martes, 30 de julio de 2019

EL LADO OSCURO DEL ADIÓS



Mientras que en algunos lugares, de forma vergonzosa y ultrajante, los políticos cambian el concepto de violencia de género, que en realidad es de sexo, por violencia intrafamiliar, Michael Connelly denuncia las violaciones sexuales, que nada tienen que ver con las familias de las acosadas, violadas o asesinadas todos los días. Pues sí, cuando algunos dan pasos hacia atrás en la concepción de la igualdad y los derechos de la mujer, este norteamericano nos hace pensar, con una novela negra, en el sufrimiento psíquico y físico que arrastran estas mujeres durante años. Si alguien piensa que, efectivamente es violencia intrafamiliar y está leyendo esta crítica, debería recapacitar. Durante años se ha luchado por una sociedad justa en la que el sexo no sea causa de desigualdad sociolaboral. No tienen nada que ver los ancianos, también las mujeres ancianas entran en los derechos de la mujer. No tienen nada que ver los niños, ellos son quienes tienen prioridad de amparo en todos los sentidos. Tiene que ver el que una persona pueda circular libremente sin miedo a que abusen de ella, sin tener que soportar expresiones paternalistas porque es más débil. ¿Qué será lo siguiente? ¿Quitar los derechos del niño que tantos años costó instaurar porque todos, adultos y ancianos también deben ser educados y deben contar con asistencia médica y alimentación diaria? Dan ganas de reír, o llorar, que es lo peor.

Bueno, pues ya me he desahogado tras conocer las últimas decisiones —aberraciones— políticas. Me centraré en El lado oscuro del adiós, novela negra, fabulosa, entretenida, en la que el detective, antes policía, Hyeramus Bosch, es capaz de solucionar dos casos al mismo tiempo y, a pesar de las reticencias mostradas por el capitán de la unidad, hacerse imprescindible hasta conseguir que el propio capitán lo vuelva a apartar de la reserva activa para ofrecerle un trabajo temporal, cobrando, a tiempo completo. Y es que, al igual que los viejos rockeros nunca mueren, las habilidades de un buen detective van mejorando con el paso de los años. Harry Bosch es el investigador ideal, inteligente, sagaz, leal a sus compañeros, trabajador incansable, duro con los agresores o infractores de la ley, rebelde con las normas impuestas sólo para cubrir el expediente, sensible con las víctimas, tolerante… Puede que vaya cumpliendo años y haya de pasar a la reserva, pero seguirá siendo un héroe, lógicamente de ficción, capaz de conseguir que leamos más de cuatrocientas páginas casi de un tirón porque nos sentimos identificados con él, con lo que piensa, porque desearíamos saber decir lo mismo que él para reclamar justicia, porque, llegado el caso, si nos encontrásemos en una situación de abuso, querríamos que se ocupase del proceso.

No quiero hacer ningún spoiler pero El lado oscuro del adiós no es una novela oscura, es una novela negra en la que el detective, ayudado al final por sus compañeros de la policía y por su hermanastro, el abogado Michael Haller consiguen impartir justicia en un caso en el que no deben investigar ningún asesinato, prácticamente tampoco hay ninguno que interfiera en el proceso. Los protagonistas son buenas personas, incluso el capitán Treviño, bastante reacio a tener a Bosch en la unidad, probablemente porque se siente desplazado ante la fama del jubilado, es quien sugiere a los altos cargos que ocupe el lugar de una compañera. A pesar de lo que le gusta la proposición, Harry va al hospital para que ella dé su conformidad antes de aceptar, «necesitaba hablar con Bella Lourdes y asegurarle que no le estaba quitando su trabajo sino guardándoselo hasta que volviera». No sólo el asunto se resuelve favorablemente para Bosch y Bella «Tu bala le partió la médula. Es un violador y ya no podrá volver a hacerle eso a nadie»; también el hermanastro de Harry sale beneficiado «Soy asesor legal de la Fruit Box Foundation». La novela podría ser llevada al cine; de hecho está escrita de manera que los diálogos y la acción cobran casi toda la importancia.

—¿Puedo preguntar algo? —dijo Lewis— ¿Quién quiere saber si Nick dejó un heredero?
—Puede preguntar, señor Lewis, pero es la única pregunta que no puedo responderle.
—Nick no tenía nada, y su familia, muy poco. Tiene que ver con su adopción, ¿no?
Bosch se quedó en silencio, Lewis lo había pillado
[…]
—Gracias, señor Lewis, le agradezco mucho su ayuda.
Bosch colgó y decidió continuar a San Fernando…

El lenguaje utilizado por los malvados es zafio, plagado de tacos, perfectamente caracterizador de aquellos que, o bien no tienen razones para defenderse, o bien se sienten culpables y es su manera de “hacer daño”: «¿Qué coño es esto?» «¿Qué es esto capullos?» «¿Cuatro contra uno? A la mierda» «A ver si entienden cómo la han cagado».

Y, si todo esto no es suficiente para una cinta de cine negro, el final es propio de película, en la que incluso se escapa alguna lágrima. Me quedo con las ganas pero no diré de qué se trata, no diré nada que desvele lo importante, sólo que «era la primera vez que la veía sonreír. Pero era una sonrisa de soslayo que sabía que había visto antes».

