonista. Aparecen numerosas digresiones sobre cuestiones relacionadas con la medida del tiempo, percepciones espaciales subjetivas, interpretaciones peculiares de sucesos, el tiempo interior, descripciones de lugares reales o inventados con un punto opresivo en común; pareceres que recalcan lo que no pudo ser ralentizan la lectura. El lector queda sumido en la mente del protagonista para seguir dando vueltas a lo mismo, no hay escapatoria posible a la destrucción «existen el presente y el pasado, pero no el porvenir». De esta forma la lectura se nos presenta como su vida, monótona, obsesiva con el no futuro, con la imposibilidad de cambio, con el determinismo al que vamos abocados.

Y alguien que no cuenta con el ímpetu necesario para salir del pozo profundo que le dicta su cerebro tiene que dejarse guiar por otra persona sin la cual está perdido; la presencia de Cecilia es fundamental en la narración. Ella es la que dirige los actos del protagonista, él no importa realmente «Estoy como si no estuviera»; por eso todos los personajes tienen nombre, Cecilia, el amigo Max, la criada Cándida, el trabajador Alexis, el doctor Luria, compañero de Cecilia, la perra Luria…, todos se presentan cercanos, concretos, excepto el protagonista de quien no sabemos su nombre hasta que, al final, aparece una vez, cuando (en su mente) lo nombra Cecilia para decirle que todo ha terminado entre ellos. Efectivamente, Bruno dejó de ser Bruno cuando los fantasmas de su mente empezaron a ocupar la realidad impidiéndole actuar en ella y dejándolo solo. Al no sentirse respaldado por Cecilia, optó por obviar el espacio tangible para poder vivir en lo que le acompañaba una y otra vez, el pensamiento. Bruno anhela un calco de su vida anterior, intenta reconstruir un pasado en su presente y eso, como todos sabemos, es imposible.

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