Es
una pena que La edad de la ira sea la adolescencia. Es la edad del
inconformismo, del enfado, de la negativa, pero la ira que aparece en la obra
de Nando López no es el sello identificativo
de los jóvenes. Es una imagen equivocada. Para llegar a esos extremos, lo de la
obra, antes se ha de pasar por una infancia agobiante, incluso traumática, y
entonces la edad de la ira pasa a ser la de toda una vida.
Las
situaciones que conforman el contenido de la obra están llevadas al límite, son
exageradas, por lo que la rabia estalla en los personajes no porque estén en la
adolescencia sino porque han llegado a la primera edad en la que se pueden
manifestar así, su cerebro ha empezado a madurar y se ha rebelado respecto a lo
vivido. Por otro lado, el cuerpo ha adquirido la suficiente fuerza como para
acompañar y responder a la llamada de la razón. Si un niño pequeño es testigo
del suicidio de su madre se queda traumatizado. Si es un adolescente, que además
se da cuenta de que su madre, y él mismo, están viviendo un calvario, se rebela
contra la familia, contra el sistema, contra todo. Probablemente igual que si
fuera un adulto.
La
realidad de esta obra teatral está demasiado forzada. Todo se mueve in extremis. El autor ha pretendido
hacer una crítica al sistema educativo y, para ello, lo ha exagerado; además se
ha llevado por delante el sistema judicial y los valores de la familia. Todo es
hiperbólico. Si pretendía reflejar una determinada clase socio-cultural, vale,
pero si no, es excesivo. No todas las familias obvian a sus hijos, algunos
incluso tienen confianza y piden ayuda a padres o hermanos. No todos los hijos
tienen estos problemas, porque además, eso debe ser cierto, por muchas
dificultades que tengan se aferran a la vida con todas sus fuerzas. Y aunque
tengan contratiempos no siempre se dejan llevar por lo trágico, al menos no
todos. Eso es un tópico
BRENDA.- Es literatura. Y la literatura de verdad siempre es fuerte. Si no,
es marketing
[…]
RAÚL.- El
cine de verdad siempre duele. Incluso cuando te ríes.
Y
aquí hay mucha pasión.
También
es hiperbólico el excesivo individualismo que ostentan. Precisamente la
adolescencia es una etapa en la que el grupo cuenta más que la propia familia.
Todo lo comparten, problemas, pensamientos, opiniones, por eso es extraño que,
con esa conciencia de grupo, no lleguen a abrirse del todo.
MARCOS.- (a
Brenda) Cuenta conmigo
SANDRA.- Si ni siquiera sabes qué…
MARCOS.- No necesito nada. Sólo que no quiero ser invisible
RAÚL.- Marcos…
SANDRA.- ¿Ha pasado algo?
RAÚL.- No
SANDRA.- ¿Y esa cara?
RAÚL.- No
lo sé. A lo mejor sí que ha pasado
La
edad de la ira es aquélla envuelta en un dolor absoluto, en una completa
soledad, «cuando la vida nos golpea no
hay nadie más allí»; por eso mismo la afirmación de Marcos resulta
sorprendente; tras haber estado deprimido durante toda la obra, tiene un
momento en el que afirma sus ansias de superación, «Solo sé que el tiempo no podrá con nosotros. Y ellos tampoco»,
ansias que se verán desbancadas. Resulta sorprendente porque ese ellos puede que sean los adultos, pero
apenas tienen papel en la obra; no sabemos en realidad cuál es ese mundo adulto
que tanto daño les hace; como tampoco sabemos cómo se llevará a cabo «una luz cegadora que precede, viva y
adolescente al oscuro». No se me ocurre cómo podría ser la luz adolescente.
Desde luego, tras leer la obra, nunca la pondría viva.
El
argumento es sencillo: Un grupo de amigos cuenta —o piensa— sus experiencias
durante una temporada en el instituto, en la que una chica es acosada por un
profesor al que no hay manera de culpar (hasta que lo consigue la dirección del
centro). Por eso, los chicos, enfadados más con sus propios problemas, deciden
romper el coche del profesor. Debido a este hecho, a uno de ellos le espera una
bronca monumental en casa, hemos de tener en cuenta que al padre se le acaba de
suicidar la mujer dejándolo con los cuatro hijos. El padre, harto del
comportamiento del chico, pues va drogado a veces y mantiene sexo con hombres
adultos, emprende una pelea con él en la que se interpone otro hijo que muere
al clavarle unas tijeras (supuestamente el padre, por error) y muere también el
propio padre al estrellarle uno de los hijos (supuestamente el protagonista) la
máquina de escribir en la cabeza. Todos han tenido una vida dura y todos
acabarán mal, eso se ve venir, pero en la obra, hay tantas analepsis,
prolepsis, muertos que están monologando pero que nadie los ve, e incursiones
de problemas de otros chicos: acoso escolar, miedo familiar, temor a confesar
abiertamente la sexualidad… que realmente nos perdemos en algún momento. No
sabemos si estamos antes, durante o después del presente en el que ocurren los
hechos.
Pero
eso es lo de menos, lo más llamativo es que si sabemos cómo son algunos de los
protagonistas, pues no todos tienen el mismo peso y no todos quedan definidos,
no es por los diálogos sino por sus pensamientos, por lo que dicen los que ya
no están en este mundo o por las acotaciones «(sin decírselo ambos saben que su historia, tal como la conocían hasta
ahora, acaba de terminar)».
La
obra es una adaptación de la novela, escrita por el propio Nando López; si
tenemos un narrador omnisciente nos puede guiar perfectamente por una narración,
pero en el teatro son los diálogos, acompañados de gestos los que van marcando
el carácter de los personajes, y La edad
de la ira adolece de esto; de hecho hay personajes femeninos, Sandra,
Brenda y Mari que apenas quedan dibujados, una es víctima de acoso por parte de
un profesor, Mari es acosada por su propio chico y Sandra es la fanática de las
redes. Pero no sabemos más de ellas ni cuál es su situación real ni, por
supuesto, si su actuación sirve de algo en la obra.
Creo
que es una obra menor, puede que haya sido una buena novela juvenil pero el
teatro tiene otras exigencias. Al menos debería tenerlas.
El
sistema estructural es el mismo o parecido al que utiliza en Nunca pasa nada, pero en esta obra da la impresión de que no funciona. No hay
denuncia fuerte y los chicos de La edad
de la ira no son representantes de la adolescencia. Son demasiado
hiperbólicos.
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