No me extraña que Michael Connelly sea uno de los escritores con más éxito del mundo; con un estilo sobrio consigue una narración ágil a pesar de estar plagada de datos, lo que nos sirve, por otro lado, para ir uniendo referentes y enterarnos a la perfección de los pasos que da el investigador. Bosch es contratado por Vance para legar su fortuna a un posible heredero; siendo muy joven dejó a Vibiana embarazada cuando ella tenía 16 años y permitió que su padre los separara, pues ella era mexicana y temían que fuese tras la fortuna: «yo era demasiado cobarde para encontrarla». Al mismo tiempo, el detective trabaja en la comisaría, en el caso del violador en serie El Enmascarado.

El autor logra escribir, de manera rápida, haciendo uso de todos los recursos a su alcance como la ironía, la obviedad «Llevaba la cabeza afeitada solo para poder completar el aspecto de tipo duro», o la hipérbole humorística, «Sabía por experiencia que esperar un ascensor en ese edificio podía quitarle las ganas de vivir». Todo conforma una serie de imágenes que van sucediendo ante nosotros para mantenernos en vilo; incluso los finales de capítulo nos dejan con ganas de seguir leyendo «Tuvo a su hijo —susurró— y se lo quitaron».

La novela de Connelly, atrapa todas las características de la novela negra; cuando tenemos la impresión de que el caso se cierra «Eso significa que Santanello había muerto a una edad entre los dieciséis y los veinte», aparece otra pista que lleva al detective a seguir investigando.

Además encontramos un retrato de la sociedad actual: el problema de la falta de atención y razonamiento en unos habitantes acostumbrados a que todo les pase en forma de imágenes por la televisión, y a creérselo por no saber pensar «Todos los juicios que se ven en la caja tonta duran una hora. Los jurados se impacientan en los casos reales.», el problema de los inmigrantes «Los políticos podían hablar de construir muros y cambiar leyes para que no entrara gente, pero al final eran meros símbolos […] Nada podía contener la marea de esperanza y deseo», el problema de la violencia de género «Bosch se dio cuenta de que la víctima había vivido con las consecuencias psicológicas y tal vez incluso físicas del horrible asalto durante todo ese tiempo sin poder siquiera aferrarse a la esperanza de que un día la justicia se impondría», el problema de la guerra «Cuatro hombres pasan la formación básica […] y sólo uno vuelve vivo a casa». El problema de la xenofobia, incluso la mezcla racial es el punto de unión entre los dos casos que lleva Bosch, lo que hace de la novela una narración especialmente sensible y comprometida «Que una navaja robada aquí […] termine en manos de un hombre blanco enmascarado que persigue latinas en San Fernando».

Y tras esta crítica, el autor, sin moralinas, eleva a justicia poética lo que podría ser realidad «La idea de que […] pudiera sobrevivir y pasar el resto de su vida en una silla de ruedas no le suscitaba ninguna compasión».

Pues sí, lo confirmo, novela recomendable para este verano, en la que el título aparece en dos ocasiones: la primera es cuando el narrador razona sobre el comportamiento que tuvo el magnate Whitney Vance, casi ochenta años atrás, con la adolescente a la que dejó embarazada «lo que le había ocurrido a Vibiana no estaba bien. Vance la había dejado en el lado oscuro del adiós». La segunda es el final, cuando Connelly la cierra a la perfección, con un final mágico.

martes, 23 de julio de 2019

TRES MANERAS DE INDUCIR UN COMA



Es raro cuando acabas de leer algo y tienes sentimientos encontrados. No había oído nada de esta novela, no conocía a la autora, no me gustó la portada cuando me la enseñó mi hermana. Ella compró el libro porque le hablaron bien de él, supergracioso, ameno, de escritura parecida a Eduardo Mendoza. Esto terminó de ponerme en su contra, pero le di un voto de confianza a la editorial. A mi hermana finalmente no le gustó. Yo, como ya he dicho, siento impresiones desiguales.

El recientemente fallecido (17-07-2019) a los 93 años Andrea Camilleri, homenajeó a su admirado Vázquez Montalbán con su genial personaje, el comisario Montalbano. ¿Pretende Alba Carballal lo mismo con Federico Ramírez, o quiere reproducir al innominado “loco” de Eduardo Mendoza? Pues no es lo mismo. Camilleri tenía su estilo propio y, simplemente se acercó a Vázquez Montalbán mediante un guiño a su nombre. Los personajes no se parecen, cada uno tiene su personalidad y su propia forma de actuar. Carvalho algo más amoral que Montalbano. Nada que ver entre los personajes ni entre el estilo de los autores. Sin embargo, al comienzo de Tres maneras de inducir un coma tenemos la sensación de estar ante una copia de algo escrito por nuestro querido y admirado Premio Cervantes. Digo “la sensación” porque, como ocurre con los grandes, no hay comparación posible; la sorpresa con la que recibimos a este entrañable desalmado de El laberinto de las aceitunas se ha esfumado al leer las aventuras de Ramírez. Es una copia, y nunca es lo mismo. Si no hemos leído al maestro puede parecernos buena la copia, pero si nos hemos regocijado con él, tanta coincidencia cansa, incluso molesta.

La novela de Alba Carballal trata de un transexual, ahora Natalia, que, al ser repudiado por su acaudalado padre, contrata a Federico Ramírez para que entable amistad y se entere de si piensa o no desheredarlo. Federico se entrega a esta labor sacando todo el dinero que don Joaquín Mendoza está dispuesto a ofrecerle, ya que es la forma idónea con la que Federico puede salir adelante junto a su madre (ninguno de los dos trabaja).

