miércoles, 21 de agosto de 2019

EL DÍA QUE SE PERDIÓ LA CORDURA



Si alguien pensaba, al leer el título, que era una alegoría de un estado sublime, una metáfora de algún sentimiento, noble o despiadado, o una alusión a cualquier suceso clave para la humanidad, está equivocado. Es mejor que no siga leyendo. El título lo dice todo; bueno, no, porque las consecuencias de haber perdido la razón, o más bien de no haberla tenido nunca, son un cúmulo de disparates que ni el más tierno infante sería capaz de creer.

El día que se perdió la cordura es un despropósito. O puede que haya leído una maravilla, una nueva forma de hacer literatura y no haya sabido entenderla. Lo siento. La historia no se sostiene. A saber, una señora empieza a soñar con nombres de chicas y fechas de nacimiento y considera —o lo ve en el sueño— que dichas mujeres son nefastas para el mundo, así que si queremos seguir viviendo en él hay que sacrificarlas. Como son de diversas partes del planeta, enseguida se hace (la vidente onírica) con una red de hombres fuertes y creyentes que, por la fe que depositan en esta supermujer, buscan, raptan y cortan la cabeza de aquella desgraciada cuyo número ha salido en la lotería surrealista. Todo ello, por supuesto siguiendo un ritual al más propio estilo del Ku Klux Klan. En fin, que esta loca no lo está tanto desde que ve que sale el nombre y la fecha de nacimiento de su propia hija en el sueño, así que hipnotiza a su marido, doctor en psicología, para que cambie a su hija por otra chica. Además recluta al padre de esta víctima, para que esté a su servicio durante diecisiete años a cambio de devolvérsela una vez pase dicho tiempo, no sé muy bien por qué, creo que era una mentira.

Como la vidente posesa, Laura, es muy lista, consigue mantener esta ola de crímenes durante 17 años y ni su marido ni el padre de la secuestrada, ni el novio (por un día) son capaces de recordar contacto alguno con Laura y sus secuaces, aunque cada uno por su parte vaya actuando de forma que todos se den cita, pasado el tiempo convenido, en el pueblo donde empezó el calvario para ellos y consigan recordar quiénes son, por qué están ahí, y creer que todo ha terminado. Digo creer porque la historia tiene un final abierto que amenaza con continuar.

Este es aproximadamente la historia; no quiero desvelar nada importante, pero sí me gustaría argumentar por qué no es creíble esta novela, por qué raya en la ciencia ficción, por qué de tan inverosímil, Javier Castillo ha conseguido que el lector no sienta miedo, tensión, suspense o simplemente curiosidad por saber lo que pasa.

Ya al comienzo somos testigos de diálogos sin chispa, sin gracia (aunque lo pretendan) e imposibles de suceder a una familia normal, que llega al lugar de vacaciones, toma un taxi para que la lleve a la casa alquilada y se produce la siguiente plática:

—¿El número 35 me dijo, señor? —preguntó el taxista.
—El 36, corrigió Steven.
—Exacto, el 36. Quería ponerlo a prueba —bromeó el taxista.
—¡Risas, risas! gritó Carla a su padre al ver que no se reía mientras estiraba con las manos una sonrisa en sus labios.
—Carla, por favor, compórtate.
—Sólo quería que sonrieras, papá —respondió Carla.
—Carla, cariño, ya sabes que a tu padre no le gusta demasiado bromear —aclaró su madre.

Pues yo releí este diálogo por si debía acordarme de algo en el futuro del argumento, no sé, que el taxista es un asesino, o el padre y la madre se volverán locos al ver la niña imprudente que les ha tocado en suerte. Ninguna niña de 7 años le dice eso a su padre, sobre todo tras algo que comenta un desconocido y que no tiene gracia. De hecho, ningún taxista gasta ese tipo de “broma”. Pues los diálogos son todos por el estilo, así que tampoco es el ingenio de los personajes lo que hemos de resaltar.

La narración menos aún. Demasiado extensa (a lo mejor hay determinadas novelas que requieren 500 páginas para que parezcan grandes novelas); con la mitad de palabras nos hubiéramos enterado igual. De hecho algunas, no sólo se pueden eliminar sino que debería hacerse para no caer en la obviedad o la repetición. Si decimos que son las 3 es conveniente aclarar si de la mañana o la tarde, pero si decimos «a las 15» lo único que podemos añadir es “horas”, porque ya implica que es por la tarde, no pueden ser las 15 de la mañana; no obstante el narrador lo aclara «A las 15 de la tarde estaba prevista una rueda de prensa». No sólo es en los horarios, también la lógica hace que podamos ahorrar palabras para evitar el aburrimiento. Si hablamos de dos hermanas «que no compartían ningún interés en común», rechina algo en nuestra mente porque si se trata de compartir ya implica que va a quedar —lo compartido— en común. Además de palabras innecesarias, hay bastantes ocasiones en las que la repetición se convierte en un arma cargada para provocar hastío en la lectura, «se preparó mentalmente para la entrevista a solas con el prisionero. Repasó mentalmente…», «Era un momento en el que se había modificado el estándar […] la modificación…».

