El
título es muy significativo, al utilizar el adjetivo como epíteto, recoge en su
simbolismo toda la importancia que la protagonista va a tener en esta obra
teatral. Lo importante del personaje es la fuerza, el apasionamiento, la
voluntad que, de haber sido Caperucita roja, no hubiéramos encontrado. Sólo al
leer Roja
Caperucita ya sabemos que no será la niña desvalida que conocemos, por
lo que el cambio experimentado en el título original advierte del cambio de
contenido. En efecto, Caperucita no es una niña, es una adolescente que, al alcanzar
los 15 años decide huir de la monotonía de su casa y cumplir su sueño,
investigar en aquello que se le tenía prohibido. De esta manera irá a casa de su
abuela atravesando el bosque prohibido en el que, como antítesis del paraíso, la
claridad viene de la luna; no hay sol en ese bosque, pero todos acuden a él atraídos
por la protección, la inconsciencia y el peligro que representa la luna. Este
espacio tiene un jefe, asimismo contraposición del propio Dios, el Lobo,
símbolo de valor, de fuerza, de la irracionalidad latente, de la libertad y del
mal; es quien gobierna en ese bosque atípico, y su planteamiento vital consiste
en adorar a la luna y en que lo obedezcan a él, por ello se rodea de los seres
más anodinos. Liendres, su Amante y el Leñador han llegado a ese bosque
pretendiendo olvidar algo de sus vidas y, desde entonces, se dedican a
complacer al lobo: «Dejad de mendigar.
Nosotros solo comemos lo que nos da el Lobo.»
Pero
allí irá Caperucita, y ni los ruegos de su madre, ni la violencia de su abuela
conseguirán que dé marcha atrás, al contrario, demostrará a todos que su valor
es similar al del lobo, y sus ambiciones van más allá que las de éste: «Si tenéis miedo, subíos a los árboles».
Caperucita intentará hacerse con el poder, pues este afán es atrayente e
ilimitado. La lucha entre ambos candidatos por gobernar el bosque demostrará a
los demás que todo puede devenir a peor cuando pensamos que hemos tocado fondo.
La
obra es totalmente insólita, no sólo los personajes no son los mismos que en el
cuento original, sino que son simbólicos. Todos representan un ser social real
que, en un momento determinado, se da cuenta de sus actos, se desprecia por
ellos e intenta evadirse en un mundo paralelo onírico, perteneciente al
inconsciente, al sueño, a la muerte.
El
bosque de Roja Caperucita es un bosque sin árboles «Porque el Lobo los mandó cortar […] Para ver mejor a la luna». Nos
encontramos con un lugar paradisíaco al que le han eliminado la fuerza vital
indestructible, eterna que simboliza el árbol, así pues ha sido desposeído de
su característica sagrada. El lobo, símbolo irracional, se siente atraído por
el poder femenino, pero algo le ocurrió con una mujer, por eso ha ido al bosque
a refugiarse y por eso trata mal a su Amante, un personaje plano, lastimoso,
capaz de hacer lo que sea con tal de que el lobo la quiera «Me llamarás Caperucita Roja. Y cuando hagamos el amor, cerrarás los
ojos y te imaginarás que soy ella». Frase terrible con la que David Llorente quiere hacer una llamada
de atención a la mujer: no hay que estar con un hombre a la fuerza, en el amor
no se puede coaccionar a nadie, porque se cae en la posibilidad del desprecio,
la humillación y el maltrato «Porque no
eres nadie. Nada. Vete. No vuelvas a molestarme nunca más».
Ésta
es la Amante, alguien despechado, por eso ayuda a Caperucita a que salga del
bosque, para no tener rival, aunque ella no lo quiera y se lo advierta «Puedes guardártelo. No me interesa ese
animal». La Abuela aparece también con un carácter opuesto al del cuento. Ya
no es la ancianita indefensa, amable y digna de lástima. Es una mujer llena de
rencor y odio que no duda en atacar a su propia nieta y decirle una verdad
traumática la primera vez que la ve
Niña
estúpida (salta sobre ella)
¡Qué
hace! No, no, déjeme. No me toque. No, por favor. ¡No!
Por esta
razón el lobo se comerá a la Abuela y no por simple crueldad como en el cuento
original.
El leñador
del cuento tradicional es el héroe que ahuyenta y mata a los malos, como el lobo.
Es el salvador de Caperucita, el poseedor de la fuerza y la justicia. En la obra
de Llorente el Leñador es alguien torturado por su pasado en el mundo real, que
va al bosque para ocultar sus temores y termina obedeciendo al lobo, como
todos. Caperucita lo sabe y se lo dice «Tú
también eres un cobarde».
Liendres
es el personaje que aporta algo de humor. De escasa inteligencia, está en el
bosque porque se considera imprescindible para el lobo, por eso acata sus órdenes
sin pensar. Sus respuestas, de doble sentido, son las que harán asomar una
sonrisa en el espectador
Liendres,
Liendres
Sí,
mi señor
Tenemos
que impedir que Caperucita salga del bosque
[…]
…nadie
ha encontrado la salida del bosque, ¿por qué debemos suponer que Caperucita la
encontrará?
[…]
Porque todos vosotros sois unos imbéciles…
Claro,
señor, claro […] ¡La encontraré antes de que encuentre el camino! Sí… y cuando
la encuentre, señor, la agarraré de los pelos y la traeré arrastrando hasta
usted.
Por
último la Madre de Caperucita no quiere que su hija vaya al bosque, pero ésta
no la obedecerá, como toda adolescente. Tampoco quiere que Caperucita se sienta
atraída por la luna. Ahí reside su secreto y su temor. Y puede que al final se
cumpla.
Aunque parezca que el conflicto entre los
personajes es externo, cada uno libra su propia batalla contra su propia alma.
Desde este punto de vista la acción dramática es verosímil, los personajes
describen una verdad sin necesidad de reproducir la realidad; son, pues,
simbólicos. En ningún momento nos extraña que personas hablen con animales como
si todos pertenecieran a la misma especie, y es que, en realidad, ya nos
previene Caperucita cuando avisa al lobo, «Somos
animales. Somos salvajes. Y libres. No tenemos que seguir las reglas de los
hombres». Efectivamente, estamos en un cronotopo libre, el que da la
literatura; podemos soñar con una verdad artística que, sin embargo, se
aproxima peligrosamente al mundo real, gobernado también por la ambición, en el
que los sentimientos van desapareciendo en favor de los intereses.
La
combinación de humanos y animales, animaliza nuestra sociedad que, aunque
parece que avanza, sigue un proceso de embrutecimiento cada vez más refinado.
Una sociedad que se deja llevar por los impulsos de aquéllos que dominan.
Para
resaltar la mezcla de animales y personas, el autor no coloca el nombre de
quien habla en cada momento. No hace falta. Los diálogos son lo suficientemente
explícitos como para indicar quién tiene la palabra en cada momento.
Sólo
hay cuatro acotaciones en el texto y son para señalar movimientos diferentes
que realizarán los personajes, sobre todo al final de la obra. El resto del libreto,
probablemente porque el autor también es director teatral, permite una
representación libre para los diferentes directores de escena que se atrevan a
poner sobre las tablas esta obra fuerte, dura, valiente.
Esta reseña se me había pasado. Es fabulosa, como siempre. Acabo de poner un enlace directo desde los comentarios de mi entrevista al autor. ¡¡Necesito leer esta obra, ya que no la puedo ver por el momento!!
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