Cuando Joaquín le confiesa a Federico que ha pensado desheredar a su hijo Eduardo (Mendoza) por convertirse en Natalia e intentar robarle, y entregarle a él toda su fortuna a su muerte, éste se lo desvela a quien lo contrató, la hija de Joaquín. Esto desembocará en una historia rocambolesca en la que se irán uniendo los personajes hasta llegar a un final sorprendente.

El argumento es original, está bien ideado; la estructura es bastante singular; dividida en tres partes, cada una dividida en capítulos dispuestos como secuencias subtituladas, monólogos interiores, guiones cinematográficos y el relato de un partido, y un epílogo. Sin embargo el estilo es desigual; no me refiero a la diferencia obvia entre la narración del partido y el guion televisivo, sino que la expresión no es uniforme respecto del protagonista principal.

Federico pretende, al principio, ser un calco del antihéroe protagonista de las novelas de Mendoza, pero eso es imposible dadas las bases sobre las que se asienta. El innominado del barcelonés está algo, o muy desequilibrado; la vida no le ha sonreído porque, sobre todo, tiene a todos en su contra, desde el director del psiquiátrico hasta la policía. Es un personaje del absurdo, pertenece al mundo onírico, por eso todo lo que se propone le resulta fallido, desde comer o lavarse hasta vestir o mantener relaciones sexuales; como prototipo del surrealismo enternece en ciertos momentos, hace reír en muchos y consigue que, en algunos, nos identifiquemos con él. Federico pretende ser un pícaro, alguien perteneciente a una fructífera, en su momento, ahora obsoleta, tradición española. No hay pícaros en la España de hoy, hay sinvergüenzas o aprovechados que consiguen llevar una vida normal, por lo que no causa risa, sino pena y desilusión ante el ser humano: «con el gesto tierno y apenado en el rostro de quien tiende la mano a un niño que mendiga en la calle, me la guardó en el bolsillo del pantalón junto a unos cuantos billetes». ¿He dicho que Federico tiene más de 40 años? Pues aún tiene la desfachatez, después de no haberse esforzado en conseguir un trabajo o ser útil a la sociedad, de compararse a los parias de la tierra, aquellos lejanos del P.C. «un vistazo al monumento dedicado a los abogados laboralistas asesinados en el número 55 de la calle Atocha. Su abrazo conjunto tuvo a bien recordarme que […] siempre existiría un colectivo al que rendir pleitesía y demostrar lealtad: los parias…» Federico es un vago, alguien sin ambiciones (y lo sabe) que no deja de lamentarse en vez de buscar un trabajo; vive mucho mejor de lloriquear para sí mismo y sacar todo lo que pueda sin esfuerzo «Allí estaba el reputado señor Mendoza [,,,] rodeado de abultadas bolsas de tela llenas, supuse yo entonces, de espléndidos regalos para su familia y amigos; y a su lado estaba yo, un paria en chándal a quien no le quedaba nada que ofrecerles a los pocos seres queridos que le quedaban […] Toma. —Joaquín me tendió las cuatro bolsas—».

En otras ocasiones se sobrevalora en exceso cuando en realidad es alguien sin criterio, apático, sin intereses excepto por lo que no le ha costado esfuerzo conseguir, «pese a todas mis reticencias con respecto a las nuevas tecnologías y a la pérdida de libertad que implica estar comunicado las 24 horas del día, hasta un imbécil como yo sabe que los regalos de una amante no se deben rechazar».

El lenguaje que usa Federico durante la novela es desigual, el anticuado y relamido de algunos capítulos «mordaz divertimento que en un ejercicio de empatía con los bufones […] la carencia de sentido del ridículo que había ido desarrollando a lo largo de los tres anteriores lustros…» plagado de tecnicismos y latinismos (dipsomanía, procrastinación, óbice, estupor…), pasa en otros a un nivel coloquial, base fundamental de una sintaxis culta en la que de vez en cuando, se cuela un coloquialismo excesivo que contrasta con el resto «una muchacha que parecía estar siendo abducida por la pantalla de su ordenador portátil, y dejé frente a mí el libro y la copa de morapio…».

Aún hay otro remedo respecto del que mantuvo La aventura del tocador de señoras; éste vive solo aunque tiene una hermana, Cándida, que paradójicamente es puta. Federico también tiene a alguien en quien confía, su monitora de piscina, Susana, que por supuesto trabaja de prostituta por las noches. ¿Sólo yo veo la similitud semántica en los nombres Cándida y Susana?