Las repeticiones no sólo se dan en el momento sino que hay acciones que quedan como epítetos épicos, caracterizadores de alguien en particular «se escuchó un pequeño terremoto de minipasos» «un terremoto de diminutos pasos se aproximó», o de un sexo en general:

Stella se acercó y lo abrazó (al director), rodeándolo con sus delgados brazos.

rodeándolo con sus delgados brazos (Laura al director).

lo abrazó con sus delgados brazos (Susan a Steven).

Sus delgados brazos lo rodearon (los de Amanda a Steven).

El autor ha dejado claro que las acciones de las chicas tienen que ver con la poca fuerza que denotan sus extremidades, lo “mejor” es que las de los chicos están relacionadas con la debilidad sentimental:

Los portentosos ojos azules de Jacob dejaron entrever unas lágrimas.

Sus ojos vidriosos comenzaron a llorar.

Nunca podré volver, Kate —dijo con la voz entrecortada por el llanto.

Si todo este cúmulo de circunstancias, además de reacciones impensables como que un psicólogo trate de “amigo” a un psicópata, o que una secuestrada que tiene una arma delante de su captor, la baje y lo abrace compadeciéndolo y ofreciéndose para ayudarlo sin dar tiempo a que haga efecto el Síndrome de Estocolmo, hacen de esta historia algo inadmisible, los personajes tampoco son demasiado creíbles: El doctor en psicología, que tiene delante por primera vez a un posible asesino, loco, comienza su toma de contacto con una lección de manual barato «—Creo que tienes mucho que contar. Las motivaciones, muchas veces infravaloradas, son el motor de la conducta humana». Está claro que para que el “loco” hable habrá de venir otra persona.

Asimismo ningunos padres normales, creo, dan por supuesto que su hija se finge aterrorizada para no estar con ellos, y se inventa una historia de persecuciones el primer día de vacaciones, y es capaz de hacer un asterisco gigantesco en el garaje de la casa de alquiler y sólo aceptan creerla si va al psicólogo esa misma tarde. ¿En serio?

El chico que se enamora de la protagonista es el típico superhéroe. Sólo la ve un momento y ya fantasea con la que será su mujer. Luego está con ella un rato, durante el cual son perseguidos por los que quieren raptarla y él sueña —literalmente— con vida en común, hijos… No sé, estamos hablando de adolescentes, por eso se admite que, en plena persecución, se duerman, pero por eso mismo es improbable que este chico pase diecisiete años buscando a su media naranja, sin tener claro si está muerta o no.

No voy a hablar, de nuevo, de la niña de siete años que, tras un accidente queda en coma en el hospital, lugar del que, pese a la vigilancia, desaparece en un visto y no visto «cuando todos entraron en la habitación y se agolparon en la puerta, se quedaron petrificados. La cama estaba vacía y Carla había desaparecido». Yo tengo la teoría de que hay seres de otra galaxia, que no salen pero están preparados para la siguiente entrega porque tanta desaparición sin que la policía pueda hacer nada no es de este mundo.

Además, tampoco es de este siglo que la mala malísima, la que lo urde todo, porque su mente está más fuera que dentro de su cabeza, es verdad, es una mujer; ella es la que corrompe a los hombres porque necesita su fuerza para llevar a cabo el descabellado plan salvador. Lo siento, pero lo de Eva-serpiente tentando-hipnotizando a Adán es otro tópico inadmisible.

Me gustaría que alguien me argumentara que la novela es buena. A veces empiezas mal una lectura y estás condicionada. Todo puede ser.

1 comentario:

  1. Buenas tardes, me encanta tu reseña y opinión sobre este libro de Javier Castillo, de hecho, porque acabé hace un par de días de leérmelo, y no podía creer que fuese el único que le había parecido uno de los peores libros que he leído en 2021. Soy escritor novel, y como puedo entender, es difícil hacerse un hueco dentro de este mundillo, pero de ahí a no trabajar tu libro y que nada tengas pies ni cabeza... Incido, me ha encantado tu manera de hablar sobre dicho libro, ni yo lo hubiese explicado mejor jeje. Por cierto, me gustaría si pudieses, que leyeses mi primera novela "La zona cero" y la reseñases, acepto todo tipo de crítica, ya que como bien digo, llevo tan solo un libro publicado y otro en proceso, y siempre hay cosas que mejorar, al menos es mi opinión. Si realmente aceptas, escríbeme a mi correo y te pasaré una copia en ebook para que puedas leerlo. Gracias y un saludo.

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