No
es una literatura fácil. La lectura no es complaciente. Tampoco lo pretende el
autor. Jorge Volpi nos provoca
constantemente; los diálogos, imposibles si son ficcionales, se transforman en
increíbles si parten de la realidad. Y esto ha ocurrido, ocurre en México y en
tantos otros lugares en los que la policía, el gobierno amedrenta a los
ciudadanos; entonces hay dos opciones, luchar acarreando las consecuencias o
unirse al poder para vivir, bien o mal es lo de menos, lo importante es no
estar al otro lado.
Una
vez pensadas las opciones podemos entender —o no— a los profesionales que se
limitan a corroborar lo evidente, delegando la credibilidad en los afectados,
no en las pruebas científicas irrebatibles.
Tiene
una contusión en la pierna izquierda y una herida cortante en la región frontal
de aproximadamente cuatro a cinco centímetros
¿Por
golpes?
Sí,
por golpes, afirma el paramédico.
Me
comenta que sufrió un golpe con una tabla.
De
los plagiarios […] lo corrige Ezequiel.
Desde
las primeras páginas de Una novela criminal el autor zarandea
al lector para que reaccione; el estómago se va encogiendo hasta sentir que no
quieres leerlo, sabemos que es una novela y sabemos que esto ocurre con más frecuencia
de la debida.
El
argumento es sencillo, el gobierno necesita erradicar el secuestro exprés de
México, para lo que tiene que dar un castigo ejemplar. Hay que atemorizar a los
secuestradores, pero los poderosos se dejan llevar por acusaciones falsas, y
montan una redada mediática a la que aportan secuestrados y secuestradores.
Nada tendrá sentido. A base de torturas los “secuestradores” dirán lo que
interesa a la policía, pero aun así titubean ante las cámaras, no tienen claro
qué han de decir, y los golpes no ayudan a despejar la mente. Todo da igual, el
pueblo lo asimila con facilidad pasmosa —sale en televisión— y, ante los
ataques de algunos periodistas o abogados que denuncian las irregularidades en
los hechos, prefieren creer en el poder, que por su parte va agrandando la
mentira hasta que se les escapa de las manos.
Han
de pasar seis años para que Florence Cassez, ciudadana francesa capturada como
secuestradora en México, reciba el apoyo de su país, de los mejores abogados,
incluso de actores como Alain Delon y del propio presidente Sarkozy, pueda ser
declarada inocente y vuelva a su país.
No
correrá la misma suerte Israel Vallarta, su novio cuando los apresaron, pues
tras recibir las más crueles torturas se ensañaron con los miembros de su familia,
todos víctimas al ser señalados como los integrantes de la banda —inventada—
del Zodíaco.
Este
es el argumento, a grandes rasgos (son casi 500 páginas). Algo, en principio
sencillo de entender y creer pues forma parte de la vida diaria. Pero no todo
es tan elemental, de hecho no hay nada evidente. La trama se complica en Una novela criminal.
El
intervencionismo estatal crea en México, mayores problemas; no sólo Francia
rompe su relación con el país sino que las repercusiones van endureciendo los
cargos consiguiendo alargar demoledoramente las condenas, como bolas que en su
caída recogen más testigos falsos, más mentiras, más contradicciones, hasta
presentar un caso surrealista,
perteneciente a la peor de las pesadillas «Una
y otra vez la misma actitud, el mismo estilo: jamás reconocer un error y, a la
develación de una mentira, responder con una mentira todavía mayor».
Por
eso hemos de acudir a la forma de la novela, la estructura es absolutamente
original. Pensamos que está escrita como una crónica, sin embargo los saltos en
el tiempo, las analepsis, prolepsis, flasback
recorren todas las páginas hasta que nos cuestionamos el tiempo real. Asimismo
los espacios varían al quedar supeditados a aquéllos que circulan por distintos
expedientes y testimonios. Todo ello permite enfrentarnos a una narrativa
arriesgada, inquietante que, tras la aparente claridad, nos introduce en una
confusión de acontecimientos:
Sostiene
Florence que el día de su detención (es clara la intención del mecanógrafo de
no inscribir la fecha del arresto).
[…]
Guadalupe
y Yolanda, las hermanas mayores de Israel […] viven a unas cuadras de distancia
[…] ya no pueden impedir que don Jorge y doña Gloria vean las imágenes de
Israel y Florence que aparecen sin cesar en televisión […] Sèbastien dormita en
su cama […] Claudia, la esposa de Israel, se encuentra en Guadalajara […] “Toma
un chocolate” le dice Bernard Cassez a su esposa.