Por último, las novelas de Eduardo Mendoza tienen el aire fresco del sentido del humor absurdo, gamberro y la genialidad de haber instituido un estilo propio. Con Tres maneras de inducir un coma no me he reído. Los personajes son depravados, la posible crítica a una sociedad aún machista, que podía venir de la mano de Natalia, queda desdibujada en la propia transexual, resentida con sus padres, y por extensión con el mundo, pasa de ser educada como el típico niño-macho cuando era Eduardo Mendoza «El día de su decimoctavo cumpleaños fue la primera vez que su padre lo invitó a un burdel» a ser la típica mujer-choni cuando es Natalia Mendoza, que además, como colmo de la inserción del movimiento LGTBI es una mujer lesbiana, creo que esto resulta casi ofensivo, o por lo menos sin gracia «¡Que es muy puta, Natalia, niña, que parece que duerme contigo! Fijo, pero fijo, que se ha enrollado con otra. O lo que ya sería el colmo, reina, porque sería el colmo, con otro […] Eso no se lo perdones, que si no ésa se te sube a las barbas que ya no tienes, y a ti nadie tiene por qué tomarte por tonta». En sus monólogos interiores, Natalia exagera en todo, en la forma tópica de autodenominarse (niña, pibón, rica, hija mía, chica, mona, reina, guapa…), en cómo lo toma todo por la tremenda, en el mal gusto, del que hace ostentación a pesar de no pertenecer a ese nivel sociocultural… así pues, tras ocho monólogos la sentimos ficticia, cansina.

El padre de Natalia, Joaquín Mendoza, prototipo del “macho ibérico” de toda la vida y, a todas luces desfasado, aunque tiene expresiones incorrectas «No sabes lo difícil que es tener dinero y hacerse viejo con dignidad, chaval» (debería saber que para llegar a esperpento en la vejez ha tenido que ensayar toda una vida), y se comporta de forma insultante hacia el ser humano, es el único que muestra algo de empatía con quienes considera amigos «No quiero que ese malnacido se quede nada. Y aunque esto te va a parecer una mariconada, tú eres lo más parecido a un hijo que tengo».

A lo largo de la novela aparecen alusiones a los grandes, por supuesto Eduardo Mendoza está siempre presente, pero hay referencias a Juan Marsé, menciones a Quevedo «Poderoso caballero es don dinero», puntadas a González Harbour «célebre cuadro […] que representa a un perro semihundido en una duna…» ¿Ha leído Carballal El sueño de la razón? Es posible. Y un guiño apenas perceptible a Valle-Inclán al dotar a la pareja Joaquín-Federico de unas características antitéticas a las de Max Estrella y don Latino, ya que, en su recorrido por Madrid, los personajes de Alba Carballal destacan la incultura de los ricos, la falta de aspiraciones de los pobres y la zafiedad del mundo, «…una pareja de argentinos que le explicaban una de aquellas imágenes a un matrimonio de acento cordobés […] una excursión del IMSERSO albaceteño plagada de señoras que pronunciaban sus nada modestas opiniones sobre las pinturas […] un guía disfrazado de Velázquez […] mezcla explosiva en la que se reconocían rastros de café, sudor y tortilla de patatas». Esto pertenece sólo a un recorrido por el museo del Prado. Lo encuentro todo demasiado manido.

Sin embargo, cuando se despoja de las repeticiones, Carballal saca su imaginación y, consigue al final, construir una novela inteligente. No es humorística. Es dramática, trágica, pero sólo cuando se despoje de peculiaridades ajenas, creo, llegará a ser una gran escritora. Ojalá.

jueves, 18 de julio de 2019

LA EDAD DE LA IRA




Es una pena que La edad de la ira sea la adolescencia. Es la edad del inconformismo, del enfado, de la negativa, pero la ira que aparece en la obra de Nando López no es el sello identificativo de los jóvenes. Es una imagen equivocada. Para llegar a esos extremos, lo de la obra, antes se ha de pasar por una infancia agobiante, incluso traumática, y entonces la edad de la ira pasa a ser la de toda una vida.

Las situaciones que conforman el contenido de la obra están llevadas al límite, son exageradas, por lo que la rabia estalla en los personajes no porque estén en la adolescencia sino porque han llegado a la primera edad en la que se pueden manifestar así, su cerebro ha empezado a madurar y se ha rebelado respecto a lo vivido. Por otro lado, el cuerpo ha adquirido la suficiente fuerza como para acompañar y responder a la llamada de la razón. Si un niño pequeño es testigo del suicidio de su madre se queda traumatizado. Si es un adolescente, que además se da cuenta de que su madre, y él mismo, están viviendo un calvario, se rebela contra la familia, contra el sistema, contra todo. Probablemente igual que si fuera un adulto.

La realidad de esta obra teatral está demasiado forzada. Todo se mueve in extremis. El autor ha pretendido hacer una crítica al sistema educativo y, para ello, lo ha exagerado; además se ha llevado por delante el sistema judicial y los valores de la familia. Todo es hiperbólico. Si pretendía reflejar una determinada clase socio-cultural, vale, pero si no, es excesivo. No todas las familias obvian a sus hijos, algunos incluso tienen confianza y piden ayuda a padres o hermanos. No todos los hijos tienen estos problemas, porque además, eso debe ser cierto, por muchas dificultades que tengan se aferran a la vida con todas sus fuerzas. Y aunque tengan contratiempos no siempre se dejan llevar por lo trágico, al menos no todos. Eso es un tópico

BRENDA.- Es literatura. Y la literatura de verdad siempre es fuerte. Si no, es marketing
[…]
RAÚL.-       El cine de verdad siempre duele. Incluso cuando te ríes.
                   Y aquí hay mucha pasión.

También es hiperbólico el excesivo individualismo que ostentan. Precisamente la adolescencia es una etapa en la que el grupo cuenta más que la propia familia. Todo lo comparten, problemas, pensamientos, opiniones, por eso es extraño que, con esa conciencia de grupo, no lleguen a abrirse del todo.

MARCOS.-         (a Brenda) Cuenta conmigo
SANDRA.- Si ni siquiera sabes qué…
MARCOS.-         No necesito nada. Sólo que no quiero ser invisible
RAÚL.-       Marcos…
SANDRA.- ¿Ha pasado algo?
RAÚL.-       No
SANDRA.- ¿Y esa cara?
RAÚL.-       No lo sé. A lo mejor sí que ha pasado

La edad de la ira es aquélla envuelta en un dolor absoluto, en una completa soledad, «cuando la vida nos golpea no hay nadie más allí»; por eso mismo la afirmación de Marcos resulta sorprendente; tras haber estado deprimido durante toda la obra, tiene un momento en el que afirma sus ansias de superación, «Solo sé que el tiempo no podrá con nosotros. Y ellos tampoco», ansias que se verán desbancadas. Resulta sorprendente porque ese ellos puede que sean los adultos, pero apenas tienen papel en la obra; no sabemos en realidad cuál es ese mundo adulto que tanto daño les hace; como tampoco sabemos cómo se llevará a cabo «una luz cegadora que precede, viva y adolescente al oscuro». No se me ocurre cómo podría ser la luz adolescente. Desde luego, tras leer la obra, nunca la pondría viva.

El argumento es sencillo: Un grupo de amigos cuenta —o piensa— sus experiencias durante una temporada en el instituto, en la que una chica es acosada por un profesor al que no hay manera de culpar (hasta que lo consigue la dirección del centro). Por eso, los chicos, enfadados más con sus propios problemas, deciden romper el coche del profesor. Debido a este hecho, a uno de ellos le espera una bronca monumental en casa, hemos de tener en cuenta que al padre se le acaba de suicidar la mujer dejándolo con los cuatro hijos. El padre, harto del comportamiento del chico, pues va drogado a veces y mantiene sexo con hombres adultos, emprende una pelea con él en la que se interpone otro hijo que muere al clavarle unas tijeras (supuestamente el padre, por error) y muere también el propio padre al estrellarle uno de los hijos (supuestamente el protagonista) la máquina de escribir en la cabeza. Todos han tenido una vida dura y todos acabarán mal, eso se ve venir, pero en la obra, hay tantas analepsis, prolepsis, muertos que están monologando pero que nadie los ve, e incursiones de problemas de otros chicos: acoso escolar, miedo familiar, temor a confesar abiertamente la sexualidad… que realmente nos perdemos en algún momento. No sabemos si estamos antes, durante o después del presente en el que ocurren los hechos.

Pero eso es lo de menos, lo más llamativo es que si sabemos cómo son algunos de los protagonistas, pues no todos tienen el mismo peso y no todos quedan definidos, no es por los diálogos sino por sus pensamientos, por lo que dicen los que ya no están en este mundo o por las acotaciones «(sin decírselo ambos saben que su historia, tal como la conocían hasta ahora, acaba de terminar)».

La obra es una adaptación de la novela, escrita por el propio Nando López; si tenemos un narrador omnisciente nos puede guiar perfectamente por una narración, pero en el teatro son los diálogos, acompañados de gestos los que van marcando el carácter de los personajes, y La edad de la ira adolece de esto; de hecho hay personajes femeninos, Sandra, Brenda y Mari que apenas quedan dibujados, una es víctima de acoso por parte de un profesor, Mari es acosada por su propio chico y Sandra es la fanática de las redes. Pero no sabemos más de ellas ni cuál es su situación real ni, por supuesto, si su actuación sirve de algo en la obra.

Creo que es una obra menor, puede que haya sido una buena novela juvenil pero el teatro tiene otras exigencias. Al menos debería tenerlas.

El sistema estructural es el mismo o parecido al que utiliza en Nunca pasa nada, pero en esta obra da la impresión de que no funciona. No hay denuncia fuerte y los chicos de La edad de la ira no son representantes de la adolescencia. Son demasiado hiperbólicos.

sábado, 13 de julio de 2019

NUNCA PASA NADA


En Nunca pasa nada, realmente ocurre de todo, es una reflexión coral de la vida, del día a día, de cómo afecta a nuestra forma de comportarnos, de entendernos y entender a los demás. Es la vida misma, la rutina en la que estamos inmersos y que, sin darnos cuenta, hace de nosotros lo que somos. Desde pequeños.

La obra es un conjunto de reflexiones que unos veinteañeros se hacen durante un fin de semana alejados de la civilización, al menos de lo que hoy entendemos por civilización, internet. No hay conexión y, mientras que para algunos no supone ningún problema, para otros es una catástrofe, algo que los apartará de sus costumbres y podrá tener consecuencias indeseadas.

Todos nos vemos reflejados en alguno de los ocho personajes; aunque no tengamos 20 años nos sentiremos identificados con determinadas situaciones, porque a pesar del lenguaje totalmente actual, que lógicamente hace referencia a conceptos actuales, las circunstancias son universales: la confianza, la traición, el trabajo, los estudios, el amor, los padres. Momentos a los que, con el paso del tiempo no les concedemos importancia y, sin embargo, estaban ahí, en nuestra mente, erosionando nuestra vida en pareja, o la amistad, o nuestro trabajo.

¿Quiénes somos en realidad? Es la pregunta que nos hacemos al leer Nunca pasa nada. ¿Sabemos comunicarnos o simplemente hablamos?