Una
gran cantidad de personajes, lugares y tiempos se agolpan por momentos y llevan
al lector a un desorden mental absoluto, el mismo que sienten los detenidos «Vemos cómo Vallarta, vestido con un raído
suéter verde, aturdido por los golpes, apenas reacciona».
El
narrador, perfectamente documentado, filtra de vez en cuando su opinión e
incluye con ello al lector a una reflexión ética «¿Quién es el personaje central de este relato cuya historia ha quedado
opacada por la de su novia? ¿Un peligroso criminal o la víctima de una
gigantesca conspiración?»; el centro es el ser humano. La literatura queda
convertida entonces en Historia, y como tal la vamos asimilando, nos deprimimos
ante una sociedad brutal que puede conseguir jugar con el hombre como si fuera
un títere, al que no importe romper. Sólo hay que mantener viva la función.
Esta
actuación, esta realidad imaginaria se ve reforzada por los medios de
comunicación; la prensa, la televisión sobre todo, y los eventos
hollywoodienses han conseguido una globalización que poco tiene que ver con el
día a día en según qué lugares —o en ninguno— y, sin embargo aparecen ante
nosotros con una lógica desesperanzadora.
La
polifonía narrativa aporta objetividad. Van narrando los hechos los distintos
secuestrados, secuestradores, policías implicados, abogados… Asimismo mediante
el estilo indirecto el narrador cambia de voz; sus intervenciones con función
conativa refuerzan la realidad del escrito «Lívido
—pagaría por ver su semblante—, el presidente continúa la conversación como si
no le concediera importancia a lo que acaba de escuchar», y sin embargo no
obtenemos respuestas, sólo una relación de hechos que promueven preguntas
constantemente, de manera tan insistente como la técnica utilizada para
inspirarlas: la repetición de hechos en diferentes momentos y por diferentes
personajes. El caso ocurrido nos bombardea una y otra vez hasta que los
implicados nos trasladan sus torturas y el narrador aumenta psicológicamente su
cautiverio.
Gracias
al conjunto de narradores no sólo imaginamos lo que ocurrió sino que conocemos
la escenificación llevada a cabo por la policía (la vida es un teatro). A veces
la acusada, Florence, puede denunciar «Fui
detenida arbitrariamente, sin existir flagrancia y sin estar en posesión de
armas y luego retenida ilegalmente por espacio de 24 horas».
Otras,
la ironía, casi constante, queda resaltada con ayudas del mundo cinematográfico
«Traduzco: a Florence le gusta convivir
con maleantes […] Israel, por su lado, carece de culpa y empatía […] El retrato
robot de nuestros Bonnie & Clyde».
En
otras ocasiones no hay sarcasmo, es la opinión directa del narrador que vapulea
no sólo a un personaje sino a todo un país «”Mi
mejor amigo dentro de la comunidad judía, y con el que hemos librado batallas
en conjunto, es Eduardo Margolis” afirma la activista sin ruborizarse».
Asimismo los propios documentos oficiales son portadores de una estética
totalmente grotesca que proclama una realidad ilógica, como el caso de la
ampliación de Cristina Ríos en 2010, donde imputa nuevos crímenes y violaciones
a Israel y Florence de forma que «conforme
a este nuevo testimonio, Cristina vivió un horror indescriptible. Fue violada a
diario por El Ranchero, y casi a diario por Ángel; diez veces por Edgar Rueda
Parra y cuatro por el padre de éste; dos por el Hilachas; cuatro por Gabriel y
otras tantas por Israel […] Sin atreverme a juzgarla no me quedan dudas de su
sufrimiento».
Creo
que ante esto huelgan los comentarios, pero Volpi utiliza la palabra para desmontar
ese realismo imaginario con argumentos anafóricos que terminan por hacernos
sentir miedo ante la desprotección del ser humano, y con marcadores que
destacan la falsedad de ese realismo «Su
inconsciente lo delata: ese “prácticamente” lo convierte en cómplice de la
manipulación del público y de la puesta en escena».
Es
difícil leer Una novela criminal, es
duro, pero todos debemos ser conscientes de este nuevo realismo que denuncia no
sólo a través de la literatura latinoamericana, sino que se instala en la vida,
siempre, de los perdedores.
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