Los personajes son jóvenes pero la obra no va dirigida sólo a ellos. Los de más edad podemos eliminar prejuicios ante esa generación, no tan vacía ni falta de ideales como pueda parecer. Los de más edad también nos hemos encontrado con acoso escolar en su momento (antes no se llamaba así, eran “bromas” que había que aguantar o perrerías del matón del grupo que había que esquivar), o acoso laboral, con suicidios o intentos de suicidio por diversas razones, con rechazos a determinadas personas por diferentes motivos, con angustias por no haber sabido educar a los hijos o por verlos partir de nuestro lado, lejos, porque han de buscar trabajo donde sea.

A pesar de ser situaciones usuales, Nando López, el autor, consigue engancharnos desde el comienzo porque aporta un punto de vista diferente a cada personaje. No todos están de acuerdo en todo. Y lo más importante, no hay moraleja ni benevolencia, de forma que es el lector, o espectador, quien se construye su propia versión, según se la haya aplicado a sí mismo.

No cabe duda de que hay exigencias por parte de todos, de que hay críticas a la sociedad actual pero el autor nos fuerza a ver la solución en nosotros mismos.

La obra está dividida en cuatro actos. La primera innovación formal, aparte de que no es muy usual este número de actos, es que cada uno está provisto de un título, como si fueran los capítulos de una novela y, aunque todos se mezclan, en cada acto predomina lo que le da nombre: Ideas (que tiene cada uno), Planes, Juegos (o formas de pasar el tiempo) y Fotos (recuerdos que quedan, en realidad, de cada uno).

Otra innovación es la cantidad de analepsis y prolepsis que encontramos, lo que dificulta algo la representación. Comienza en el presente y en el recuerdo del fin de semana que ocho amigos, de unos 20 años, pasan en la casa de campo de uno de ellos. Al final todo vuelve al presente. Las prolepsis van dirigidas al espectador, de manera que dos o tres personajes pueden estar en escena monologando consigo mismos, sin que el otro influya para nada en sus afirmaciones aunque entre todos vayan aclarando al lector lo que va a ocurrir, lo que ocurrió, pues todo queda ya en un pasado

OLIVIA.-  Aitana no rompió con César
NORA.-   Íker no me pidió perdón
OLIVIA.-  Dice que va a dejarlo.
                 Pero en cuanto él dice que lo siente, ella cede
NORA.-   Ni siquiera me dijo que lo sentía
                

A veces son dos escenas diferentes las que se representan simultáneamente. Incluso los diálogos están intercalados, como si el problema fuese el mismo, o uno de ellos continuidad del otro. Lejos de confundir, esto nos ofrece una idea de lo que pasa en tiempo real en la casa.

(En una de las habitaciones, Hugo está leyendo y entra Teo.
En la otra, Luna se besa con Olivia.)
LUNA.-    ¿Te confieso algo? he venido al cumple de mi hermana sólo por esto
TEO.-       ¿Se puede?
OLIVIA.-  ¿Sabías que iba a pasar?
HUGO.-   Iba a dormirme ya
OLIVIA.-  Quería que pasara
TEO.-       No me lo creo

Las acotaciones tampoco siguen la regla general. Al comienzo de la obra, en el Acto I hay también dos acotaciones, una que indica el día en que comenzó la salida y la otra que encabeza la escena 1, nos trae al presente, y nos ofrece una imagen general de Nora y lo que hace en ese momento.

Las acotaciones de Nunca pasa nada suelen aludir a referencias objetivas que son percibidas por el lector/espectador, por lo que explicitan una polifonía informativa de los temas y el pensamiento de los personajes. El texto contiene numerosas acotaciones sobre qué hacen, dónde van, el momento en el que sucede… incluso encontramos algunas emotivas de carácter omnisciente, a medio camino entre una acotación teatral y una narración intimista, difícil de llevar a cabo en la representación pero clave para el lector pues le permite conocer mejor a los personajes.

(Teo y Hugo se miran. El primero, muy quieto, con miedo a hacer algo que incomode al segundo. Hugo se acerca a él y lo abraza. A lo mejor el viaje sí ha valido la pena, piensa Teo. A lo mejor Teo tiene razón y hay algo en él que no es tan gris, piensa Hugo)

Las situaciones de la obra llevan a fortificar la amistad entre algunos de ellos, entre otros empieza a diluirse; se dan cuenta de que el instituto fue el impulsor para el cambio experimentado en su recién comenzada vida de adultos. Y el espectador reflexiona con ellos sobre los temas que le interesan, la amistad, la dificultad de la homosexualidad, la dificultad de olvidar a un ser querido si, con el acoso y maltrato emocional hace de nosotros alguien dependiente, el desequilibrio afectivo que nos hace buscar, de forma obsesiva, la atención de quienes nos rodean, aunque sea autolesionándonos, la conciencia de grupo entre los colectivos más débiles «Somos todas una, Nora», los complejos personales ante el triunfo de los demás, el desempleo, los trabajos basura que hay que asumir, la crítica hacia la desigualdad de oportunidades según las clases sociales «empeñas a tus padres para poder pagar el grado y luego ese maldito máster que parece que le regalan a otros», la soledad en la propia familia, el machismo, la crítica hacia el falso progresismo que algunos abanderan porque queda bien, la falta de implicación de los propios jóvenes «Hashtag estoy sentado en mi sofá pero soy rebelde que te cagas», la presión de los padres hacia sus hijos para que sean especiales, el sistema nefando educativo, la obsesión por la muerte como medio de desaparecer, la igualdad entre los sexos… En fin, no es cierto que nunca pase nada, pues en esta obra aparecen todos los temas que preocupan a una sociedad que puede parecer algo superficial, por sus expresiones “instagramer, rayantas, viejóvenes, followers, casting, friendzone, maistream, next”, pero que sufre, y trabaja por conseguir sus ideales como siempre ha ocurrido. De diferente manera, porque la sociedad es diferente.

lunes, 8 de julio de 2019

EL BESO DE LA MUJER ARAÑA



Es imposible permanecer indiferente. Durante la lectura de El beso de la mujer araña llegamos a penetrar en ella para estar más cerca de Molina, para no perder ni un detalle de sus relatos. No sólo somos espectadores de los movimientos, las palabras, los gestos; llega un momento en el que conseguimos saltar adentro. Y sufrimos y gozamos con los protagonistas, y sufrimos de nuevo aunque algo bello se haya instalado en nuestra alma.

No es de extrañar que la novela, escrita en 1976 por el argentino Manuel Puig y prohibida por la dictadura militar se llevara a la gran pantalla en 1985; El beso de la mujer araña es una obra maestra. Su autor consigue crear una narración sin uno de los principales elementos de este género. No hay narrador. No hace falta. Los diálogos entre el preso político Valentín Arregui y el preso común (homosexual) Luis Alberto Molina son suficientemente indicativos para ponernos en situación. A través del relato de películas con que Molina entretiene a Valentín empezamos a vislumbrar el carácter de ambos. Molina necesita sus dramas románticos, con los que se introduce en una fantasía en la que fusiona su propia realidad. Siempre se identifica con el personaje femenino más glamuroso, con un punto de tragedia y sufrimiento pues, así se ve él, ella. Molina es una mujer encerrada en un cuerpo de hombre. Sensible. Buena. Cariñosa. Desprendida. Antepone los deseos de los demás a los suyos aunque en ocasiones se rebele contra su propia forma de actuar; la educación recibida la hará desistir de su interés por adaptarse al de quienes la rodean: su madre, amigos, novios… y por supuesto Valentín. Molina se da cuenta de que no es aceptada por la realidad, consiente con cierta naturalidad la humillación, el miedo, el dolor y se refugia en su idealismo fílmico. Dentro de la película, el protagonista consigue separar la sensatez de la opresión para poder formar parte de la vida. Molina es surrealista, en él predomina el impulso del subconsciente. Es representante de la fragilidad del ser humano, de ahí que en todo momento se rodee de una triste melancolía, de ahí que elija, en sus películas, el papel trágico, triste, perdedor, de ahí que sea capaz de fusionar perfectamente el sueño y la realidad para vivir en su lógica liberada de toda normativa opresora.

Mediante las películas narradas por Molina empezamos a conocer a Valentín, un joven idealista que cree en una sociedad justa a la que se llegará mediante la lucha contra la dictadura. Valentín es disciplinado, seguir una normativa es crucial para formar parte de una realidad libre. A Valentín lo rodea un pesimismo existencial total, que viene de anteponer constantemente el deber al deseo. Está encarcelado por sus ideas políticas y lo acepta, sabe que toda decisión acarrea una consecuencia; pero sigue peleando por lo que cree aun en la cárcel. Estudia rigurosamente todos los días, es consciente de que sólo a través de su existencia podrá hacerse mejor; por eso lee, quiere formarse un juicio personal que no lo cosifique; su individualismo será el arma con la que luchar contra la sociedad embrutecida, animalizadora, capaz de estropear al ser humano.

Dos personalidades diferentes aunque unidas desde el comienzo por el respeto mutuo y la comprensión, que derivarán con el tiempo en admiración. Los personajes se van acercando tanto que piensan en el otro antes que en sí mismos. El director de la cárcel chantajea a Molina con su libertad para que le saque información a Valentín, cuando esté tan debilitado por la comida envenenada que no sepa ni lo que dice. A pesar de ser lo que más desea, Molina no sólo no deja que Valentín le cuente nada sino que lo cuida cada vez que se intoxica. Tanto es el amor que le demuestra que el activista político se lo quiere pagar con sexo. Pero no es un simple pago; los momentos íntimos se repiten hasta que no son dos sino uno; ni ellos mismos saben de quién se trata

—Me pareció que yo no estaba… que estabas vos solo.
[…]
—O que yo no era yo. Que ahora yo eras vos.

Se va produciendo entre ellos una identificación similar a la experimentada por don Quijote y Sancho. Para cuando Molina va a salir de la cárcel ya no vive en su mundo onírico, se ha valentinizado y es consciente de que puede tener un papel importante en la lucha por la libertad de su país.

—Tenés que darme todos los datos… para tus compañeros…
—Como quieras
—Tenés que decirme todo lo que tengo que hacer.

Valentín también se ha molinizado en la cárcel, en su subconsciente vive una lógica liberada desde que se ha percatado de la fragilidad del ser humano

—…Que callado estás, no haces comentarios…
—Es que estoy embromado, seguí vos que me hace bien pensar en otra cosa.
—Esperate que perdí el hilo
—No sé cómo puedes tener en la cabeza todos esos detalles, «el cerebro hueco, el cráneo de vidrio lleno de estampas de santos y putas […] se caen al suelo todas las estampas»

La novela es formidable. Sin escenas violentas (directas), Manuel Puig consigue retratar lo más cruel del hombre y lo más compasivo. Es la cara y cruz de la condición humana.

Argumentalmente es como las películas que cuenta Molina, sensual, apasionada, trágica. Ideológicamente es progresista, respecto incluso de la sociedad actual; se adelanta cuarenta y tres años para reclamar un estado libre de pensamiento, donde se pueda vivir sin ningún tipo de menosprecio sexual. Creo que debería de ser lectura obligada durante la conmemoración anual del Orgullo LGTBI

—… la gracia está en que cuando un hombre te abraza… le tengas un poco de miedo
[…]
—… eso, ser macho, no te da derecho a nada
[…]
—Estate contento entonces […] Tenés que estar orgulloso de ser así

Estructuralmente es tan novedosa que no sólo triunfó en el postboom. Aún hoy estas innovaciones hacen de El beso de la mujer araña una novela actual: Está dividida en dieciséis capítulos, de cuatro configuraciones diferentes. La que predomina es la de diálogo entre Molina y Valentín; así comienza la novela, in medias res, con la narración de La mujer pantera. De los comentarios entre ambos empezamos a intuir la personalidad de cada uno

—Hasta mañana. Que sueñes con Irene
—A mí me gusta más la colega arquitecta.
—Yo ya lo sabía. Chau.
—Hasta mañana

Los silencios, indicados por puntos, son signo de que duermen o del paso del tiempo en general.

Molina cuenta películas de forma magnífica. Pocas veces se ha contado una con tanto lujo de detalles, con diálogos exactos extraídos del film, con comparaciones, como si estuviera viviendo en ese mundo fantástico «pero la felina esa ni lo mira y le dice una segunda frase a Irene. Él no entiende ni una palabra de lo que se dicen […] Irene está como petrificada, los ojos los tiene llenos de lágrimas, pero turbios, parecen lágrimas de agua sucia de un charco».

Está claro que la sensibilidad y la paciencia son los rasgos más llamativos de Molina, como el respeto y el ímpetu lo son de Valentín «Bueno, yo creo que es frígida, que tiene miedo al hombre, o tiene una idea del sexo muy violenta, y por eso inventa cosas».
Molina se evade de su miseria con la irrealidad del cine, «me había olvidado de esta mugre de celda, de todo, contándote la película».

Valentín se evade de la realidad mediante la lucha para cambiarla, «y no se rebeló, y le inculcó al hijo toda esa basura, y el hijo ahora se topa con la mujer pantera. Que se la aguante.»

Hay dos capítulos, precedidos de un informe de la penitenciaría, en los que se da el encuentro entre el director y Molina. Quieren que éste saque información a Valentín. Aquí, el preso común nos deja ver el comienzo de su evolución; él lucha a su manera pues consigue burlar a la autoridad y reponer a Valentín de los efectos del veneno que le ponen en la polenta, «Dulce de leche, en tarro grande… dos tarros, mejor. Duraznos al natural, dos pollos asados, que no estén ya fríos, claro […] una barra entera de jabón Radical y cuatro paquetes de jabón de tocador, Palmolive […] y déjeme pensar un poquito, porque tengo como una laguna en la cabeza…»

El capítulo quince es el informe sobre los pasos que dio Molina, desde el miércoles 9, en que es puesto en libertad, hasta el viernes 25 en que lo mataron.

El capítulo 16 es el pensamiento de Valentín, tras la brutal paliza recibida en la cárcel, al interrogarlo. Pero ha descubierto la manera de vivir en esa sociedad podrida. Mediante escritura automática, que refleja su pensamiento, van viniendo a la mente, su novia Marta y Valentín, a quienes amó de verdad y con quienes quiere quedar en paz «yo en la celda no puedo dormir porque él me acostumbró todas las noches a contarme películas […] “yo sé lo que le hiciste, y no estoy celosa, porque nunca más lo vas a ver en la vida” es que ella estaba muy triste ¿no te das cuenta? “pero te gustó y eso no tendría que perdonártelo”».

Valentín echa de menos a Molina. Al pensar en él como mujer, la acepta como es, acepta el amor mutuo y acepta que siempre vivirá en su mente «nunca vas a estar solo».

El surrealismo convive con la realidad «—Vos sos la mujer araña, que atrapa a los hombres en su tela». También la lucha por la vida, la que conforma al hombre no por su esencia sino en su existencia; es un factor clave en esa realidad, aunque al ver las consecuencias, lo dejen sumido en un profundo pesimismo existencial «Marta… tengo miedo […] miedo terrible de morirme […] que mi vida se haya reducido a este poquito, porque pienso que no lo merezco […] que luché […] contra la explotación de mis semejantes…».

La narrativa histórica se introduce, como denuncia, para avisarnos de las teorías científicas predominantes en los 70, sobre la homosexualidad. Algo que nos vapulea hasta hacernos pensar en por qué hoy una parte de la sociedad sigue estancada en esas aberraciones «El mismo Freud […] ciertos tipos anormales de personalidad, cuyos rasgos predominantes son la avaricia y la obsesión por el orden, pueden estar influidos por deseos anales reprimidos».

Efectivamente, ante la belleza imaginada por Manuel Puig, la realidad es la que hace que se nos parta el alma.